“Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el
camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí. Pero es
angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que
lo encuentran”. —San Mateo 7:13-14
Camino de la Vida Eterna
1. Ninguna mañana sin una oración fervorosa.
2. Ningún trabajo sin buena intención. 3. Ninguna alegría sin una mirada de
agradecimiento a Dios. 4. Ningún sufrimiento sin un acto de sumisión a Dios.
5. Ninguna reunión sin el recuerdo de la presencia de Dios. 6. Ninguna ofensa
sufrida sin un perdón indulgente. 7. Ninguna culpa sin arrepentimiento. 8.
Ninguna falta observada en los demás sin un juicio atenuante. 9. Ninguna
buena acción sin humildad. 10. Ninguna persona que sufra sin alivio. 11.
Ningún necesitado sin auxilio. 12. Ninguna noche sin examen de conciencia.
Dios se revela a los pequeños en las cosas más pequeñas
Santo abandono en las manos de Dios
Estado activo y estado pasivo Hay un tiempo en que el alma
vive en Dios, y otro en que Dios vive en el alma. Y lo que es propio de uno de
estos tiempos, es contrario al otro. Cuando Dios vive en el alma, ésta debe
abandonarse totalmente a su providencia. Cuando el alma vive en Dios, debe
proveerse con mucha solicitud y regularidad de todos los medios de los que puede
aprovecharse para llegar a esa unión con Dios. En efecto, todos sus caminos
están trazados, sus lecturas, sus asuntos todos. Su guía está a su lado, y todo
está regulado, hasta las horas de hablar.
Las otras almas emprenden para la gloria de Dios un sin fin de cosas, pero ésta
a veces está en un rincón del mundo, como los restos de un vasija rota, que yo
se sirva para nada. El alma que se ve en tal estado, desprendida de las
criaturas, pero gozando de Dios por un amor muy real, muy verdadero, muy activo,
aunque infuso, en el reposo, no se inclina a ninguna cosa por su propio deseo.
Ella solamente sabe dejarse llenar por Dios, y ponerse en sus manos para
servirle de la manera que Él disponga. Muchas veces ignora para qué sirve,
pero Dios lo sabe bien. Quizá los hombres la estimen inútil, y las apariencias
apoyan este juicio; pero la verdad es que, por medios y secretos y canales
desconocidos, ella difunde una infinidad de gracias sobre personas que muchas
veces la ignoran y en las que ella tampoco piensa.
Fidelidad a la gracia del momento Cada momento va
urgiendo la acción de cada una de las virtudes. Y el alma abandonada responde
con fidelidad en cada instante, de modo que aquello que ha leído o escuchado lo
tiene tan presente, que el novicio más abnegado no cumple mejor que ella sus
deberes. Eso lleva consigo, por ejemplo, que estas
almas son llevadas una vez a esta lectura, otra vez a otra, o bien a
hacer tal observación o cierta reflexión sobre sucesos mínimos. En un momento
concreto, les da Dios aliciente para instruirse en una doctrina, y en otro va a
sostenerles en la práctica de la virtud.
Fe y abandono entre tormentas Dejando aparte las
enfermedades evidentes que, por su naturaleza, obligan a permanecer en cama y a
tomar las medicinas convenientes, todos esos otros temores y desfallecimientos
de las almas que viven en el abandono no son más que ilusiones y apariencias que
se deben superar con la confianza. Dios las permite o las envía para ejercitar
esa fe y ese abandono, que son la medicina verdadera. Por tanto, sin prestarles
mayor atención, deben proseguir generosamente su camino en medio de las
vicisitudes y sufrimientos que Dios les envía, sirviéndose sin dudarlo de su
cuerpo con toda libertad, como se hace con los caballos de alquiler, que no
valen más que para trabajar, y que se les trata sin mayores cuidados. Esto da
mejor resultado que las delicadezas, que no sirven más que para debilitar al
espíritu. Esta fortaleza de espíritu tiene una virtud oculta para sostener un
cuerpo débil. Y vale mucho más un año de vida noble y generosa, que un siglo de
temores y cuidados.
Confiados, dejémosle hacer a Dios
Vamos, alma mía, vamos con la cabeza bien alta por encima de todo lo
que pasa fuera o dentro de nosotros, siempre contentos de Dios, contentos de lo
que El hace en nosotros y nos hace hacer. Guardémonos bien de enredarnos
imprudentemente en interminables reflexiones inquietantes, que, como otros
tantos caminos perdidos, se ofrecen a nuestro espíritu para engañarle, y para
hacerle caminar sin fin pasos y pasos perdidos. Salgamos del laberinto de
nosotros mismos, saltando por encima, y no tratando de recorrer sus
interminables vueltas y revueltas. Vamos, alma mía, atravesemos por medio de
los desalientos, enfermedades, sequedades, durezas de carácter, debilidades del
espíritu, lazos del diablo y de los hombres, desconfianzas y envidias,
siniestras ideas y persecuciones. Volemos como un águila sobre todas estas
nubes, fija siempre la vista en el sol y en sus rayos, que son nuestras
obligaciones. Sintamos todo eso, ya que no está en nosotros no sentirlo, pero no
olvidemos que nuestra vida no debe ser una vida de sentimiento, sino la vida
superior del alma, donde Dios y su voluntad obran una eternidad siempre serena,
siempre igual e inmutable. La pura fe
cree sin ver ni sentir
Todos los estados son santos y santificantes Éste es,
Amor querido, el abandono que yo predico, y no un estado particular. Considero
con gran amor todos los estados en que tu gracia pone a las almas y, sin tener
más estima por uno que por otro, enseño a todas un medio general para llegar a
aquél que tú les has designado. Solamente pido a todas esa voluntad de
abandonarse completamente a tu guía. Tú les harás llegar infaliblemente a aquel
estado que es el más excelente para ellas. Ésta es la fe que les predico,
el abandono, hecho de confianza y fe. No pido sino la voluntad de entregarse a
la acción divina, para ser su instrumento, creyendo que obra en todo instante y
en todas las cosas, con más o menos feliz resultado, según la mayor o menor
buena voluntad del alma. Ésta es la fe que predico. No un estado especial de fe
y de amor puro, sino un estado general de buena voluntad, que abraza todas las
diferencias de estado y circunstancias particulares en que Dios pone a cada
alma, y donde, bajo distintas formas, les comunica las gracias que desde la
eternidad les tiene preparadas. Hablo a las almas que sufren, pero aquí también
hablo a toda clase de almas, porque la verdadera intuición de mi corazón es
anunciar a todos el secreto evangélico y «ser todo para todos» [1Cor 9,22].
Es Dios quien obra en el alma En esta almas
solitarias, todo es eficacia, todo predica, todo es apostólico. Dios da a su
silencio, a su reposo, a su olvido, a su desprendimiento, a sus palabras, a sus
gestos, una cierta virtud que opera sin ellas saberlo en las almas. Y como estas
almas son dirigidas por las acciones ocasionales de mil criaturas, de las que se
sirve la gracia para instruirles sin que ellas de den cuenta, así también sirven
ellas de confortación y de dirección a no pocas almas, sin que exista para ello
ninguna vinculación o relación expresa. Es Dios quien obra en estas almas,
pero por movimientos imprevistos y muchas veces desconocidos, de manera que son
como Jesús, del que manaba una virtud que curaba a otros [Lc 6,19]. La
diferencia está en que ellas no sienten la irradiación de esa virtud, a la que
no contribuyen por una cooperación activa; son, más bien, como un bálsamo
oculto, cuyo perfume se siente sin conocerlo, y que él mismo se ignora. El
estado espiritual que describo se parece sobre todo al estado de Jesús, de la
santísima Virgen y de San José.
No hay honores ni salarios para un
servicio que, a los ojos del mundo, cumplen estas almas en la mayor desnudez e
inutilidad. Libres, por su situación, de casi todas las obligaciones exteriores,
estas almas son poco aptas para el trato mundano o para los negocios, lo mismo
que para las reflexiones o conductas complicadas. No es fácil servirse de ellas
para nada, y más bien dan la imagen de personas débiles de cuerpo y de espíritu,
de imaginación y de pasiones. No se les ocurre nada, no piensan en nada, no
prevén nada, no se toman a pecho nada. Son, por decirlo así, muy bastas, y no se
ve en ellas el adorno que la cultura, el estudio y la reflexión dan al hombre.
Se ve en ellas lo que la naturaleza muestra en los niños que no han recibido aún
formación alguna de sus maestros. Son en ellas patentes ciertos pequeños
defectos, de los que no son más culpables que esos niños sin formación, pero que
chocan más vistos en ellas que en éstos. Y es que Dios despoja a estas almas de
todo, menos de la inocencia, para que no tengan nada sino a Él mismo
A pesar de todo, el prejuicio llega a afirmar que esta alma se engaña, se
equivoca, pues después de someterse a todo lo que la Iglesia prescribe, se
considera libre para entregarse sin trabas a los íntimos impulsos de Dios, y
para seguir las mociones de su gracia en todos los momentos en los que no se ve
expresamente obligada a nada concreto. En una palabra, se le condena porque se
dedica a amar a Dios en el tiempo que otros dedican al juego o a sus asuntos
mundanos. ¿No es esto una injusticia manifiesta
Bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios y la ponen en practica.
Autor: Anónimo
El sacrificio cristiano consiste en dejar que Dios obre en nosotros.
Ave María Purísima: Cristiano Católico 17-01-2013 Año de la Fe
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