CONGREGACIÓN
PARA EL CULTO DIVINO
Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS
DIRECTORIO
SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA
PRINCIPIOS Y ORIENTACIONES
CIUDAD DEL VATICANO
2002
ÍNDICE
MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN
PABLO II
INTRODUCCIÓN
(1-21)
Naturaleza y estructura
(4)
Los destinatarios (5)
La terminología (6-10)
Algunos principios (11-13)
El lenguaje de la piedad popular (14-20)
Responsabilidad y competencia (21)
LÍNEAS
EMERGENTES DE LA HISTORIA, DEL MAGISTERIO, DE LA TEOLOGÍA
(22-92)
CAPÍTULO I.
LITURGIA Y PIEDAD POPULAR A
LA LUZ DE LA HISTORIA (22-59)
Liturgia y piedad
popular en el curso de los siglos (22-46)
La Antigüedad cristiana (23-27)
La Edad Media (28-33)
La Época Moderna (34-43)
La Época Contemporánea (44-46)
Liturgia y piedad popular: problemática actual (47-59)
Indicaciones de la historia: causas del desequilibrio (48-49)
A la luz de la Constitución sobre Liturgia (50-58)
La importancia de la formación (59)
CAPÍTULO II.
LITURGIA Y PIEDAD POPULAR
EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA (60-75)
Los valores de la piedad
popular (61-64)
Algunos peligros que pueden desviar la piedad popular (65-66)
El sujeto de la piedad popular (67-69)
Los ejercicios de piedad (70-72)
Liturgia y ejercicios de piedad (73-74)
Criterios generales para la renovación de los ejercicios de piedad (75)
CAPÍTULO III.
PRINCIPIOS TEOLÓGICOS PARA
LA VALORACIÓN Y RENOVACIÓN DE LA PIEDAD POPULAR (76-92)
La vida cultual:
comunión con el Padre, por Cristo, en el Espíritu (76-80)
La Iglesia, comunidad cultual (81-84)
Sacerdocio común y piedad popular (85-86)
Palabra de Dios y piedad popular (87-89)
Piedad popular y revelaciones privadas (90)
Enculturación y piedad popular (91-92)
ORIENTACIONES
PARA ARMONIZAR LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA
(93-287)
Premisa (93)
CAPÍTULO IV.
AÑO LITÚRGICO Y PIEDAD
POPULAR (94-182)
El domingo (95)
En el tiempo de Adviento (96-105)
La Corona de Adviento (98)
Las Procesiones de Adviento (99)
Las "Témporas de invierno" (100)
La Virgen María en el Adviento (101-102)
La Novena de Navidad (103)
El "Nacimiento" (104)
La piedad popular y el espíritu del Adviento (105)
En el tiempo de Navidad (106-123)
La Noche de Navidad (109-111)
La fiesta de la Sagrada Familia (112)
La fiesta de los Santos Inocentes (113)
El 31 de Diciembre (114)
La solemnidad de santa María Madre de Dios (115-117)
La solemnidad de la Epifanía del Señor (118)
La fiesta del Bautismo del Señor (119)
La fiesta de la Presentación del Señor (120-123)
En el tiempo de Cuaresma (124-137)
La veneración de Cristo Crucificado (127-129)
La lectura de la Pasión del Señor (130)
El "Vía Crucis" (131-135)
El "Vía Matris" (136-137)
La Semana Santa
(138-139)
Domingo de Ramos:
Las palmas y los ramos de olivo o de otros árboles (139)
Triduo pascual
(140-151)
Jueves Santo:
La visita al lugar de la reserva (141)
Viernes Santo:
La procesión del Viernes Santo (142-143)
Representación de la Pasión de Cristo (144)
El recuerdo de la Virgen de los Dolores (145)
Sábado Santo:
(146-147)
La "Hora de la Madre" (147)
Domingo de Pascua:
(148-151)
El encuentro del Resucitado con la Madre (149)
La bendición de la mesa familiar (150)
El saludo pascual a la Madre del Resucitado (151)
En el Tiempo Pascual (152-156)
La bendición anual de las familias en sus casas (152)
El "Vía Lucis" (153)
La devoción a la divina misericordia (154)
La novena de Pentecostés (155)
Pentecostés:
El domingo de Pentecostés (156)
En el Tiempo ordinario (157-182)
La solemnidad de la santísima Trinidad (157-159)
La solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor (160-163)
La adoración eucarística (164-165)
El sagrado Corazón de Jesús (166-173)
El Corazón inmaculado de María (174)
La preciosísima Sangre de Cristo (175-179)
La Asunción de Santa María Virgen (180-181)
Semana de oración por la unidad de los cristianos (182)
CAPÍTULO V.
LA VENERACIÓN A LA SANTA
MADRE DEL SEÑOR (183-207)
Algunos principios
(183-186)
Los tiempos de los ejercicios de piedad marianos (187-191)
La celebración de la fiesta (187)
El sábado (188)
Triduos, septenarios, novenas marianas (189)
Los "meses de María" (190-191)
Algunos ejercicios de piedad, recomendados por el Magisterio (192-207)
Escucha orante de la Palabra de Dios (193-194)
El "Ángelus Domini" (195)
El "Regina caeli" (196)
El Rosario (197-202)
Las Letanías de la Virgen (203)
La consagración – entrega a María (204)
El escapulario del Carmen y otros escapularios (205)
Las medallas marianas (206)
El himno "Akathistos" (207)
CAPÍTULO VI.
LA VENERACIÓN A LOS SANTOS
Y BEATOS (208-247)
Algunos principios
(208-212)
Los santos Ángeles (213-217)
San José (218-223)
San Juan Bautista (224-225)
El culto tributado a Santos y Beatos (226-247)
La celebración de los Santos (227-229)
El día de la fiesta (230-233)
En la celebración de la Eucaristía (234)
En las Letanías de los Santos (235)
Las reliquias de los Santos (236-237)
Las imágenes sagradas (238-244)
Las procesiones (245-247)
CAPÍTULO VII.
LOS SUFRAGIOS POR LOS
DIFUNTOS (248-260)
La fe en la resurrección
de los muertos (248-250)
Sentido de los sufragios (251)
Las exequias cristianas (252-254)
Otros sufragios (255)
La memoria de los difuntos en la piedad popular (256-260)
CAPÍTULO VIII.
SANTUARIOS Y
PEREGRINACIONES (261-287)
El santuario (262-279)
Algunos principios (262-263)
Reconocimiento canónico (264)
El santuario como lugar de celebraciones cultuales (265-273)
Valor ejemplar (266)
La celebración de la Penitencia (267)
La celebración de la Eucaristía (268)
La celebración de la Unción de los enfermos (269)
La celebración de otros sacramentos (270)
La celebración de la Liturgia de las Horas (271)
La celebración de sacramentales (272-273)
El santuario como lugar de evangelización (274)
El santuario como lugar de la caridad (275)
El santuario como lugar de cultura (276)
El santuario como lugar de tareas ecuménicas (277-278)
La peregrinación (279-287)
Peregrinaciones bíblicas (280)
La peregrinación cristiana (281-285)
Espiritualidad de la peregrinación (286)
Desarrollo de la peregrinación (287)
CONCLUSIÓN (288)
AAS Acta Apostolicae
Sedis
CCE Catechismus
Catholicae Ecclesiae
CCL Corpus
Christianorum (Series Latina)
CIC Codex Iuris
Canonici
CSEL Corpus
Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum
DS H. DENZINGER - A.
SCHÖNMETZER, Enchiridion Symbolorum definitionum et declarationum de
rebus fidei et morum
EI Enchiridion
Indulgentiarum. Normae et concessiones (1999)
LG CONCILIO VATICANO II,
Constitución Lumen gentium
PG Patrologia graeca
(I.P. MIGNE)
PL Patrologia latina
(I.P. MIGNE)
SC CONCILIO VATICANO II,
Constitución Sacrosanctum Concilium
SCh Sources chrétiennes
Del "MENSAJE" de Su Santidad JUAN PABLO II
a la Asamblea Plenaria de la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
(21 de
septiembre del 2001)
2. La Sagrada Liturgia
que la Constitución
Sacrosanctum Concilium
califica como la cumbre de la vida eclesial, jamás puede reducirse a una
simple realidad estética, ni puede ser considerada como un instrumento
con fines meramente pedagógicos o ecuménicos. La celebración de los
santos misterios es, sobre todo, acción de alabanza a la soberana
majestad de Dios, Uno y Trino, y expresión querida por Dios mismo. Con
ella el hombre, personal y comunitariamente, se presenta ante Él para
darle gracias, consciente de que su mismo ser no puede alcanzar su
plenitud sin alabarlo y cumplir su voluntad, en la constante búsqueda
del Reino que está ya presente, pero que vendrá definitivamente el día
de la Parusía del Señor Jesús. La Liturgia y la vida son
realidades inseparables. Una Liturgia que no tuviera un reflejo en la
vida, se tornaría vacía y, ciertamente, no sería agradable a Dios.
3. La celebración
litúrgica es un acto de la virtud de la religión que, coherentemente con
su naturaleza, debe caracterizarse por un profundo sentido de lo
sagrado. En ella, el hombre y la comunidad han de ser conscientes de
encontrarse, en forma especial, ante Aquel que es tres veces santo y
trascendente. Por eso, la actitud apropiada no puede ser otra que una
actitud impregnada de reverencia y sentido de estupor, que brota del
saberse en la presencia de la majestad de Dios. ¿No era esto, acaso, lo
que Dios quería expresar cuando ordenó a Moisés que se quitase las
sandalias delante de la zarza ardiente? ¿No nacía, acaso, de esta
conciencia, la actitud de Moisés y de Elías, que no osaron mirar a Dios
cara a cara?
El Pueblo de Dios
necesita ver, en los sacerdotes y en los diáconos, un comportamiento
lleno de reverencia y de dignidad, que sea capaz de ayudarle a penetrar
las cosas invisibles, incluso sin tantas palabras y explicaciones. En el
Misal Romano, denominado de San Pío V, como en diversas Liturgias
orientales, se encuentran oraciones muy hermosas, con las cuales el
sacerdote expresa el más profundo sentimiento de humildad y de
reverencia delante de los santos misterios: ellas, revelan la sustancia
misma de cualquier Liturgia.
La celebración litúrgica
presidida por el sacerdote es una asamblea orante, reunida en la fe y
atenta a la Palabra de Dios. Ella tiene como finalidad primera presentar
a la Majestad divina el Sacrificio vivo, puro y santo, ofrecido sobre el
Calvario, una vez para siempre, por el Señor Jesús, que se hace presenta
cada vez que la Iglesia celebra la Santa Misa, para expresar el culto
debido a Dios, en espíritu y en verdad.
Conozco el esfuerzo
realizado por la Congregación para promover, junto con los Obispos, el
fortalecimiento de la vida litúrgica en la Iglesia. Al expresarles mi
aprecio, deseo que tan preciosa obra contribuya a que las celebraciones
sean, cada vez, más dignas y fructuosas.
4. Vuestra Plenaria ha
escogido como tema central la religiosidad, para preparar un Directorio
sobre esta materia. La religiosidad popular constituye una expresión de
la fe, que se vale de los elementos culturales de un determinado
ambiente, interpretando e interpelando la sensibilidad de los
participantes, de manera viva y eficaz.
La religiosidad popular,
que se expresa de formas diversas y diferenciadas, tiene como fuente,
cuando es genuina, la fe y debe ser, por lo tanto, apreciada y
favorecida. En sus manifestaciones más auténticas, no se contrapone a la
centralidad de la Sagrada Liturgia, sino que, favoreciendo la fe del
pueblo, que la considera como propia y natural expresión religiosa,
predispone a la celebración de los Sagrados misterios.
5. La correcta relación
entre estas dos expresiones de fe, debe tener presente algunos puntos
firmes y, entre ellos, ante todo, que la Liturgia es el centro de la
vida de la Iglesia y ninguna otra expresión religiosa puede sustituirla
o ser considerada a su nivel.
Es importante subrayar,
además, que la religiosidad popular tiene su natural culminación en la
celebración litúrgica, hacia la cual, aunque no confluya habitualmente,
debe idealmente orientarse, y ello se debe enseñar con una adecuada
catequesis.
Las expresiones de la
religiosidad popular aparecen, a veces, contaminadas por elementos no
coherentes con la doctrina católica. En esos casos, dichas
manifestaciones han de ser purificadas con prudencia y paciencia, por
medio de contactos con los responsables y una catequesis atenta y
respetuosa, a no ser que incongruencias radicales hagan necesarias
medidas claras e inmediatas.
Evaluar esto, compete en
primer lugar al Obispo diocesano, o a los Obispos de los territorios en
que se dan dichas formas de religiosidad. En este caso, es oportuno que
los Pastores confronten sus experiencias, para ofrecer orientaciones
pastorales comunes, evitando contradicciones dañinas para el pueblo
cristiano. Sin embargo, a menos que existan claros motivos contrarios,
los Obispos deben tener una actitud positiva y alentadora hacia la
religiosidad popular.
***
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO
Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS
Prot. N. 1532/00/L
Al afirmar el primado de
la liturgia, "la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y,
al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza" (Sacrosanctum
Concilium
10), el Concilio Ecuménico Vaticano II recuerda, todavía, que "la
participación en la Sagrada liturgia no abarca toda la vida espiritual"
(ibidem 12). Como alimento de la vida espiritual de los fieles
existen, de hecho, también "los ejercicios piadosos del pueblo
cristiano", especialmente aquellos recomendados por la Sede Apostólica y
practicados en las Iglesias particulares por mandato o con la aprobación
del Obispo. Al recordar la importancia de que tales expresiones
cultuales sean conformes a las leyes y a las normas de la Iglesia, los
Padres conciliares han trazado el ámbito de su comprensión teológica y
pastoral: "los ejercicios piadosos se organicen de modo que vayan de
acuerdo con la sagrada liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella
conduzcan al pueblo, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por
encima de ellos" (ibidem 13).
A la luz de tan
autorizada enseñanza y de otras intervenciones del Magisterio de la
Iglesia sobre las prácticas de piedad del pueblo cristiano, y recogiendo
las iniciativas pastorales que han surgido en estos años, la Plenaria de
la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos,
que tuvo lugar en los días 26-28 de septiembre del 2001, ha aprobado el
presente Directorio. En él se consideran, de forma orgánica, los
nexos existentes entre Liturgia y piedad popular, recordando los
principios que guían tal relación y dando orientaciones para
conseguir efectos fructíferos en las Iglesias particulares, según las
peculiares tradiciones de cada una de ellas. Por lo tanto y a título
especial, es competencia del Obispo valorar la piedad popular, cuyos
frutos han sido y son de gran valor para que se conserve la fe en el
pueblo cristiano, cultivando una actitud pastoral positiva y
estimulante, hacia ella.
Recibida la aprobación
del Sumo Pontífice JUAN PABLO II, para que este Dicasterio publique el
"Directorio sobre la piedad popular y la Liturgia. Principios y
orientaciones" (Comunicación de la Secretaría de Estado, del 14
diciembre del 2001, Prot. N. 497.514), la Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos se alegra de hacerlo público,
deseando que con este instrumento, Pastores y fieles, puedan encontrar
mejores condiciones para crecer en Cristo, por él y con él, en el
Espíritu Santo, para alabanza del Padre que está en los cielos.
Sin que obstante nada en
contra.
En la sede de la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el
17 de diciembre del 2001.
Jorge A. Card. Medina Estévez
Prefecto
Francesco Pio Tamburrino
Arzobispo Secretario
1. En el asegurar el
crecimiento y la promoción de la Liturgia, "la cumbre a la cual tiende
la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana
toda su fuerza", esta Congregación advierte la necesidad de que no sean
olvidadas otras formas de piedad del pueblo cristiano y su fructuosa
aportación para vivir unidos a Cristo, en la Iglesia, según las
enseñanzas del Concilio Vaticano II.
Después de la renovación
conciliar, la situación de la piedad popular cristiana se presenta
variada, según los países y las tradiciones locales. Se aprecian
diversos modos de presentarse, a veces en contraste, como: abandono
manifiesto y rápido de formas de piedad heredadas del pasado, dejando
vacíos no siempre colmados; aferrarse a modos imperfectos o equivocados
de devoción, que alejan de la genuina revelación bíblica y chocan con la
economía sacramental; críticas injustificadas a la piedad del pueblo
sencillo, en nombre de una presunta "pureza" de la fe; exigencia de
salvaguardar la riqueza de la piedad popular, expresión del sentir
profundo y maduro de los creyentes en un determinado lugar y tiempo;
necesidad de purificar de los equívocos y de los peligros de
sincretismo; renovada vitalidad de la religiosidad popular como
resistencia y reacción a una cultura tecnológica-pragmática y al
utilitarismo económico; caída de interés por la piedad popular,
provocada por ideologías secularizadas y por las agresiones de "sectas"
hostiles a ella.
La cuestión exige
constantemente la atención de los Obispos, presbíteros y diáconos, de
los agentes de pastoral y de los estudiosos, los cuales deben tener
especial cuidado, ya sea de la promoción de la vida litúrgica entre los
fieles, ya sea de revalorizar la piedad popular.
2. La relación entre
Liturgia y ejercicios de piedad ha sido abordada expresamente por el
Concilio Vaticano II en la Constitución sobre la sagrada Liturgia. En
diversas circunstancias, la Sede Apostólica y las Conferencias de
Obispos han afrontado más ampliamente el argumento de la piedad popular,
propuesto por la Carta Apostólica Vicesimus Quintus Annus, de
Juan Pablo II, entre las futuras tareas de renovación: "la piedad
popular no puede ser ni ignorada ni tratada con indiferencia o
desprecio, porque es rica en valores, y ya de por sí expresa la actitud
religiosa ante Dios; pero tiene necesidad de ser continuamente
evangelizada, para que la fe que expresa, llegue a ser un acto cada vez
más maduro y auténtico. Tanto los ejercicios de piedad del pueblo
cristiano, como otras formas de devoción, son acogidos y recomendados,
siempre que no sustituyan y no se mezclen con las celebraciones
litúrgicas. Una auténtica pastoral litúrgica sabrá apoyarse en las
riquezas de la piedad popular, purificarla y orientarla hacia la
Liturgia, como una ofrenda de los pueblos".
3. En el intento, por lo
tanto, de ayudar "a los Obispos, para que, además del culto litúrgico,
se incrementen y tengan en consideración las oraciones y las prácticas
de piedad del pueblo cristiano, que responden plenamente a las normas de
la Iglesia", y parece oportuno a este Dicasterio redactar el presente
Directorio, en el cual se busca considerar de forma orgánica los
nexos que existen entre Liturgia y piedad popular, recordando algunos
principios y dando indicaciones para las actuaciones prácticas.
Naturaleza y
estructura
4. El Directorio está
constituido por dos partes. La primera, denominada Líneas emergentes,
establece los elementos para realizar una armónica composición entre
culto litúrgico y piedad popular. Primero de todo, se trata la
experiencia madurada a lo largo de la historia y la determinación
sistemática de la problemática de nuestro tiempo (cap. I); se proponen
orgánicamente, por lo tanto, las enseñanzas del Magisterio, como premisa
indispensable de comunión eclesial y de acción fructífera (cap. II);
finalmente se presentan los principios teológicos a cuya luz se deben
afrontar y resolver los problemas relativos a la relación entre Liturgia
y piedad popular (cap. III). Sólo en el sabio y cuidadoso respeto de
estos presupuestos está la posibilidad de desarrollar una verdadera y
fecunda armonía. Por el contrario, el olvido de ellos desemboca en una
recíproca ignorancia estéril, en una dañina confusión o en una polémica
contraposición.
La segunda parte,
llamada Orientaciones, presenta un conjunto de propuestas
operativas, sin todavía pretender abarcar todos los usos y las prácticas
de piedad existentes en los distintos lugares. Al mencionar las
diferentes expresiones de piedad popular, no se quiere pedir su adopción
en aquellos lugares donde estas no existan. La exposición se desarrolla
con referencias a las celebraciones del Año litúrgico (cap. IV); a la
peculiar veneración que la Iglesia tributa a la Madre del Señor (cap.
V); a la devoción hacia los Ángeles, los Santos y los Beatos (cap. VI);
a los sufragios por los hermanos y hermanas difuntos (cap. VII); al
desarrollo de las peregrinaciones y a las manifestaciones de piedad en
los santuarios (cap. VIII).
En su totalidad, el
Directorio tiene la finalidad de orientar e incluso si, en algunos
casos, previene posibles abusos y desviaciones, tiene un sentido
constructivo y un tono positivo. En este contexto, las Orientaciones
ofrecen, sobre cada una de las devociones, breves noticias históricas,
recuerdan los diversos ejercicios de piedad en los cuales se expresa,
proponen las razones teológicas que les sirven de fundamento, dan
sugerencias prácticas sobre el tiempo, el lugar, el lenguaje y sobre
otros elementos, para una válida armonización entre las acciones
litúrgicas y los ejercicios de piedad.
Los destinatarios
5. Las propuestas
operativas, que se refieren solamente a la Iglesia Latina, y
principalmente al Rito Romano, se dirigen sobre todo a los Obispos, a
los cuales corresponde la tarea de presidir en las diócesis la comunidad
del culto, de incrementar la vida litúrgica y de coordinar con ella las
otras formas cultuales; también son destinatarios sus colaboradores
directos, o sea, sus Vicarios, presbíteros y diáconos, de forma especial
los Rectores de santuarios. Además, se dirigen a los Superiores mayores
de los institutos de vida consagrada, masculinos y femeninos, porque no
pocas de las manifestaciones de la piedad popular han surgido y se han
desarrollado en este ámbito, y porque de la colaboración de los
religiosos, religiosas y miembros de los institutos seculares, se puede
esperar mucho para la justa armonización legítimamente deseada.
La terminología
6. En el curso de los
siglos, las Iglesias de occidente han estado marcadas por el florecer y
enraizarse del pueblo cristiano, junto y al lado de las celebraciones
litúrgicas, de múltiples y variadas modalidades de expresar, con
simplicidad y fervor, la fe en Dios, el amor por Cristo Redentor, la
invocación del Espíritu Santo, la devoción a la Virgen María, la
veneración de los Santos, el deseo de conversión y la caridad fraterna.
Ya que el tratamiento de esta compleja materia, denominada comúnmente
"religiosidad popular" o "piedad popular", no conoce una terminología
unívoca, se impone alguna precisión. Sin la pretensión de querer dirimir
todas las cuestiones, se describe el significado usual de los términos
empleados en este documento.
Ejercicio de piedad
7. En el Directorio, el
término "ejercicio de piedad", designa aquellas expresiones públicas o
privadas de la piedad cristiana que, aun no formando parte de la
Liturgia, están en armonía con ella, respetando su espíritu, las normas,
los ritmos; por otra parte, de la Liturgia extraen, de algún modo, la
inspiración y a ella deben conducir al pueblo cristiano. Algunos
ejercicios de piedad se realizan por mandato de la misma Sede
Apostólica, otros por mandato de los Obispos; muchos forman parte de las
tradiciones cultuales de las Iglesias particulares y de las familias
religiosas. Los ejercicios de piedad tienen siempre una referencia a la
revelación divina pública y un trasfondo eclesial: se refieren siempre,
de hecho, a la realidad de gracia que Dios ha revelado en Cristo Jesús
y, conforme a las "normas y leyes de la Iglesia" se desarrollan "según
las costumbres o los libros legítimamente aprobados".
Devociones
8. En nuestro ámbito, el
término viene usado para designar las diversas prácticas exteriores (por
ejemplo: textos de oración y de canto; observancias de tiempos y visitas
a lugares particulares, insignias, medallas, hábitos y costumbres), que,
animados de una actitud interior de fe, manifiestan un aspecto
particular de la relación del fiel con las Divinas Personas, o con la
Virgen María en sus privilegios de gracia y en los títulos que lo
expresan, o con los Santos, considerados en su configuración con Cristo
o en su misión desarrollada en la vida de la Iglesia.
Piedad popular
9. El término "piedad
popular", designa aquí las diversas manifestaciones cultuales, de
carácter privado o comunitario, que en el ámbito de la fe cristiana se
expresan principalmente, no con los modos de la sagrada Liturgia, sino
con las formas peculiares derivadas del genio de un pueblo o de una
etnia y de su cultura.
La piedad popular,
considerada justamente como un "verdadero tesoro del pueblo de Dios",
"manifiesta una sed de Dios que sólo los sencillos y los pobres pueden
conocer; vuelve capaces de generosidad y de sacrificio hasta el
heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe; comporta un sentimiento
vivo de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia,
la presencia amorosa y constante; genera actitudes interiores, raramente
observadas en otros lugares, en el mismo grado: paciencia, sentido de la
cruz en la vida cotidiana, desprendimiento, apretura a los demás,
devoción".
Religiosidad popular
10. La realidad indicada
con la palabra "religiosidad popular", se refiere a una experiencia
universal: en el corazón de toda persona, como en la cultura de todo
pueblo y en sus manifestaciones colectivas, está siempre presente una
dimensión religiosa. Todo pueblo, de hecho, tiende a expresar su visión
total de la trascendencia y su concepción de la naturaleza, de la
sociedad y de la historia, a través de mediaciones cultuales, en una
síntesis característica, de gran significado humano y espiritual.
La religiosidad popular
no tiene relación, necesariamente, con la revelación cristiana. Pero en
muchas regiones, expresándose en una sociedad impregnada de diversas
formas de elementos cristianos, da lugar a una especie de "catolicismo
popular", en el cual coexisten, más o menos armónicamente, elementos
provenientes del sentido religioso de la vida, de la cultura propia de
un pueblo, de la revelación cristiana.
Algunos principios
Para introducir en una
visión de conjunto, se presenta aquí brevemente cuanto se expone
ampliamente y se explica en el presente Directorio.
El primado de la
Liturgia
11. La historia enseña
que, en ciertas épocas, la vida de fe ha sido sostenida por formas y
prácticas de piedad, con frecuencia sentidas por los fieles como más
incisivas y atrayentes que las celebraciones litúrgicas. En verdad,
"toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su
Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya
eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna
otra acción de la Iglesia". Debe ser superado, por lo tanto, el equívoco
de que la Liturgia no sea "popular": la renovación conciliar ha querido
promover la participación del pueblo en las celebraciones litúrgicas,
favoreciendo modos y lugares (cantos, participación activa, ministerios
laicos...) que, en otros tiempos han suscitado oraciones alternativas o
sustitutivas de la acción litúrgica.
La excelencia de la
Liturgia respecto a toda otra posible y legítima forma de oración
cristiana, debe encontrar acogida en la conciencia de los fieles: si las
acciones sacramentales son necesarias para vivir en Cristo, las
formas de la piedad popular pertenecen, en cambio, al ámbito de lo
facultativo. Prueba venerable es el precepto de participar a la Misa
dominical, mientras que ninguna obligación ha afectado jamás a los píos
ejercicios, por muy recomendados y difundidos, los cuales pueden, no
obstante, ser asumidos con carácter obligatorio por una comunidad o un
fiel particular.
Esto pide la formación
de los sacerdotes y los fieles, a fin que se dé la preeminencia a la
oración litúrgica y al año litúrgico, sobre toda otra práctica de
devoción. En todo caso, esta obligada preeminencia no puede comprenderse
en términos de exclusión, contraposición o marginación.
Valoraciones y
renovación
12. La libertad frente a
los ejercicios de piedad, no debe significar, por lo tanto, escasa
consideración ni desprecio de los mismos. La vía a seguir es la de
valorar correcta y sabiamente las no escasas riquezas de la piedad
popular, las potencialidades que encierra, la fuerza de vida cristiana
que puede suscitar.
Siendo el Evangelio la
medida y el criterio para valorar toda forma de expresión – antigua y
nueva – de la piedad cristiana, a la valoración de los ejercicios de
piedad y de las prácticas de devoción debe unirse una tarea de
purificación, algunas veces necesaria, para conservar la justa
referencia al misterio cristiano. Es válido para la piedad popular
cuanto se afirma para la Liturgia cristiana, o sea, que "no puede en
absoluto acoger ritos de magia, de superstición, de espiritismo, de
venganza o que tengan connotaciones sexuales".
En tal sentido se
comprende que la renovación querida por el Concilio Vaticano II para la
liturgia debe, de algún modo, inspirar también la correcta valoración y
la renovación de los ejercicios de piedad y las prácticas de devoción.
En la piedad popular debe percibirse: la inspiración bíblica,
siendo inaceptable una oración cristiana sin referencia, directa o
indirecta, a las páginas bíblicas; la inspiración litúrgica,
desde el momento que dispone y se hace eco de los misterios celebrados
en las acciones litúrgicas; una inspiración ecuménica, esto es,
la consideración de sensibilidades y tradiciones cristianas diversas,
sin por esto caer en inhibiciones inoportunas; la inspiración
antropológica, que se expresa, ya sea en conservar símbolos y
expresiones significativas para un pueblo determinado, evitando, sin
embargo, el arcaísmo carente de sentido, ya sea en el esfuerzo por
dialogar con la sensibilidad actual. Para que resulte fructuosa, tal
renovación debe estar llena de sentido pedagógico y realizada con
gradualidad, teniendo en cuenta los diversos lugares y circunstancias.
Distinciones y
armonía con la Liturgia
13. La diferencia
objetiva entre los ejercicios de piedad y las prácticas de devoción
respecto de la Liturgia debe hacerse visible en las expresiones
cultuales. Esto significa que no pueden mezclarse las fórmulas propias
de los ejercicios de piedad con las acciones litúrgicas; los actos de
piedad y de devoción encuentran su lugar propio fuera de la celebración
de la Eucaristía y de los otros sacramentos.
De una parte, se debe
evitar la superposición, ya que el lenguaje, el ritmo, el desarrollo y
los acentos teológicos de la piedad popular se diferencian de los
correspondientes de las acciones litúrgicas. Igualmente se debe superar,
donde se da el caso, la concurrencia o la contraposición con las
acciones litúrgicas: se debe salvaguardar la precedencia propia del
domingo, de las solemnidades, de los tiempos y días litúrgicos.
Por otra parte, hay que
evitar añadir modos propios de la "celebración litúrgica" a los
ejercicios de piedad, que deben conservar su estilo, su simplicidad y su
lenguaje característico.
El lenguaje de la
piedad popular
14. El lenguaje verbal y
gestual de la piedad popular, aunque conserve la simplicidad y la
espontaneidad de expresión, debe siempre ser cuidado, de modo que
permita manifestar, en todo caso, junto a la verdad de la fe, la
grandeza de los misterios cristianos.
Los gestos
15. Una gran variedad y
riqueza de expresiones corpóreas, gestuales y simbólicas, caracteriza la
piedad popular. Su puede pensar, por ejemplo, en el uso de besar o tocar
con la mano las imágenes, los lugares, las reliquias y los objetos
sacros; las iniciativas de peregrinaciones y procesiones; el recorrer
etapas de camino o hacer recorridos "especiales" con los pies descalzos
o de rodillas; el presentar ofrendas, cirios o exvotos; vestir hábitos
particulares; arrodillarse o postrarse; llevar medallas e insignias...
Similares expresiones, que se trasmiten desde siglos, de padres a hijos,
son modos directos y simples de manifestar externamente el sentimiento
del corazón y el deseo de vivir cristianamente. Sin este componente
interior existe el riesgo de que los gestos simbólicos degeneren en
costumbres vacías y, en el peor de los casos, en la superstición.
Los textos y las
fórmulas
16. Aunque redactados
con un lenguaje, por así decirlo, menos riguroso que las oraciones de la
Liturgia, los textos de oración y las fórmulas de devoción deben
encontrar su inspiración en las páginas de la Sagrada Escritura, en la
Liturgia, en los Padres y en el Magisterio, concordando con la fe de la
Iglesia. Los textos estables y públicos de oraciones y de actos de
piedad deben llevar la aprobación del Ordinario del lugar.
El canto y la música
17. También el canto,
expresión natural del alma de un pueblo, ocupa una función de relieve en
la piedad popular. El cuidado en conservar la herencia de los cantos
recibidos de la tradición debe conjugarse con el sentido bíblico y
eclesial, abierto a la necesidad de revisiones o de nuevas
composiciones.
El canto se asocia
instintivamente, en algunos pueblos, con el tocar las palmas, el
movimiento rítmico del cuerpo o pasos de danza. Tales formas de expresar
el sentimiento interior, forman parte de la tradición popular,
especialmente con ocasión de las fiestas de los santos Patronos; es
claro que deben ser manifestaciones de verdadera oración común y no un
simple espectáculo. El hecho de que sean habituales en determinados
lugares, no significa que se deba animar a su extensión a otros lugares,
en los cuales no serían connaturales.
Las imágenes
18. Una expresión de
gran importancia en el ámbito de la piedad popular es el uso de las
imágenes sagradas que, según los cánones de la cultura y la
multiplicidad de las artes, ayudan a los fieles a colocarse delante de
los misterios de la fe cristiana. La veneración por las imágenes
sagradas pertenece, de hecho, a la naturaleza de la piedad católica: es
un signo el gran patrimonio artístico, que se puede encontrar en
iglesias y santuarios, a cuya formación ha contribuido frecuentemente la
devoción popular.
Es válido el principio
relativo al empleo litúrgico de las imágenes de Cristo, de la Virgen y
de los Santos, tradicionalmente afirmado y defendido por la Iglesia,
consciente de que "los honores tributados a las imágenes se dirige a las
personas representadas". El necesario rigor, pedido para las imágenes de
las iglesias - respecto de la verdad de la fe, de su jerarquía, belleza
y calidad – debe poder encontrarse, también en las imágenes y objetos
destinados a la devoción privada y personal.
Puesto que la
iconografía de los edificios sagrados no se deja a la iniciativa
privada, los responsables de las iglesias y oratorios deben tutelar la
dignidad, belleza y calidad de las imágenes expuestas a la pública
veneración, para impedir que los cuadros o las imágenes inspirados por
la devoción privada sean impuestos, de hecho, a la veneración común.
Los Obispos, como
también los rectores de santuarios, vigilen para que las imágenes
sagradas reproducidas muchas veces para uso de los fieles, para ser
expuestas en sus casas, llevadas al cuello o guardadas junto a uno, no
caigan nunca en la banalidad ni induzcan a error.
Los lugares
19. Junto a la
iglesia, la piedad popular tiene un espacio expresivo de importancia
en el santuario – algunas veces no es una iglesia -,
frecuentemente caracterizado por peculiares formas y prácticas de
devoción, entre las cuales destaca la peregrinación. Al lado de tales
lugares, manifiestamente reservados a la oración comunitaria y privada,
existen otros, no menos importantes, como la casa, los
ambientes de vida y de trabajo; en algunas ocasiones, también las
calles y las plazas se convierten en espacios de
manifestación de la fe.
Los tiempos
20. El ritmo marcado por
el alternarse del día y de la noche, de los meses, del cambio de las
estaciones, está acompañado de variadas expresiones de la piedad
popular. Esta se encuentra ligada, igualmente, a días particulares,
marcados por acontecimientos alegres o tristes de la vida personal,
familiar, comunitaria. Después, es sobre todo la "fiesta", con sus días
de preparación, la que hace sobresalir las manifestaciones religiosas
que han contribuido a forjar la tradición peculiar de una determinada
comunidad.
Responsabilidad y
competencia
21. Las manifestaciones
de la piedad popular están bajo la responsabilidad del Ordinario del
lugar: a él compete su reglamentación, animarlas en su función de ayuda
a los fieles para la vida cristiana, purificarlas donde es necesario y
evangelizarlas; vigilar que no sustituyan ni se mezclen con las
celebraciones litúrgicas; aprobar los textos de oraciones y de formulas
relacionadas con actos públicos de piedad y prácticas de devoción. Las
disposiciones dadas por un Ordinario para el propio territorio de
jurisdicción, conciernen, de por sí, a la Iglesia particular confiada a
él.
Por lo tanto, cada fiel
- clérigos y laicos - así como grupos particulares evitarán proponer
públicamente textos de oraciones, fórmulas e iniciativas subjetivamente
válidas, sin el consentimiento del Ordinario.
Según las normas de la
ya citada Constitución
Pastor Bonus,
n. 70, es tarea de esta Congregación ayudar a los Obispos en materia de
oración y prácticas de piedad del pueblo cristiano, así como dar
disposiciones al respecto, en los casos que van más allá de los confines
de una Iglesia particular y cuando se impone un proveimiento
subsidiario.
***
LÍNEAS EMERGENTES
DE LA HISTORIA, DEL MAGISTERIO, DE LA TEOLOGÍA
LITURGIA Y PIEDAD POPULAR A LA LUZ DE LA HISTORIA
Liturgia y piedad
popular en el curso de los siglos
22. Las relaciones entre
Liturgia y piedad popular son antiguas. Es necesario, por lo tanto,
proceder en primer lugar a un reconocimiento, aunque sea rápido, del
modo en que estas han sido vistas, en el curso de los siglos. Se verán,
en no pocos casos, inspiraciones y sugerencias para resolver las
cuestiones que se plantean en nuestro tiempo.
La Antigüedad
cristiana
23. En la época
apostólica y postapostólica se encuentra una profunda fusión entre las
expresiones cultuales que hoy llamamos, respectivamente, Liturgia y
piedad popular. Para las más antiguas comunidades cristianas, la única
realidad que contaba era Cristo (cf. Col 2, 16), sus palabras de vida
(cf. Jn 6, 63), su mandamiento de amor mutuo (cf. Jn 13, 34), las
acciones rituales que él ha mandado realizar en memoria suya (cf. 1 Cor
11, 24-26). Todo el resto – días y meses, estaciones y años, fiestas y
novilunios, alimentos y bebidas ... (cf. Gal 4, 10; Col 2, 16-19) – es
secundario.
En la primitiva
generación cristiana se pueden ya individuar los signos de una piedad
personal, proveniente en primer lugar de la tradición judaica, como el
seguir las recomendaciones y el ejemplo de Jesús y de San Pablo sobre la
oración incesante (cf. Lc 18, 1; Rm 12, 12; 1 Tes 5, 17), recibiendo o
iniciando cada cosa con una acción de gracias (cf. 1 Cor 10, 31; 1 Tes
2, 13; Col 3, 17). El israelita piadoso comenzaba la jornada alabando y
dando gracias a Dios, y proseguía, con este espíritu, en todas las
acciones del día; de tal manera, cada momento alegre o triste, daba
lugar a una expresión de alabanza, de súplica, de arrepentimiento. Los
Evangelios y los otros escritos del Nuevo Testamento contienen
invocaciones dirigidas a Jesús, repetidas por los fieles casi como
jaculatorias, fuera del contexto litúrgico y como signo de devoción
cristológica. Hace pensar que fuese común entre los fieles la repetición
de expresiones bíblicas como: "Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí"
(Lc 18, 38); "Señor, si quieres puedes sanarme" (Mt 8, 1); "Jesús,
acuérdate de mí cuando entres en tu reino" (Lc 23, 42); "Señor mío y
Dios mío" (Jn 20, 28); "Señor Jesús, acoge mi espíritu" (Hch 7, 59).
Sobre el modelo de esta piedad se desarrollarán innumerables oraciones
dirigidas a Cristo, de los fieles de todos los tiempos.
Desde el siglo II, se
observa que formas y expresiones de la piedad popular, sean de origen
judaico, sean de matriz greco-romana, o de otras culturas, confluyen
espontáneamente en la Liturgia. Se ha subrayado, por ejemplo, que en el
documento conocido como Traditio apostólica no son infrecuentes
los elementos de raíz popular.
Así también, en el culto
de los mártires, de notable relevancia en las Iglesias locales, se
pueden encontrar restos de usos populares relativos al recuerdo de los
difuntos. Trazas de piedad popular se notan también en algunas
primitivas expresiones de veneración a la Bienaventurada Virgen, entre
las que se recuerda la oración Sub tuum praesidium y la
iconografía mariana de las catacumbas de Priscila, en Roma.
La Iglesia, por lo
tanto, aunque rigurosa en cuanto se refiere a las condiciones interiores
y a los requisitos ambientales para una digna celebración de los divinos
misterios (cf. 1 Cor 11, 17-32), no duda en incorporar ella misma, en
los ritos litúrgicos, formas y expresiones de la piedad individual,
doméstica y comunitaria.
En esta época, Liturgia
y piedad popular no se contraponen ni conceptualmente ni pastoralmente:
concurren armónicamente a la celebración del único misterio de Cristo,
unitariamente considerado, y al sostenimiento de la vida sobrenatural y
ética de los discípulos del Señor.
24. A partir del siglo
IV, también por la nueva situación político-social en que comienza a
encontrarse la Iglesia, la cuestión de la relación entre expresiones
litúrgicas y expresiones de piedad popular se plantea en términos no
sólo de espontánea convergencia sino también de consciente adaptación y
enculturación.
Las diversas Iglesias
locales, guiadas por claras intenciones evangelizadoras y pastorales, no
desdeñan asumir en la Liturgia, debidamente purificadas, formas
cultuales solemnes y festivas, provenientes del mundo pagano, capaces de
conmover los ánimos y de impresionar la imaginación, hacia las cuales el
pueblo se sentía atraído. Tales formas, puestas al servicio del misterio
del culto, no aparecían como contrarias ni a la verdad del Evangelio ni
a la pureza del genuino culto cristiano. E incluso se revelaba que sólo
en el culto dado a Cristo, verdadero Dios y verdadero Salvador,
resultaban verdaderas muchas expresiones cultuales que, derivadas del
profundo sentido religioso del hombre, eran tributadas a falsos dioses y
falsos salvadores.
25. En los siglos IV-V
se hace más notable el sentido de lo sagrado, referido al tiempo y a los
lugares. Para el primero, las Iglesias locales, además de señalar los
datos neotestamentarios relativos al "día del Señor", a las festividades
pascuales, a los tiempos de ayuno (cf. Mc 2, 18-22), establecen días
particulares para celebrar algunos misterios salvíficos de Cristo, como
la Epifanía, la Navidad, la Ascensión; para honrar la memoria de los
mártires en su dies natalis; para recordar el transito de sus
Pastores, en el aniversario del dies depositionis; para celebrar
algunos sacramentos o asumir compromisos de vida solemnes. Mediante la
consagración de un lugar, en el que se convoca a la comunidad para
celebrar los divinos misterios y la alabanza al Señor, algunas veces
sustraídos al culto pagano o simplemente profano, viene dedicado
exclusivamente al culto divino y se convierte, por la misma disposición
de los espacios arquitectónicos, en un reflejo del misterio de Cristo y
una imagen de la Iglesia celebrante.
26. En esta época,
madura el proceso de formación y la diferenciación consiguiente de las
diversas familias litúrgicas. Las Iglesias metropolitanas más
importantes, por motivos de lengua, tradición teológica, sensibilidad
espiritual y contexto social, celebran el único culto del Señor según
las propias modalidades culturales y populares. Esto conduce
progresivamente a la creación de sistemas litúrgicos dotados de un
estilo celebrativo particular y un conjunto propio de textos y ritos. No
carece de interés el poner de manifiesto que en la formación de los
ritos litúrgicos, también en los periodos reconocidos como de su máximo
esplendor, los elementos populares no son algo extraño.
Por otra parte, los
Obispos y los Sínodos regionales intervienen en la organización del
culto estableciendo normas, velando sobre la corrección doctrinal de los
textos y sobre su belleza formal, valorando la estructura de los ritos.
Estas intervenciones dan lugar a la instauración de un régimen litúrgico
con formas fijas, en el cual se reduce la creatividad original, que sin
embargo no era arbitrariedad. En esto, algunos expertos encuentran una
de las causas de la futura proliferación de textos para la piedad
privada y popular.
27. Se suele señalar el
pontificado de San Gregorio Magno (590-604), pastor y liturgista
insigne, como punto de referencia ejemplar de una relación fecunda entre
Liturgia y piedad popular. Este Pontífice desarrolla una intensa
actividad litúrgica, para ofrecer al pueblo romano, mediante la
organización de procesiones, estaciones y rogativas, unas estructuras
que respondan a la sensibilidad popular, y que al mismo tiempo estén
claramente en el ámbito de la celebración de los misterios divinos; da
sabias directrices para que la conversión de los nuevos pueblos al
Evangelio no se realice con perjuicio de sus tradiciones culturales, de
manera que la misma Liturgia se vea enriquecida con nuevas y legítimas
expresiones culturales; armoniza las nobles expresiones del genio
artístico con las expresiones más humildes de la sensibilidad popular;
asegura el sentido unitario del culto cristiano, al cimentarlo
sólidamente en la celebración de la Pascua, aunque los diversos eventos
del único misterio salvífico – como la Navidad, la Epifanía, la
Ascensión...-se celebren de manera particular y se desarrollen las
memorias de los Santos.
La Edad Media
28. En el Oriente
cristiano, especialmente en el área bizantina, la edad media se presenta
como el periodo de lucha contra la herejía iconoclasta, dividida en dos
fases (725-787 y 815-843), periodo clave para el desarrollo de la
Liturgia, de comentarios clásicos sobre la Liturgia Eucarística y de la
iconografía propia de los edificios de culto.
En el campo litúrgico se
enriquece considerablemente el patrimonio himnográfico y los ritos
adquieren su forma definitiva. La Liturgia refleja la visión simbólica
del universo y la concepción jerárquica y sagrada del mundo. En ella
convergen las instancias de la sociedad cristiana, los ideales y las
estructuras del monacato, las aspiraciones populares, las intuiciones de
los místicos y las reglas de los ascetas.
Una vez superada la
crisis iconoclasta con el decreto De sacris imaginibus del
Concilio ecuménico de Nicea II (787), victoria consolidada en el
"Triunfo de la Ortodoxia" (843), la iconografía se desarrolla, se
organiza de manera definitiva y recibe una legitimación doctrinal. El
mismo icono, hierático, con gran valor simbólico, es por sí mismo parte
de la celebración litúrgica: refleja el misterio celebrado, constituye
una forma de presencia permanente de dicho misterio, y lo propone al
pueblo fiel.
29. En Occidente, el encuentro del
cristianismo con los nuevos pueblos, especialmente celtas, visigodos,
anglosajones, francogermanos, realizado ya en el siglo V, da lugar en la
alta Edad Media a un proceso de formación de nuevas culturas y de nuevas
instituciones políticas y civiles.
En el amplio marco de
tiempo que va desde el siglo VII hasta la mitad del siglo XV se
determina y acentúa progresivamente la diferencia entre Liturgia y
piedad popular, hasta el punto de crearse un dualismo celebrativo:
paralelamente a la liturgia, celebrada en lengua latina, se desarrolla
una piedad popular comunitaria, que se expresa en lengua vernácula.
30. Entre las causas que
en este periodo han determinado dicho dualismo, se pueden indicar:
- la idea de que la
Liturgia es competencia de los clérigos, mientras que los laicos son
espectadores;
- la clara
diferenciación de las funciones en la sociedad cristiana - clérigos,
monjes, laicos - da lugar a formas y estilos diferentes de oración;
- la consideración
distinta y particularizada, en el ámbito litúrgico e iconográfico, de
los diversos aspectos del único misterio de Cristo; por una parte es una
expresión de atento cariño a la vida y la obra del Señor, pero por otra
parte no facilita la percepción explícita de la centralidad de la
Pascua, y favorece la multiplicación de momentos y formas celebrativas
de carácter popular;
- el conocimiento
insuficiente de las Escrituras no sólo por los laicos, sino también por
parte de muchos clérigos y religiosos, hace difícil acceder a la clave
indispensable para comprender la estructura y el lenguaje simbólico de
la Liturgia;
- la difusión, por el
contrario, de la literatura apócrifa, llena de narraciones de milagros y
de episodios anecdóticos, que ejerce un influjo notable sobre la
iconografía, y al despertar la imaginación de los fieles, capta su
atención;
- la escasez de
predicación de tipo homilético, la práctica desaparición de la
mistagogia, y la formación catequética insuficiente, por lo cual la
celebración litúrgica se mantiene cerrada a la comprensión y a la
participación activa de los fieles, los cuales buscan formas y momentos
cultuales alternativos;
- la tendencia al
alegorismo, que, al incidir excesivamente en la interpretación de los
textos y de los ritos, desvía a los fieles de la comprensión de la
verdadera naturaleza de la Liturgia;
- la recuperación de
formas y estructuras expresivas populares, casi como reacción
inconsciente ante una Liturgia que se ha hecho, por muchas motivos,
incomprensible y distante para el pueblo.
31. En la Edad Media
surgieron y se desarrollaron muchos movimientos espirituales y
asociaciones con diversa configuración jurídica y eclesial, cuya vida y
actividades tuvieron un influjo notable en el modo de plantear las
relaciones entre Liturgia y piedad popular.
Así, por ejemplo, las
nuevas órdenes religiosas de vida evangélico-apostólica, dedicadas a la
predicación, adoptaron formas de celebración más sencillas, en
comparación con las monásticas, y más cercanas al pueblo y a sus formas
de expresión. Y, por otra parte, favorecieron la aparición de ejercicios
de piedad, mediante los cuales expresaban su carisma y lo transmitían a
los fieles.
Las hermandades
religiosas, nacidas con fines cultuales y caritativos, y las
corporaciones laicas, constituidas con una finalidad profesional, dan
origen a una cierta actividad litúrgica de carácter popular: erigen
capillas para sus reuniones de culto, eligen un Patrono y celebran su
fiesta, no raramente componen, para uso propio, pequeños oficios y otros
formularios de oración en los que se manifiesta el influjo de la
Liturgia y al mismo tiempo la presencia de elementos que provienen de la
piedad popular.
A su vez las escuelas de
espiritualidad, convertidas en punto de referencia importante para la
vida eclesial, inspiran planteamientos existenciales y modos de
interpretar la vida en Cristo y en el Espíritu Santo, que influyen no
poco sobre algunas opciones celebrativas (por ejemplo, los episodios de
la Pasión de Cristo) y son el fundamento de muchos ejercicios de piedad.
Y además, la sociedad
civil, que se configura de manera ideal como una societas christiana,
conforma algunas de sus estructuras según los usos eclesiales, y a veces
amolda los ritmos de la vida a los ritmos litúrgicos; por lo cual, por
ejemplo, el toque de las campanas por la tarde es al mismo tiempo, un
aviso a los ciudadanos para que regresen de las labores del campo a la
ciudad y una invitación para que saluden a la Virgen.
32. Así pues, a lo largo
de toda la Edad Media, progresivamente nacen y se desarrollan muchas
expresiones de piedad popular, de las cuales no pocas han llegado a
nuestros días:
- se organizan
representaciones sagradas que tienen por objeto los misterios celebrados
durante el año litúrgico, sobre todo los acontecimientos salvíficos de
la Navidad de Cristo y de su Pasión, Muerte y Resurrección;
- nace la poesía en
lengua vernácula que, al emplearse ampliamente en el campo de la piedad
popular, favorece la participación de los fieles
- aparecen formas
devocionales alternativas o paralelas a algunas expresiones litúrgicas;
así, por ejemplo, la infrecuencia de la comunión eucarística se compensa
con formas diversas de adoración al Santísimo Sacramento; en la baja
Edad Media la recitación del Rosario tiende a sustituir la del Salterio;
los ejercicios de piedad realizados el Viernes Santo en honor de la
Pasión del Señor sustituyen, para muchos fieles, la acción litúrgica
propia de ese día;
- se incrementan las
formas populares del culto a la Virgen Santísima y a los Santos:
peregrinaciones a los santos lugares de Palestina y a las tumbas de los
Apóstoles y de los mártires, veneración de las reliquias, súplicas
litánicas, sufragios por los difuntos;
- se desarrollan
considerablemente los ritos de bendición en los cuales, junto con
elementos de fe cristiana auténtica, aparecen otros que son reflejo de
una mentalidad naturalista y de creencias y prácticas populares
precristianas;
- se constituyen núcleos
de "tiempos sagrados" con un fondo popular que se sitúan al margen del
año litúrgico: días de fiesta sacro-profanos, triduos, septenarios,
octavarios, novenas, meses dedicados a particulares devociones
populares.
33. En la Edad Media, la
relación entre Liturgia y piedad popular es constante y compleja. En
dicha época se puede notar un doble movimiento: la Liturgia inspira y
fecunda expresiones de la piedad popular; a la inversa, formas de la
piedad popular se reciben e integran en la Liturgia. Esto sucede, sobre
todo, en los ritos de consagración de personas, de colación de
ministerios, de dedicación de lugares, de institución de fiestas y en el
variado campo de las bendiciones.
Sin embargo se mantiene
el fenómeno de un cierto dualismo entre Liturgia y piedad popular. Hacia
el final de la Edad Media, ambas pasan por un periodo de crisis: en la
Liturgia por la ruptura de la unidad cultual, elementos secundarios
adquieren una importancia excesiva en detrimento de los elementos
centrales; en la piedad popular, por la falta de una catequesis
profunda, las desviaciones y exageraciones amenazan la correcta
expresión del culto cristiano.
La Época Moderna
34. En sus inicios, la
época moderna no aparece muy favorable para alcanzar una solución
equilibrada en las relaciones entre Liturgia y piedad popular. Durante
la segunda mitad del siglo XV la devotio moderna, que contó con
insignes maestros de vida espiritual y que alcanzó una notable difusión
entre clérigos y laicos cultos, favorece la aparición de ejercicios de
piedad con un fondo meditativo y afectivo, cuyo punto de referencia
principal es la humanidad de Cristo – los misterios de su infancia, de
la vida oculta, de la Pasión y muerte -. Pero la primacía concedida a la
contemplación y la valoración de la subjetividad, unidas a un cierto
pragmatismo ascético, que exalta el esfuerzo humano, hacen que la
Liturgia no aparezca, a los ojos de los hombres y mujeres de gran
ascendiente espiritual, como fuente primaria de la vida cristiana.
35. Se considera
expresión característica de la devotio moderna, la célebre obra
De imitatione Christi que ha tenido un influjo extraordinario y
beneficioso en muchos discípulos del Señor, deseosos de alcanzar la
perfección cristiana. El De imitatione Christi orienta a los
fieles hacia un tipo de piedad más bien individual, en el cual se
acentúa la separación del mundo y la invitación a escuchar la voz del
Maestro interior; los aspectos comunitarios y eclesiales de la oración y
los elementos de la espiritualidad litúrgica parecen, en cambio, más
limitados.
En los ambientes en los
que se cultiva la devotio moderna, se suelen encontrar con
facilidad ejercicios de piedad bellamente compuestos, expresiones
cultuales de personas sinceramente devotas, pero no siempre se puede
encontrar una valoración plena de la celebración litúrgica.
36. Entre el final del
siglo XV y el inicio del siglo XVI, por los descubrimientos geográficos
– en África, en América, y posteriormente en el Extremo Oriente -, se
plantea de una manera nueva la cuestión de las relaciones entre Liturgia
y piedad popular.
La labor de
evangelización y de catequesis en países lejanos del centro cultural y
cultual del rito romano se realiza mediante el anuncio de la Palabra y
la celebración de los sacramentos (cfr. Mt 28,19), pero también mediante
ejercicios de piedad propagados por los misioneros.
Así pues, los ejercicios
de piedad se convierten en un medio para transmitir el mensaje
evangélico, y, posteriormente, para conservar la fe cristiana. Debido a
las normas que tutelaban la Liturgia romana, parece que fue escaso el
influjo recíproco entre la Liturgia y la cultura autóctona (aunque se
dio, en cierta medida, en las Reducciones del Paraguay). El
encuentro con dicha cultura se producirá con facilidad, en cambio, en el
ámbito de la piedad popular.
37. En los comienzos del
siglo XVI, entre los hombres más preocupados por una auténtica reforma
de la Iglesia, hay que recordar a los monjes camaldulenses Pablo
Justiniani y Pedro Querini, autores de un Libellus ad Leonem X,
que contenía indicaciones importantes para revitalizar la Liturgia y
para abrir sus tesoros a todo el pueblo de Dios: formación, sobre todo
bíblica, del clero y de los religiosos; el uso de la lengua vernácula en
la celebración de los misterios sagrados; la reordenación de los libros
litúrgicos; la eliminación de los elementos espurios, tomados de una
piedad popular incorrecta; la catequesis, encaminada también a comunicar
a los fieles el valor de la Liturgia.
38. Poco después de la
clausura del Concilio Lateranense V (16 de Marzo de 1517), que emanó
algunas disposiciones para educar a los jóvenes en la Liturgia, comenzó
la crisis por el nacimiento del protestantismo, cuyos iniciadores
pusieron no pocas objeciones a los puntos esenciales de la doctrina
católica sobre los sacramentos y sobre el culto de la Iglesia, incluida
la piedad popular.
El Concilio de Trento
(1545-1563), convocado para hacer frente a la situación producida en el
pueblo de Dios con la propagación del movimiento protestante, tuvo que
ocuparse, en sus tres fases, de cuestiones referentes a la Liturgia y a
la piedad popular, tanto bajo el aspecto doctrinal como cultual. Sin
embargo, dado el contexto histórico y la índole dogmática de los temas
que debía tratar, afrontó las cuestiones de tipo litúrgico-sacramental
desde un punto de vista preferentemente doctrinal: lo hizo con un
planteamiento de denuncia de los errores y de condena de los abusos, de
defensa de la fe y de la tradición litúrgica de la Iglesia; mostrando
interés también por los problemas referidos a la formación litúrgica del
pueblo, proponiendo mediante el decreto De reformatione generali
un programa pastoral y encomendando su aplicación a la Sede Apostólica y
a los Obispos.
39. Conforme a las
disposiciones conciliares muchas provincias eclesiásticas celebraron
sínodos, en los cuales es clara la preocupación por conducir a los
fieles a una participación eficaz en las celebraciones de los misterios
sagrados. A su vez los Romanos Pontífices emprendieron una amplia
reforma litúrgica: en un tiempo relativamente breve, del 1568 al 1614,
se revisaron el Calendario y los libros del Rito romano y en el 1588 se
creó la Sagrada Congregación de Ritos para la custodia y la recta
ordenación de las celebraciones litúrgicas de la Iglesia romana. Como
elemento de formación litúrgico pastoral hay que notar la función del
Catechismus ad parochos.
40. De la reforma
realizada después del Concilio de Trento se siguieron múltiples
beneficios para la Liturgia: se recondujeron a la "antigua norma de los
Santos Padres", aunque con las limitaciones de los conocimientos
científicos de la época, no pocos ritos; se eliminaron elementos y
añadidos extraños a la Liturgia, demasiado ligados a la sensibilidad
popular; se controló el contenido doctrinal de los textos, de manera que
reflejaran la pureza de la fe; se consiguió una notable unidad ritual en
el ámbito de la Liturgia romana, que adquirió nuevamente dignidad y
belleza.
Sin embargo se
produjeron también, indirectamente, algunas consecuencias negativas: la
Liturgia adquirió, al menos en apariencia, una rigidez que derivaba más
de la ordenación de las rúbricas que de su misma naturaleza; y en su
sujeto agente parecía algo casi exclusivamente jerárquico; esto reforzó
el dualismo que ya existía entre Liturgia y piedad popular.
41. La Reforma católica,
en su esfuerzo positivo de renovación doctrinal, moral e institucional
de la Iglesia y en su intento de contrarrestar el desarrollo del
protestantismo, favoreció en cierto modo la afirmación de la compleja
cultura barroca. Esta, a su vez, tuvo un influjo considerable en las
expresiones literarias, artísticas y musicales de la piedad católica.
En la época
postridentina la relación entre Liturgia y piedad popular adquiere
nuevas connotaciones: la Liturgia entra en un periodo de uniformidad
sustancial y de un carácter estático persistente; frente a ella, la
piedad popular experimenta un desarrollo extraordinario.
Dentro de unos límites,
determinados por la necesidad de evitar la aparición de formas
exageradas o fantasiosas, la Reforma católica favoreció la creación y
difusión de los ejercicios de piedad, que resultaron un medio importante
para la defensa de la fe católica y para alimentar la piedad de los
fieles. Se puede citar, por ejemplo, el desarrollo de las cofradías
dedicadas a los misterios de la Pasión del Señor, a la Virgen María y a
los Santos, que tenían como triple finalidad la penitencia, la formación
de los laicos y las obras de caridad. Esta piedad popular propició la
creación de bellísimas imágenes, llenas de sentimiento, cuya
contemplación continúa nutriendo la fe y la experiencia religiosa de los
fieles.
Las "misiones
populares", surgidas en esta época, contribuyen también a la difusión de
los ejercicios de piedad. En ellas, Liturgia y piedad popular coexisten,
aunque con cierto desequilibrio: las misiones, de hecho, tienen por
objeto conducir a los fieles al sacramento de la penitencia y a recibir
la comunión eucarística, pero recurren a los ejercicios de piedad como
medio para inducir a la conversión y como momento cultual en el que se
asegura la participación popular.
Los ejercicios de piedad
se reunían y ordenaban en manuales de oración que, si tenían la
aprobación eclesiástica, constituían auténticos subsidios cultuales:
para los diversos momentos del día, del mes, del año y para innumerables
circunstancias de la vida.
En la época de la
Reforma católica, la relación entre Liturgia y piedad popular no se
establece sólo en términos contrapuestos de carácter estático y
desarrollo, sino que se dan situaciones anómalas: los ejercicios
piadosos se realizan a veces durante la misma celebración litúrgica,
sobreponiéndose a la misma, y en la actividad pastoral, tienen un puesto
preferente con relación a la Liturgia. Se acentúa así el alejamiento de
la Sagrada Escritura y no se advierte suficientemente la centralidad del
misterio pascual de Cristo, fundamento, cauce y culminación de todo el
culto cristiano, que tiene su expresión principal en el domingo.
42. Durante la
Ilustración se acentúa la separación entre la "religión de los doctos",
potencialmente cercana a la Liturgia, y la "religión de los sencillos",
cercana por naturaleza a la piedad popular. De hecho, doctos y pueblo se
reunen en las mismas prácticas religiosas. Sin embargo los "doctos"
apoyan una práctica religiosa iluminada por la inteligencia y el saber,
y desprecian la piedad popular que, a sus ojos, se alimenta de la
superstición y del fanatismo.
Les conduce a la
Liturgia el sentido aristocrático que caracteriza muchas expresiones de
la vida cultural, el carácter enciclopédico que ha tomado el saber, el
espíritu crítico y de investigación, que lleva a la publicación de
antiguas fuentes litúrgicas, el carácter ascético de algunos movimientos
que, influidos también por el jansenismo, piden un retorno a la pureza
de la Liturgia de la antigüedad. Aunque se resiente del clima cultural,
el interés renovado por la Liturgia está animado por un interés pastoral
por el clero y los laicos, como sucede en Francia a partir del siglo
XVII.
La Iglesia dirige su
atención a la piedad popular en muchos sectores de su actividad
pastoral. De hecho, se intensifica la acción apostólica que procura, en
una cierta medida, la mutua integración de Liturgia y piedad popular.
Así, por ejemplo, la predicación se desarrolla especialmente en
determinados tiempos litúrgicos, como la Cuaresma y el domingo, en los
que tiene lugar la catequesis de adultos, y procura conseguir la
conversión del espíritu y de las costumbres de los fieles, acercarles al
sacramento de la reconciliación, hacerles volver a la Misa dominical,
enseñarles el valor del sacramento de la Unción de enfermos y del
Viático.
La piedad popular, como
en el pasado había sido eficaz para contener los efectos negativos del
movimiento protestante, resulta ahora útil para contrarrestar la
propaganda corrosiva del racionalismo y, dentro de la Iglesia, las
consecuencias nocivas del Jansenismo. Por este esfuerzo y por el
ulterior desarrollo de las misiones populares, se enriquece la piedad
popular: se subrayan de modo nuevo algunos aspectos del Misterio
cristiano, como por ejemplo, el Corazón de Cristo, y nuevos "días"
polarizan la atención de los fieles, como por ejemplo, los nueve
"primeros viernes" de mes.
En el siglo XVIII
también se debe recordar la actividad de Luis Antonio Muratori, que supo
conjugar los estudios eruditos con las nuevas necesidades pastorales y
en su célebre obra Della regolata devozione dei cristiani propuso
una religiosidad que tomara de la Liturgia y de la Escritura su
sustancia y se mantuviese lejana de la superstición y de la magia.
También fue iluminadora la obra del papa Benedicto XIV (Prospero
Lambertini) a quien se debe la importante iniciativa de permitir el uso
de la Biblia en lenguas vernáculas.
43. La Reforma católica
había reforzado las estructuras y la unidad del rito de la Iglesia
Romana. De este modo, durante la gran expansión misionera del siglo
XVIII, se difundió la propia Liturgia y la propia estructura
organizativa en los pueblos en los que se anuncia el mensaje evangélico.
En el siglo XVIII, en
los territorios de misión, la relación entre Liturgia y piedad popular
se plantea en términos similares, pero más acentuados que en los siglos
XVI y XVII:
- la Liturgia mantiene
intacta su fisonomía romana, porque, en parte por temor de consecuencias
negativas para la fe, no se plantea casi el problema de la enculturación
– hay que mencionar los meritorios esfuerzos de Mateo Ricci con la
cuestión de los Ritos chinos, y de Roberto De’ Nobili con los
Ritos hindúes-, y por esto, al menos en parte, se consideró esta
Liturgia extraña a la cultura autóctona;
- la piedad popular por
una parte corre el riesgo de caer en el sincretismo religioso,
especialmente donde la evangelización no ha entrado en profundidad; por
otra parte, se hace cada vez más autónoma y madura: no se limita a
proponer los ejercicios de piedad traídos por los evangelizadores, sino
que crea otros, con la impronta de la cultura local
La Época
contemporánea
44. En el siglo XIX, una
vez superada la crisis de la revolución francesa, que en su propósito de
hacer desaparecer la fe católica se opuso claramente al culto cristiano,
se advierte un significativo renacimiento litúrgico.
Dicho renacimiento fue
precedido y preparado por una afirmación vigorosa de la eclesiología que
presentaba a la Iglesia no sólo como una sociedad jerárquica, sino
también como pueblo de Dios y comunidad cultual. Junto con este
despertar eclesiológico hay que resaltar, como precursores del
renacimiento litúrgico, el florecimiento de los estudios bíblicos y
patrísticos, la tensión eclesial y ecuménica de hombres como Antonio
Rosmini (+1855) y John Henry Newman (+1890).
En el proceso de
renacimiento del culto litúrgico se debe mencionar especialmente la obra
del abad Prosper Guéranger (+1875), restaurador del monacato en Francia
y fundador de la abadía de Solesmes: su visión de la Liturgia está
penetrada de amor a la Iglesia y a la tradición; sin embargo su respeto
a la Liturgia romana, considerada como factor indispensable de unidad,
le lleva a oponerse a expresiones litúrgicas autóctonas. El renacimiento
litúrgico promovido por él, tiene el mérito de no ser un movimiento
académico, sino que trata de hacer de la Liturgia la expresión cultual,
sentida y participada, de todo el pueblo de Dios.
45. Durante el siglo XIX
no se produce sólo el despertar de la Liturgia, sino también, y de
manera autónoma, un incremento de la piedad popular. Así, el florecer
del canto litúrgico coincide con la creación de nuevos cantos populares;
la difusión de subsidios litúrgicos, como los misales bilingües para uso
de los fieles, viene acompañada de la proliferación de devocionarios.
La misma cultura del
romanticismo, que valora de nuevo el sentimiento y los aspectos
religiosos del hombre, favorece la búsqueda, la comprensión y la estima
de lo popular, también en el campo del culto.
En este mismo siglo se
asiste a un fenómeno gran alcance: expresiones de culto locales, nacidas
por iniciativa popular, y referidas a sucesos prodigiosos – milagros,
apariciones...- obtienen posteriormente un reconocimiento oficial, el
favor y la protección de las autoridades eclesiásticas y son asumidas
por la misma Liturgia. En este sentido es característico el caso de
diversos santuarios, meta de peregrinaciones, centros de Liturgia
penitencial y eucarística y lugares de piedad mariana.
Sin embargo, en el siglo
XIX la relación entre la Liturgia, que se encuentra en un periodo de
renacimiento, y la piedad popular, en fase de expansión, está afectada
por un factor negativo: se acentúa el fenómeno, que ya se daba en la
Reforma católica, de superposición de ejercicios de piedad con las
acciones litúrgicas.
46. Al comienzo del
siglo XX el Papa san Pío X (1903-1914) se propuso acercar a los fieles a
la Liturgia, hacerla "popular". Pensaba que los fieles adquieren el
"verdadero espíritu cristiano" bebiendo de "la fuente primera e
indispensable, que es la participación activa en los sacrosantos
misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia". Con esto San
Pío X contribuyó autorizadamente a afirmar la superioridad objetiva de
la Liturgia sobre toda otra forma de piedad; rechazó la confusión entre
la piedad popular y la Liturgia e, indirectamente, favoreció la clara
distinción entre los dos campos, y abrió el camino que conduciría a una
justa comprensión de su relación mutua.
De este modo surgió y se
desarrolló, gracias a las aportaciones de hombres eminentes por su
ciencia, piedad y pasión eclesial, el movimiento litúrgico, que tuvo un
papel notable en la vida de la Iglesia del siglo XX, y en él los Sumos
Pontífices han reconocido el aliento del Espíritu. El objetivo último de
los que animaron el movimiento litúrgico era de índole pastoral:
favorecer en los fieles la comprensión, y consiguientemente el amor por
la celebración de los sagrados misterios, renovar en ellos la conciencia
de pertenecer a un pueblo sacerdotal (cfr. 1 Pe 2,5).
Se entiende que algunos
de los exponentes más estrictos del movimiento litúrgico vieran con
desconfianza las manifestaciones de la piedad popular y encontraran en
ellas una causa de la decadencia de la Liturgia. Estaban ante sus ojos
los abusos provocados por sobreponer ejercicios de piedad a la Liturgia,
o incluso la sustitución de la misma con expresiones cultuales
populares. Por otra parte, con el objetivo de renovar la pureza del
culto divino, miraban, como a un modelo ideal, la Liturgia de los
primeros siglos de la Iglesia, y, consiguientemente, rechazaban, a veces
de manera radical, las expresiones de la piedad popular, de origen
medieval o nacidas en la época postridentina.
Pero este rechazo no
tenía en cuenta de manera suficiente el hecho de que las expresiones de
piedad popular, con frecuencia aprobadas y recomendadas por la Iglesia,
habían sostenido la vida espiritual de muchos fieles, habían producido
frutos innegables de santidad, y habían contribuido en gran medida, a
salvaguardar la fe y a difundir el mensaje cristiano. Por esto, Pío XII,
en el documento programático con el que asumía la guía del movimiento
litúrgico, la encíclica Mediator Dei del 21 de Noviembre de 1947,
frente al citado rechazo defendía los ejercicios de piedad, con los
cuales, en cierta medida, se había identificado la piedad católica de
los últimos siglos.
Sería misión del
Concilio ecuménico Vaticano II, mediante la Constitución
Sacrosanctum Concilium,
definir en sus justos términos la relación entre la Liturgia y la piedad
popular, proclamando el primado indiscutible de la santa Liturgia y la
subordinación a la misma de los ejercicios de piedad, aunque recordando
la validez de estos últimos.
Liturgia y piedad
popular: problemática actual
47. Del cuadro histórico
que hemos trazado aparece claramente que la cuestión de la relación
entre Liturgia y piedad popular no se plantea sólo hoy: a lo largo de
los siglos, aunque con otros nombres y de manera diversa, se ha
presentado más veces y se le han dado diversas soluciones. Es necesario
ahora, desde lo que enseña la historia, sacar algunas indicaciones para
responder a los interrogantes pastorales que se presentan hoy con fuerza
y urgencia.
Indicaciones de la
historia: causas del desequilibrio
48. La historia muestra,
ante todo, que la relación entre Liturgia y piedad popular se deteriora
cuando en los fieles se debilita la conciencia de algunos valores
esenciales de la misma Liturgia. Entre las causas de este debilitamiento
se pueden señalar:
- escasa conciencia o
disminución del sentido de la Pascua y del lugar central que ocupa en la
historia de la salvación, de la cual la Liturgia cristiana es
actualización; donde esto sucede los fieles orientan su piedad, casi de
manera inevitable, sin tener cuenta de la "jerarquía de las verdades",
hacia otros episodios salvíficos de la vida de Cristo y hacia la Virgen
Santísima, los Ángeles y los Santos;
- pérdida del sentido
del sacerdocio universal en virtud del cual los fieles están habilitados
para "ofrecer sacrificios agradables a Dios, por medio de Jesucristo" (1
Pe 2,5; cfr. Rom 12,1) y a participar plenamente, según su condición, en
el culto de la Iglesia; este debilitamiento, acompañado con frecuencia
por el fenómeno de una Liturgia llevada por clérigos, incluso en las
partes que no son propias de los ministros sagrados, da lugar a que a
veces los fieles se orienten hacia la práctica de los ejercicios de
piedad, en los cuales se consideran participantes activos;
- el desconocimiento del
lenguaje propio de la Liturgia - el lenguaje, los signos, los símbolos,
los gestos rituales...-, por los cuales los fieles pierden en gran
medida el sentido de la celebración. Esto puede producir en ellos el
sentirse extraños a la celebración litúrgica; de este modo tienden
fácilmente a preferir los ejercicios de piedad, cuyo lenguaje es más
conforme a su formación cultural, o las devociones particulares, que
responden más a las exigencias y situaciones concretas de la vida
cotidiana.
49. Cada uno de estos
factores, que no raramente se dan a la vez en un mismo ambiente, produce
un desequilibrio en la relación entre Liturgia y piedad popular, en
detrimento de la primera y para empobrecimiento de la segunda. Por lo
tanto se deberán corregir mediante una inteligente y perseverante acción
catequética y pastoral.
Por el contrario, los
movimientos de renovación litúrgica y el crecimiento del sentido
litúrgico en los fieles dan lugar a una consideración equilibrada de la
piedad popular en relación con la Liturgia. Esto se debe estimar como un
hecho positivo, conforme a la orientación más profunda de la piedad
cristiana.
A la luz de la
Constitución sobre Liturgia
50. En nuestro tiempo la
relación entre Liturgia y piedad popular se considera sobre todo a la
luz de las directrices contenidas en la Constitución
Sacrosanctum Concilium,
las cuales buscan una relación armónica entre ambas expresiones de
piedad, aunque la segunda está objetivamente subordinada y orientada a
la primera.
Esto quiere decir, en
primer lugar, que no se debe plantear la relación entre Liturgia y
piedad popular en términos de oposición, pero tampoco de equiparación o
de sustitución. De hecho, la conciencia de la importancia primordial de
la Liturgia y la búsqueda de sus expresiones más auténticas no debe
llevar a descuidar la realidad de la piedad popular y mucho menos a
despreciarla o a considerarla superflua o incluso nociva para la vida
cultual de la Iglesia.
La falta de
consideración o de estima por la piedad popular, pone en evidencia una
valoración inadecuada de algunos hechos eclesiales y parece provenir más
bien de prejuicios ideológicos que de la doctrina de la fe. Dicho
planteamiento provoca una actitud que:
- no tiene en cuenta que
la piedad popular es también una realidad eclesial promovida y sostenida
por el Espíritu, sobre la cual el Magisterio ejerce su función de
autentificar y garantizar;
- no considera
suficientemente los frutos de gracia y de santidad que ha producido la
piedad popular y que continúa produciendo en la Iglesia;
- no raras veces es
expresión de una búsqueda ilusoria de una "Liturgia pura", la cual,
además de la subjetividad de los criterios con los que se establece la "puritas",
es - como enseña la experiencia secular - más una aspiración ideal que
una realidad histórica;
- se confunde un
elemento noble del espíritu humano, esto es, el sentimiento, que penetra
legítimamente muchas expresiones de la piedad litúrgica y de la piedad
popular, con su degeneración, esto es, el sentimentalismo.
51. Sin embargo, en la
relación entre Liturgia y piedad popular a veces se presenta el fenómeno
opuesto, es decir, tal valoración de la piedad popular que en la
práctica va en detrimento de la Liturgia de la Iglesia.
No se puede silenciar
que donde suceda tal cosa, sea por una situación de hecho, sea por una
opción doctrinal deliberada, se produce una grave desviación pastoral:
la Liturgia no sería ya "la cumbre a la cual tiende la actividad de la
Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza", sino
una expresión cultual considerada como algo ajeno a la comprensión y a
la sensibilidad del pueblo y que, de hecho, resulta descuidada y
relegada a un segundo lugar, o reservada para grupos particulares.
52. La intención
encomiable de acercar al hombre contemporáneo, sobre todo al que no ha
recibido suficiente formación catequética, al culto cristiano y la
dificultad que se constata en determinadas culturas, para asimilar
algunos elementos y estructuras de la Liturgia, no debe dar lugar a una
desvalorización teórica o práctica de la expresión primaria y
fundamental del culto litúrgico. De este modo, en lugar de afrontar con
visión de futuro y perseverancia las dificultades reales, se piensa que
se pueden resolver de una manera simplista.
53. Donde los ejercicios
de piedad se practican en perjuicio de las acciones litúrgicas, se
suelen escuchar afirmaciones como:
- la piedad popular es
un ámbito adecuado para celebrar de manera libre y espontánea la "Vida"
en sus múltiples expresiones; la Liturgia, en cambio, centrada en el
"Misterio de Cristo" es anamnética por su propia naturaleza, inhibe la
espontaneidad y resulta repetitiva y formalista;
- la Liturgia no
consigue que los fieles se vean implicados en la totalidad de su ser, en
su corporeidad y en su espíritu; la piedad popular, en cambio, al hablar
directamente al hombre, lo implica en su cuerpo, corazón y espíritu;
- la piedad popular es
un espacio real y auténtico para la vida de oración: a través de los
ejercicios de piedad el fiel entra en verdadero diálogo con el Señor,
con palabras que comprende plenamente y que siente como propias; la
Liturgia, por el contrario, al poner en sus labios palabras que no son
suyas, y que resultan con frecuencia extrañas a su cultura, más que un
medio resulta un impedimento para la vida de oración;
- la ritualidad con la
que se expresa la piedad popular es percibida y acogida por el fiel,
porque hay una correspondencia entre su mundo cultural y el lenguaje
ritual; la ritualidad propia de la Liturgia, en cambio, no se comprende,
porque sus modos de expresión provienen de un mundo cultural que el fiel
siente como algo distinto y lejano.
54. En estas
afirmaciones se acentúa de modo exagerado y dialéctico la diferencia que
- no se puede negar - existe en algunas áreas culturales entre las
expresiones de la Liturgia y las de la piedad popular.
Es cierto, sin embargo,
que donde se sostienen estas opiniones, el concepto auténtico de
Liturgia cristiana está gravemente comprometido, si no vaciado del todo
de sus elementos esenciales.
Contra tales opiniones
hay que recordar la palabra grave y meditada del último Concilio
ecuménico: "toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote
y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia,
cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala
ninguna otra acción de la Iglesia"
55. La exaltación
unilateral de la piedad popular, sin tener en cuenta la Liturgia, no es
coherente con el hecho de que los elementos constitutivos de esta última
se remontan a la voluntad de mismo Jesús de instituirlos, y no subraya,
como se debe, su insustituible valor soteriológico y doxológico. Después
de la Ascensión del Señor a la gloria del Padre y el don del Espíritu,
la perfecta glorificación de Dios y la salvación del hombre se realizan
principalmente a través de la celebración litúrgica, la cual exige la
adhesión de la fe e introduce al creyente en el evento salvífico
fundamental: la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo (cfr. Rom 6,2-6;
1 Cor 11,23-26).
La Iglesia, en la
autocomprensión de su misterio y de su acción cultual y salvífica, no
duda en afirmar que "mediante la Liturgia se ejerce la obra de
nuestra Redención, sobre todo en el divino sacrificio de la
Eucaristía"; esto no excluye la importancia de otras formas de piedad.
56. La falta de estima,
teórica o práctica, por la Liturgia conduce inevitablemente a oscurecer
la visión cristiana del misterio de Dios, que se inclina
misericordiosamente sobre el hombre caído para acercarlo a sí, mediante
la encarnación del Hijo y el don del Espíritu Sano; a no percibir el
significado de la historia de la salvación y la relación que existe
entre la Antigua y la Nueva Alianza; a subestimar la Palabra de Dios,
única Palabra que salva, de la cual se nutre y a la que se refiere
continuamente la Liturgia; a debilitar en el espíritu de los fieles la
conciencia del valor de la obra de Cristo, Hijo de Dios e Hijo de la
Virgen María, el solo Salvador y único Mediador (1 Tim 2,5; Hech 4,12);
a perder el sensus Ecclesiae.
57. El acento exclusivo
en la piedad popular, que por otra parte - como ya se ha dicho - se debe
mover en el ámbito de la fe cristiana, puede favorecer un alejamiento
progresivo de los fieles respecto a la revelación cristiana y la
reasunción indebida o equivocada de elementos de la religiosidad cósmica
o natural; puede introducir en el culto cristiano elementos ambiguos,
procedentes de creencias pre-cristianas, o simplemente expresiones de la
cultura y psicología de un pueblo o etnia; puede crear la ilusión de
alcanzar la trascendencia mediante experiencias religiosas viciadas;
puede comprometer el auténtico sentido cristiano de la salvación como
don gratuito de Dios, proponiendo una salvación que sea conquista del
hombre y fruto de su esfuerzo personal (no se debe olvidar el peligro,
con frecuencia real, de la desviación pelagiana); puede, finalmente,
hacer que la función de los mediadores secundarios, como la Virgen
María, los Ángeles y los Santos, e incluso los protagonistas de la
historia nacional, suplanten en la mentalidad de los fieles el papel del
único Mediador, el Señor Jesucristo.
58. Liturgia y piedad
popular son dos expresiones legítimas del culto cristiano, aunque no son
homologables. No se deben oponer, ni equiparar, pero sí armonizar, como
se indica en la Constitución litúrgica: "Es preciso que estos mismos
ejercicios (de piedad popular) se organicen teniendo en cuenta los
tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la sagrada
Liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo,
ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos".
Así pues, Liturgia y
piedad popular son dos expresiones cultuales que se deben poner en
relación mutua y fecunda: en cualquier caso, la Liturgia deberá
constituir el punto de referencia para "encauzar con lucidez y prudencia
los anhelos de oración y de vida carismática" que aparecen en la piedad
popular; por su parte la piedad popular, con sus valores simbólicos y
expresivos, podrá aportar a la Liturgia algunas referencias para una
verdadera enculturación, y estímulos para un dinamismo creador eficaz.
La importancia de la
formación
59. A la luz de todo lo
que se ha recordado, el camino para que desaparezcan los motivos de
desequilibrio o de tensión entre Liturgia y piedad popular es la
formación, tanto del clero como de los laicos. Junto a la necesaria
formación litúrgica, tarea a largo plazo, que siempre se debe
redescubrir y profundizar, es necesario como complemento para conseguir
una rica y armónica espiritualidad, cultivar la formación en lo
referente a la piedad popular.
Realmente, dado que "la
vida espiritual no se agota con la sola participación en la Liturgia",
limitarse exclusivamente a la educación litúrgica no llena todo el campo
del acompañamiento y crecimiento espiritual. Por lo demás, la acción
litúrgica, en especial la participación en la Eucaristía, no puede
penetrar en una vida carente de oración personal y de valores
comunicados por las formas tradicionales de piedad del pueblo cristiano.
La vuelta propia de nuestros días a prácticas "religiosas" de
procedencia oriental, con diversas reelaboraciones, es una muestra de un
deseo de espiritualidad del existir, sufrir y compartir. Las
generaciones posconciliares - según los diversos países - no tienen
experiencia de las formas de devoción que tenían las generaciones
anteriores: por esto la catequesis y las actividades educativas no
pueden descuidar, al proponer una espiritualidad viva, la referencia al
patrimonio que representa la piedad popular, especialmente los
ejercicios de piedad recomendados por el Magisterio.
LITURGIA Y PIEDAD POPULAR
EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
60. Ya se ha señalado la
atención que presta a la piedad popular el Magisterio del Concilio
Vaticano II, de los Romanos Pontífices y de los Obispos. Parece oportuno
proponer ahora una síntesis orgánica de las enseñanzas del Magisterio en
esta materia, para facilitar la asimilación de una orientación doctrinal
común respecto a la piedad popular y para favorecer una acción pastoral
adecuada.
Los valores de la
piedad popular
61. Según el Magisterio,
la piedad popular es una realidad viva en la Iglesia y de la Iglesia: su
fuente se encuentra en la presencia continua y activa del Espíritu de
Dios en el organismo eclesial; su punto de referencia es el misterio de
Cristo Salvador; su objetivo es la gloria de Dios y la salvación de los
hombres; su ocasión histórica es el "feliz encuentro entre la obra de
evangelización y la cultura". Por eso el Magisterio ha expresado muchas
veces su estima por la piedad popular y sus manifestaciones; ha llamado
la atención a los que la ignoran, la descuidan o la desprecian, para que
tengan una actitud más positiva ante ella y consideren sus valores; no
ha dudado, finalmente, en presentarla como "un verdadero tesoro del
pueblo de Dios".
La estima del Magisterio
por la piedad popular viene motivada, sobre todo, por los valores que
encarna.
La piedad popular tiene
un sentido casi innato de lo sagrado y de lo trascendente. Manifiesta
una auténtica sed de Dios y "un sentido perspicaz de los atributos
profundos de Dios: su paternidad, providencia, presencia amorosa y
constante", su misericordia.
Los documentos del
Magisterio ponen de relieve las actitudes interiores y algunas virtudes
que la piedad popular valora particularmente, sugiere y alimenta: la
paciencia, "la resignación cristiana ante las situaciones
irremediables"; el abandono confiando en Dios; la capacidad de sufrir y
de percibir el "sentido de la cruz en la vida cotidiana"; el deseo
sincero de agradar al Señor, de reparar por las ofensas cometidas contra
Él y de hacer penitencia; el desapego respecto a las cosas materiales;
la solidaridad y la apertura a los otros, el "sentido de amistad, de
caridad y de unión familiar".
62. La piedad popular
dirige de buen grado su atención al misterio del Hijo de Dios que, por
amor a los hombres, se ha hecho niño, hermano nuestro, naciendo pobre de
una Mujer humilde y pobre, y muestra, al mismo tiempo, una viva
sensibilidad al misterio de la Pasión y Muerte de Cristo.
En la piedad popular
tienen un puesto importante la consideración de los misterios del más
allá, el deseo de comunión con los que habitan en el cielo, con la
Virgen María, los Ángeles, y los Santos, y también valora la oración en
sufragio por las almas de los difuntos.
63. La unión armónica
del mensaje cristiano con la cultura de un pueblo, lo que con frecuencia
se encuentra en las manifestaciones de la piedad popular, es un motivo
más de la estima del Magisterio por la misma.
En las manifestaciones
más auténticas de la piedad popular, de hecho, el mensaje cristiano, por
una parte asimila los modos de expresión de la cultura del pueblo, y por
otra infunde los contenidos evangélicos en la concepción de dicho pueblo
sobre la vida y la muerte, la libertad, la misión y el destino del
hombre.
Así pues, la transmisión
de padres a hijos, de una generación a otra, de las expresiones
culturales, conlleva la transmisión de los principios cristianos. En
algunos casos la unión es tan profunda que elementos propios de la fe
cristiana se ha convertido en componentes de la identidad cultural de un
pueblo. Como ejemplo puede tomarse la piedad hacia la Madre del Señor.
64. El Magisterio
subraya además la importancia de la piedad popular para la vida de fe
del pueblo de Dios, para la conservación de la misma fe y para emprender
nuevas iniciativas de evangelización.
Se advierte que no es
posible dejar de tener en cuenta "las devociones que en ciertas regiones
practica el pueblo fiel con un fervor y una rectitud de intención
conmovedores"; que la sana religiosidad popular, "por sus raíces
esencialmente católicas, puede ser un remedio contra las sectas y una
garantía de fidelidad al mensaje de la salvación"; que la piedad popular
ha sido un instrumento providencial para la conservación de la fe, allí
donde los cristianos se veían privados de atención pastoral; que donde
la evangelización ha sido insuficiente, "gran parte de la población
expresa su fe sobre todo mediante la piedad popular"; que la piedad
popular, finalmente, constituye un valioso e imprescindible "punto de
partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más
profunda".
Algunos peligros que
pueden desviar la piedad popular
65. El Magisterio, que
subraya los valores innegables de la piedad popular, no deja de indicar
algunos peligros que pueden amenazarla: presencia insuficiente de
elementos esenciales de la fe cristiana, como el significado salvífico
de la Resurrección de Cristo, el sentido de pertenencia a la Iglesia, la
persona y la acción del Espíritu divino; la desproporción entre la
estima por el culto a los Santos y la conciencia de la centralidad
absoluta de Jesucristo y de su misterio; el escaso contacto directo con
la Sagrada Escritura; el distanciamiento respecto a la vida sacramental
de la Iglesia; la tendencia a separar el momento cultual de los
compromisos de la vida cristiana; la concepción utilitarista de algunas
formas de piedad; la utilización de "signos, gestos y fórmulas, que a
veces adquieren excesiva importancia hasta el punto de buscar lo
espectacular"; el riesgo, en casos extremos, de "favorecer la entrada de
las sectas y de conducir a la superstición, la magia, el fatalismo o la
angustia".
66. Para poner remedio a
estas eventuales limitaciones y defectos de la piedad popular, el
Magisterio de nuestro tiempo repite con insistencia que se debe
"evangelizar" la piedad popular, ponerla en contacto con la palabra del
Evangelio para que sea fecunda. Esto "la liberará progresivamente de sus
defectos; purificándola la consolidará, haciendo que lo ambiguo se
aclare en lo que se refiere a los contenidos de fe, esperanza y
caridad".
En esta labor de
"evangelización" de la piedad popular, el sentido pastoral invita a
actuar con una paciencia grande y con prudente tolerancia, inspirándose
en la metodología que ha seguido la Iglesia a lo largo de la historia,
para hacer frente a los problemas de enculturación de la fe cristiana y
de la Liturgia, o de las cuestiones sobre las devociones populares.
El sujeto de la
piedad popular
67. El Magisterio de la
Iglesia, al recordar que "la participación en la sagrada Liturgia no
abarca toda la vida espiritual" y que el cristiano "debe entrar también
en su cuarto para orar al Padre en secreto; más aún, debe orar sin
tregua, según enseña el Apóstol", indica que el sujeto de las diversas
formas de oración es todo cristiano – clérigo, religioso, laico – tanto
cuando reza privadamente, movido por el Espíritu Santo, como cuando reza
comunitariamente en grupos de diverso origen o naturaleza.
68. De una manera más
particular, el Santo Padre Juan Pablo II ha señalado a la familia como
sujeto de la piedad popular. La Exhortación apostólica
Familiaris consortio,
después de haber exaltado la familia como santuario doméstico de la
Iglesia, subraya que "Para preparar y prolongar en casa el culto
celebrado en la iglesia, la familia cristiana recurre a la oración
privada, que presenta gran variedad de formas. Esta variedad, mientras
testimonia la riqueza extraordinaria con la que el Espíritu anima la
plegaria cristiana, se adapta a las diversas exigencias y situaciones de
vida de quien recurre al Señor". Después observa que "Además de las
oraciones de la mañana y de la noche, hay que recomendar
explícitamente...: la lectura y meditación de la Palabra de Dios, la
preparación a los sacramentos, la devoción y consagración al Corazón de
Jesús, las varias formas de culto a la Virgen Santísima, la bendición de
la mesa, las expresiones de la religiosidad popular".
69. También son sujeto
igualmente importante de la piedad popular las cofradías y otras
asociaciones piadosas de fieles. Entre sus fines institucionales, además
del ejercicio de la caridad y del compromiso social, está el fomento del
culto cristiano: de la Trinidad, de Cristo y sus misterios, de la Virgen
María, de los Ángeles, los Santos, los Beatos, así como el sufragio por
las almas de los fieles difuntos.
Con frecuencia las
cofradías, además del calendario litúrgico, disponen de una especie de
calendario propio, en el cual están indicadas las fiestas particulares,
los oficios, las novenas, los septenarios, los triduos que se deben
celebrar, los días penitenciales que se deben guardar y los días en los
que se realizan las procesiones o las peregrinaciones, o en los que se
deben hacer determinadas obras de misericordia. A veces tienen
devocionarios propios y signos distintivos particulares, como
escapularios, medallas, hábitos, cinturones e incluso lugares para el
culto propio y cementerios.
La Iglesia reconoce a
las cofradías y les confiere personalidad jurídica, aprueba sus
estatutos y aprecia sus fines y sus actividades de culto. Sin embargo
les pide que, evitando toda forma de contraposición y aislamiento, estén
integradas de manera adecuada en la vida parroquial y diocesana.
Los ejercicios de
piedad
70. Los ejercicios de
piedad son expresión característica de la piedad popular, los cuales,
por otra parte, son muy diferentes entre sí tanto por su origen
histórico como por su contenido, lenguaje, estilo, usos y destinatarios.
El Concilio Vaticano II ha tenido en cuenta los ejercicios de piedad, ha
recordado que están vivamente recomendados, indicando, además, las
condiciones que garantizan su legitimidad y su validez.
71. A la luz de la
naturaleza y las características propias del culto cristiano, es
evidente, ante todo, que los ejercicios de piedad deben ser conformes
con la sana doctrina y con las leyes y normas de la Iglesia; además
deben estar en armonía con la sagrada Liturgia; tener en cuenta, en la
medida de la posible, los tiempos del año litúrgico y favorecer "una
participación consciente y activa en la oración común de la Iglesia".
72. Los ejercicios de
piedad pertenecen a la esfera del culto cristiano. Por esto la Iglesia
siempre ha sentido la necesidad de prestarles atención, para que a
través de los mismos Dios sea glorificado dignamente y el hombre obtenga
provecho espiritual e impulso para llevar una vida cristiana coherente.
La acción de los
Pastores respecto a los ejercicios de piedad se ha realizado de muchas
maneras: recomendaciones, estímulo, orientación y a veces corrección. En
la amplia gama de ejercicios de piedad, hay que distinguir: ejercicios
de piedad que se realizan por disposición de la Sede Apostólica o que
han sido recomendados por la misma a lo largo de los siglos; ejercicios
de piedad de las Iglesias particulares que "se celebran por mandato de
los Obispos, a tenor de las costumbres o de los libros legítimamente
aprobados";otros ejercicios de piedad que se practican por derecho
particular o tradición en las familias religiosas o en las hermandades,
o en otras asociaciones piadosas de fieles, con frecuencia, estos han
recibido la aprobación explícita de la Iglesia; los ejercicios de piedad
que se realizan en el ámbito de la vida familiar o personal.
A algunos ejercicios de
piedad, introducidos por la costumbre de la comunidad de los fieles, y
aprobados por el Magisterio, se han concedido indulgencias.
Liturgia y ejercicios
de piedad
73. La enseñanza de la
Iglesia sobre la relación entre la Liturgia y los ejercicios de piedad
se puede sintetizar en lo siguiente: la Liturgia, por naturaleza, es
superior, con mucho, a los ejercicios de piedad, por lo cual en la
praxis pastoral hay que dar a la Liturgia "el lugar preeminente que le
corresponde respecto a los ejercicios de piedad"; Liturgia y ejercicios
de piedad deben coexistir respetando la jerarquía de valores y a la
naturaleza específica de ambas expresiones cultuales.
74. Una consideración
atenta de estos principios debe llevar a un verdadero empeño para
armonizar, en la medida de lo posible, los ejercicios de piedad con los
ritmos y las exigencias de la Liturgia; esto es "sin fusionar o
confundir las dos formas de piedad"; para evitar, consiguientemente, la
confusión y la mezcla híbrida de Liturgia y ejercicios de piedad; a no
contraponer la Liturgia a los ejercicios de piedad o, contra el sentir
de la Iglesia, eliminarlos, produciendo un vacío que con frecuencia no
se ve colmado, en perjuicio del pueblo fiel.
Criterios generales
para la renovación de los ejercicios de piedad
75. La Sede Apostólica
no ha dejado de indicar los criterios teológicos, pastorales, históricos
y literarios, conforme a los cuales se deben reformar -cuando sea
preciso- los ejercicios de piedad; ha señalado cómo se debe acentuar en
ellos el espíritu bíblico y la inspiración litúrgica, y también debe
encontrar su expresión el aspecto ecuménico; cómo se deba mostrar el
núcleo esencial, descubierto a través del estudio histórico y hacer que
reflejen aspectos de la espiritualidad de nuestros días; cómo deben
tener en cuenta las conclusiones ya adquiridas por una sana
antropología; cómo deben respetar la cultura y el estilo de expresión
del pueblo al que se dirigen, sin perder los elementos tradicionales
arraigados en las costumbres populares.
PRINCIPIOS TEOLÓGICOS
PARA LA VALORACIÓN Y RENOVACIÓN DE LA PIEDAD POPULAR
La vida cultual:
comunión con el Padre, por Cristo, en el Espíritu
76. En la historia de la
revelación, la salvación del hombre se presenta continuamente como un
don de Dios, que brota de su misericordia, de una manera absolutamente
libre y totalmente gratuita. Todo el conjunto de los acontecimientos y
palabras mediante los cuales se manifiesta y se actualiza el plan de
salvación, se configura como un diálogo continuo entre Dios y el hombre,
diálogo en el que Dios tiene la iniciativa y que exige por parte del
hombre una actitud de escucha en la fe, y una respuesta de "obediencia a
la fe" (Rom 1,5; 16,26).
En el diálogo salvífico
tiene una importancia singular la Alianza establecida en el Sinaí entre
Dios y el pueblo elegido (cfr. Ex 19-24), que convierte a este último en
"propiedad del Señor", en un "reino de sacerdotes y una nación santa"
(Ex 19,6). E Israel, aunque no fue siempre fiel a la Alianza, encontró
en ella inspiración y fuerza para acomodar su comportamiento al
comportamiento del mismo Dios (cfr. Lev 11,44-45; 19,2) y a lo que se
contenía en su Palabra.
De manera particular el
culto de Israel y su oración tienen como objeto especialmente la memoria
de las mirabilia Dei, esto es, de las intervenciones salvíficas
de Dios en la historia; esto mantiene viva la veneración de los
acontecimientos en los que se han actualizado las promesas de Dios y que
constituyen, consiguientemente, la referencia obligada tanto para la
reflexión de fe como para la vida de oración.
77. Conforme a su
designio eterno, "Dios, que había hablado ya en los tiempos antiguos
muchas veces y de diversas maneras a los padres por medio de los
profetas, en esta etapa final de la historia nos ha hablado por medio
del Hijo, a quien ha constituido heredero de todas las cosas y por medio
del cual ha creado también el mundo" (Heb 1,1-2). El misterio de Cristo,
sobre todo su Pascua de Muerte y de Resurrección, es la plena y
definitiva revelación y realización de las promesas salvíficas. Como
Jesús, "el Hijo Unigénito de Dios" (Jn 3,18) es aquel en quien el Padre
nos ha dado todo, sin reservarse nada (cfr. Rom 8,32; Jn 3,16), es
evidente que la referencia esencial para la fe y la vida de oración del
pueblo de Dios está en la persona y en la obra de Cristo: en Él tenemos
al Maestro de la verdad (cfr. Mt 22,16), al Testigo fiel (cfr. Ap 1,5),
al Sumo Sacerdote (cfr. Heb 4,14), al Pastor de nuestras almas (cfr. 1
Pe 2,25), al Mediador único y perfecto (cfr. 1 Tim 2,5; Heb 8,6; 9,15;
12,24): por medio de Él el hombre va al Padre (cfr. Jn 14,6), asciende a
Dios la alabanza y la súplica dela Iglesia y desciende sobre la
humanidad todo don divino.
Sepultados con Cristo y
resucitados con Él en el bautismo (cfr. Col 2,12; Rom 6,4), apartados
del dominio de la carne e introducidos en el del Espíritu (cfr. Rom
8,9), estamos llamados a la perfección según la medida de la madurez en
Cristo (cfr. Ef 4,13); en Cristo tenemos el modelo de una existencia que
en todo momento refleja la actitud de escucha de la Palabra del Padre y
de aceptación de su querer, como un "sí" incesante a su voluntad: "mi
alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado" (Jn 4,34).
Así pues, Cristo es el
modelo perfecto de la piedad filial y de la conversación incesante con
el Padre, es decir, el modelo de una búsqueda permanente del contacto
vital, íntimo y confiado con Dios, que ilumina, sostiene y guía al
hombre durante toda su vida.
78. En su vida de
comunión con el Padre, los fieles son guiados por el Espíritu Santo
(cfr. Rom 8,14), que les ha sido dado para transformarles
progresivamente en Cristo; para que infunda en ellos el "espíritu de los
hijos adoptivos", para que adquieran la actitud filial de Cristo (cfr.
Rom 8,15-17) y sus mismos sentimientos (cfr. Fil 2,5); para que haga
presente en ellos la enseñanza de Cristo (cfr. Jn 14,26; 16,13-25), de
modo que interpreten a su luz los acontecimientos de la vida y los
avatares de la historia; para que los conduzca al conocimiento de las
profundidades de Dios (cfr. 1 Cor 2,10) y les disponga a convertir su
vida en un "culto espiritual" (cfr. Rom 12,1); para que les sostenga en
las contrariedades y en las pruebas a las que deben hacer frente en el
camino fatigoso de transformación en Cristo; para que suscite, alimente
y dirija su oración: "El Espíritu de Dios viene en ayuda de nuestra
debilidad, porque nosotros ni siquiera sabemos pedir lo que nos
conviene, pero el mismo Espíritu intercede insistentemente por nosotros
con gemidos inefables; y el que escruta los corazones sabe cuáles son
los deseos del Espíritu, porque intercede por los creyentes conforme a
los designios de Dios" (Rom 8,26-27).
El culto cristiano tiene
su origen y su fuerza en el Espíritu, y se desarrolla y perfecciona en
Él. Así, se puede afirmar que sin la presencia del Espíritu de Cristo no
hay auténtico culto litúrgico y tampoco puede expresarse la auténtica
piedad popular.
79. A la luz de los
principios expuestos se muestra que es necesario que la piedad popular
se configure como un momento del diálogo entre Dios y el hombre, por
Cristo, en el Espíritu Santo. No hay duda de que ésta, a pesar de las
carencias que se notan aquí y allá – como por ejemplo la confusión entre
Dios Padre y Jesús -, tiene en sí una impronta trinitaria.
La piedad popular es muy
sensible al misterio de la paternidad de Dios: se conmueve ante su
bondad, se admira de su poder y sabiduría; se alegra por la belleza de
la creación y alaba al Creador por ella; sabe que Dios Padre es justo y
misericordioso, y que se ocupa de los pobres y de los humildes; proclama
que Él manda hacer el bien y premia a los que viven honradamente
siguiendo el buen camino, en cambio aborrece el mal y aleja de sí a los
que se obstinan en el camino del odio y de la violencia, de la
injusticia y de la mentira.
La piedad popular se
detiene con gusto en la figura de Cristo, Hijo de Dios y Salvador del
hombre: se conmueve ante la narración de su nacimiento e intuye el amor
inmenso que se esconde en ese Niño, Dios verdadero y verdadero hermano
nuestro, pobre y perseguido desde su infancia; goza con la
representación de numeras escenas de la vida pública del Señor Jesús, el
Buen Pastor que se acerca a los publicanos y a los pecadores, el
Taumaturgo que cura a los enfermos y socorre a los necesitados, el
Maestro que habla con verdad; y sobre todo le gusta contemplar los
misterios de la Pasión de Cristo, porque advierte en ellos su amor
ilimitado y la medida de su solidaridad con el sufrimiento humano: Jesús
traicionado y abandonado, flagelado y coronado de espinas, crucificado
entre malhechores, bajado de la cruz y sepultado en la tierra, llorado
por amigos y discípulos.
La piedad popular no
ignora que en el misterio de Dios está la persona del Espíritu Santo.
Cree que "por obra del Espíritu Santo" el Hijo de Dios "se ha encarnado
en el seno de la Virgen María y se ha hecho hombre" y que en los
comienzos de la Iglesia se dio el Espíritu a los Apóstoles (cfr. Hech
2,1-13); sabe que la fuerza del Espíritu de Dios, cuyo sello está
impreso en los cristianos de manera particular mediante la confirmación,
está viva en todo sacramento de la Iglesia; sabe que "En el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" comienza la celebración de la
Misa, se confiere el Bautismo y se da el perdón de los pecados; sabe que
en el nombre de las tres Divinas Personas se realiza toda forma de
oración de la comunidad cristiana y se invoca la bendición divina sobre
el hombre y sobre todas las criaturas.
80. Así pues, es preciso
que en la piedad popular se fortalezca la conciencia de la referencia a
la Santísima Trinidad que, como se ha dicho, ya lleva en sí misma,
aunque todavía como una semilla. Para este fin se dan las siguientes
indicaciones:
- Es necesario ilustrar
a los fieles sobre el carácter particular de la oración cristiana, que
tiene como destinatario al Padre, por la mediación de Jesucristo, en la
fuerza del Espíritu Santo.
- Por lo tanto, es
necesario que las expresiones de la piedad popular muestren claramente
la persona y la acción del Espíritu Santo. La falta de un "nombre" para
el Espíritu de Dios y la costumbre de no representarlo con imágenes
antropomórficas han dado lugar, al menos en parte, a cierta ausencia del
Espíritu Santo en los textos y en otras formas de expresión de la piedad
popular, aunque sin olvidar la función de la música y de los gestos del
cuerpo para manifestar la relación con el Espíritu. Esta ausencia se
puede solucionar mediante la evangelización de la piedad popular, de la
que ha tratado tantas veces el Magisterio de la Iglesia.
- Es necesario, por otra
parte, que las expresiones de la piedad popular pongan de manifiesto el
valor primario y fundamental de la Resurrección de Cristo. La atención
amorosa dedicada a la humanidad sufriente del Salvador, tan viva en la
piedad popular, se debe unir siempre a la perspectiva de su
glorificación. Sólo con esta condición se presentará de manera íntegra
el designio salvífico de Dios en Cristo y se captará en su unidad
inseparable el Misterio pascual de Cristo; sólo así se trazará el rostro
genuino del cristianismo, que es victoria de la vida sobre la muerte,
celebración del que "no es un Dios de muertos, sino de vivos" (Mt
22,32), de Cristo, el Viviente, que estaba muerto y ahora vive para
siempre (cfr. Ap 1,28), y del Espíritu "que es Señor y dador de vida".
- Finalmente es
necesario que la devoción a la Pasión de Cristo lleve a los fieles a una
participación plena y consciente en la Eucaristía, en la que se da como
alimento el cuerpo de Cristo, ofrecido en sacrificio por nosotros (cfr.
1 Cor 11,24); y se da como bebida la sangre de Jesús, derramada en la
cruz para la nueva y eterna Alianza, y para la remisión de todos los
pecados. Esta participación tiene su momento más alto y significativo en
la celebración del Triduo pascual, culminación del Año litúrgico, y en
la celebración dominical de los sagrados Misterios.
La Iglesia, comunidad
cultual
81. La Iglesia, "pueblo
reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" es una
comunidad de culto. Por voluntad de su Señor y Fundador, realiza
numerosas acciones rituales que tiene como objetivo la gloria de Dios y
la santificación del hombre, y que son todas, de distinto modo y en
diverso grado, celebraciones del Misterio pascual de Cristo, orientadas
a realizar la voluntad de Dios de reunir a los hijos dispersos en la
unidad de un solo pueblo.
En las diversas acciones
rituales, la Iglesia anuncia el Evangelio de la salvación y proclama la
Muerte y Resurrección de Cristo, realizando a través de los signos su
obra de salvación. En la Eucaristía celebra el memorial de la santa
Pasión, de la gloriosa Resurrección y de la admirable Ascensión, y en
los otros sacramentos obtiene otros dones del Espíritu que brotan de la
Cruz del Salvador. La Iglesia glorifica al Padre con salmos e himnos por
las maravillas que ha realizado en la Muerte y en la Exaltación de
Cristo su Hijo, y le suplica que el misterio salvífico de la Pascua
llegue a todos los hombres; en los sacramentales, instituidos para
socorrer a los fieles en diversas situaciones y necesidades, suplica al
Señor para que toda su actividad esté sostenida e iluminada por el
Espíritu de la Pascua.
82. Sin embargo, en la
celebración de la Liturgia no se agota la misión de la Iglesia por lo
que se refiere al culto divino. Los discípulos de Cristo, según el
ejemplo y la enseñanza del Maestro, rezan también en lo escondido de su
morada (cfr. Mt 6,6); se reúnen a rezar según formas establecidas por
hombres y mujeres de gran experiencia religiosa, que han percibido los
anhelos de los fieles y han orientado su piedad hacia aspectos
particulares del misterio de Cristo; rezan de unas formas determinadas,
que han surgido de una manera prácticamente anónima desde el fondo de la
conciencia colectiva cristiana, en las cuales las exigencias de la
cultura popular se armonizan con los datos esenciales del mensaje
evangélico.
83. Las formas
auténticas de la piedad popular son también fruto del Espíritu Santo y
se deben considerar como expresiones de la piedad de la Iglesia: porque
son realizadas por los fieles que viven en comunión con la Iglesia,
adheridos a su fe y respetando la disciplina eclesiástica del culto;
porque no pocas de dichas expresiones han sido explícitamente aprobadas
y recomendadas por la misma Iglesia.
84. En cuanto expresión
de la piedad eclesial, la piedad popular está sometida a las leyes
generales del culto cristiano y a la autoridad pastoral de la Iglesia,
que ejerce sobre ella la acción de discernir y declarar auténtico, y la
renueva al ponerla en contacto con la Palabra revelada, la tradición y
la misma Liturgia, un contacto que resulta fecundo.
Es necesario, por otra
parte, que las expresiones de la piedad popular estén siempre iluminadas
por el "principio eclesiológico" del culto cristiano. Esto permitirá a
la piedad popular:
- tener una visión
correcta de las relaciones entre la Iglesia particular y la Iglesia
universal; la piedad popular suele centrarse en los valores locales, con
el riesgo de cerrarse a los valores universales y a las perspectivas
eclesiológicas;
- situar la veneración
de la Virgen Santísima, de los Ángeles, de los Santos y Beatos, y el
sufragio por los difuntos, en el amplio campo de la Comunión de los
Santos y dentro de las relaciones existentes entre la Iglesia celeste y
la Iglesia que todavía peregrina en la tierra;
- comprender de modo
fecundo la relación entre ministerio y carisma; el
primero, necesario en las expresiones del culto litúrgico; el segundo,
frecuente en las manifestaciones de la piedad popular.
Sacerdocio común y
piedad popular
85. Mediante los
sacramentos de la iniciación cristiana el fiel entra a formar parte de
la Iglesia, pueblo profético, sacerdotal y real, al que corresponde dar
culto a Dios en espíritu y en verdad (cfr. Jn 4,23). Este pueblo ejerce
dicho sacerdocio por Cristo en el Espíritu Santo, no sólo en ámbito
litúrgico, especialmente en la celebración de la Eucaristía, sino
también en otras expresiones de la vida cristiana, entre las que se
cuentan las manifestaciones de la piedad popular. El Espíritu Santo le
confiere la capacidad de ofrecer sacrificios de alabanza a Dios, de
elevar oraciones y súplicas y, ante todo, de convertir la propia vida en
un "sacrificio vivo, santo y agradable a Dios" (Rom 12,1; cfr. Heb
12,28).
86. Desde este
fundamento sacerdotal, la piedad popular ayuda a los fieles a perseverar
en la oración y en la alabanza a Dios Padre, a dar testimonio de Cristo
(cfr. Hech 2,42-47) y, manteniendo la vigilante espera de su venida
gloriosa, da razón, en el Espíritu Santo, de la esperanza de la vida
eterna (cfr. 1 Pe 3,15); y mientras conserva aspectos significativos del
propio contexto cultural, expresa los valores de eclesialidad que
caracterizan, en diverso modo y grado, todo lo que nace y se desarrolla
en el Cuerpo místico de Cristo.
Palabra de Dios y
piedad popular
87. La Palabra de Dios,
contenida en la Sagrada Escritura, custodiada y propuesta por el
Magisterio de la Iglesia, celebrada en la Liturgia, es un instrumento
privilegiado e insustituible de la acción del Espíritu en la vida
cultual de los fieles.
Como en la escucha de la
Palabra de Dios se edifica y crece la Iglesia, el pueblo cristiano debe
adquirir familiaridad con la Sagrada Escritura y llenarse de su
espíritu, para traducir en formas adecuadas y conformes a los datos de
la fe, el sentido de piedad y devoción que brota del contacto con el
Dios que salva, regenera y santifica.
En las palabras de la
Biblia, la piedad popular encontrará una fuente inagotable de
inspiración, modelos insuperables de oración y fecundas propuestas de
diversos temas. Además, la referencia constante a la Sagrada Escritura
constituirá un índice y un criterio, para moderar la exuberancia con la
que no raras veces se manifiesta el sentimiento religioso popular, dando
lugar a expresiones ambiguas y en ocasiones incluso incorrectas.
88. Pero "la lectura de
la Sagrada Escritura debe estar acompañada de la oración, para que pueda
realizarse el diálogo entre Dios y el hombre"; por lo tanto, es muy
recomendable que las diversas formas con las que se expresa la piedad
popular procuren, en general, que haya textos bíblicos, oportunamente
elegidos y debidamente comentados.
89. Para este fin
ayudará el modelo que ofrecen las celebraciones litúrgicas, donde la
Sagrada Escritura tiene un papel constitutivo, propuesta de maneras
diversas, según los tipos de celebración. Sin embargo, como a las
expresiones de la piedad popular se les reconoce una legítima variedad
de forma y de organización, no es necesario que en ellas la disposición
de las lecturas bíblicas sea un calco de las estructuras rituales con
las que la Liturgia proclama la Palabra de Dios.
El modelo litúrgico
constituirá, en cualquier caso, para la piedad popular, una especie de
garantía de una correcta escala de valores, en la cual el primer lugar
le corresponde a la actitud de escucha de Dios que habla; enseñará a
descubrir la armonía entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y a
interpretar el uno a la luz del otro; presentará soluciones, avaladas
por una experiencia secular, para actualizar de manera concreta el
mensaje bíblico y ofrecerá un criterio válido para valorar la
autenticidad de la oración.
En la elección de los
textos es deseable que se recurra a pasajes breves, fáciles de
memorizar, incisivos, fáciles de comprender aunque resulten difíciles de
llevar a la práctica. Por lo demás, algunos ejercicios de piedad, como
el Vía Crucis y el Rosario, favorecen el conocimiento de la
Escritura: al vincular directamente los episodios evangélicos de la vida
de Jesús a gestos y oraciones aprendidas de memoria, se recuerdan con
mayor facilidad.
Piedad popular y
revelaciones privadas
90. Desde siempre, y en
todas partes, la religiosidad popular se ha interesado en fenómenos y
hechos extraordinarios, con frecuencia relacionados con revelaciones
privadas. Aunque no se pueden circunscribir al ámbito de la piedad
mariana, en esta especialmente se dan las "apariciones" y los
consiguientes "mensajes". En este sentido recuerda el
Catecismo de la Iglesia
Católica: "A
lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas "privadas",
algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la
Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su
función no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de
Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época
de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los
fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas
revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos
a la Iglesia" (n.67).
Enculturación y
piedad popular
91. La piedad popular
está caracterizada, naturalmente, por el sentimiento propio de una época
de la historia y de una cultura. Una muestra de esto es la variedad de
expresiones que la constituyen, florecidas y afirmadas en las diversas
Iglesias particulares en el transcurso del tiempo, signo del enraizarse
de la fe en el corazón de los diversos pueblos y de su entrada en el
ámbito de lo cotidiano. Realmente "la religiosidad popular es la primera
y fundamental forma de "enculturación" de la fe, que se debe dejar
orientar continuamente y guiar por las indicaciones de la Liturgia, pero
que a su vez fecunda la fe desde el corazón". El encuentro entre el
dinamismo innovador del mensaje del Evangelio y los diversos componentes
de una cultura es algo que está atestiguado en la piedad popular.
92. El proceso de
adaptación o de enculturación de un ejercicio de piedad no debería
presentar dificultades por lo que se refiere al lenguaje, a las
expresiones musicales y artísticas y al uso de gestos y posturas del
cuerpo. Los ejercicios de piedad, por una parte no conciernen a aspectos
esenciales de la vida sacramental y por otra son, en muchos casos, de
origen popular, nacidos del pueblo, formulados con su lenguaje y
situados en el marco de la fe católica.
Sin embargo, el hecho de
que los ejercicios de piedad y las prácticas de devoción sean expresión
del sentir del pueblo, no autoriza a actuar en esta materia de modo
subjetivo y con personalismo. Manteniendo la competencia propia del
Ordinario del lugar o de los Superiores Mayores – si se trata de
devociones vinculadas a Órdenes religiosas -, cuando se trata de
ejercicios de piedad que afectan a toda una nación o a una amplia
región, conviene que se pronuncie la Conferencia de Obispos.
Es preciso una gran
atención y un profundo sentido de discernimiento para impedir que, a
través de las diversas formas del lenguaje, se insinúen en los
ejercicios de piedad nociones contrarias a la fe cristiana o se abra la
puerta a expresiones contaminadas por el sincretismo.
En particular es
necesario que el ejercicio de piedad, objeto de un proceso de adaptación
o de enculturación, conserve su identidad profunda y su fisonomía
esencial. Esto requiere que se mantenga reconocible su origen histórico
y las líneas doctrinales y cultuales que lo caracterizan.
En lo referente al
empleo de formas de piedad popular en el proceso de enculturación de la
Liturgia, hay que remitirse a la Instrucción de este Dicasterio sobre el
tema en cuestión.
***
ORIENTACIONES
PARA
ARMONIZAR LA PIEDAD POPULAR
Y LA LITURGIA
Premisa
93. Como ayuda para
concretar en la acción pastoral lo que se ha expuesto más arriba, se
ofrecen algunas orientaciones sobre la necesaria relación entre la
piedad popular y la Liturgia, de manera que la acción pastoral resulte
armónica y provechosa. Al mencionar los ejercicios y prácticas de piedad
más extendidos, no se pretende hacer un elenco exhaustivo ni abarcar
todas y cada una de las manifestaciones de carácter local. También se
encuentran, dispersas, indicaciones sobre la pastoral litúrgica, dada la
afinidad de la materia en estos campos, en los que las fronteras no
están delimitadas rigurosamente.
La exposición se
articula en cinco capítulos:
- el cuarto,
sobre el Año litúrgico, desde el punto de vista de la deseable
armonización entre sus celebraciones y las manifestaciones de la piedad
popular;
- el quinto,
sobre la veneración de la santa Madre del Señor, que ocupa un puesto
singular tanto en la sagrada Liturgia como en la piedad popular:
- el sexto, sobre
el culto de los Santos y Beatos, que ocupa también un amplio espacio en
la Liturgia y en la devoción de los fieles;
- el séptimo,
sobre el sufragio por los difuntos, que aparece con frecuencia en las
diversas expresiones de la vida cultual de la Iglesia;
- el octavo,
sobre los santuarios y peregrinaciones, lugares significativos y
expresiones características de la piedad popular, que tienen no pocas
repercusiones de orden litúrgico.
Aunque se hace
referencia a situaciones muy distintas y a ejercicios de piedad de
índole y naturaleza diversa, el texto formula sus propuestas respetando
siempre unos presupuestos fundamentales: la superioridad de la Liturgia
sobre otras expresiones cultuales; la dignidad y la legitimidad de la
piedad popular; la necesidad pastoral de evitar cualquier clase de
contraposición entre la Liturgia y la piedad popular, así como de no
confundir ambas expresiones, dando lugar a celebraciones híbridas.
AÑO LITÚRGICO Y PIEDAD POPULAR
94. El Año litúrgico es
la estructura temporal en la que la Iglesia celebra todo el misterio de
Cristo: "desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, al día de
Pentecostés, y a la expectativa de la dichosa esperanza y venida del
Señor".
En el Año litúrgico "la
celebración del misterio pascual tiene la máxima importancia en el culto
cristiano y se explicita a lo largo de los días, las semanas y en el
curso de todo el año". De aquí se sigue que, en la relación entre
Liturgia y piedad popular, la prioridad de la celebración del Año
litúrgico sobre cualquier otra expresión y práctica de devoción es un
elemento fundamental e imprescindible.
El Domingo
95. El "día del Señor",
en cuanto "fiesta primordial" y "el fundamento y el núcleo de todo el
año litúrgico", no se puede subordinar a las manifestaciones de la
piedad popular. No es cuestión, por lo tanto, de insistir en aquellos
ejercicios de piedad para cuya realización se elige el domingo como
punto de referencia temporal.
Por el bien pastoral de
los fieles es lícito que en los domingos del "tiempo ordinario" tengan
lugar aquellas celebraciones del Señor, en honor de la Virgen María o de
los Santos, que se celebran durante la semana y son especialmente
valoradas por la piedad de los fieles, ya que en el elenco de
precedencias tienen preeminencia sobre el mismo domingo.
Puesto que, a veces, las
tradiciones populares y culturales corren el riesgo de invadir la
celebración del domingo, adulterando su espíritu cristiano, "en estos
casos conviene clarificarlo, con la catequesis y oportunas
intervenciones pastorales, rechazando todo lo que es inconciliable con
el Evangelio de Cristo. Sin embargo es necesario recordar que a menudo
estas tradiciones —y esto es válido análogamente para las nuevas
propuestas culturales de la sociedad civil— tienen valores que se
adecuan sin dificultad a las exigencias de la fe. Es deber de los
Pastores actuar con discernimiento para salvar los valores presentes en
la cultura de un determinado contexto social y sobre todo en la
religiosidad popular, de modo que la celebración litúrgica,
principalmente la de los domingos y fiestas, no sea perjudicada, sino
que más bien sea potenciada".
En el tiempo de
Adviento
96. El Adviento es
tiempo de espera, de conversión, de esperanza:
- espera-memoria de la
primera y humilde venida del Salvador en nuestra carne mortal;
espera-súplica de la última y gloriosa venida de Cristo, Señor de la
historia y Juez universal;
- conversión, a la cual
invita con frecuencia la Liturgia de este tiempo, mediante la voz de los
profetas y sobre todo de Juan Bautista: "Convertios, porque está cerca
el reino de los cielos" (Mt 3,2);
- esperanza gozosa de
que la salvación ya realizada por Cristo (cfr. Rom 8,24-25) y las
realidades de la gracia ya presentes en el mundo lleguen a su madurez y
plenitud, por lo que la promesa se convertirá en posesión, la fe en
visión y "nosotros seremos semejantes a Él porque le veremos tal cual
es" (1 Jn 3,2)
97. La piedad popular es
sensible al tiempo de Adviento, sobre todo en cuanto memoria de la
preparación a la venida del Mesías. Está sólidamente enraizada en el
pueblo cristiano la conciencia de la larga espera que precedió a la
venida del Salvador. Los fieles saben que Dios mantenía, mediante las
profecías, la esperanza de Israel en la venida del Mesías.
A la piedad popular no
se le escapa, es más, subraya llena de estupor, el acontecimiento
extraordinario por el que el Dios de la gloria se ha hecho niño en el
seno de una mujer virgen, pobre y humilde. Los fieles son especialmente
sensibles a las dificultades que la Virgen María tuvo que afrontar
durante su embarazo y se conmueven al pensar que en la posada no hubo un
lugar para José ni para María, que estaba a punto de dar a luz al Niño
(cfr. Lc 2,7).
Con referencia al
Adviento han surgido diversas expresiones de piedad popular, que
alientan la fe del pueblo cristiano y transmiten, de una generación a
otra, la conciencia de algunos valores de este tiempo litúrgico.
La Corona de Adviento
98. La colocación de
cuatro cirios sobre una corona de ramos verdes, que es costumbre sobre
todo en los países germánicos y en América del Norte, se ha convertido
en un símbolo del Adviento en los hogares cristianos.
La Corona de Adviento,
cuyas cuatro luces se encienden progresivamente, domingo tras domingo
hasta la solemnidad de Navidad, es memoria de las diversas etapas de la
historia de la salvación antes de Cristo y símbolo de la luz profética
que iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del Sol de
justicia (cfr. Mal 3,20; Lc 1,78).
Las Procesiones de
Adviento
99. En el tiempo de
Adviento se celebran, en algunas regiones, diversas procesiones, que son
un anuncio por las calles de la ciudad del próximo nacimiento del
Salvador (la "clara estrella" en algunos lugares de Italia), o bien
representaciones del camino de José y María hacia Belén, y su búsqueda
de un lugar acogedor para el nacimiento de Jesús (las "posadas" de la
tradición española y latinoamericana).
Las "Témporas de
invierno"
100. En el hemisferio
norte, en el tiempo de Adviento se celebran las "témporas de invierno".
Indican el paso de una estación a otra y son un momento de descanso en
algunos campos de la actividad humana. La piedad popular está muy atenta
al desarrollo del ciclo vital de la naturaleza: mientras se celebran las
"témporas de invierno", las semillas se encuentran enterradas, en espera
de que la luz y el calor del sol, que precisamente en el solsticio de
invierno vuelve a comenzar su ciclo, las haga germinar.
Donde la piedad popular
haya establecido expresiones celebrativas del cambio de estación,
consérvense y valórense como tiempo de súplica al Señor y de meditación
sobre el significado del trabajo humano, que es colaboración con la obra
creadora de Dios, realización de la persona, servicio al bien común,
actualización del plan de la Redención.
La Virgen María en el
Adviento
101. Durante el tiempo
de Adviento, la Liturgia celebra con frecuencia y de modo ejemplar a la
Virgen María: recuerda algunas mujeres de la Antigua Alianza, que eran
figura y profecía de su misión; exalta la actitud de fe y de humildad
con que María de Nazaret se adhirió, total e inmediatamente, al proyecto
salvífico de Dios; subraya su presencia en los acontecimientos de gracia
que precedieron el nacimiento del Salvador. También la piedad popular
dedica, en el tiempo de Adviento, una atención particular a Santa María;
lo atestiguan de manera inequívoca diversos ejercicios de piedad, y
sobre todo las novenas de la Inmaculada y de la Navidad.
Sin embargo, la
valoración del Adviento "como tiempo particularmente apto para el culto
de la Madre del Señor" no quiere decir que este tiempo se deba presentar
como un "mes de María".
En los calendarios
litúrgicos del Oriente cristiano, el periodo de preparación al misterio
de la manifestación (Adviento) de la salvación divina (Teofanía) en los
misterios de la Navidad-Epifanía del Hijo Unigénito de Dios Padre, tiene
un carácter marcadamente mariano. Se centra la atención sobre la
preparación a la venida del Señor en el misterio de la Deípara.
Para el Oriente, todos los misterios marianos son misterios
cristológicos, esto es, referidos al misterio de nuestra salvación en
Cristo. Así, en el rito copto durante este periodo se cantan las Laudes
de María en los Theotokia; en el Oriente sirio este tiempo es
denominado Subbara, esto es, Anunciación, para subrayar de esta
manera su fisonomía mariana. En el rito bizantino se nos prepara a la
Navidad mediante una serie creciente de fiestas y cantos marianos.
102. La solemnidad de la
Inmaculada (8 de Diciembre), profundamente sentida por los fieles, da
lugar a muchas manifestaciones de piedad popular, cuya expresión
principal es la novena de la Inmaculada. No hay duda de que el contenido
de la fiesta de la Concepción purísima y sin mancha de María, en cuanto
preparación fontal al nacimiento de Jesús, se armoniza bien con algunos
temas principales del Adviento: nos remite a la larga espera mesiánica y
recuerda profecías y símbolos del Antiguo Testamento, empleados también
en la Liturgia del Adviento.
Donde se celebre la
Novena de la Inmaculada se deberían destacar los textos proféticos que
partiendo del vaticinio de Génesis 3,15, desembocan en el saludo de
Gabriel a la "llena de gracia" (Lc 1,28) y en el anuncio del nacimiento
del Salvador (cfr. Lc 1,31-33).
Acompañada por múltiples
manifestaciones populares, en el Continente Americano se celebra, al
acercarse la Navidad, la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe (12 de
Diciembre), que acrecienta en buena medida la disposición para recibir
al Salvador: María "unida íntimamente al nacimiento de la Iglesia en
América, fue la Estrella radiante que iluminó el anunció de Cristo
Salvador a los hijos de estos pueblos".
La Novena de Navidad
103. La Novena de
Navidad nació para comunicar a los fieles las riquezas de una Liturgia a
la cual no tenían fácil acceso. La novena navideña ha desempeñado una
función valiosa y la puede continuar desempeñando. Sin embargo en
nuestros días, en los que se ha facilitado la participación del pueblo
en las celebraciones litúrgicas, sería deseable que en los días 17 al 23
de Diciembre se solemnizara la celebración de las Vísperas con las
"antífonas mayores" y se invitara a participar a los fieles. Esta
celebración, antes o después de la cual podrían tener lugar algunos de
los elementos especialmente queridos por la piedad popular, sería una
excelente "novena de Navidad" plenamente litúrgica y atenta a las
exigencias de la piedad popular. En la celebración de las Vísperas se
pueden desarrollar algunos elementos, tal como está previsto (p. ej.
homilía, uso del incienso, adaptación de las preces).
El Nacimiento
104. Como es bien
sabido, además de las representaciones del pesebre de Belén, que
existían desde la antigüedad en las iglesias, a partir del siglo XIII se
difundió la costumbre de preparar pequeños nacimientos en las
habitaciones de la casa, sin duda por influencia del "nacimiento"
construido en Greccio por San Francisco de Asís, en el año 1223. La
preparación de los mismos (en la cual participan especialmente los
niños) se convierte en una ocasión para que los miembros de la familia
entren en contacto con el misterio de la Navidad, y para que se recojan
en un momento de oración o de lectura de las páginas bíblicas referidas
al episodio del nacimiento de Jesús.
La piedad popular y
el espíritu del Adviento
105. La piedad popular,
a causa de su comprensión intuitiva del misterio cristiano, puede
contribuir eficazmente a salvaguardar algunos de los valores del
Adviento, amenazados por la costumbre de convertir la preparación a la
Navidad en una "operación comercial", llena de propuestas vacías,
procedentes de una sociedad consumista.
La piedad popular
percibe que no se puede celebrar el Nacimiento de Señor si no es en un
clima de sobriedad y de sencillez alegre, y con una actitud de
solidaridad para con los pobres y marginados; la espera del nacimiento
del Salvador la hace sensible al valor de la vida y al deber de
respetarla y protegerla desde su concepción; intuye también que no se
puede celebrar con coherencia el nacimiento del que "salvará a su pueblo
de sus pecados" (Mt 1,21) sin un esfuerzo para eliminar de sí el mal del
pecado, viviendo en la vigilante espera del que volverá al final de los
tiempos.
En el tiempo de
Navidad
106. En el tiempo de
Navidad, la Iglesia celebra el misterio de la manifestación del Señor:
su humilde nacimiento en Belén, anunciado a los pastores, primicia de
Israel que acoge al Salvador; la manifestación a los Magos, "venidos de
Oriente" (Mt 2,1), primicia de los gentiles, que en Jesús recién nacido
reconocen y adoran al Cristo Mesías; la teofanía en el río Jordán, donde
Jesús fue proclamado por el Padre "hijo predilecto" (Mt 3,17) y comienza
públicamente su ministerio mesiánico; el signo realizado en Caná, con el
que Jesús "manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él" (Jn
2,11).
107. Durante el tiempo
navideño, además de estas celebraciones, que muestran su sentido
esencial, tienen lugar otras que están íntimamente relacionadas con el
misterio de la manifestación del Señor: el martirio de los Santos
Inocentes (28 de Diciembre), cuya sangre fue derramada a causa del odio
a Jesús y del rechazo de su reino por parte de Herodes; la memoria del
Nombre de Jesús, el 3 de Enero; la fiesta de la Sagrada Familia (domingo
dentro de la octava), en la que se celebra el santo núcleo familiar en
el que "Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y antes los
hombres" (Lc 2, 52); la solemnidad del 1 de Enero, memoria importante de
la maternidad divina, virginal y salvífica de María; y, aunque fuera ya
de los límites del tiempo navideño, la fiesta de la Presentación del
Señor (2 de Febrero), celebración del encuentro del Mesías con su
pueblo, representado en Simeón y Ana, y ocasión de la profecía mesiánica
de Simeón.
108. Gran parte del rico
y complejo misterio de la manifestación del Señor encuentra amplio eco y
expresiones propias en la piedad popular. Esta muestra una atención
particular a los acontecimientos de la infancia del Salvador, en los que
se ha manifestado su amor por nosotros. La piedad popular capta de un
modo intuitivo:
- el valor de la
"espiritualidad del don", propia de la Navidad: "un niño nos ha nacido,
un hijo se nos ha dado" (Is 9,5), don que es expresión del amor
infinito de Dios que "tanto amó al mundo que nos ha dado a su
Hijo único" (Jn 3,16);
- el mensaje de
solidaridad que conlleva el acontecimiento de Navidad: solidaridad con
el hombre pecador, por el cual, en Jesús, Dios se ha hecho hombre "por
nosotros los hombres y por nuestra salvación"; solidaridad con los
pobres, porque el Hijo de Dios "siendo rico se ha hecho pobre" para
enriquecernos "por medio de su pobreza" (2 Cor 8,9);
- el valor sagrado de la
vida y el acontecimiento maravilloso que se realiza en el parto de toda
mujer, porque mediante el parto de María, el Verbo de la vida ha venido
a los hombres y se ha hecho visible (cfr. 1 Jn 1,2);
- el valor de la alegría
y de la paz mesiánicas, aspiraciones profundas de los hombres de todos
los tiempos: los Ángeles anuncian a los pastores que ha nacido el
Salvador del mundo, el "Príncipe de la paz" (Is 9,5) y expresan el deseo
de "paz en la tierra a los hombres que ama Dios" (Lc 2,14);
- el clima de sencillez,
y de pobreza, de humildad y de confianza en Dios, que envuelve los
acontecimientos del nacimiento del niño Jesús.
La piedad popular,
precisamente porque intuye los valores que se esconden en el misterio de
la Navidad, está llamada a cooperar para salvaguardar la memoria de la
manifestación del Señor, de modo que la fuerte tradición religiosa
vinculada a la Navidad no se convierta en terreno abonado para el
consumismo ni para la infiltración del neopaganismo.
La Noche de Navidad
109. En el tiempo que
discurre entre las primeras Vísperas de Navidad y la celebración
eucarística de media noche, junto con la tradición de los villancicos,
que son instrumentos muy poderosos para transmitir el mensaje de alegría
y paz de Navidad, la piedad popular propone algunas de sus expresiones
de oración, distintas según los países, que es oportuno valorar y, si es
preciso, armonizar con las celebraciones de la Liturgia. Se pueden
presentar, por ejemplo:
- los "nacimientos
vivientes", la inauguración del nacimiento doméstico, que puede dar
lugar a una ocasión de oración de toda la familia: oración que incluya
la lectura de la narración del nacimiento de Jesús según San Lucas, en
la cual resuenen los cantos típicos de la Navidad y se eleven las
súplicas y las alabanzas, sobre todo las de los niños, protagonistas de
este encuentro familiar;
- la inauguración del
árbol de Navidad. También se presta a una acto de oración familiar
semejante al anterior. Independientemente de su origen histórico, el
árbol de Navidad es hoy un signo fuertemente evocador, bastante
extendido en los ambientes cristianos; evoca tanto el árbol de la vida,
plantado en el jardín del Edén (cfr. Gn 2,9), como el árbol de la cruz,
y adquiere así un significado cristológico: Cristo es el verdadero árbol
de la vida, nacido de nuestro linaje, de la tierra virgen Santa María,
árbol siempre verde, fecundo en frutos. El adorno cristiano del árbol,
según los evangelizadores de los países nórdicos, consta de manzanas y
dulces que cuelgan de sus ramos. Se pueden añadir otros "dones"; sin
embargo, entre los regalos colocados bajo el árbol de Navidad no
deberían faltar los regalos para los pobres: ellos forman parte de toda
familia cristiana;
- la cena de Navidad. La
familia cristiana que todos los días, según la tradición, bendice la
mesa y da gracias al Señor por el don de los alimentos, realizará este
gesto con mayor intensidad y atención en la cena de Navidad, en la que
se manifiestan con toda su fuerza la firmeza y la alegría de los
vínculos familiares.
110. La Iglesia desea
que todos los fieles participen en la noche del 24 de Diciembre, a ser
posible, en el Oficio de Lecturas, como preparación inmediata a la
celebración de la Eucaristía de media noche. Donde esto no se haga,
puede ser oportuno preparar una vigilia con cantos, lecturas y elementos
de la piedad popular, inspirándose en dicho oficio.
111. En la Misa de media
noche, que tiene un gran sentido litúrgico y goza del aprecio popular,
se podrán destacar:
- al comienzo de la
Misa, el canto del anuncio del nacimiento del Señor, con la fórmula del
Martirologio Romano;
- la oración de los
fieles deberá asumir un carácter verdaderamente universal, incluso,
donde sea oportuno, con el empleo de varios idiomas como un signo; y en
la presentación de los dones para el ofertorio siempre habrá un recuerdo
concreto de los pobres;
- al final de la
celebración podrá tener lugar el beso de la imagen del Niño Jesús por
parte de los fieles, y la colocación de la misma en el nacimiento que se
haya puesto en la iglesia o en algún lugar cercano.
La fiesta de la
Sagrada Familia
112. La fiesta de la
Sagrada Familia, Jesús, María y José (Domingo en la octava de Navidad)
ofrece un ámbito celebrativo apropiado para el desarrollo de algunos
ritos o momentos de oración, propios de la familia cristiana.
El recuerdo de José, de
María y del niño Jesús, que se dirigen a Jerusalén, como toda familia
hebrea observante, para realizar los ritos de la Pascua (cfr. Lc
2,41-42), animará a que toda la familia acepte la invitación a
participar unida, ese día, en la Eucaristía. Y resultaría muy
significativo que la familia se encomendase nuevamente al patrocinio de
la Sagrada Familia de Nazaret, la bendición de los hijos, prevista en el
Ritual, y donde sea oportuno, la renovación de las promesas
matrimoniales asumidas por los esposos, convertidos ya en padres, en el
día de su matrimonio, así como las promesas de los desposorios con las
que los novios formalizan su proyecto de fundar en el futuro una nueva
familia.
Pero más allá del día de
la fiesta, a los fieles les agrada recurrir a la Sagrada Familia de
Nazaret en muchas circunstancias de la vida: se inscriben con gusto en
las Asociaciones de la Sagrada Familia, para configurar su propio núcleo
familiar según el modelo de la Familia de Nazaret, y dirigen a la misma
jaculatorias frecuentes, mediante las que se encomiendan a su patrocinio
y piden la asistencia para el momento de la muerte.
La fiesta de los
Santos Inocentes
113. Desde el final del
siglo VI, la Iglesia celebra el 28 de Diciembre la memoria de los niños
a los que mató el ciego furor de Herodes por causa de Jesús (cfr. Mt
2,16-17). La tradición litúrgica los llama "Santos Inocentes" y los
considera mártires. A lo largo de los siglos, en el arte, en la poesía y
en la piedad popular, los sentimientos de ternura y de simpatía han
rodeado la memoria de este "pequeño rebaño de corderos inmolados"; a
estos sentimientos se ha unido siempre la indignación por la violencia
con que fueron arrancados de las manos de sus madres y entregados a la
muerte.
En nuestros días los
niños padecen todavía innumerables formas de violencia, que atentan
contra su vida, dignidad, moralidad y derecho a la educación. Hay que
tener presente en este día la innumerable multitud de niños no nacidos y
asesinados al amparo de las leyes que permiten el aborto, un crimen
abominable. La piedad popular, atenta a los problemas concretos, en no
pocos lugares ha dado vida a manifestaciones de culto y a formas de
caridad como la asistencia a las madres embarazadas, la adopción de los
niños e impulsar su educación.
El 31 de Diciembre
114. De la piedad
popular provienen algunos ejercicios de piedad característicos del 31 de
Diciembre. Este día se celebra, en la mayor parte de los países de
Occidente, el final del año civil. La ocasión invita a los fieles a
reflexionar sobre el "misterio del tiempo", que corre veloz e
inexorable. Esto suscita en su espíritu un doble sentimiento:
arrepentimiento y pesar por las culpas cometidas y por las ocasiones de
gracia perdidas durante el año que llega a su fin; agradecimiento por
los beneficios recibidos de Dios.
Esta doble actitud ha
dado origen, respectivamente, a dos ejercicios de piedad: la exposición
prolongada del Santísimo Sacramento, que ofrece una ocasión a las
comunidades religiosas y a los fieles, para un tiempo de oración,
preferentemente en silencio; al canto del Te Deum, como expresión
comunitaria de alabanza y agradecimiento por los beneficios obtenidos de
Dios en el curso del año que está a punto de terminar.
En algunos lugares,
sobre todo en comunidades monásticas y en asociaciones laicales
marcadamente eucarísticas, la noche del 31 de Diciembre tiene lugar una
vigilia de oración que se suele concluir con la celebración de la
Eucaristía. Se debe alentar esta vigilia, y su celebración tiene que
estar en armonía con los contenidos litúrgicos de la Octava de la
Navidad, vivida no sólo como una reacción justificada ante la
despreocupación y disipación con la que la sociedad vive el paso de una
año a otro, sino como ofrenda vigilante al Señor, de las primicias del
nuevo año.
La solemnidad de
santa María, Madre de Dios
115. El 1 de Enero,
Octava de la Navidad, la Iglesia celebra la solemnidad de Santa María,
Madre de Dios. La maternidad divina y virginal de María constituye un
acontecimiento salvífico singular: para la Virgen fue presupuesto y
causa de su gloria extraordinaria; para nosotros es fuente de gracia y
de salvación, porque "por medio de ella hemos recibido al Autor de la
vida".
La solemnidad del 1 de
Enero, eminentemente mariana, ofrece un espacio particularmente apto
para el encuentro entre la piedad litúrgica y la piedad popular: la
primera celebra este acontecimiento con las formas que le son propias;
la segunda, si está formada de manera adecuada, no dejará de dar vida a
expresiones de alabanza y felicitación a la Virgen por el nacimiento de
su Hijo divino, y de profundizar en el contenido de tantas formulas de
oración, comenzando por la que resulta tan entrañable a los fieles:
"Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores".
116. En Occidente el 1
de Enero es un día para felicitarse: es el inicio del año civil. Los
fieles están envueltos en el clima festivo del comienzo del año y se
intercambian, con todos, los deseos de "Feliz año". Sin embargo, deben
saber dar a esta costumbre un sentido cristiano, y hacer de ella casi
una expresión de piedad. Los fieles saben que "el año nuevo" está bajo
el señorío de Cristo y por eso, al intercambiarse las felicitaciones y
deseos, lo ponen, implícita o explícitamente, bajo el dominio de Cristo,
a quien pertenecen los días y los siglos eternos (cfr. Ap 1,8; 22,13).
Con esta conciencia se
relaciona la costumbre, bastante extendida, de cantar el 1 de Enero el
himno Veni, creator Spiritus, para que el Espíritu del Señor
dirija los pensamientos y las acciones de todos y cada uno de los fieles
y de las comunidades cristianas durante todo el año.
117. Entre los buenos
deseos, con los que hombres y mujeres se saludan el 1 de Enero, destaca
el de la paz. El "deseo de paz" tiene profundas raíces bíblicas,
cristológicas y navideñas; los hombres de todos los tiempos invocan el
"bien de la paz" , aunque atentan contra el frecuentemente, y en el modo
más violento y destructor: con la guerra.
La Sede Apostólica,
partícipe de las aspiraciones profundas de los pueblos, desde el 1967,
ha señalado para el 1 de Enero la celebración de la "Jornada mundial de
la paz".
La piedad popular no ha
permanecido insensible ante esta iniciativa de la Sede Apostólica y, a
la luz del Príncipe de la paz recién nacido, convierte este día en un
momento importante de oración por la paz, de educación en la paz y en
los valores que están indisolublemente unidos a la misma, como la
libertad, la solidaridad y la fraternidad, la dignidad de la persona
humana, el respeto de la naturaleza, el derecho al trabajo y el carácter
sagrado de la vida, y de denuncia de situaciones injustas, que turban
las conciencias y amenazan la paz.
La solemnidad de la
Epifanía del Señor
118. En torno a la
solemnidad de la Epifanía, que tiene un origen muy antiguo y un
contenido muy rico, han nacido y se han desarrollado muchas tradiciones
y expresiones genuinas de piedad popular. Entre estas se pueden
recordar:
- el solemne anuncio de
la Pascua y de las fiestas principales del año; la recuperación de este
anuncio, que se está realizando en diversos lugares, se debe favorecer,
pues ayuda a los fieles a descubrir la relación entre la Epifanía y la
Pascua, y la orientación de todas las fiestas hacia la mayor de las
solemnidades cristianas;
- el intercambio de
"regalos de Reyes"; esta costumbre tiene sus raíces en el episodio
evangélico de los dones ofrecidos por los Magos al niño Jesús (cfr. Mt
2,11), y en un sentido más radical, en el don que Dios Padre ha
concedido a la humanidad con el nacimiento entre nosotros del Enmanuel
(cfr. Is 7,14; 9,6; Mt 1,23). Es deseable que el intercambio de regalos
con ocasión de la Epifanía mantenga un carácter religioso, muestre que
su motivación última se encuentra en la narración evangélica: esto
ayudará a convertir el regalo en una expresión de piedad cristiana y a
sacarlo de los condicionamientos de lujo, ostentación y despilfarro, que
son ajenos a sus orígenes;
- la bendición de las
casas, sobre cuyas puertas se traza la cruz del Señor, el número del año
comenzado, las letras iniciales de los nombres tradicionales de los
santos Magos (C+M+B) [en algunas lenguas], explicadas también
como siglas de "Christus mansinem benedicat", escritas con una tiza
bendecida; estos gestos, realizados por grupos de niños acompañados de
adultos, expresan la invocación de la bendición de Cristo por
intercesión de los santos Magos y a la vez son una ocasión para recoger
ofrendas que se dedican a fines misioneros y de caridad;
- las iniciativas de
solidaridad a favor de hombres y mujeres que, como los Magos, vienen de
regiones lejanas; respecto a ellos, sean o no cristianos, la piedad
popular adopta una actitud de comprensión acogedora y de solidaridad
efectiva;
- la ayuda a la
evangelización de los pueblos; el fuerte carácter misionero de la
Epifanía ha sido percibido por la piedad popular, por lo cual, en este
día tienen lugar iniciativas a favor de las misiones, especialmente las
vinculadas a la "Obra misionera de la Santa Infancia", instituida por la
Sede Apostólica;
- la designación de
Santos Patronos; en no pocas comunidades religiosas y cofradías existe
la costumbre de asignar a cada uno de los miembros un Santo bajo cuyo
patrocinio se pone el año recién comenzado
La fiesta del
Bautismo del Señor
119. Los misterios del
Bautismo del Señor y de su manifestación en las bodas de Caná están
estrechamente ligados con el acontecimiento salvífico de la Epifanía.
La fiesta del Bautismo
del Señor concluye el Tiempo de navidad. Esta fiesta, revalorizada en
nuestros días, no ha dado origen a especiales manifestaciones de la
piedad popular. Sin embargo, para que los fieles sean sensibles a lo
referente al Bautismo y a la memoria de su nacimiento como hijos de
Dios, esta fiesta puede constituir un momento oportuno para iniciativas
eficaces, como: el uso del Rito de la aspersión dominical con el agua
bendita en todas las misas que se celebran con asistencia del
pueblo; centrar la homilía y la catequesis en los temas y símbolos
bautismales.
La fiesta de la
Presentación del Señor
120. Hasta el 1969 la
antigua fiesta del 2 de Febrero, de origen oriental, recibía en
Occidente el título de "Purificación de Santa María Virgen", y concluía,
cuarenta días después de Navidad, el ciclo de navidad.
Esta fiesta siempre ha
tenido un marcado carácter popular. Los fieles, de hecho:
- asisten con gusto a la
procesión conmemorativa de la entrada de Jesús en el Templo y de su
encuentro, ante todo con Dios Padre, en cuya morada entra por primera
vez, después con Simeón y Ana. Esta procesión, que en Occidente había
sustituido a los cortejos paganos licenciosos y que era de tipo
penitencial, posteriormente se caracterizó por la bendición de las
candelas, que se llevaban encendidas durante la procesión, en honor de
Cristo "luz para alumbrar a las naciones" (Lc 2,32);
- son sensibles al gesto
realizado por la Virgen María, que presenta a su Hijo en el Templo y se
somete, según el rito de la Ley de Moisés (cfr. Lv 12,1-8), al rito de
la purificación; en la piedad popular el episodio de la purificación se
ha visto como una muestra de la humildad de la Virgen, por lo cual, la
fiesta del 2 de Febrero es considerada con frecuencia la fiesta de los
que realizan los servicios más humildes en la Iglesia.
121. La piedad popular
es sensible al acontecimiento, providencial y misterioso, de la
concepción y del nacimiento de una vida nueva. En particular las madres
cristianas advierten la relación que existe, a pesar de las notables
diferencias – la concepción y el parto de María son hechos únicos –
entre la maternidad de la Virgen, la purísima, madre de la Cabeza del
Cuerpo Místico, y su maternidad: ellas también son madres según el plan
de Dios, pues han generado los futuros miembros del mismo Cuerpo
Místico. En esta intuición, y como imitando el rito realizado por María
(cfr. Lc 2,22-24), tenía origen el rito de la purificación de la que
había dado a luz, algunos de cuyos elementos reflejaban una visión
negativa de lo relacionado con el parto
En el actual Rituale
Romanum está prevista una bendición para la madre, tanto antes del
parto como después del parto, esta última sólo en el caso de que la
madre no haya podido participar en el bautismo del hijo.
Sin embargo, es muy
oportuno que la madre y sus parientes, al pedir esta bendición, se
adapten a las características de la oración de la Iglesia: comunión de
fe y de caridad en la oración, para que llegue a su feliz cumplimiento
el tiempo de espera (bendición antes del parto) y para dar gracias a
Dios por el don recibido (bendición después del parto).
122. En algunas Iglesias
locales se valoran de modo especial algunos elementos del relato
evangélico de la fiesta de la Presentación del Señor (Lc 2,22-40), como
la obediencia de José y María a la Ley del Señor, la pobreza de los
santos esposos, la condición virginal de la Madre de Jesús, lo que ha
aconsejado convertir, también, el 2 de Febrero en la fiesta de los que
se dedican al servicio del Señor y de los hermanos, en las diversas
formas de vida consagrada.
123. La fiesta del 2 de
Febrero conserva un carácter popular. Sin embargo es necesario que
responda verdaderamente al sentido auténtico de la fiesta. No resultaría
adecuado que la piedad popular, al celebrar la Presentación del Señor,
se olvidase el contenido cristológico, que es el fundamental, para
quedarse casi exclusivamente en los aspectos mariológicos; el hecho de
que deba "ser considerada ...como memoria simultánea del Hijo y de la
Madre" no autoriza semejante cambio de la perspectiva; las velas,
conservadas en los hogares, deben ser para los fieles un signo de Cristo
"luz del mundo" y por lo tanto, un motivo para expresar la fe.
En el tiempo de
Cuaresma
124. La Cuaresma es el
tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua. Tiempo de
escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de
memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de
recurso más frecuente a las "armas de la penitencia cristiana": la
oración, el ayuno y la limosna (cfr. Mt 6,1-6.16-18).
En el ámbito de la
piedad popular no se percibe fácilmente el sentido mistérico de la
Cuaresma y no se han asimilado algunos de los grandes valores y temas,
como la relación entre el "sacramento de los cuarenta días" y los
sacramentos de la iniciación cristiana, o el misterio del "éxodo",
presente a lo largo de todo el itinerario cuaresmal. Según una constante
de la piedad popular, que tiende a centrarse en los misterios de la
humanidad de Cristo, en la Cuaresma los fieles concentran su atención en
la Pasión y Muerte del Señor.
125. El comienzo de los
cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el
austero símbolo de las Cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles
de Ceniza. Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores
convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse
con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y
mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos
de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como
signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está
llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe ayudar a los
fieles, que acuden en gran número a recibir la Ceniza, a que capten el
significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al
esfuerzo de la renovación pascual.
A pesar de la
secularización de la sociedad contemporánea, el pueblo cristiano
advierte claramente que durante la Cuaresma hay que dirigir el espíritu
hacia las realidades que son verdaderamente importantes; que hace falta
un esfuerzo evangélico y una coherencia de vida, traducida en buenas
obras, en forma de renuncia a lo superfluo y suntuoso, en expresiones de
solidaridad con los que sufren y con los necesitados.
También los fieles que
frecuentan poco los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía
saben, por una larga tradición eclesial, que el tiempo de
Cuaresma-Pascua está en relación con el precepto de la Iglesia de
confesar lo propios pecados graves, al menos una vez al año,
preferentemente en el tiempo pascual.
126. La divergencia
existente entre la concepción litúrgica y la visión popular de la
Cuaresma, no impide que el tiempo de los "Cuarenta días" sea un espacio
propicio para una interacción fecunda entre Liturgia y piedad popular.
Un ejemplo de esta
interacción lo tenemos en el hecho de que la piedad popular favorece
algunos días, algunos ejercicios de piedad y algunas actividades
apostólicas y caritativas, que la misma Liturgia cuaresmal prevé y
recomienda. La práctica del ayuno, tan característica desde la
antigüedad en este tiempo litúrgico, es un "ejercicio" que libera
voluntariamente de las necesidades de la vida terrena para redescubrir
la necesidad de la vida que viene del cielo: "No sólo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4; cfr.
Dt 8,3; Lc 4,4; antífona de comunión del I Domingo de Cuaresma)
La veneración de
Cristo crucificado
127. El camino cuaresmal
termina con el comienzo del Triduo pascual, es decir, con la celebración
de la Misa In Cena Domini. En el Triduo pascual, el Viernes
Santo, dedicado a celebrar la Pasión del Señor, es el día por excelencia
para la "Adoración de la santa Cruz".
Sin embargo, la piedad
popular desea anticipar la veneración cultual de la Cruz. De hecho, a lo
largo de todo el tiempo cuaresmal, el viernes, que por una antiquísima
tradición cristiana es el día conmemorativo de la Pasión de Cristo, los
fieles dirigen con gusto su piedad hacia el misterio de la Cruz.
Contemplando al Salvador
crucificado captan más fácilmente el significado del dolor inmenso e
injusto que Jesús, el Santo, el Inocente, padeció por la salvación del
hombre, y comprenden también el valor de su amor solidario y la eficacia
de su sacrificio redentor.
128. Las expresiones de
devoción a Cristo crucificado, numerosas y variadas, adquieren un
particular relieve en las iglesias dedicadas al misterio de la Cruz o en
las que se veneran reliquias, consideradas auténticas, del lignum
Crucis. La "invención de la Cruz", acaecida según la tradición
durante la primera mitad del siglo IV, con la consiguiente difusión por
todo el mundo de fragmentos de la misma, objeto de grandísima
veneración, determinó un aumento notable del culto a la Cruz.
En las manifestaciones
de devoción a Cristo crucificado, los elementos acostumbrados de la
piedad popular como cantos y oraciones, gestos como la ostensión y el
beso de la cruz, la procesión y la bendición con la cruz, se combinan de
diversas maneras, dando lugar a ejercicios de piedad que a veces
resultan preciosos por su contenido y por su forma.
No obstante, la piedad
respecto a la Cruz, con frecuencia, tiene necesidad de ser iluminada. Se
debe mostrar a los fieles la referencia esencial de la Cruz al
acontecimiento de la Resurrección: la Cruz y el sepulcro vacío, la
Muerte y la Resurrección de Cristo, son inseparables en la narración
evangélica y en el designio salvífico de Dios. En la fe cristiana, la
Cruz es expresión del triunfo sobre el poder de las tinieblas, y por
esto se la presenta adornada con gemas y convertida en signo de
bendición, tanto cuando se traza sobre uno mismo, como cuando se traza
sobre otras personas y objetos.
129. El texto
evangélico, particularmente detallado en la narración de los diversos
episodios de la Pasión, y la tendencia a especificar y a diferenciar,
propia de la piedad popular, ha hecho que los fieles dirijan su
atención, también, a aspectos particulares de la Pasión de Cristo y
hayan hecho de ellos objeto de diferentes devociones: el "Ecce homo", el
Cristo vilipendiado, "con la corona de espinas y el manto de púrpura"
(Jn 19,5), que Pilato muestra al pueblo; las llagas del Señor, sobre
todo la herida del costado y la sangre vivificadora que brota de allí
(cfr. Jn 19,34); los instrumentos de la Pasión, como la columna de la
flagelación, la escalera del pretorio, la corona de espinas, los clavos,
la lanza de la transfixión; la sábana santa o lienza de la deposición.
Estas expresiones de
piedad, promovidas en ocasiones por personas de santidad eminente, son
legítimas. Sin embargo, para evitar una división excesiva en la
contemplación del misterio de la Cruz, será conveniente subrayar la
consideración de conjunto de todo el acontecimiento de la Pasión,
conforme a la tradición bíblica y patrística.
La lectura de la
Pasión del Señor
130. La Iglesia exhorta
a los fieles a la lectura frecuente, de manera individual o comunitaria,
de la Palabra de Dios. Ahora bien, no hay duda de que entre las páginas
de la Biblia, la narración de la Pasión del Señor tiene un valor
pastoral especial, por lo que, por ejemplo, el Ordo unctionis
infirmorum eorumque pastoralis curae sugiere la lectura, en el
momento de la agonía del cristiano, de la narración de la Pasión del
Señor o de alguna paso de la misma.
Durante el tiempo de
Cuaresma, el amor a Cristo crucificado deberá llevar a la comunidad
cristiana a preferir el miércoles y el viernes, sobre todo, para la
lectura de la Pasión del Señor.
Esta lectura, de gran
sentido doctrinal, atrae la atención de los fieles tanto por el
contenido como por la estructura narrativa, y suscita en ellos
sentimientos de auténtica piedad: arrepentimiento de las culpas
cometidas, porque los fieles perciben que la Muerte de Cristo ha
sucedido para remisión de los pecados de todo el género humano y también
de los propios; compasión y solidaridad con el Inocente injustamente
perseguido; gratitud por el amor infinito que Jesús, el Hermano
primogénito, ha demostrado en su Pasión para con todos los hombres, sus
hermanos; decisión de seguir los ejemplos de mansedumbre, paciencia,
misericordia, perdón de las ofensas y abandono confiado en las manos del
Padre, que Jesús dio de modo abundante y eficaz durante su Pasión.
Fuera de la celebración
litúrgica, la lectura de la Pasión se puede "dramatizar" si es oportuno,
confiando a lectores distintos los textos correspondientes a los
diversos personajes; asimismo, se pueden intercalar cantos o momentos de
silencio meditativo.
El "Vía Crucis"
131. Entre los
ejercicios de piedad con los que los fieles veneran la Pasión del Señor,
hay pocos que sean tan estimados como el Vía Crucis. A través de
este ejercicio de piedad los fieles recorren, participando con su
afecto, el último tramo del camino recorrido por Jesús durante su vida
terrena: del Monte de los Olivos, donde en el "huerto llamado Getsemani"
(Mc 14,32) el Señor fue "presa de la angustia" (Lc 22,44), hasta el
Monte Calvario, donde fue crucificado entre dos malhechores (cfr. Lc
23,33), al jardín donde fue sepultado en un sepulcro nuevo, excavado en
la roca (cfr. Jn 19,40-42).
Un testimonio del amor
del pueblo cristiano por este ejercicio de piedad son los innumerables
Vía Crucis erigidos en las iglesias, en los santuarios, en los
claustros e incluso al aire libre, en el campo, o en la subida a una
colina, a la cual las diversas estaciones le confieren una fisonomía
sugestiva.
132. El Vía Crucis
es la síntesis de varias devociones surgidas desde la alta Edad Media:
la peregrinación a Tierra Santa, durante la cual los fieles visitan
devotamente los lugares de la Pasión del Señor; la devoción a las
"caídas de Cristo" bajo el peso de la Cruz; la devoción a los "caminos
dolorosos de Cristo", que consiste en ir en procesión de una iglesia a
otra en memoria de los recorridos de Cristo durante su Pasión; la
devoción a las "estaciones de Cristo", esto es, a los momentos en los
que Jesús se detiene durante su camino al Calvario, o porque le obligan
sus verdugos o porque está agotado por la fatiga, o porque, movido por
el amor, trata de entablar un diálogo con los hombres y mujeres que
asisten a su Pasión.
En su forma actual, que
está ya atestiguada en la primera mitad del siglo XVII, el Vía Crucis,
difundido sobre todo por San Leonardo de Porto Mauricio (+1751), ha sido
aprobado por la Sede Apostólica, dotado de indulgencias y consta de
catorce estaciones.
133. El Vía Crucis
es un camino trazado por el Espíritu Santo, fuego divino que ardía en el
pecho de Cristo (cfr. Lc 12,49-50) y lo impulsó hasta el Calvario; es un
camino amado por la Iglesia, que ha conservado la memoria viva de las
palabras y de los acontecimientos de los último días de su Esposo y
Señor.
En el ejercicio de
piedad del Vía Crucis confluyen también diversas expresiones
características de la espiritualidad cristiana: la comprensión de la
vida como camino o peregrinación; como paso, a través del misterio de la
Cruz, del exilio terreno a la patria celeste; el deseo de conformarse
profundamente con la Pasión de Cristo; las exigencias de la sequela
Christi, según la cual el discípulo debe caminar detrás del Maestro,
llevando cada día su propia cruz (cfr. Lc 9,23)
Por todo esto el Vía
Crucis es un ejercicio de piedad especialmente adecuado al tiempo de
Cuaresma.
134. Para realizar con
fruto el Vía Crucis pueden ser útiles las siguientes
indicaciones:
- la forma
tradicional, con sus catorce estaciones, se debe considerar como la
forma típica de este ejercicio de piedad; sin embargo, en algunas
ocasiones, no se debe excluir la sustitución de una u otra "estación"
por otras que reflejen episodios evangélicos del camino doloroso de
Cristo, y que no se consideran en la forma tradicional;
- en todo caso, existen
formas alternativas del Vía Crucis aprobadas por la Sede
Apostólica o usadas públicamente por el Romano Pontífice: estas se deben
considerar formas auténticas del mismo, que se pueden emplear según sea
oportuno;
- el Vía Crucis
es un ejercicio de piedad que se refiere a la Pasión de Cristo; sin
embargo es oportuno que concluya de manera que los fieles se abran a la
expectativa, llena de fe y de esperanza, de la Resurrección; tomando
como modelo la estación de la Anastasis al final del Vía
Crucis de Jerusalén, se puede concluir el ejercicio de piedad con la
memoria de la Resurrección del Señor.
135. Los textos para el
Vía Crucis son innumerables. Han sido compuestos por pastores
movidos por una sincera estima a este ejercicio de piedad y convencidos
de su eficacia espiritual; otras veces tienen por autores a fieles
laicos, eminentes por la santidad de vida, doctrina o talento literario.
La selección del texto,
teniendo presente las eventuales indicaciones del Obispo, se deberá
hacer considerando sobre todo las características de los que participan
en el ejercicio de piedad y el principio pastoral de combinar sabiamente
la continuidad y la innovación. En todo caso, serán preferibles los
textos en los que resuenen, correctamente aplicadas, las palabras de la
Biblia, y que estén escritos con un estilo digno y sencillo.
Un desarrollo
inteligente del Vía Crucis, en el que se alternan de manera
equilibrada: palabra, silencio, canto, movimiento procesional y parada
meditativa, contribuye a que se obtengan los frutos espirituales de este
ejercicio de piedad.
El "Vía Matris"
136. Así como en el plan
salvífico de Dios (cfr. Lc 2,34-35) están asociados Cristo crucificado y
la Virgen dolorosa, también los están en la Liturgia y en la piedad
popular.
Como Cristo es el
"hombre de dolores" (Is 53,3), por medio del cual se ha complacido Dios
en "reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la
tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz" (Col 1,20), así María
es la "mujer del dolor", que Dios ha querido asociar a su Hijo, como
madre y partícipe de su Pasión (socia Passionis).
Desde los días de la
infancia de Cristo, toda la vida de la Virgen, participando del rechazo
de que era objeto su Hijo, transcurrió bajo el signo de la espada (cfr.
Lc 2,35). Sin embargo, la piedad del pueblo cristiano ha señalado siete
episodios principales en la vida dolorosa de la Madre y los ha
considerado como los "siete dolores" de Santa María Virgen.
Así, según el modelo del
Vía Crucis, ha nacido el ejercicio de piedad del Vía Matris
dolorosae, o simplemente Vía Matris, aprobado también por la
Sede Apostólica. Desde el siglo XVI hay ya formas incipientes del Vía
Matris, pero en su forma actual no es anterior al siglo XIX. La
intuición fundamental es considerar toda la vida de la Virgen, desde el
anuncio profético de Simeón (cfr. Lc 2,34-35) hasta la muerte y
sepultura del Hijo, como un camino de fe y de dolor: camino articulado
en siete "estaciones", que corresponden a los "siete dolores" de la
Madre del Señor.
137. El ejercicio de
piedad del Vía Matris se armoniza bien con algunos temas propios
del itinerario cuaresmal. Como el dolor de la Virgen tiene su causa en
el rechazo que Cristo ha sufrido por parte de los hombres, el Vía
Matris remite constante y necesariamente al misterio de Cristo,
siervo sufriente del Señor (cfr. Is 52,13-53,12), rechazado por su
propio pueblo (cfr. Jn 1,11; Lc 2,1-7; 2,34-35; 4,28-29; Mt 26,47-56;
Hech 12,1-5). Y remite también al misterio de la Iglesia: las estaciones
del Vía Matris son etapas del camino de fe y dolor en el que la
Virgen ha precedido a la Iglesia y que esta deberá recorrer hasta el
final de los tiempos.
El Vía Matris
tiene como máxima expresión la "Piedad", tema inagotable del arte
cristiano desde la Edad Media.
138. "Durante la Semana
Santa la Iglesia celebra los misterios de la salvación actuados por
Cristo en los últimos días de su vida, comenzando por su entrada
mesiánica en Jerusalén".
Es muy intensa la
participación del pueblo en los ritos de la Semana Santa. Algunos
muestran todavía señales de su origen en el ámbito de la piedad popular.
Sin embargo ha sucedido que, a lo largo de los siglos, se ha producido
en los ritos de la Semana Santa una especie de paralelismo celebrativo,
por lo cual se dan prácticamente dos ciclos con planteamiento diverso:
uno rigurosamente litúrgico, otro caracterizado por ejercicios de piedad
específicos, sobre todo las procesiones.
Esta diferencia se
debería reconducir a una correcta armonización entre las celebraciones
litúrgicas y los ejercicios de piedad. En relación con la Semana Santa,
el amor y el cuidado de las manifestaciones de piedad tradicionalmente
estimadas por el pueblo debe llevar necesariamente a valorar las
acciones litúrgicas, sostenidas ciertamente por los actos de piedad
popular.
Las palmas y los
ramos de olivo o de otros árboles
139. "La Semana Santa
comienza con el Domingo de Ramos "de la Pasión del Señor", que comprende
a la vez el triunfo real de Cristo y el anuncio de la Pasión".
La procesión que
conmemora la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén tiene un carácter
festivo y popular. A los fieles les gusta conservar en sus hogares, y a
veces en el lugar de trabajo, los ramos de olivo o de otros árboles, que
han sido bendecidos y llevados en la procesión.
Sin embargo es preciso
instruir a los fieles sobre el significado de la celebración, para que
entiendan su sentido. Será oportuno, por ejemplo, insistir en que lo
verdaderamente importante es participar en la procesión y no simplemente
procurarse una palma o ramo de olivo; que estos no se conserven como si
fueran amuletos, con un fin curativo o para mantener alejados a los
malos espíritus y evitar así, en las casas y los campos, los daños que
causan, lo cual podría ser una forma de superstición.
La palma y el ramo de
olivo se conservan, ante todo, como un testimonio de la fe en Cristo,
rey mesiánico, y en su victoria pascual.
140. Todos los años en
el "sacratísimo triduo del crucificado, del sepultado y del resucitado"
o Triduo pascual, que se celebra desde la Misa vespertina del Jueves
en la cena del Señor hasta las Vísperas del Domingo de Resurrección,
la Iglesia celebra, "en íntima comunión con Cristo su Esposo", los
grandes misterios de la redención humana.
La visita al lugar de
la reserva
141. La piedad popular
es especialmente sensible a la adoración del santísimo Sacramento, que
sigue a la celebración de la Misa en la cena del Señor. A causa
de un proceso histórico, que todavía no está del todo claro en algunas
de sus fases, el lugar de la reserva se ha considerado como "santo
sepulcro"; los fieles acudían para venerar a Jesús que después del
descendimiento de la Cruz fue sepultado en la tumba, donde permaneció
unas Cuarenta horas.
Es preciso iluminar a
los fieles sobre el sentido de la reserva: realizada con austera
solemnidad y ordenada esencialmente a la conservación del Cuerpo del
Señor, para la comunión de los fieles en la Celebración litúrgica del
Viernes Santo y para el Viático de los enfermos, es una invitación a la
adoración, silenciosa y prolongada, del Sacramento admirable, instituido
en este día.
Por lo tanto, para el
lugar de la reserva hay que evitar el término "sepulcro" ("monumento"),
y en su disposición no se le debe dar la forma de una sepultura; el
sagrario no puede tener la forma de un sepulcro o urna funeraria: el
Sacramento hay que conservarlo en un sagrario cerrado, sin hacer la
exposición con la custodia.
Después de la media
noche del Jueves Santo, la adoración se realiza sin solemnidad, pues ya
ha comenzado el día de la Pasión del Señor.
La procesión del
Viernes Santo
142. El Viernes Santo la
Iglesia celebra la Muerte salvadora de Cristo. En el Acto litúrgico de
la tarde, medita en la Pasión de su Señor, intercede por la salvación
del mundo, adora la Cruz y conmemora su propio nacimiento del costado
abierto del Salvador (Cfr. Jn 19,34).
Entre las
manifestaciones de piedad popular del Viernes Santo, además del Vía
Crucis, destaca la procesión del "Cristo muerto". Esta destaca,
según las formas expresivas de la piedad popular, el pequeño grupo de
amigos y discípulos que, después de haber bajado de la Cruz el Cuerpo de
Jesús, lo llevaron al lugar en el cual había una "tumba excavada en la
roca, en la cual todavía no se había dado sepultura a nadie" (Lc 23,53).
La procesión del "Cristo
muerto" se desarrolla, por lo general, en un clima de austeridad, de
silencio y de oración, con la participación de numerosos fieles, que
perciben no pocos sentidos del misterio de la sepultura de Jesús.
143. Sin embargo, es
necesario que estas manifestaciones de la piedad popular nunca aparezcan
ante los fieles, ni por la hora ni por el modo de convocatoria, como
sucedáneo de las celebraciones litúrgicas del Viernes Santo.
Por lo tanto, al
planificar pastoralmente el Viernes Santo se deberá conceder el primer
lugar y el máximo relieve a la Celebración litúrgica, y se deberá
explicar a los fieles que ningún ejercicio de piedad debe sustituir a
esta celebración, en su valor objetivo.
Finalmente, hay que
evitar introducir la procesión de "Cristo muerto" en el ámbito de la
solemne Celebración litúrgica del Viernes Santo, porque esto
constituiría una mezcla híbrida de celebraciones.
Representación de la
Pasión de Cristo
144. En muchas regiones,
durante la Semana Santa, sobre todo el Viernes, tienen lugar
representaciones de la Pasión de Cristo. Se trata, frecuentemente, de
verdaderas "representaciones sagradas", que con razón se pueden
considerar un ejercicio de piedad. Las representaciones sagradas hunden
sus raíces en la Liturgia. Algunas de ellas, nacidas casi en el coro de
los monjes, mediante un proceso de dramatización progresiva, han pasado
al atrio de la iglesia.
En muchos lugares, la
preparación y ejecución de la representación de la Pasión de Cristo está
encomendada a cofradías, cuyos miembros han asumido determinados
compromisos de vida cristiana. En estas representaciones, actores y
espectadores son introducidos en un movimiento de fe y de auténtica
piedad. Es muy deseable que las representaciones sagradas de la Pasión
del Señor no se alejen de este estilo de expresión sincera y gratuita de
piedad, para convertirse en manifestaciones folclóricas, que atraen no
tanto el espíritu religioso cuanto el interés de los turistas.
Respecto a las
representaciones sagradas hay que explicar a los fieles la profunda
diferencia que hay entre una "representación" que es mímesis, y la
"acción litúrgica", que es anámnesis, presencia mistérica del
acontecimiento salvífico de la Pasión.
Hay que rechazar las
prácticas penitenciales que consisten en hacerse crucificar con clavos.
El recuerdo de la
Virgen de los Dolores
145. Dada su importancia
doctrinal y pastoral, se recomienda no descuidar el "recuerdo de los
dolores de la Santísima Virgen María". La piedad popular, siguiendo el
relato evangélico, ha destacado la asociación de la Madre a la Pasión
salvadora del Hijo (cfr. Jn 19,25-27; Lc 2,34ss) y ha dado lugar a
diversos ejercicios de piedad entre los que se deben recordar:
- el Planctus Mariae,
expresión intensa de dolor, que con frecuencia contiene elementos de
gran valor literario y musical, en el que la Virgen llora no sólo la
muerte del Hijo, inocente y santo, su bien sumo, sino también la pérdida
de su pueblo y el pecado de la humanidad.
- la "Hora de la
Dolorosa", en la que los fieles, con expresiones de conmovedora
devoción, "hacen compañía" a la Madre del Señor, que se ha quedado sola
y sumergida en un profundo dolor, después de la muerte de su único Hijo;
al contemplar a la Virgen con el Hijo entre sus brazos – la Piedad –
comprenden que en María se concentra el dolor del universo por la muerte
de Cristo; en ella ven la personificación de todas las madres que, a lo
largo de la historia, han llorado la muerte de un hijo. Este ejercicio
de piedad, que en algunos lugares de América Latina se denomina "El
pésame", no se debe limitar a expresar el sentimiento humano ante
una madre desolada, sino que, desde la fe en la Resurrección, debe
ayudar a comprender la grandeza del amor redentor de Cristo y la
participación en el mismo de su Madre.
146. "Durante el Sábado
Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su
Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos y esperando en la oración y
el ayuno su Resurrección".
La piedad popular no
puede permanecer ajena al carácter particular del Sábado Santo; así
pues, las costumbres y las tradiciones festivas vinculadas a este día,
en el que durante una época se anticipaba la celebración pascual, se
deben reservar para la noche y el día de Pascua.
La "Hora de la Madre"
147. En María, conforme
a la enseñanza de la tradición, está como concentrado todo el cuerpo de
la Iglesia: ella es la "credentium collectio universa". Por esto la
Virgen María, que permanece junto al sepulcro de su Hijo, tal como la
representa la tradición eclesial, es imagen de la Iglesia Virgen que
vela junto a la tumba de su Esposo, en espera de celebrar su
Resurrección.
En esta intuición de la
relación entre María y la Iglesia se inspira el ejercicio de piedad de
la Hora de la Madre: mientras el cuerpo del Hijo reposa en el
sepulcro y su alma desciende a los infiernos para anunciar a sus
antepasados la inminente liberación de la región de las tinieblas, la
Virgen, anticipando y representando a la Iglesia, espera llena de fe la
victoria del Hijo sobre la muerte.
148. También en el
Domingo de Pascua, máxima solemnidad del año litúrgico, tienen lugar no
pocas manifestaciones de la piedad popular: son, todas, expresiones
cultuales que exaltan la nueva condición y la gloria de Cristo
resucitado, así como su poder divino que brota de su victoria sobre el
pecado y sobre la muerte.
El encuentro del
Resucitado con la Madre
149. La piedad popular
ha intuido que la asociación del Hijo con la Madre es permanente: en la
hora del dolor y de la muerte, en la hora de la alegría y de la
Resurrección.
La afirmación litúrgica
de que Dios ha colmado de alegría a la Virgen en la Resurrección del
Hijo, ha sido, por decirlo de algún modo, traducida y representada por
la piedad popular en el Encuentro de la Madre con el Hijo resucitado:
la mañana de Pascua dos procesiones, una con la imagen de la Madre
dolorosa, otra con la de Cristo resucitado, se encuentran para
significar que la Virgen fue la primera que participó, y plenamente, del
misterio de la Resurrección del Hijo.
Para este ejercicio de
piedad es válida la observación que se hizo respecto a la procesión del
"Cristo muerto": su realización no debe dar a entender que sea más
importante que las celebraciones litúrgicas del domingo de Pascua, ni
dar lugar a mezclas rituales inadecuadas.
Bendición de la mesa
familiar
150. Toda la Liturgia
pascual está penetrada de un sentido de novedad: es nueva la naturaleza,
porque en el hemisferio norte la pascua coincide con el despertar
primaveral; son nuevos el fuego y el agua; son nuevos los corazones de
los cristianos, renovados por el sacramento de la Penitencia y, a ser
posible, por los mismos sacramentos de la Iniciación cristiana; es
nueva, por decirlo de alguna manera, la Eucaristía: son signos y
realidades-signo de la nueva condición de vida inaugurada por Cristo con
su Resurrección.
Entre los ejercicios de
piedad que se relacionan con la Pascua se cuentan las tradicionales
bendiciones de huevos, símbolos de vida, y la bendición de la mesa
familiar; esta última, que es además una costumbre diaria de las
familias cristianas, que se debe alentar, adquiere un significado
particular en el día de Pascua: con el agua bendecida en la Vigilia
Pascual, que los fieles llevan a sus hogares, según una loable
costumbre, el cabeza de familia u otro miembro de la comunidad doméstica
bendice la mesa pascual.
El saludo pascual a
la Madre del Resucitado
151. En algunos lugares,
al final de la Vigilia pascual o después de las II Vísperas del Domingo
de Pascua, se realiza un breve ejercicio de piedad: se bendicen flores,
que se distribuyen a los fieles como signo de la alegría pascual, y se
rinde homenaje a la imagen de la Dolorosa, que a veces se corona,
mientras se canta el Regina caeli. Los fieles, que se habían
asociado al dolor de la Virgen por la Pasión del Hijo, quieren así
alegrarse con ella por el acontecimiento de la Resurrección.
Este ejercicio de
piedad, que no se debe mezclar con el acto litúrgico, es conforme a los
contenidos del Misterio pascual y constituye una prueba ulterior de cómo
la piedad popular percibe la asociación de la Madre a la obra salvadora
del Hijo.
En el Tiempo Pascual
La bendición anual de
las familias en sus casas
152. Durante el tiempo
pascual – o en otros periodos del año – tiene lugar la bendición anual
de las familias, visitadas en sus casas. Esta costumbre, tan apreciada
por los fieles y encomendada a la atención pastoral de los párrocos y de
sus colaboradores, es una ocasión preciosa para hacer resonar en las
familias cristianas el recuerdo de la presencia continua de Dios, llena
de bendiciones, la invitación a vivir conforme al Evangelio, la
exhortación a los padres e hijos a que conserven y promuevan el misterio
de ser "iglesia doméstica".
El "Vía lucis"
153. Recientemente, en
diversos lugares, se está difundiendo un ejercicio de piedad denominado
Vía lucis. En él, como sucede en el Vía Crucis, los
fieles, recorriendo un camino, consideran las diversas apariciones en
las que Jesús – desde la Resurrección a la Ascensión, con la perspectiva
de la Parusía – manifestó su gloria a los discípulos, en espera del
Espíritu prometido (cfr. Jn 14,26; 16,13-15; Lc 24,49), confortó su fe,
culminó las enseñanzas sobre el Reino y determinó aún más la estructura
sacramental y jerárquica de la Iglesia.
Mediante el ejercicio
del Vía lucis los fieles recuerdan el acontecimiento central de
la fe – la Resurrección de Cristo – y su condición de discípulos que en
el Bautismo, sacramento pascual, han pasado de las tinieblas del pecado
a la luz de la gracia (cfr. Col 1,13; Ef 5,8).
Durante siglos, el
Vía Crucis ha mediado la participación de los fieles en el primer
momento del evento pascual – la Pasión – y ha contribuido a fijar sus
contenidos en la conciencia del pueblo. De modo análogo, en nuestros
días, el Vía lucis, siempre que se realice con fidelidad al texto
evangélico, puede ser un medio para que los fieles comprendan vitalmente
el segundo momento de la Pascua del Señor: la Resurrección.
El Vía lucis,
además, puede convertirse en una óptima pedagogía de la fe, porque, como
se suele decir, "per crucem ad lucem". Con la metáfora del camino, el
Vía lucis lleva desde la constatación de la realidad del dolor, que
en plan de Dios no constituye el fin de la vida, a la esperanza de
alcanzar la verdadera meta del hombre: la liberación, la alegría, la
paz, que son valores esencialmente pascuales.
El Vía lucis,
finalmente, en una sociedad que con frecuencia está marcada por la
"cultura de la muerte", con sus expresiones de angustia y apatía, es un
estímulo para establecer una "cultura de la vida", una cultura abierta a
las expectativas de la esperanza y a las certezas de la fe.
La devoción a la
divina misericordia
154. En relación con la
octava de Pascua, en nuestros días y a raíz de los mensajes de la
religiosa Faustina Kowalska, canonizada el 30 de Abril del 2000, se ha
difundido progresivamente una devoción particular a la misericordia
divina comunicada por Cristo muerto y resucitado, fuente del Espíritu
que perdona los pecados y devuelve la alegría de la salvación. Puesto
que la Liturgia del "II Domingo de Pascua o de la divina misericordia" –
como se denomina en la actualidad – constituye el espacio natural en el
que se expresa la acogida de la misericordia del Redentor del hombre,
debe educarse a los fieles para comprender esta devoción a la luz de las
celebraciones litúrgicas de estos días de Pascua. En efecto, "El Cristo
pascual es la encarnación definitiva de la misericordia, su signo
viviente: histórico-salvífico y a la vez escatológico. En el mismo
espíritu, la Liturgia del tiempo pascual pone en nuestros labios las
palabras del salmo: "Cantaré eternamente las misericordias del Señor"
(Sal 89 (88),2)".
La novena de
Pentecostés
155. La Escritura da
testimonio de que en los nueve días entre la Ascensión y Pentecostés,
los Apóstoles "permanecían unidos y eran asiduos en la oración, junto
con algunas mujeres y con María, la Madre de Jesús, y con sus hermanos"
(Hech 1,14), en espera de ser "revestidos con el poder de lo alto" (Lc
24,49). De la reflexión orante sobre este acontecimiento salvífico ha
nacido el ejercicio de piedad de la novena de Pentecostés, muy difundido
en el pueblo cristiano.
En realidad, en el Misal
y en la Liturgia de las Horas, sobre todo en las Vísperas, esta "novena"
ya está presente: los textos bíblicos y eucológicos se refieren, de
diversos modos, a la espera del Paráclito. Por lo tanto, en la medida de
lo posible, la novena de Pentecostés debería consistir en la celebración
solemne de las Vísperas. Donde esto no sea posible, dispóngase la novena
de Pentecostés de tal modo que refleje los temas litúrgicos de los días
que van de la Ascensión a la Vigilia de Pentecostés.
En algunos lugares se
celebra durante estos días la semana de oración por la unidad de los
cristianos.
El domingo de
Pentecostés
156. El tiempo pascual
concluye en el quincuagésimo día, con el domingo de Pentecostés,
conmemorativo de la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles (cfr.
Hech 2,1-4), de los comienzos de la Iglesia y del inicio de su misión a
toda lengua, pueblo y nación. Es significativa la importancia que ha
adquirido, especialmente en la catedral, pero también en las parroquias,
la celebración prolongada de la Misa de la Vigilia, que tiene el
carácter de una oración intensa y perseverante de toda la comunidad
cristiana, según el ejemplo de los Apóstoles reunidos en oración unánime
con la Madre del Señor.
Exhortando a la oración
y a la participación en la misión, el misterio de Pentecostés ilumina la
piedad popular: también esta "es una demostración continua de la
presencia del Espíritu Santo en la Iglesia. Éste enciende en los
corazones la fe, la esperanza y el amor, virtudes excelentes que dan
valor a la piedad cristiana. El mismo Espíritu ennoblece las numerosas y
variadas formas de transmitir el mensaje cristiano según la cultura y
las costumbres de cualquier lugar, en cualquier momento histórico".
Con fórmulas conocidas
que vienen de la celebración de Pentecostés (Veni, creator Spiritus;
Veni, Sancte Spiritus) o con breves súplicas (Emitte Spiritum
tuum et creabuntur...), los fieles suelen invocar al Espíritu, sobre
todo al comenzar una actividad o un trabajo, o en situaciones especiales
de angustia. También el rosario, en el tercer misterio glorioso, invita
a meditar en la efusión del Espíritu Santo. Los fieles, además, saben
que han recibido, especialmente en la Confirmación, el Espíritu de
sabiduría y de consejo que les guía en su existencia, el Espíritu de
fortaleza y de luz que les ayuda a tomar las decisiones importantes y a
afrontar las pruebas de la vida. Saben que su cuerpo, desde el día del
Bautismo, es templo del Espíritu Santo, y que debe ser respetado y
honrado, también en la muerte, y que en el último día la potencia del
Espíritu lo hará resucitar.
Al tiempo que nos abre a
la comunión con Dios en la oración, el Espíritu Santo nos mueve hacia el
prójimo con sentimientos de encuentro, reconciliación, testimonio,
deseos de justicia y de paz, renovación de la mente, verdadero progreso
social e impulso misionero. Con este espíritu, la solemnidad de
Pentecostés se celebra en algunas comunidades como "jornada de
sacrificio por las misiones".
En el Tiempo
ordinario
La solemnidad de la
santísima Trinidad
157. El domingo
siguiente a Pentecostés la Iglesia celebra la solemnidad de la santísima
Trinidad. En la baja Edad Media, la devoción creciente de los fieles al
misterio de Dios Uno y Trino, que desde la época carolingia tenía un
lugar importante en la piedad privada y había dado origen a expresiones
de piedad litúrgica, indujo a Juan XXII a extender en 1334 la fiesta de
la Trinidad a toda la Iglesia latina. Este acontecimiento tuvo, a su
vez, un influjo determinante en la aparición y desarrollo de algunos
ejercicios de piedad.
Respecto a la piedad
popular a la Santísima Trinidad, "el misterio central de la fe y de la
vida cristiana", no es cuestión tanto de recordar tal o cual ejercicio
de piedad, sino de subrayar que toda forma auténtica de piedad cristiana
debe hacer referencia al verdadero y solo Dios Uno y Trino, "el Padre
omnipotente y su Hijo unigénito y el Espíritu Santo". Tal es el misterio
de Dios, el que se nos ha revelado en Cristo y por medio de Él. Tal es
su manifestación en la historia de la salvación. Esta no es otra cosa
que "la historia del camino y los medios por los cuales el Dios
verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia
consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos".
En efecto, son numerosos
los ejercicios de piedad que tienen una impronta y una dimensión
trinitaria. La mayor parte de ellos comienza con el signo de la cruz y
"en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo", la misma
fórmula con la que son bautizados los discípulos de Jesús (cfr. Mt
28,19) y comienzan una vida de intimidad con Dios, como hijos del Padre,
hermanos del Hijo encarnado, templos del Espíritu. Otros ejercicios de
piedad emplean fórmulas similares a la actual Liturgia de las Horas, y
comienzan dando "Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo". Otros
concluyen con la bendición impartida en el nombre de las tres Personas
divinas. Y no son pocos los ejercicios de piedad cuyas oraciones,
siguiendo el esquema característico de la oración litúrgica, se dirigen
"al Padre por Cristo en el Espíritu" y presentan formulas doxológicas
inspiradas en los textos litúrgicos.
158. Como ya se ha dicho
en la Primera Parte del presente Directorio, la vida cultual es un
diálogo de Dios con el hombre, por Cristo, en el Espíritu Santo. Por
esto, es necesario que el aspecto trinitario sea un elemento constante,
también en la piedad popular. Tiene que quedar claro a los fieles que
los ejercicios de piedad en honor de la Santísima Virgen, de los Ángeles
y de los Santos, tienen como término al Padre, del que todo procede y al
que todo conduce; al Hijo, encarnado, muerto, resucitado, único mediador
(cfr. 1 Tim 2,5) sin el cual es imposible tener acceso al Padre (Jn
14,6); al Espíritu, única fuente de gracia y de santificación. Es
importante evitar el peligro de alimentar la idea de una "divinidad" que
prescinda de las Personas Divinas.
159. Entre los
ejercicios de piedad dedicados directamente a Dios Trino y Uno hay que
recordar, junto con la pequeña doxología (Gloria al Padre y al Hijo y
al Espíritu Santo...) y la gran doxología (Gloria a Dios en el
cielo...), el Trisagio bíblico (Santo, Santo, Santo) y
litúrgico (Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de
nosotros), muy difundido en Oriente y también en algunos países,
órdenes y congregaciones de Occidente.
El Trisagio litúrgico,
que se inspira en otros cantos litúrgicos basados en el Trisagio bíblico
– como el Santo en la celebración de la Eucaristía, el himno
Te Deum, los improperios del rito de la adoración de la Cruz,
el Viernes Santo, derivados a su vez de Isaías 6,3 y de Apocalipsis 4,8
– es un ejercicio de piedad en el que los que oran, en comunión con los
ángeles, glorifican repetidamente a Dios Santo, Fuerte e Inmortal, con
expresiones de alabanza tomadas de la Sagrada Escritura y de la
Liturgia.
La solemnidad del
Cuerpo y la Sangre del Señor
160. El jueves siguiente
a la solemnidad de la santísima Trinidad, la Iglesia celebra la
solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre del Señor. La fiesta, extendida
en 1269 por el Papa Urbano IV a toda la Iglesia latina, por una parte
constituyó una respuesta de fe y de culto a doctrinas heréticas acerca
del misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por otra
parte fue la culminación de un movimiento de ardiente devoción hacia el
augusto Sacramento del altar.
La piedad popular
favoreció el proceso que instituyó la fiesta del Corpus Christi;
a su vez, esta fue causa y motivo de la aparición de nuevas formas de
piedad eucarística en el pueblo de Dios.
Durante siglos, la
celebración del Corpus Christi fue el principal punto de
confluencia de la piedad popular a la Eucaristía. En los siglos
XVI-XVII, la fe, reavivada por la necesidad de responder a las
negaciones del movimiento protestante, y la cultura – arte, literatura,
folclore – han contribuido a dar vida a muchas y significativas
expresiones de la piedad popular para con el misterio de la Eucaristía.
161. La devoción
eucarística, tan arraigada en el pueblo cristiano, debe ser educada para
que capte dos realidades de fondo:
- que el punto de
referencia supremo de la piedad eucarística es la Pascua del Señor; la
Pascua, según la visión de los Padres, es la fiesta de la Eucaristía,
como, por otra parte, la Eucaristía es ante todo celebración de la
Pascua, es decir, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús;
- que toda forma de
devoción eucarística tiene una relación esencial con el Sacrificio
eucarístico, ya porque dispone a su celebración, ya porque prolonga las
actitudes cultuales y existenciales suscitadas por ella.
A causa precisamente de
esto, el Rituale Romanum advierte: "Los fieles, cuando veneran a
Cristo, presente en el Sacramento, recuerden que esta presencia deriva
del Sacrificio y tiende a la comunión, sacramental y espiritual".
162. La procesión de la
solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo es, por así decir, la "forma
tipo" de las procesiones eucarísticas. Prolonga la celebración de la
Eucaristía: inmediatamente después de la Misa, la Hostia que ha sido
consagrada en dicha Misa se conduce fuera de la iglesia para que el
pueblo cristiano "dé un testimonio público de fe y de veneración al
Santísimo Sacramento".
Los fieles comprenden y
aman los valores que contiene la procesión del Corpus Christi: se
sienten "Pueblo de Dios" que camina con su Señor, proclamando la fe en
Él, que se ha hecho verdaderamente el "Dios con nosotros".
Con todo, es necesario
que en las procesiones eucarísticas se observen las normas que regulan
su desarrollo, en particular las que garantizan la dignidad y la
reverencia debidas al santísimo Sacramento; y también es necesario que
los elementos típicos de la piedad popular, como el adorno de las calles
y de las ventanas, la ofrenda de flores, los altares donde se colocará
el Santísimo en las estaciones del recorrido, los cantos y las oraciones
"muevan a todos a manifestar su fe en Cristo, atendiendo únicamente a la
alabanza del Señor", y ajenos a toda forma de emulación.
163. Las procesiones
eucarísticas concluyen, normalmente, con la bendición del santísimo
Sacramento. En el caso concreto de la procesión del Corpus Christi,
la bendición constituye la conclusión solemne de toda la celebración: en
lugar de la bendición sacerdotal acostumbrada, se imparte la bendición
con el santísimo Sacramento.
Es importante que los
fieles comprendan que la bendición con el santísimo Sacramento no es una
forma de piedad eucarística aislada, sino el momento conclusivo de un
encuentro cultual suficientemente amplio. Por eso, la normativa
litúrgica prohíbe "la exposición realizada únicamente para impartir la
bendición".
La adoración
eucarística
164. La adoración del
santísimo Sacramento es una expresión particularmente extendida del
culto a la Eucaristía, al cual la Iglesia exhorta a los Pastores y
fieles.
Su forma primigenia se
puede remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la celebración
de la Misa en la cena del Señor y a la reserva de las sagradas
Especies. Esta resulta muy significativa del vínculo que existe entre la
celebración del memorial del sacrificio del Señor y su presencia
permanente en las Especies consagradas. La reserva de las Especies
sagradas, motivada sobre todo por la necesidad de poder disponer de las
mismas en cualquier momento, para administrar el Viático a los enfermos,
hizo nacer en los fieles la loable costumbre de recogerse en oración
ante el sagrario, para adorar a Cristo presente en el Sacramento.
De hecho, "la fe en la
presencia real del Señor conduce de un modo natural a la manifestación
externa y pública de esta misma fe (...) La piedad que mueve a los
fieles a postrarse ante la santa Eucaristía, les atrae para participar
de una manera más profunda en el misterio pascual y a responder con
gratitud al don de aquel que mediante su humanidad infunde
incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo. Al detenerse
junto a Cristo Señor, disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren
su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz
y la salvación del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en
el Espíritu Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio un aumento
de fe, de esperanza y de caridad. De esta manera cultivan las
disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que es
conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que
nos ha dado el Padre".
165. La adoración del
santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y
expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer
claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras:
- la simple visita al
santísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve encuentro con
Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la
oración silenciosa;
- adoración ante el
santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas, en la
custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve;
- la denominada
Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda
una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad
parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.
En estos momentos de
adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada
Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y
oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos
sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del Año
litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De este modo
comprenderán progresivamente que durante la adoración del santísimo
Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de
la Virgen María y de los Santos. Sin embargo, dado el estrecho vínculo
que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría ayudar a dar a la
oración una profunda orientación cristológica, meditando en él los
misterios de la Encarnación y de la Redención.
El sagrado Corazón de
Jesús
166. El viernes
siguiente al segundo domingo después de Pentecostés, la Iglesia celebra
la solemnidad del sagrado Corazón de Jesús. Además de la celebración
litúrgica, otras muchas expresiones de piedad tienen por objeto el
Corazón de Cristo. No hay duda de que la devoción al Corazón del
Salvador ha sido, y sigue siendo, una de las expresiones más difundidas
y amadas de la piedad eclesial.
Entendida a la luz de la
sagrada Escritura, la expresión "Corazón de Cristo" designa el misterio
mismo de Cristo, la totalidad de su ser, su persona considerada en el
núcleo más íntimo y esencial: Hijo de Dios, sabiduría increada, caridad
infinita, principio de salvación y de santificación para toda la
humanidad. El "Corazón de Cristo" es Cristo, Verbo encarnado y salvador,
intrínsecamente ofrecido, en el Espíritu, con amor infinito
divino-humano hacia el Padre y hacia los hombres sus hermanos.
167. Como han recordado
frecuentemente los Romanos Pontífices, la devoción al Corazón de Cristo
tiene un sólido fundamento en la Escritura.
Jesús, que es uno con el
Padre (cfr. Jn 10,30), invita a sus discípulos a vivir en íntima
comunión con Él, a asumir su persona y su palabra como norma de
conducta, y se presenta a sí mismo como maestro "manso y humilde de
corazón" (Mt 11,29). Se puede decir, en un cierto sentido, que la
devoción al Corazón de Cristo es la traducción en términos cultuales de
la mirada que, según las palabras proféticas y evangélicas, todas las
generaciones cristianas dirigirán al que ha sido atravesado (cfr. Jn
19,37; Zc 12,10), esto es, al costado de Cristo atravesado por la lanza,
del cual brotó sangre y agua (cfr. Jn 19,34), símbolo del "sacramento
admirable de toda la Iglesia".
El texto de san Juan que
narra la ostensión de las manos y del costado de Cristo a los discípulos
(cfr. Jn 20,20) y la invitación dirigida por Cristo a Tomás, para que
extendiera su mano y la metiera en su costado (cfr. Jn 20,27), han
tenido también un influjo notable en el origen y en el desarrollo de la
piedad eclesial al sagrado Corazón.
168. Estos textos, y
otros que presentan a Cristo como Cordero pascual, victorioso, aunque
también inmolado (cfr. Ap 5,6), fueron objeto de asidua meditación por
parte de los Santos Padres, que desvelaron las riquezas doctrinales y
con frecuencia invitaron a los fieles a penetrar en el misterio de
Cristo por la puerta abierta de su costado. Así san Agustín: "La entrada
es accesible: Cristo es la puerta. También se abrió para ti cuando su
costado fue abierto por la lanza. Recuerda qué salió de allí; así mira
por dónde puedes entrar. Del costado del Señor que colgaba y moría en la
Cruz salió sangre y agua, cuando fue abierto por la lanza. En el agua
está tu purificación, en la sangre tu redención".
169. La Edad Media fue
una época especialmente fecunda para el desarrollo de la devoción al
Corazón del Salvador. Hombres insignes por su doctrina y santidad, como
san Bernardo (+1153), san Buenaventura (+1274), y místicos como santa
Lutgarda (+1246), santa Matilde de Magdeburgo (+1282), las santas
hermanas Matilde (+1299) y Gertrudis (+1302) del monasterio de Helfta,
Ludolfo de Sajonia (+1378), santa Catalina de Siena (+1380),
profundizaron en el misterio del Corazón de Cristo, en el que veían el
"refugio" donde acogerse, la sede de la misericordia, el lugar del
encuentro con Él, la fuente del amor infinito del Señor, la fuente de la
cual brota el agua del Espíritu, la verdadera tierra prometida y el
verdadero paraíso.
170. En la época
moderna, el culto del Corazón de Salvador tuvo un nuevo desarrollo. En
un momento en el que el jansenismo proclamaba los rigores de la justicia
divina, la devoción al Corazón de Cristo fue un antídoto eficaz para
suscitar en los fieles el amor al Señor y la confianza en su infinita
misericordia, de la cual el Corazón es prenda y símbolo. San Francisco
de Sales (+1622), que adoptó como norma de vida y apostolado la actitud
fundamental del Corazón de Cristo, esto es, la humildad, la mansedumbre
(cfr. Mt 11,29), el amor tierno y misericordioso; santa Margarita María
de Alacoque (+1690), a quien el Señor mostró repetidas veces las
riquezas de su Corazón; San Juan Eudes (+1680), promotor del culto
litúrgico al sagrado Corazón; san Claudio de la Colombiere (+1682), San
Juan Bosco (+1888) y otros santos, han sido insignes apóstoles de la
devoción al sagrado Corazón.
171. Las formas de
devoción al Corazón del Salvador son muy numerosas; algunas han sido
explícitamente aprobadas y recomendadas con frecuencia por la Sede
Apostólica. Entre éstas hay que recordar:
- la consagración
personal, que, según Pío XI, "entre todas las prácticas del culto al
sagrado Corazón es sin duda la principal";
- la consagración de
la familia, mediante la que el núcleo familiar, partícipe ya por el
sacramento del matrimonio del misterio de unidad y de amor entre Cristo
y la Iglesia, se entrega al Señor para que reine en el corazón de cada
uno de sus miembros;
- las Letanías del
Corazón de Jesús, aprobadas en 1891 para toda la Iglesia, de
contenido marcadamente bíblico y a las que se han concedido
indulgencias;
- el acto de
reparación, fórmula de oración con la que el fiel, consciente de la
infinita bondad de Cristo, quiere implorar misericordia y reparar las
ofensas cometidas de tantas maneras contra su Corazón;
- la práctica de los
nueve primeros viernes de mes, que tiene su origen en la "gran
promesa" hecha por Jesús a santa Margarita María de Alacoque. En una
época en la que la comunión sacramental era muy rara entre los fieles,
la práctica de los nueve primeros viernes de mes contribuyó
significativamente a restablecer la frecuencia de los sacramentos de la
Penitencia y de la Eucaristía. En nuestros días, la devoción de los
primeros viernes de mes, si se practica de un modo correcto, puede dar
todavía indudable fruto espiritual. Es preciso, sin embargo, que se
instruya de manera conveniente a los fieles: sobre el hecho de que no se
debe poner en esta práctica una confianza que se convierta en una vana
credulidad que, en orden a la salvación, anula las exigencias
absolutamente necesarias de la fe operante y del propósito de llevar una
vida conforme al Evangelio; sobre el valor absolutamente principal del
domingo, la "fiesta primordial", que se debe caracterizar por la plena
participación de los fieles en la celebración eucarística.
172. La devoción al
sagrado Corazón constituye una gran expresión histórica de la piedad de
la Iglesia hacia Jesucristo, su esposo y señor; requiere una actitud de
fondo, constituida por la conversión y la reparación, por el amor y la
gratitud, por el empeño apostólico y la consagración a Cristo y a su
obra de salvación. Por esto, la Sede Apostólica y los Obispos la
recomiendan, y promueven su renovación: en las expresiones del lenguaje
y en las imágenes, en la toma de conciencia de sus raíces bíblicas y su
vinculación con las verdades principales de la fe, en la afirmación de
la primacía del amor a Dios y al prójimo, como contenido esencial de la
misma devoción.
173. La piedad popular
tiende a identificar una devoción con su representación iconográfica.
Esto es algo normal, que sin duda tiene elementos positivos, pero puede
también dar lugar a ciertos inconvenientes: un tipo de imágenes que no
responda ya al gusto de los fieles, puede ocasionar un menor aprecio del
objeto de la devoción, independientemente de su fundamento teológico y
de contenido histórico salvífico.
Así ha sucedido con la
devoción al sagrado Corazón: ciertas láminas con imágenes a veces
dulzonas, inadecuadas para expresar el robusto contenido teológico, no
favorecen el acercamiento de los fieles al misterio del Corazón del
Salvador.
En nuestro tiempo se ha
visto con agrado la tendencia a representar el sagrado Corazón
remitiéndose al momento de la Crucifixión, en la que se manifiesta en
grado máximo el amor de Cristo. El sagrado Corazón es Cristo
crucificado, con el costado abierto por la lanza, del que brotan sangre
y agua (cfr. Jn 19,34).
El Corazón inmaculado
de María
174. Al día siguiente de
la solemnidad del sagrado Corazón de Jesús, la Iglesia celebra la
memoria del Corazón inmaculado de María. La contigüidad de las dos
celebraciones es ya, en sí misma, un signo litúrgico de su estrecha
relación: el mysterium del Corazón del Salvador se proyecta y
refleja en el Corazón de la Madre que es también compañera y discípula.
Así como la solemnidad del sagrado Corazón celebra los misterios
salvíficos de Cristo de una manera sintética y refiriéndolos a su fuente
– precisamente el Corazón -, la memoria del Corazón inmaculado de María
es celebración resumida de la asociación "cordial" de la Madre a la obra
salvadora del Hijo: de la Encarnación a la Muerte y Resurrección, y al
don del Espíritu.
La devoción al Corazón
inmaculado de María se ha difundido mucho, después de las apariciones de
la Virgen en Fátima, en el 1917. A los veinticinco años de las mismas,
en el 1942, Pío XII consagraba la Iglesia y el género humano al Corazón
inmaculado de María, y en el 1944 la fiesta del Corazón inmaculado de
María se extendió a toda la Iglesia.
Las expresiones de la
piedad popular hacia el Corazón de María imitan, aunque salvando la
infranqueable distancia entre el Hijo, verdadero Dios, y la Madre, sólo
criatura, las del Corazón de Cristo: la consagración de cada uno de los
fieles, de las familias, de las comunidades religiosas, de las naciones;
la reparación, realizada sobre todo mediante la oración, la
mortificación y las obras de misericordia; la práctica de los cinco
primeros sábados de mes.
Por lo que refiere a la
devoción de la comunión sacramental durante cinco primeros sábados
consecutivos, valen las observaciones hechas a propósito de los nueve
primeros viernes: eliminada toda valoración excesiva del signo
temporal y situada correctamente la comunión en el contexto celebrativo
de la Eucaristía, la práctica de piedad debe ser aprovechada como
ocasión propicia para vivir intensamente, con una actitud inspirada en
la Virgen, el Misterio pascual que se celebra en la Eucaristía.
La preciosísima
Sangre de Cristo
175. En la revelación
bíblica, tanto en la fase de figura, propia del Antiguo Testamento, como
en la de cumplimiento y perfección, propia del Nuevo, la sangre aparece
íntimamente relacionado con la vida, y como antítesis con la muerte, con
el éxodo y la pascua, con el sacerdocio y los sacrificios cultuales, con
la redención y la alianza.
Las figuras del Antiguo
Testamento referidas a la sangre y a su valor salvífico se han realizado
de modo perfecto en Cristo, sobre todo en su Pascua de Muerte y
Resurrección. Por esto el misterio de la Sangre de Cristo ocupa un
puesto central en la fe y en la salvación.
Con el misterio de la
Sangre salvadora se relacionan o remiten al mismo:
- el acontecimiento de
la Encarnación del Verbo (cfr. Jn 1,14) y el rito de incorporación del
recién nacido Jesús al pueblo de la Antigua Alianza, mediante la
circuncisión (cfr. Lc 2,21);
- la figura bíblica del
Cordero, con una multitud de aspectos e implicaciones: "Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29.36); en la que confluye la
imagen del "Siervo sufriente" de Isaías 53, que carga sobre sí los
sufrimientos y el pecado de la humanidad (cfr. Is 53,4-5); "Cordero
pascual" (cfr. Ex 12,1; Jn 12,36), símbolo de la redención de Israel
(cfr. Hech 8,31-35; 1 Cor 5,7; 1 Pe 1,18-20);
- el "cáliz de la
pasión", del que habla Jesús, aludiendo a su inminente muerte redentora,
cuando pregunta a los hijos de Zebedeo: "¿Podéis beber el cáliz que yo
voy a beber?" (Mt 20,22; cfr. Mc 10,38) y el cáliz de la agonía del
huerto de los olivos (cfr. Lc 22,42-43), acompañado del sudor de sangre
(cfr. Lc 22,44);
- el cáliz eucarístico,
que en el signo del vino contiene la Sangre de la Alianza nueva y
eterna, derramada por la remisión de los pecados, y es memorial de la
Pascua del Señor (cfr. 1 Cor 11,25) y bebida de salvación, conforme a
las palabras del Maestro: "el que come mi carne y bebe mi sangre tiene
vida eterna y yo le resucitaré en el último día" (Jn 6,54);
- el acontecimiento de
la muerte, porque mediante la sangre derramada en la Cruz, Cristo puso
en paz el cielo y la tierra (cfr. Col 1,20);
- el golpe de la lanza
que atravesó al Cordero inmolado, de cuyo costado abierto brotaron
sangre y agua (cfr. Jn 19,34), testimonio de la redención realizada,
signo de la vida sacramental de la Iglesia – agua y sangre, Bautismo y
Eucaristía -, símbolo de la Iglesia nacida de Cristo dormido en la Cruz.
176. Con el misterio de
la sangre se relacionan, de modo particular, los títulos cristológicos
de Redentor: Cristo con su sangre inocente y preciosa nos ha
rescatado de la antigua esclavitud (cfr. 1 Pe 1,19) y nos "limpia de
todo pecado" (1 Jn 1,7); de sumo Sacerdote de los "bienes
futuros", porque Cristo "no con sangre de machos cabríos y becerros,
sino con su propia sangre entró una vez para siempre en el santuario,
obteniéndonos la redención eterna" (Heb 9,11-12); de Testigo fiel
(cfr. Ap 1,5) que hace justicia a la sangre de los mártires (cfr. Ap
6,10), que "fueron inmolados por la Palabra de Dios y por el testimonio
que dieron de la misma" (Ap 6,9); de Rey, el cual, Dios, "reina
desde el madero", adornado con la púrpura de su propia sangre; de
Esposo y Cordero de Dios, en cuya sangre han lavado sus
vestiduras los miembros de la comunidad eclesial – la Esposa –(cfr. Ap
7,14; Ef 5,25-27).
177. La extraordinaria
importancia de la Sangre salvadora ha hecho que su memoria tenga un
lugar central y esencial en la celebración del misterio del culto: ante
todo en el centro mismo de la asamblea eucarística, en la que la Iglesia
eleva a Dios Padre, en acción de gracias, el "cáliz de la bendición" (1
Cor 10,16) y lo ofrece a los fieles como sacramento de verdadera y real
"comunión con la sangre de Cristo" (1 Cor 10,16), y también en el curso
del Año Litúrgico. La Iglesia conmemora el misterio de la Sangre, no
sólo en la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Señor (jueves siguiente a
la solemnidad de la Santísima Trinidad), sino también en otras muchas
celebraciones, de manera que la memoria cultual de la Sangre que nos ha
rescatado (cfr. 1 Pe 1,18) está presente durante todo el Año. Por
ejemplo, en el Tiempo de Navidad, en las Vísperas, la Iglesia,
dirigiéndose a Cristo canta: "Nos quoque, qui sancto tuo/ redempti sumus
sanguine,/ ob diem natalis tui/ hymnum novum concinimus". Pero
sobre todo en el Triduo pascual, el valor y la eficacia redentora de la
Sangre de Cristo son objeto de memoria y adoración constante. El Viernes
Santo, durante la adoración de la Cruz, resuena el canto: "Mite corpus
perforatur, sanguis unde profluit;/ terra, pontus, astra, mundus
quo lavantur flumine!"; y en mismo día de Pascua: "Cuius corpus
sanctissimum/ in ara crucis torridum,/ sed et cruorem roseum/
gustando, Deo vivimus"
En algunos lugares y
Calendarios particulares, la fiesta de la preciosísima Sangre de Cristo
se celebra todavía el 1 de Julio: en ella se recuerdan los títulos del
Redentor.
178. La veneración de la
Sangre de Cristo ha pasado del culto litúrgico a la piedad popular, en
la que tiene un amplio espacio y numerosas expresiones. Entre éstas hay
que recordar:
- la Corona de la
preciosa Sangre de Cristo, en la que con lecturas bíblicas y
oraciones son objeto de meditación piadosa "siete efusiones de sangre"
de Cristo, explícita o implícitamente recordadas en los Evangelios: la
sangre derramada en la circuncisión, en el huerto de los olivos, en la
flagelación, en la coronación de espinas, en la subida al Monte
Calvario, en la crucifixión, en el golpe de la lanza;
- las Letanías de la
Sangre de Cristo: el formulario actual, aprobado por el Papa Juan
XXIII el 24 de Febrero de 1960, se despliega desde un argumento en el
que la línea histórico-salvífica es claramente visible y las referencias
a pasajes bíblicos son numerosas;
- la Hora de
adoración a la preciosa Sangre de Cristo, que adquiere una gran
variedad de formas, pero con un único objetivo: la alabanza y la
adoración de la Sangre de Cristo presente en la Eucaristía, el
agradecimiento por los dones de la redención, la intercesión para
alcanzar misericordia y perdón, la ofrenda de la Sangre preciosa por el
bien de la Iglesia;
- el Vía Sanguinis:
un ejercicio de piedad reciente que, por motivos antropológicos y
culturales, ha tenido su origen en África, donde hoy está
particularmente extendido entre las comunidades cristianas. En el Vía
Sanguinis los fieles, avanzando de un lugar a otro como en el Vía
Crucis, reviven los diversos momentos en los que el Señor Jesús
derramó su sangre por nuestra salvación.
179. La veneración de la
Sangre del Señor, derramada para nuestra salvación, y la conciencia de
su inmenso valor han favorecido la difusión de representaciones
iconográficas aceptadas por la Iglesia. Hay dos tipos fundamentales: la
que hace referencia al cáliz eucarístico, que contiene la Sangre de la
nueva y eterna Alianza, y la que sitúa en el centro de la imagen a Jesús
crucificado, de cuyas manos, pies y costado brota la Sangre salvadora. A
veces la Sangre inunda la tierra abundantemente, como un torrente de
gracia que purifica los pecados; a veces junto a la cruz se representan
cinco Ángeles, que recogen cada uno en un cáliz la Sangre que mana de
las cinco heridas; esta acción a veces la realiza una figura femenina,
que representa a la Iglesia, Esposa del Cordero.
La Asunción de Santa
María Virgen
180. En el transcurso
del Tiempo ordinario destaca, por sus múltiples significados teológicos,
la solemnidad de la Asunción de Santa María Virgen (15 de Agosto). Es
una memoria antigua de la Madre del Señor, compendio y síntesis de
muchas verdades de la fe. La Virgen asunta al cielo:
- aparece como "el fruto
más excelso de la redención", testimonio supremo de la amplitud y la
eficacia de la obra salvífica de Cristo (significado soteriológico);
- constituye la prenda
de la participación futura de todos los miembros del Cuerpo místico en
la gloria pascual del Resucitado (aspecto cristológico);
- es para todos los
hombres "la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la
esperanza final; pues dicha glorificación plena es el destino de
aquellos que Cristo ha hecho hermanos, teniendo "en común con ellos la
carne y la sangre" (Heb 2, 14; cfr. Gal 4, 4)" (aspecto antropológico);
- es la imagen
escatológica de lo que la Iglesia "toda, desea y espera llegar a ser"
(aspecto eclesiológico);
- es la garantía de la
fidelidad del Señor a su promesa: reserva una recompensa espléndida a su
humilde Sierva por su adhesión fiel al plan divino, esto es, un destino
de plenitud y bienaventuranza, de glorificación del alma inmaculada y
del cuerpo virginal, de perfecta configuración con el Hijo resucitado
(aspecto mariológico).
181. La fiesta del 15 de
agosto es muy apreciada en la piedad popular. En muchos lugares se
considera que es la fiesta de la Virgen, por antonomasia: el "día de
Santa María", como lo es la Inmaculada para España y para América
Latina.
En los países del área
germánica se ha difundido la costumbre de bendecir plantas aromáticas el
15 de Agosto. Esta bendición, que durante algún tiempo figuró en el
Rituale Romanum, constituye un claro ejemplo de auténtica
evangelización de ritos y creencias pre-cristianas: a Dios, por cuya
palabra "la tierra produce sus brotes, hierbas que producen semillas...y
árboles que dan cada uno fruto con semillas, según sus especies" (Gn
1,12), es a quien hacía falta dirigirse para obtener lo que los paganos
trataban de conseguir mediante sus ritos mágicos: evitar los daños que
producían las hierbas venenosas, aumentar la eficacia de las curativas.
De esta visión viene, en
parte, el uso antiguo de aplicar a la Virgen Santísima, haciendo
referencia a la Escritura, símbolos y apelativos tomados del mundo
vegetal, como viña, espiga, cedro, lirio, y ver en ella una flor de
suave olor por sus virtudes, e incluso describirla como el "retoño
germinado de la raíz de Jesé" (Is 11,1) que engendraría el fruto
bendito, Jesús.
Semana de oración por
la unidad de los cristianos
182. Teniendo siempre
presente la oración de Jesús: "como tú, Padre, estás en mí y yo en ti,
que ellos sean una sola cosa en nosotros, para que el mundo crea que tú
me has enviado" (Jn 17,21), la Iglesia invoca en cada Eucaristía el don
de la unidad y de la paz. El mismo Misal Romano – entre las Misas por
diversas necesidades – contiene tres formularios de Misa "por la unidad
de los cristianos". Esta intención aparece también en las preces de
Liturgia de las Horas.
Dada la diversa
sensibilidad de los "hermanos separados", también las expresiones de la
piedad popular deben tener presente el criterio ecuménico. De hecho "la
conversión del corazón y santidad de vida, juntamente con las oraciones
privadas y públicas por la unidad de los cristianos, han de considerarse
como el alma de todo el movimiento ecuménico, y con razón puede llamarse
ecumenismo espiritual". Un especial punto de encuentro entre los
católicos y los cristianos pertenecientes a otras Iglesias y Comunidades
eclesiales es la oración en común, para impetrar la gracia de la unidad
y para presentar a Dios las necesidades o preocupaciones comunes, y para
darle gracias e implorar su ayuda. "La oración común se recomienda
especialmente durante la "Semana de oración por la unidad de los
cristianos", o en el tiempo entre la Ascensión y Pentecostés". Se han
concedido indulgencias a la oración por la unidad de los cristianos.
LA VENERACIÓN A LA SANTA MADRE DEL SEÑOR
Algunos principios
183. La piedad popular a
la Santísima Virgen, diversa en sus expresiones y profunda en sus
causas, es un hecho eclesial relevante y universal. Brota de la fe y del
amor del pueblo de Dios a Cristo, Redentor del género humano, y de la
percepción de la misión salvífica que Dios ha confiado a María de
Nazaret, para quien la Virgen no es sólo la Madre del Señor y del
Salvador, sino también, en el plano de la gracia, la Madre de todos los
hombres.
De hecho, "los fieles
entienden fácilmente la relación vital que une al Hijo y a la Madre.
Saben que el Hijo es Dios y que ella, la Madre, es también madre de
ellos. Intuyen la santidad inmaculada de la Virgen, y venerándola como
reina gloriosa en el cielo, están seguros de que ella, llena de
misericordia, intercede en su favor, y por tanto imploran con confianza
su protección. Los más pobres la sienten especialmente cercana. Saben
que fue pobre como ellos, que sufrió mucho, que fue paciente y mansa.
Sienten compasión por su dolor en la crucifixión y muerte del Hijo, se
alegran con ella por la Resurrección de Jesús. Celebran con gozo sus
fiestas, participan con gusto en sus procesiones, acuden en
peregrinación a sus santuarios, les gusta cantar en su honor, le
presentan ofrendas votivas.
No permiten que
ninguno la ofenda e instintivamente desconfían de quien no la honra".
La Iglesia misma exhorta
a todos sus hijos – ministros sagrados, religiosos, fieles laicos – a
alimentar su piedad personal y comunitaria también con ejercicios de
piedad, que aprueba y recomienda. El culto litúrgico, no obstante su
importancia objetiva y su valor insustituible, su eficacia ejemplar y su
carácter normativo, no agota todas las posibilidades de expresión de la
veneración del pueblo de Dios a la Santa Madre del Señor.
184. Las relaciones
entre la Liturgia y la piedad popular mariana se deben regular a la luz
de los principios y las normas que han sido presentadas varias veces en
este documento. En cualquier caso, con respecto a la piedad mariana del
pueblo de Dios, la Liturgia debe aparecer como "forma ejemplar", fuente
de inspiración, punto de referencia constante y meta última.
185. Sin embargo,
conviene recordar aquí de manera sintética algunas líneas generales que
el Magisterio de la Iglesia ha trazado respecto a los ejercicios de
piedad marianos y que se deben tener en cuenta para todo lo referente a
la composición de nuevos ejercicios de piedad, para la revisión de lo
que ya existen, o simplemente para su celebración. Los Pastores deben
prestar atención a los ejercicios de piedad marianos, dada su
importancia; por una parte, son fruto y expresión de la piedad mariana
de un pueblo o de una comunidad de fieles, por otra, a veces, son causa
y factor no secundario de la "fisonomía mariana" de los fieles, del
"estilo" que adquiere la piedad de los fieles para con la Virgen
Santísima.
186. La directriz
fundamental del Magisterio, respecto a los ejercicios de piedad, es que
se puedan reconducir al "cauce del único culto que justa y merecidamente
se llama cristiano, porque en Cristo tiene su origen y eficacia, en
Cristo halla plena expresión y por medio de Cristo conduce en el
Espíritu al Padre". Esto significa que los ejercicios de piedad
marianos, aunque no todos del mismo modo y en la misma medida, deben:
- expresar la dimensión
trinitaria que distingue y caracteriza el culto al Dios de la revelación
neotestamentaria, el Padre, el Hijo y el Espíritu; la dimensión
cristológica, que subraya la única y necesaria mediación de Cristo; la
dimensión pneumatológica, porque toda auténtica expresión de piedad
viene del Espíritu y en el Espíritu se consuma; el carácter eclesial,
por el que los bautizados, al constituir el pueblo santo de Dios, rezan
reunidos en el nombre del Señor (cfr. Mt 18,20) y en el espacio vital de
la Comunión de los Santos;
- recurrir de manera
continua a la sagrada Escritura, entendida en el sentido de la sagrada
Tradición; no descuidar, manteniendo íntegra la confesión de fe de la
Iglesia, las exigencias del movimiento ecuménico; considerar los
aspectos antropológicos de las expresiones cultuales, de manera que
reflejen una visión adecuada del hombre y respondan a sus exigencias;
hacer patente la tensión escatológica, elemento esencial del mensaje
cristiano; explicitar el compromiso misionero y el deber de dar
testimonio, que son una obligación de los discípulos del Señor.
Los
tiempos de los ejercicios de piedad marianos
La
celebración de la fiesta
187. Los ejercicios de
piedad marianos se relacionan, casi todos, con una fiesta litúrgica
presente en el Calendario general del Rito Romano, o en los calendarios
particulares de las diócesis o familias religiosas.
A veces, el ejercicio de
piedad es previo a la institución de la fiesta (como en el caso del
santo Rosario), a veces la fiesta es muy anterior al ejercicio de piedad
(como en el caso del Angelus Domini). Este hecho pone de
manifiesto la relación que existe entre la Liturgia y los ejercicios de
piedad y cómo estos últimos encuentran su momento culminante en la
celebración de la fiesta. En cuanto litúrgica, la fiesta está en
relación con la historia de la salvación y celebra un aspecto de la
asociación de la Virgen María al misterio de Cristo. Se debe celebrar,
por tanto, conforme a las normas de la Liturgia y en el respeto a la
jerarquía entre "actos litúrgicos" y "ejercicios de piedad" vinculados
con ellos.
Sin embargo, una fiesta
de la Virgen Santísima, en cuanto manifestación popular conlleva unos
valores antropológicos que no se pueden olvidar.
El sábado
188. Entre los días
dedicados a la Virgen Santísima destaca el sábado, que tiene la
categoría de memoria de santa María. Esta memoria se remonta a la
época carolingia (siglo IX), pero no se conocen los motivos que llevaron
a elegir el sábado como día de santa María. Posteriormente se dieron
numerosas explicaciones que no acaban de satisfacer del todo a los
estudiosos de la historia de la piedad.
Hoy en día,
prescindiendo de sus orígenes históricos no aclarados del todo, se ponen
de relieve, con razón, algunos de los valores de esta memoria, a los
cuales "la espiritualidad contemporánea es más sensible: el ser
recuerdo de la actitud materna y de discípula de la "santa Virgen
que ‘durante el gran sábado’ cuando Cristo yacía en el sepulcro, fuerte
únicamente por su fe y su esperanza, sola entre todos los discípulos,
esperó vigilante la Resurrección del Señor"; preludio e introducción
a la celebración del domingo, fiesta primordial, memoria semanal de la
Resurrección de Cristo; signo, con su ritmo semanal, de que la
Virgen está continuamente presente y operante en la vida de la Iglesia".
También la piedad
popular es sensible al valor del sábado como día de santa María. No es
raro el caso de comunidades religiosas y de asociaciones de fieles cuyos
estatutos prescriben presentar todos los sábados algún obsequio
particular a la Madre del Señor, a veces con ejercicios de piedad
compuestos especialmente para este día.
Triduos, septenarios,
novenas marianas
189. Precisamente porque
es un momento culminante, la fiesta suele estar precedida y preparada
por un triduo, septenario o novena. Estos "tiempos y modos de la piedad
popular" se deben desarrollar en armonía con los "tiempos y modos de la
Liturgia".
Triduos, septenarios,
novenas, pueden constituir una ocasión propicia no sólo para realizar
ejercicios de piedad en honor de la Virgen, sino también pueden servir
para presentar a los fieles una visión adecuada del lugar que ocupa en
el misterio de Cristo y de la Iglesia, y la función que desempeña.
Los ejercicios de piedad
no pueden permanecer ajenos a los progresivos avances de la
investigación bíblica y teológica sobre la Madre del Salvador, es más,
se deben convertir, sin que cambie su naturaleza, en medio catequético
para la difusión y conocimiento de los mismos.
Triduos, septenarios y
novenas, servirán para preparar verdaderamente la celebración de la
fiesta, si los fieles se sienten movidos a acercarse a los sacramentos
de la Penitencia y de la Eucaristía y a renovar su compromiso cristiano
a ejemplo de María, la primera y más perfecta discípula de Cristo.
En algunas regiones, el
día 13 de cada mes, en recuerdo de las apariciones de la virgen de
Fátima, los fieles se reúnen para tener un tiempo de oración mariana.
Los "meses de María"
190. Con respecto a la
práctica de un "mes de María", extendida en varias Iglesias tanto de
Oriente como de Occidente, se pueden recordar algunas orientaciones
fundamentales.
En Occidente, los meses
dedicados a la Virgen, nacidos en una época en la que no se hacía mucha
referencia a la Liturgia como forma normativa del culto cristiano, se
han desarrollado de manera paralela al culto litúrgico. Esto ha
originado, y también hoy origina, algunos problemas de índole
litúrgico-pastoral que se deben estudiar cuidadosamente.
191. En el caso de la
costumbre occidental de celebrar un "mes de María" en Mayo (en algunos
países del hemisferio sur en Noviembre), será oportuno tener en cuenta
las exigencias de la Liturgia, las expectativas de los fieles, su
maduración en la fe, y estudiar el problema que suponen los "meses de
María" en el ámbito de la pastoral de conjunto de la Iglesia
local, evitando situaciones de conflicto pastoral que desorienten a los
fieles, como sucedería, por ejemplo, si se tendiera a eliminar el "mes
de Mayo".
Con frecuencia, la
solución más oportuna será armonizar los contenidos del "mes de María"
con el tiempo del Año litúrgico. Así, por ejemplo, durante el mes de
Mayo, que en gran parte coincide con los cincuenta días de la Pascua,
los ejercicios de piedad deberán subrayar la participación de la Virgen
en el misterio pascual (cfr. Jn 19,25-27) y en el acontecimiento de
Pentecostés (cfr. Hech 1,14), que inaugura el camino de la Iglesia: un
camino que ella, como partícipe de la novedad del Resucitado, recorre
bajo la guía del Espíritu. Y puesto que los "cincuenta días" son el
tiempo propicio para la celebración y la mistagogia de los sacramentos
de la iniciación cristiana, los ejercicios de piedad del mes de Mayo
podrán poner de relieve la función que la Virgen, glorificada en el
cielo, desempeña en la tierra, "aquí y ahora", en la celebración de los
sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía.
En definitiva, se deberá
seguir con diligencia la directriz de la Constitución Sacrosanctum
Concilium sobre la necesidad de que "el espíritu de los fieles se
dirija sobre todo, a las fiestas del Señor, en las cuales se celebran
los misterios de salvación durante el curso del año", misterios a los
cuales está ciertamente asociada santa María Virgen.
Una oportuna catequesis
convencerá a los fieles de que el domingo, memoria semanal de la Pascua,
es "el día de fiesta primordial". Finalmente, teniendo presente que en
la Liturgia Romana las cuatro semanas de Adviento constituyen un tiempo
mariano armónicamente inscrito en el Año litúrgico, se deberá ayudar a
los fieles a valorar convenientemente las numerosas referencias a la
Madre del Señor, presentes en todo este periodo.
Algunos ejercicios de
piedad recomendados por el Magisterio
192. No es cuestión de
hacer aquí un elenco de todos los ejercicios de piedad recomendados por
el Magisterio. Sin embargo, se recuerdan algunos que merecen especial
atención, para ofrecer algunas indicaciones sobre su desarrollo y
sugerir, si fuera preciso, alguna corrección.
Escucha orante de la
Palabra de Dios
193. La indicación
conciliar de promover la "sagrada celebración de la palabra de Dios" en
algunos momentos significativos del Año litúrgico puede encontrar,
también, una aplicación válida en las manifestaciones de culto en honor
de la Madre del Verbo encarnado. Esto se corresponde perfectamente con
la tendencia general de la piedad cristiana, y refleja la convicción de
que actuar como ella ante la Palabra de Dios es ya un obsequio excelente
a la Virgen (cfr. Lc 2,19.51). Del mismo modo que en las celebraciones
litúrgicas, también en los ejercicios de piedad los fieles deben
escuchar con fe la Palabra, debe acogerla con amor y conservarla en el
corazón; meditarla en su espíritu y proclamarla con sus labios; ponerla
en práctica fielmente y conformar con ella toda su vida.
194. "Las celebraciones
de la Palabra, por las posibilidades temáticas y estructurales que
permiten, ofrecen múltiples elementos para encuentros de culto que sean
a la vez expresiones de auténtica piedad y momento adecuado para
desarrollar una catequesis sistemática sobre la Virgen. Sin embargo, la
experiencia nos enseña que las celebraciones de la Palabra no pueden
tener un carácter predominantemente intelectual o exclusivamente
didáctico; por el contrario, deben dar lugar – en los cantos, en los
textos de oración, en el modo de participar de los fieles – a formas de
expresión sencillas y familiares, de la piedad popular, que hablan de
modo inmediato al corazón del hombre".
El "Ángelus Domini"
195. El Ángelus
Domini es la oración tradicional con que los fieles, tres veces al
día, esto es, al alba, a mediodía y a la puesta del sol, conmemoran el
anuncio del ángel Gabriel a María. El Ángelus es, pues, un
recuerdo del acontecimiento salvífico por el que, según el designio del
Padre, el Verbo, por obra del Espíritu Santo, se hizo hombre en las
entrañas de la Virgen María.
La recitación del
Ángelus está profundamente arraigada en la piedad del pueblo
cristiano y es alentada por el ejemplo de los Romanos Pontífices. En
algunos ambientes, las nuevas condiciones de nuestros días no favorecen
la recitación del Ángelus, pero en otros muchos las dificultades
son menores, por lo cual se debe procurar por todos los medios que se
mantenga viva y se difunda esta devota costumbre, sugiriendo al menos la
recitación de tres avemarías. La oración del Ángelus, por
"su sencilla estructura, su carácter bíblico,... su ritmo casi
litúrgico, que santifica diversos momentos de la jornada, su apertura al
misterio pascual,... a través de los siglos conserva intacto su valor y
su frescura".
"Incluso es deseable
que, en algunas ocasiones, sobre todo en las comunidades religiosas, en
los santuarios dedicados a la Virgen, durante la celebración de algunos
encuentros, el Ángelus Domini... sea solemnizado, por
ejemplo, mediante el canto del Avemaría, la proclamación del
Evangelio de la Anunciación" y el toque de campanas.
El "Regina caeli"
196. Durante el tiempo
pascual, por disposición del Papa Benedicto XIV (20 de Abril de 1742),
en lugar del Ángelus Domini se recita la célebre antífona
Regina caeli. Esta antífona, que se remonta probablemente al siglo
X-XI, asocia de una manera feliz el misterio de la encarnación del Verbo
(el Señor, a quien has merecido llevar) con el acontecimiento
pascual (resucitó, según su palabra), mientras que la "invitación
a la alegría" (Alégrate) que la comunidad eclesial dirige a la
Madre por la resurrección del Hijo, remite y depende de la "invitación a
la alegría" ("Alégrate, llena de gracia": Lc 1,28) que Gabriel dirigió a
la humilde Sierva del Señor, llamada a ser la madre del Mesías salvador.
Como se ha sugerido para
el Ángelus, será conveniente a veces solemnizar el Regina
caeli, además de con el canto de la antífona, mediante la
proclamación del evangelio de la Resurrección.
El Rosario
197. El Rosario o
Salterio de la Virgen es una de las oraciones más excelsas a la Madre
del Señor. Por eso, "los Sumos Pontífices han exhortado repetidamente a
los fieles a la recitación frecuente del santo Rosario, oración de
impronta bíblica, centrada en la contemplación de los acontecimientos
salvíficos de la vida de Cristo, a quien estuvo asociada estrechamente
la Virgen Madre. Son numerosos los testimonios de los Pastores y de
hombres de vida santa sobre el valor y eficacia de esta oración".
El Rosario es una
oración esencialmente contemplativa, cuya recitación "exige un ritmo
tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezcan, en quien ora, la
meditación de los misterios de la vida del Señor". Está expresamente
recomendado en la formación y en la vida espiritual de los clérigos y de
los religiosos.
198. La Iglesia muestra
su estima por la oración del santo Rosario al proponer un rito para la
Bendición de los rosarios. Este rito subraya el carácter
comunitario de la oración del rosario; la bendición de los rosarios se
acompaña de la bendición a los que meditan los misterios de la vida,
muerte y resurrección del Señor, para que "puedan establecer una armonía
perfecta entre la oración y la vida".
Por otra parte, sería
recomendable realizar la bendición de los rosarios, tal como sugiere el
Bendicional, "con la participación del pueblo", durante las
peregrinaciones a santuarios marianos, en las fiestas de la Virgen
María, en especial la del Rosario, o al final del mes de Octubre.
199. A continuación se
presentan algunas sugerencias que, conservando la naturaleza propia del
Rosario, pueden hacer que su recitación sea más provechosa.
En algunas ocasiones la
recitación de Rosario podría adquirir un tono celebrativo: "mediante la
proclamación de lecturas bíblicas referidas a cada misterio, con el
canto de algunas partes, mediante una distribución prudente de las
diferentes funciones, con la solemnización de los momentos de inicio y
conclusión de la oración".
200. Para los que
recitan una tercera parte del Rosario, la costumbre distribuye los
misterios según los días de la semana: gozosos (lunes y jueves),
dolorosos (martes y viernes), gloriosos (miércoles, sábado y domingo).
Esta distribución, si se
mantiene con demasiada rigidez, puede dar lugar a una oposición entre el
contenido de los misterios y el contenido litúrgico del día: se pueden
pensar, por ejemplo, en la recitación de los misterios dolorosos en el
día de Navidad, cuando sea viernes. En estos casos se puede mantener que
"la característica litúrgica de un determinado día debe prevalecer sobre
su situación en la semana; pues no resulta ajeno a la naturaleza del
Rosario realizar, según los días del Año litúrgico, oportunas
sustituciones de los misterios, que permitan armonizar ulteriormente el
ejercicio de piedad con el tiempo litúrgico". Así, por ejemplo, actúan
correctamente los fieles que el 6 de Enero, solemnidad de la Epifanía,
recitan los misterios gozosos y como "quinto misterio" contemplan la
adoración de los Magos, en lugar del episodio de Jesús perdido y hallado
en el templo de Jerusalén. Obviamente, este tipo de sustituciones se
debe realizar con ponderación, fidelidad a la Escritura y corrección
litúrgica
201. Para favorecer la
contemplación y para que la mente concuerde con la voz, los Pastores y
los estudiosos han sugerido en muchas ocasiones restaurar el uso de la
cláusula, una antigua estructura del Rosario que sin embargo nunca
desapareció del todo.
La cláusula, que se
adapta bien a la naturaleza repetitiva y meditativa del Rosario,
consiste en una oración de relativo que sigue al nombre de Jesús
y que recuerda el misterio enunciado. Una cláusula correcta, fija para
cada decena, breve en su enunciado, fiel a la Escritura y a la Liturgia,
puede resultar una valiosa ayuda para la recitación meditativa del santo
Rosario.
202. "Al ilustrar a los
fieles sobre el valor y belleza del Rosario se deben evitar expresiones
que rebajen otras formas de piedad también excelentes o no tengan en
cuenta la existencia de otras coronas marianas, también aprobadas por la
Iglesia", o que puedan crear un sentimiento de culpa en quien no lo
recita habitualmente: "el Rosario es una oración excelente, pero el fiel
debe sentirse libre, atraído a rezarlo, en serena tranquilidad, por la
intrínseca belleza del mismo".
Las Letanías de la
Virgen
203. Entre las formas de
oración a la Virgen, recomendadas por el Magisterio, están las Letanías.
Consisten en una prolongada serie de invocaciones dirigidas a la Virgen,
que, al sucederse una a otra de manera uniforme, crean un flujo de
oración caracterizado por una insistente alabanza-súplica. Las
invocaciones, generalmente muy breves, constan de dos partes: la primera
de alabanza ("Virgo Clemens"), la segunda de súplica ("ora pro nobis").
En los libros litúrgicos
del Rito Romano hay dos formularios de letanías: Las Letanías
lauretanas, por las que los Romanos Pontífices han mostrado siempre
su estima; las Letanías para el rito de coronación de una imagen de
la Virgen María, que en algunas ocasiones pueden constituir una
alternativa válida al formulario lauretano.
No sería útil, desde el
punto de vista pastoral, una proliferación de formularios de letanías;
por otra parte, una limitación excesiva no tendría suficientemente en
cuenta las riquezas de algunas Iglesias locales o familias religiosas.
Por ello, la Congregación para el Culto Divino ha exhortado a "tomar en
consideración otros formularios antiguos o nuevos en uso en las Iglesias
locales o Institutos religiosos, que resulten notables por su solidez
estructural y la belleza de sus invocaciones". Esta exhortación se
refiere, evidentemente, a ámbitos locales o comunitarios bien precisos.
Como consecuencia de la
prescripción del Papa León XIII de concluir, durante el mes de Octubre,
la recitación del Rosario con el canto de las Letanías lauretanas, se
creó en muchos fieles la convicción errónea de que las Letanías eran
como una especie de apéndice del Rosario. En realidad, las Letanías son
un acto de culto por sí mismas: pueden ser el elemento fundamental de un
homenaje a la Virgen, pueden ser un canto procesional, formar parte de
una celebración de la Palabra de Dios o de otras estructuras cultuales.
La
consagración-entrega a María
204. A lo largo de la
historia de la piedad aparecen diversas experiencias, personales y
colectivas, de "consagración-entrega-dedicación a la Virgen" (oblatio,
servitus, commendatio, dedicatio). Estas fórmulas aparecen en los
devocionarios y en los estatutos de asociaciones marianas, en los cuales
encontramos fórmulas de "consagración" y oraciones para la misma o en
recuerdo de ella.
Respecto a la práctica
piadosa de la "consagración a María" no son infrecuentes las expresiones
de aprecio de los Romanos Pontífices y son conocidas las fórmulas que
ellos han recitado públicamente.
Un conocido maestro de
la espiritualidad que presenta dicha práctica es san Luis María Grignion
de Montfort, "el cual proponía a los cristianos la consagración a Cristo
por manos de María, como medio eficaz para vivir fielmente el compromiso
del bautismo".
A la luz del testamento
de Cristo (cfr. Jn 19,25-27), el acto de "consagración" es el
reconocimiento consciente del puesto singular que ocupa María de Nazaret
en el Misterio de Cristo y de la Iglesia, del valor ejemplar y universal
de su testimonio evangélico, de la confianza en su intercesión y la
eficacia de su patrocinio, de la multiforme función materna que
desempeña, como verdadera madre en el orden de la gracia, a favor de
todos y de cada uno de sus hijos.
Hay que notar, sin
embargo, que el término "consagración" se usa con cierta amplitud e
impropiedad: "se dice, por ejemplo "consagrar los niños a la Virgen",
cuando en realidad sólo se pretende poner a los pequeños bajo la
protección de la Virgen y pedir para ellos su bendición maternal". Se
entiende así la sugerencia de bastantes, de sustituir el término
"consagración" por otros, como "entrega", "donación". De hecho, en
nuestros días, los avances de la teología litúrgica y la exigencia
consiguiente de un uso riguroso de los términos, sugieren que se reserve
el término consagración a la ofrenda de uno mismo que tiene como
término a Dios, como características la totalidad y la perpetuidad, como
garantía la intervención de la Iglesia, como fundamento los sacramentos
del Bautismo y de la Confirmación.
En cualquier caso, con
respecto a esta práctica es necesario instruir a los fieles sobre su
naturaleza. Aunque tenga las características de una ofrenda total y
perenne: es sólo analógica respecto a la "consagración a Dios"; debe ser
fruto no de una emoción pasajera, sino una decisión personal, libre,
madurada en el ámbito de una visión precisa del dinamismo de la gracia;
se debe expresar de modo correcto, en una línea, por así decir,
litúrgica: al Padre por Cristo en el Espíritu Santo, implorando la
intercesión gloriosa de María, a la cual se confía totalmente, para
guardar con fidelidad los compromisos bautismales y vivir en una actitud
filial con respecto a ella; se debe realizar fuera del Sacrificio
eucarístico, pues se trata de un acto de devoción que no se puede
asimilar a la Liturgia: la entrega a María se distingue sustancialmente
de otras formas de consagración litúrgica.
El escapulario del
Carmen y otros escapularios
205. En la historia de
la piedad mariana aparece la "devoción" a diversos escapularios, entre
los que destaca el de la Virgen del Carmen. Su difusión es
verdaderamente universal y sin duda se le aplican las palabras
conciliares sobre las prácticas y ejercicios de piedad "recomendados a
lo largo de los siglos por el Magisterio".
El escapulario del
Carmen es una forma reducida del hábito religioso de la Orden de
Hermanos de la bienaventurada Virgen del Monte Carmelo: se ha convertido
en una devoción muy extendida e incluso más allá de la vinculación a la
vida y espiritualidad de la familia carmelitana, el escapulario conserva
una especie de sintonía con la misma.
El escapulario es un
signo exterior de la relación especial, filial y confiada, que se
establece entre la Virgen, Reina y Madre del Carmelo, y los devotos que
se confían a ella con total entrega y recurren con toda confianza a su
intercesión maternal; recuerda la primacía de la vida espiritual y la
necesidad de la oración.
El escapulario se impone
con un rito particular de la Iglesia, en el que se declara que "recuerda
el propósito bautismal de revestirse de Cristo, con la ayuda de la
Virgen Madre, solícita de nuestra conformación con el Verbo hecho
hombre, para alabanza de la Trinidad, para que llevando el vestido
nupcial, lleguemos a la patria del cielo".
La imposición del
escapulario del Carmen, como la de otros escapularios, "se debe
reconducir a la seriedad de sus orígenes: no debe ser un acto más o
menos improvisado, sino el momento final de una cuidadosa preparación,
en la que el fiel se hace consciente de la naturaleza y de los objetivos
de la asociación a la que se adhiere y de los compromisos de vida que
asume".
Las medallas marianas
206. A los fieles les
gusta llevar colgadas del cuello, casi siempre, medallas con la imagen
de la Virgen María. Son testimonio de fe, signo de veneración a la Santa
Madre del Señor, expresiones de confianza en su protección maternal.
La Iglesia bendice estos
objetos de piedad mariana, recordando que "sirven para rememorar el amor
de Dios y para aumentar la confianza en la Virgen María", pero les
advierte que no deben olvidar que la devoción a la Madre de Jesús exige
sobre todo "un testimonio coherente de vida".
Entre las medallas
marianas destaca, por su extraordinaria difusión, la denominada "medalla
milagrosa". Tuvo su origen en las apariciones de la Virgen María, en
1830, a una humilde novicia de las Hijas de la Caridad, la futura santa
Catalina Labouré. La medalla, acuñada conforme a las indicaciones de la
Virgen a la Santa, ha sido llamada "microcosmos mariano" a causa de su
rico simbolismo: recuerda el misterio de la Redención, el amor del
Corazón de Cristo y del Corazón doloroso de Maria, la función mediadora
de la Virgen, el misterio de la Iglesia, la relación entre la tierra y
el cielo, entre la vida temporal y la vida eterna.
Un nuevo impulso para la
difusión de la "medalla milagrosa" vino de san Maximiliano María Kolbe
(+1941) y de los movimientos que inició o que se inspiraron en él. En
1917 adoptó la "medalla milagrosa" como distintivo de la Pía Unión de la
Milicia de la Inmaculada, fundada por él en Roma, cuando era un joven
religioso de los Hermanos Menores Conventuales.
La "medalla milagrosa",
como el resto de las medallas de la Virgen y otros objetos de culto, no
es un talismán ni debe conducir a una vana credulidad. La promesa de la
Virgen, según la cual "los que la lleven recibirán grandes gracias",
exige de los fieles una adhesión humilde y tenaz al mensaje cristiano,
una oración perseverante y confiada, una conducta coherente.
El himno "Akathistos"
207. El venerable himno
a la Madre de Dios, denominado Akathistos – esto es, cantado de
pie –, representa una de las más altas y célebres expresiones de piedad
mariana en la tradición bizantina. Obra de arte de la literatura y de la
teología, contiene en forma orante todo cuanto la Iglesia de los
primeros siglos ha creído sobre María, con el consenso universal. Las
fuentes que inspiran este himno son la sagrada Escritura, la doctrina
definida en los Concilios ecuménicos de Nicea (325), de Éfeso (431) y de
Calcedonia (451), y la reflexión de los Padres orientales de los siglos
IV y V. Se celebra solemnemente en el Año litúrgico oriental, el quinto
sábado de Cuaresma; el himno Akathistos se canta también en otras
muchas ocasiones, y se recomienda a la piedad del clero, de los monjes y
de los fieles.
En los últimos años este
himno se ha difundido mucho, también en las comunidades de fieles de
rito latino. Especialmente han contribuido a su conocimiento algunas
solemnes celebraciones marianas que tuvieron lugar en Roma, con la
asistencia del Santo Padre y con amplia resonancia eclesial. Este himno
antiquísimo, que constituye el fruto maduro de la más antigua tradición
de la Iglesia indivisa en honor de María, es una llamada e invocación a
la unidad de los cristianos bajo la guía de la Madre del Señor: "Tanta
riqueza de alabanzas, acumulada por las diversas manifestaciones de la
gran tradición de la Iglesia, podría ayudarnos a que ésta vuelva a
respirar plenamente con sus "dos pulmones", Oriente y Occidente".
LA VENERACIÓN A LOS SANTOS Y BEATOS
Algunos principios
208. Con sus raíces en
la Sagrada Escritura (cfr. Hech 7,54-60; Ap 6,9-11; 7,9-17) y
atestiguado con certeza desde la primera mitad del siglo II, el culto de
los Santos, en especial de los mártires, es un hecho eclesial
antiquísimo. La Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, siempre ha
venerado a los Santos y cuando, sobre todo en la época en que surgió el
protestantismo, se pusieron objeciones contra algunos aspectos
tradicionales de este culto, lo ha defendido con ardor, ha ilustrado sus
fundamentos teológicos así como su relación con la doctrina de la fe, ha
regulado la praxis cultual, tanto en las expresiones litúrgicas como en
las populares, y ha subrayado el valor ejemplar del testimonio de estos
insignes discípulos y discípulas del Señor, para una vida auténticamente
cristiana.
209. La Constitución
Sacrosanctum Concilium,
en el capítulo dedicado al Año litúrgico, explica claramente el hecho
eclesial y el significado de la veneración de los Santos y Beatos: "la
Iglesia introdujo en el círculo anual el recuerdo de los Mártires y de
los demás Santos, que llegados a la perfección por la multiforme gracia
de Dios y habiendo ya alcanzado la salvación eterna, cantan la perfecta
alabanza a Dios en el cielo e interceden por nosotros. Porque al
celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia
proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron
glorificados con Cristo, propone a los fieles sus ejemplos, los cuales
atraen a todos por Cristo al Padre y por los méritos de los mismos
implora los beneficios divinos".
210. Una comprensión
adecuada de la doctrina de la Iglesia sobre los Santos sólo es posible
dentro del ámbito más amplio de los artículos de la fe relacionados con
dicha doctrina:
- la "Iglesia, una,
santa, católica y apostólica", santa por la presencia en ella de
"Jesucristo, el cual, con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado
el solo santo"; por la actuación incesante del Espíritu de santidad;
porque está dotada de medios de santificación. La Iglesia, pues, aunque
comprende en sí a pecadores, está "ya en la tierra adornada de una
verdadera, si bien imperfecta, santidad"; es el "pueblo santo de Dios",
cuyos miembros, según el testimonio de las Escrituras son llamados
"santos" (cfr. Hech 9.13; 1 Cor 6,1; 16,1).
- La "comunión de los
santos", por la que la Iglesia del cielo, la que tiende a la
purificación final "en el estado llamado Purgatorio" y la que peregrina
sobre la tierra, están en comunión "en la misma caridad de Dios y del
prójimo"; de hecho, todos los que son de Cristo, al tener su Espíritu,
forman una sola Iglesia y están unidos en Él.
- La doctrina de la
única mediación de Cristo (cfr. 1 Tim 2,5), que no excluye otras
mediaciones subordinadas, las cuales se realizan y ejercen dentro de la
absoluta mediación de Cristo.
211. La doctrina de la
Iglesia y su Liturgia proponen a los Santos y Beatos, que contemplan ya
"claramente a Dios uno y trino" como:
- testigos históricos de
la vocación universal a la santidad; ellos, fruto eminente de la
redención de Cristo, son prueba y testimonio de que Dios, en todos los
tiempos y de todos los pueblos, en las más variadas condiciones
socio-culturales y en los diversos estados de vida, llama a sus hijos a
alcanzar la plenitud de la madurez en Cristo (cfr. Ef 4,13; Col 1,28);
- discípulos insignes
del Señor y, por tanto, modelos de vida evangélica; en los procesos de
canonización la Iglesia reconoce la heroicidad de sus virtudes y
consiguientemente los propone como modelos a imitar;
- ciudadanos de la
Jerusalén del cielo, que cantan sin cesar la gloria y la misericordia de
Dios; en ellos ya se ha cumplido el paso pascual de este mundo al Padre;
- intercesores y amigos
de los fieles todavía peregrinos en la tierra, porque los Santos, aunque
participan de la bienaventuranza de Dios, conocen los afanes de sus
hermanos y hermanas y acompañan su camino con la oración y protección;
- patronos de Iglesias
locales, de las cuales con frecuencia fueron fundadores (san Eusebio de
Vercelli) o Pastores ilustres (san Ambrosio de Milán); de naciones:
apóstoles de su conversión a la fe cristiana (santo Tomás y san
Bartolomé para la India), o expresión de su identidad nacional (san
Patricio para Irlanda); de agrupaciones profesionales (san Omobono para
los sastres); en circunstancias especiales – en el momento del parto
(santa Ana, san Ramón Nonato), de la muerte (san José) – y para obtener
gracias específicas (santa Lucía para la conservación de la vista), etc.
Todo esto la Iglesia lo
confiesa cuando, con agradecimiento a Dios Padre, proclama: "Nos ofreces
el ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión y la participación en
su destino".
212. Finalmente, es
preciso recordar que el objetivo último de la veneración a los Santos es
la gloria de Dios y la santificación del hombre, mediante una vida
plenamente conforme a la voluntad divina y la imitación de las virtudes
de aquellos que fueron discípulos eminentes del Señor.
Por esto, en la
catequesis y en otros momentos de transmisión de la doctrina se debe
enseñar a los fieles que: nuestra relación con los Santos hay que
entenderla a la luz de la fe, no debe oscurecer: "el culto latréutico,
dado a Dios Padre mediante Cristo en el Espíritu, sino que lo
intensifica"; "el auténtico culto a los santos no consiste tanto en la
multiplicidad de los actos exteriores cuanto en la intensidad de un amor
práctico", que se traduce en un compromiso de vida cristiana.
Los Santos Ángeles
213. Con el claro y
sobrio lenguaje de la catequesis, la Iglesia enseña que "la existencia
de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama
habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la
Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición".
Según la Escritura, los
Ángeles son mensajeros de Dios, "poderosos ejecutores de sus órdenes,
prontos a la voz de su palabra" (Sal 103,20), al servicio de su plan de
salvación, "enviados para servir a los que deben heredar la salvación"
(Heb 1,14).
214. Los fieles no
ignoran los numerosos episodios de la Antigua y de la Nueva Alianza en
los que intervienen la santos Ángeles; saben que los Ángeles cierran las
puertas del paraíso terrenal (cfr. Gn 3,24), salvan a Agar y a su hijo
Ismael (cfr. Gn 21,17), detienen la mano de Abraham cuando estaba a
punto de sacrificar a Isaac (cfr. Gn 22,11), anuncian nacimientos
prodigiosos (cfr. Jue 13,3-7), guardan los caminos del justo (cfr. Sal
91,11), alaban sin cesar al Señor (cfr. Is 6,1-4) y presentan a Dios las
oraciones de los Santos (cfr. Ap 8,3-4). Recuerdan también la
intervención de un Ángel a favor del profeta Elías, fugitivo y extenuado
(1 Re 19,4-8), de Azarías y de sus compañeros arrojados al horno (cfr.
Dn 3,49-50), de Daniel encerrado en el foso de los leones (cfr. Dn
6,23); les resulta familiar la historia de Tobías, en la que Rafael,
"uno de los siete Ángeles que están siempre dispuestos a entrar en la
presencia de la majestad del Señor" (Tob 12,15), realiza múltiples
servicios a favor de Tobí, de su hijo Tobías y de Sara, su mujer.
Los fieles saben también
que no son pocos los episodios de la vida de Jesús en los que los
Ángeles tienen una función particular: el Ángel Gabriel anuncia a María
que concebirá y dará a luz al Hijo del Altísimo (cfr. Lc 1,26-38) y de
manera semejante, un Ángel revela a José el origen sobrenatural de la
maternidad de la Virgen (cfr. Mt 1,18-25); los Ángeles llevan a los
pastores de Belén la alegre noticia del nacimiento del Salvador (cfr. Lc
2,8-14); el "Ángel del Señor" protege la vida del niño Jesús amenazado
por Herodes (cfr. Mt 2,13-20); los Ángeles asisten a Jesús en el
desierto (cfr. Mt 4,11) y lo confortan en la agonía (cfr. Lc 22,43),
anuncian a las mujeres que se habían dirigido a la tumba de Cristo que
"ha resucitado" (cfr. Mc 16,1-8) e intervienen en la Ascensión, para
revelar su sentido a los discípulos y para anunciar que "Jesús...
volverá un día del mismo modo que le habéis visto ahora subir al cielo"
(Hech 1,11).
A los fieles no se les
oculta la importancia de la advertencia de Jesús, de no despreciar a uno
solo de los pequeños que creen en Él, "porque sus Ángeles en el cielo
ven siempre el rostro del Padre" (Mt 18,10), y de las consoladoras
palabras según las cuales "hay alegría entre los Ángeles de Dios por un
solo pecador que se convierte" (Lc 15,10). Finalmente, saben que "el
Hijo del hombre vendrá en su gloria con todos sus Ángeles" (Mt 25,31)
para juzgar a los vivos y a los muertos y llevar la historia a su
consumación.
215. La Iglesia, que en
sus inicios fue protegida y defendida por el ministerio de los Ángeles
(cfr. Hech 5,17-20; 12,6-11) y continuamente experimenta su "ayuda
misteriosa y poderosa", venera a esto espíritus celestes y pide con
confianza su intercesión.
Durante el Año
litúrgico, la Iglesia conmemora la participación de los Ángeles en los
acontecimientos de la salvación y celebra su memoria en unas fechas
determinadas: el 29 de Septiembre la de los Arcángeles Miguel, Gabriel y
Rafael, el 2 de Octubre la de los Ángeles Custodios; les dedica una Misa
votiva, cuyo prefacio proclama que "la gloria de Dios resplandece en los
Ángeles"; en la celebración de los misterios divinos, se asocia al canto
de los Ángeles para proclamar la gloria de Dios, tres veces santo (cfr.
Is 6,3) e invoca su asistencia para que la ofrenda eucarística "sea
llevada a tu presencia hasta el altar del cielo"; ante ellos celebra el
oficio de alabanza (cfr. Sal 137,1); al ministerio de los Ángeles confía
las oraciones de los fieles (cfr. Ap 5,8; 8,3), el dolor de los
penitentes, la defensa de los inocentes contra los ataques del Maligno;
implora a Dios para que mande, al final de la jornada a sus Ángeles a
custodiar a los que oran en paz; ruega para que los espíritus celestes
vengan en ayuda de los agonizantes y, en el rito de las exequias,
suplica para que los Ángeles acompañen al paraíso el alma del difunto y
guarden su sepulcro.
216. A lo largo de los
siglos, los fieles han traducido en expresiones de piedad las
convicciones de fe respecto al ministerio de los Ángeles: los han tomado
como patronos de ciudades y protectores de agrupaciones; en su honor han
levantado santuarios famosos, como Mont-Saint-Michel en Normandía, san
Michele della Chiusa en Piamonte y san Michele al Gargano en Puglia, y
han establecido días festivos; han compuesto himnos y ejercicios de
piedad.
En particular, la piedad
popular ha desarrollado la devoción al Ángel Custodio. Ya san Basilio
Magno (+379) enseñaba que "todo fiel tiene a su lado un Ángel como
protector y pastor, para llevarlo a la vida". Esta antigua doctrina se
fue consolidando poco a poco desde sus fundamentos bíblicos y
patrísticos, y dio origen a diversas expresiones de piedad, hasta
encontrar en san Bernardo de Claraval (+1153) un gran maestro y un
apóstol insigne de la devoción a los Ángeles Custodios. Para él son
demostración de que "el cielo no descuida nada que pueda ayudarnos", por
lo cual pone "a nuestro lado estos espíritus celestes para que nos
protejan, nos instruyan y nos guíen".
La devoción a los
Ángeles Custodios da lugar también a un estilo de vida caracterizado
por:
- devoto agradecimiento
a Dios, que ha puesto al servicio de los hombres espíritus de tan gran
santidad y dignidad;
- actitud de compostura
y piedad, motivada por la conciencia de estar constantemente en
presencia de los santos Ángeles;
- serena confianza,
incluso al afrontar situaciones difíciles, porque el Señor guía y asiste
al fiel en el camino de la justicia también mediante el ministerio de
los Ángeles.
Entre las oraciones al
Ángel Custodio está particularmente extendida la oración Angele Dei,
que en muchas familias forma parte de las oraciones de la mañana y de la
tarde, y que en muchos lugares se une también al rezo del Ángelus.
217. La piedad popular a
los santos Ángeles, legítima y saludable, sin embargo puede dar lugar a
desviaciones, como por ejemplo:
- si, como a veces
sucede, se forma en el espíritu de los fieles una idea errónea pensando
que el mundo y la vida están sometidos a tensiones demiúrgicas, a
la lucha incesante entre espíritus buenos y malos, entre Ángeles y
demonios, en la cual el hombre resulta arrollado por poderes superiores
a él, ante los que no puede hacer nada; esta concepción, en cuanto
elimina la responsabilidad del fiel, no se corresponde con la auténtica
visión evangélica de la lucha contra el Maligno, que exige del discípulo
de Cristo un compromiso moral, una opción por el Evangelio, humildad y
oración;
- si las situaciones
cotidianas de la vida se interpretan de una manera esquemática y
simplista, casi infantil, atribuyendo al Maligno incluso las pequeñas
contradicciones, y por el contrario, al Ángel Custodio los éxitos y
logros, todo lo cual tiene poco o nada que ver con el progreso del
hombre en su camino para alcanzar la madurez en Cristo. También hay que
rechazar el uso de dar a los Ángeles nombres particulares, excepto
Miguel, Gabriel y Rafael, que aparecen en la Escritura.
San José
218. Dios, en su
providente sabiduría, para realizar el plan de la salvación, asignó a
José de Nazaret, "hombre justo" (cfr. Mt 1,19), esposo de la Virgen
María (cfr. ibid.; Lc 1,27), una misión particularmente
importante: introducir legalmente a Jesús en la estirpe de David de la
cual, según la promesa (2 Sam 7,5-16; 1 Cro 17,11-14), debía nacer el
Mesías Salvador, y hacer de padre y protector para Él.
En virtud de esta
misión, san José interviene activamente en los misterios de la infancia
del Salvador: recibió de Dios la revelación del origen divino de la
maternidad de María (cfr. Mt 1,20-21) y fue testigo privilegiado del
nacimiento de Cristo en Belén (cfr. Lc 2,6-7), de la adoración de los
pastores (cfr. Lc 2,15-16) y del homenaje de los Magos venidos de
Oriente (cfr. Mt 2,11); cumplió con su deber religioso respecto al Niño,
al introducirlo mediante la circuncisión en la alianza de Abraham (cfr.
Lc 2,21) y al imponerle el nombre de Jesús (cfr. Mt 1,21); según lo
prescrito en la Ley, presentó al Niño en el Templo, lo rescató con la
ofrenda de los pobres (cfr. Lc 2,22-24; Ex 13,2.12-13) y, lleno de
asombro, escuchó el cántico profético de Simeón (cfr. Lc 2,25-33);
protegió a la Madre y al Hijo durante la persecución de Herodes,
refugiándose en Egipto (cfr. Mt 2,13-23); se dirigía todos los años a
Jerusalén con la Madre y el Niño, para la fiesta de Pascua, y sufrió,
turbado, la pérdida de Jesús, a sus doce años, en el Templo (cfr. Lc
2,43-50); vivió en la casa de Nazaret, ejerciendo su autoridad paterna
sobre Jesús, que le estaba sometido (cfr. Lc 2,51), instruyéndolo en la
Ley y en la profesión de carpintero.
219. A lo largo de los
siglos, especialmente en los tiempos más recientes, la reflexión
eclesial ha puesto de manifiesto las virtudes de san José, entre las que
destacan: la fe, que en él se traduce en adhesión plena y valerosa al
designio salvífico de Dios; obediencia solícita y silenciosa ante las
manifestaciones de su voluntad; amor y observancia fiel de la Ley,
piedad sincera, fortaleza en las pruebas; el amor virginal a María, el
debido ejercicio de la paternidad, el trabajo escondido.
220. La piedad popular
comprende la validez y la universalidad del patrocinio de san José, "a
cuya atenta custodia Dios quiso confiar los comienzos de nuestra
redención" y "sus tesoros más preciados". Al patrocinio de san José se
confían: toda la Iglesia, que el beato Pío IX quiso poner bajo la
especial protección del santo Patriarca; los que se consagran a Dios
eligiendo el celibato por el Reino de los cielos (cfr. Mt 19,12): estos
"en san José tienen...un modelo y un defensor de la integridad
virginal"; los obreros y los artesanos, de los cuales el humilde
carpintero de Nazaret se considera un especial modelo; los moribundos,
porque, según una piadosa tradición, san José fue asistido por Jesús y
María, en la hora de su tránsito .
221. La Liturgia, al
celebrar los misterios de la vida del Salvador, sobre todo los de su
nacimiento e infancia, recuerda con frecuencia la figura y el papel de
san José: en el tiempo de Adviento; en el tiempo de Navidad,
especialmente en la fiesta de la Sagrada Familia; en la solemnidad del
19 de Marzo; en la memoria del 1º de Mayo.
El nombre de san José
aparece en el Communicantes del Canon Romano y en las Letanías
de los Santos. En la Recomendación de los moribundos se
sugiere la invocación al santo Patriarca y, en la misma circunstancia,
la comunidad ora para que el alma del difunto, que ha partido ya de este
mundo, encuentre su morada "en la paz de la santa Jerusalén, con la
Virgen María, Madre de Dios, con san José, con todos los Ángeles
y los Santos".
222. También en la
piedad popular la veneración de san José tiene un amplio espacio: en
numerosas expresiones de genuino folclore; en la costumbre, establecida
al menos desde el siglo XVII, de dedicar los miércoles al culto de san
José, costumbre sobre la que se desarrollan algunos ejercicios de piedad
como los Siete miércoles en su honor; en las jaculatorias que
brotan de los labios de los fieles;en oraciones, como la compuesta por
el Papa León XIII, Ad te, beate Ioseph, que no pocos fieles
recitan diariamente; en las Letanías de san José, aprobadas por
san Pío X; en el ejercicio de piedad de la corona de los Siete
dolores y los siete gozos de san José.
223. El hecho de que la
solemnidad de san José (19 de Marzo) caiga en Cuaresma, en la que la
Iglesia se dedica totalmente a la preparación bautismal y a la memoria
de la Pasión del Señor, provoca ciertas dificultades de armonización
entre la Liturgia y la piedad popular. Por lo tanto, las prácticas
tradicionales del "mes de San José" se deben poner en sintonía con el
tiempo litúrgico. La renovación litúrgica ha conseguido que el
significado del periodo cuaresmal sea más profundo en los fieles. Con
las debidas adaptaciones en las expresiones de la piedad popular, se
debe favorecer y difundir la devoción a san José, teniendo siempre
presente "el insigne ejemplo... que va más allá de los diversos estados
de vida y se propone a toda la comunidad cristiana, sea cual sea la
condición y tareas de cada fiel".
San Juan Bautista
224. En la frontera
entre el Antiguo y el Nuevo Testamento descuella la figura de Juan, hijo
de Zacarías y de Isabel, ambos "justos ante Dios" (Lc 1,6), uno de los
más grandes personajes de la historia de la salvación. Todavía en el
vientre de su madre, Juan reconoció al Salvador, también escondido en el
vientre de la Virgen María (cfr. Lc 1,39-45); su nacimiento estuvo
marcado por grandes prodigios (cfr. Lc 1,57-66); creció en el desierto,
llevando una vida austera y penitente (cfr. Lc 1,80; Mt 3,4); "profeta
del Altísimo" (Lc 1,76) descendió sobre él la palabra de Dios (cfr. Lc
3,2); "recorrió toda la región del Jordán, predicando un bautismo de
conversión para el perdón de los pecados" (Lc 3,3); como nuevo Elías,
humilde y fuerte, preparó al Señor un pueblo bien dispuesto (cfr. Lc
1,17); según el plan de Dios, bautizó, en las aguas del Jordán, al mismo
Salvador del mundo (cfr. Mt 3,13-16); a sus discípulos les señaló que
Jesús era el "Cordero de Dios" (Jn 1,29), el "Hijo de Dios" (Jn 1,34),
el Esposo de la nueva comunidad mesiánica (cfr. Jn 3,28-30); por su
heroico testimonio de la verdad (cfr. Jn 5,33) fue encarcelado por
Herodes, que le hizo decapitar (cfr. Mc 6,14-29), convirtiéndose así en
precursor del Señor en la muerte violenta, como lo había sido en su
nacimiento prodigioso y en la predicación profética. Jesús hizo un
grandioso elogio de él, proclamando que "entre los nacidos de mujer no
hay uno más grande que Juan" (Lc 7,28).
225. Desde la
antigüedad, el culto a san Juan ha estado presente en el mundo
cristiano, donde pronto adquirió también connotaciones populares. Además
de las celebraciones del día de su muerte (29 de Agosto), como sucede
normalmente para todos los santos, sólo de san Juan Bautista, como de
Cristo y de la Virgen María, se celebra solemnemente su nacimiento (24
de Junio).
Por la parte que tuvo en
el bautismo de Jesús, se le han dedicado muchos baptisterios y su figura
de bautista está junto a muchas fuentes bautismales; a causa de su dura
prisión y de su muerte violenta, es patrono de los que padecen en las
cárceles, condenados a muerte o a duros castigos, debido a la fe.
Con toda probabilidad,
la fecha del nacimiento de san Juan (24 de Junio) fue establecida
dependiendo de la concepción de Cristo (25 de Marzo) y de su nacimiento
(25 de Diciembre): según el signo que dio el Ángel Gabriel, cuando María
concibió al Salvador, la madre del Precursor estaba ya en el sexto mes
del embarazo (cfr. Lc 1,26.30). En cualquier caso, la solemnidad del 24
de Junio está ligada al ciclo solar, en el hemisferio norte. Se celebra
cuando el sol, dirigiéndose hacia el sur del zodiaco, comienza a
descender: hecho que resulta un símbolo de la figura de Juan, que
refiriéndose a Cristo, había declarado: "Él debe crecer y yo en cambio
tengo que disminuir" (Jn 3,30).
La misión de Juan,
venido para dar testimonio de la luz (cfr. Jn 1,7), ha dado origen o un
sentido cristiano a las hogueras que se encienden la noche del 23 de
Junio: la Iglesia las bendice, implorando que los fieles, superadas las
tinieblas del mundo, alcancen a Dios, "luz indefectible".
El culto tributado a
Santos y Beatos
226. El influjo
recíproco entre Liturgia y piedad popular resulta particularmente
intenso en las manifestaciones de culto tributadas a los Santos y a los
Beatos. Por lo tanto, parece oportuno recordar, de manera sintética, las
principales formas de veneración que la Iglesia rinde a los Santos en la
Liturgia: estas deben iluminar y guiar la piedad popular.
La celebración de los
Santos
227. La celebración de
una fiesta en honor de un Santo – a los Beatos se les aplica,
servatis servandis, lo que se dice de los Santos - es sin duda una
expresión eminente del culto que les tributa la comunidad eclesial:
conlleva, en muchos casos, la celebración de la Eucaristía. La fijación
del "día de la fiesta" es un hecho cultual relevante, a veces complejo,
porque concurren factores históricos, litúrgicos y culturales, no
siempre fáciles de armonizar.
En la Iglesia de Roma, y
en otras Iglesias locales, las celebraciones de las memorias de los
mártires en el aniversario del día de su pasión, esto es, de su máxima
asimilación a Cristo y de su nacimiento para el cielo, más tarde también
la celebración del conditor Ecclesiae, de los Obispos que la
habían regido y de otros insignes confesores de la fe, así como el
aniversario de la dedicación de la iglesia catedral, dieron lugar a la
formación paulatina de calendarios locales, donde se registraban el
lugar y la fecha de la muerte de cada uno de los Santos o bien de grupos
de ellos.
De los calendarios
particulares surgieron pronto los martirologios generales, como el
Martirologio siríaco (siglo V), el Martyrologium Hieronymianum
(siglo VI), el de San Beda (siglo VIII), de Lyon (siglo IX), de Usuardo
(siglo IX), de Adón (siglo IX).
El 14 de Enero de 1584,
Gregorio XIII promulgó la edición típica del Martyrologium Romanum,
destinada al uso litúrgico. Juan Pablo II ha promulgado la primera
edición típica del mismo después del Concilio Vaticano II, que,
remitiéndose a la tradición romana e incorporando los datos de varios
martirologios históricos, recoge los nombres de muchos Santos y Beatos,
y constituye un testimonio extraordinariamente rico de la multiforme
santidad que el Espíritu del Señor suscita en la Iglesia de todos los
tiempos y de todos los lugares.
228. La historia del
Calendario Romano, que indica el día y el grado de las celebraciones
en honor de los Santos está estrechamente vinculada con la historia del
Martirologio.
Actualmente el
Calendario Romano General solamente contiene, conforme a la norma
indicada por el Concilio Vaticano II, las memorias de "Santos de
importancia realmente universal", dejando a los calendarios
particulares, sean nacionales, regionales, diocesanos, de familias
religiosas, la indicación de las memorias de otros Santos.
Es conveniente recordar
la razón de la reducción del número de las celebraciones de los Santos y
tenerla presente oportunamente en la praxis pastoral: se han reducido
para que "las fiestas de los santos no prevalezcan sobre los misterios
de la salvación". A lo largo de los siglos, "por el aumento de las
vigilias, de las fiestas religiosas, de sus celebraciones durante
octavas y de las diversas inserciones dentro del Año litúrgico, los
fieles han puesto en práctica, algunas veces, peculiares ejercicios de
piedad de tal modo que sus mentes se han visto apartadas en cierta
manera de los principales misterios de la divina Redención".
229. Desde la reflexión
sobre los hechos que han determinado el origen, desarrollo y las
diversas revisiones del Calendario Romano General, se siguen
algunas indicaciones de indudable utilidad pastoral:
- es necesario instruir
a los fieles sobre la relación entre las fiestas de los Santos y la
celebración del misterio de Cristo. Las fiestas de los Santos,
reconducidas a su razón de ser más profunda, iluminan realizaciones
concretas del designio salvífico de Dios y "proclaman las maravillas de
Cristo en sus servidores"; las fiestas de los miembros, los Santos, son
en definitiva fiestas de la Cabeza, Cristo;
- es conveniente que los
fieles se acostumbren a discernir el valor y el significado de las
fiestas de los Santos y Santas que han tenido una misión especial en la
historia de la salvación y una relación peculiar con el Señor Jesús,
como san Juan Bautista (24 de Junio), san José (19 de Marzo), san Pedro
y san Pablo (29 de Junio), los restantes Apóstoles y Evangelistas, santa
María Magdalena (22 de Julio) y Marta de Betania (29 de Julio), san
Esteban (26 de Diciembre);
- es oportuno exhortar a
los fieles a que prefieran las fiestas de los santos que han tenido una
misión de gracia respecto a la Iglesia particular, como los Patronos o
los que han anunciado por primera vez la Buena Nueva a la antigua
comunidad;
- es útil, finalmente,
que se explique a los fieles el criterio de "universalidad" de los
Santos inscritos en el Calendario General, así como el sentido del grado
de su celebración litúrgica: solemnidad, fiesta y memoria (obligatoria o
libre).
El día de la fiesta
230. El día de la fiesta
del Santo tiene una gran importancia, tanto desde el punto de vista de
la Liturgia como de la piedad popular. En un breve e idéntico espacio de
tiempo, concurren numerosas expresiones cultuales, tanto litúrgicas como
populares, no sin riesgo de conflicto, para configurar el "día del
Santo".
Los eventuales
conflictos se deben resolver a la luz de las normas del Misal Romano
y del Calendario Romano General, en lo referente al grado de la
celebración del Santo o del Beato, establecido según su relación con la
comunidad cristiana (Patrono principal del lugar, Título de la iglesia,
Fundador de una familia religiosa o su Patrono principal); también sobre
las condiciones que se han de respetar, en el cado de un eventual
traslado de la fiesta al domingo, y sobre la celebración de las fiestas
de los Santos en tiempos determinados del Año litúrgico.
Estas normas se deben
observar no sólo como una forma de respeto a la autoridad litúrgica de
la Sede Apostólica, sino sobre todo como expresión de respeto al
misterio de Cristo y de coherencia con el espíritu de la Liturgia.
En particular es
necesario evitar que las razones que han determinado el traslado de las
fechas de algunas fiestas de Santos y Beatos – por ejemplo, de la
Cuaresma al Tiempo ordinario -, se relativicen en la praxis pastoral:
celebrar en el ámbito litúrgico la fiesta de un Santo según la nueva
fecha y continuar celebrándola según la fecha anterior en el ámbito de
la piedad popular, no sólo atenta contra la armonía entre Liturgia y
piedad popular, sino que da lugar a una duplicidad que produce confusión
y desorientación.
231. Es necesario que la
fiesta del Santo se prepare y se celebre con atención y cuidado, desde
el punto de vista litúrgico y pastoral.
Esto conlleva, ante
todo, una presentación correcta de la finalidad pastoral del culto a los
Santos, es decir, la glorificación de Dios, "admirable en sus Santos", y
el compromiso de llevar una vida conforme a la enseñanza y ejemplo de
Cristo, de cuyo cuerpo místico los Santos son miembros eminentes.
Es preciso, también, que
se presente correctamente la figura del Santo. Según la tendencia de
nuestra época, esta presentación no se detendrá tanto en los elementos
legendarios, que quizá envuelven la vida del Santo, ni en su poder
taumatúrgico, cuanto en el valor de su personalidad cristiana, en la
grandeza de su santidad, en la eficacia de su testimonio evangélico, en
el carisma personal con el que enriqueció la vida de la Iglesia.
232. El "día del Santo"
tiene un gran valor antropológico: es día de fiesta. Y la fiesta, como
es sabido, responde a una necesidad vital del hombre, hunde sus raíces
en la aspiración a la trascendencia. A través de las manifestaciones de
alegría y de júbilo, la fiesta es una afirmación del valor de la vida y
de la creación. En cuanto interrumpe la monotonía de lo cotidiano, de
las formas convencionales, del sometimiento a la necesidad de ganancia,
la fiesta es expresión de libertad integral, de tensión hacia la
felicidad plena, de exaltación de la pura gratuidad. En cuanto
testimonio cultural, destaca el genio peculiar de un pueblo, sus valores
característicos, las expresiones más auténticas de su folclore. En
cuanto momento de socialización, la fiesta es una ocasión de acrecentar
las relaciones familiares y de abrirse a nuevas relaciones comunitarias.
233. Sin embargo, no son
pocos los elementos que amenazan la autenticidad de la "fiesta del
Santo" tanto desde el punto de vista religioso como antropológico.
Desde el punto de vista
religioso, la "fiesta del Santo" o "fiesta patronal" de una
parroquia, donde se ha vaciado del contenido específicamente cristiano
que tenía en su origen - el honor dado a Cristo en uno de sus miembros -
se convierte en una manifestación meramente social o folclórica y, en el
mejor de los casos, en una ocasión propicia de encuentro y diálogo entre
los miembros de una misma comunidad.
Desde un punto de vista
antropológico hay que notar que no raras veces sucede que
individuos o grupos, creyendo que "hacen fiesta", en realidad, por los
comportamientos que adoptan se alejan de su auténtico significado. La
fiesta, ante todo, es la participación del hombre en el dominio de Dios
sobre la creación y sobre su activo "reposo", no ocio estéril; es
manifestación de una alegría sencilla y comunicativa, no sed desmesurada
de placer egoísta; es expresión de verdadera libertad, no búsqueda de
formas de diversión ambiguas, que dan lugar a nuevas y sutiles formas de
esclavitud. Se puede afirmar con seguridad: la trasgresión de la norma
ética no solo contradice la ley del Señor, sino que daña la base
antropológica de la fiesta.
En la celebración de
la Eucaristía
234. El día de la fiesta
de un Santo o de un Beato no es la única forma en la que este se hace
presente en la Liturgia. La celebración de la Eucaristía constituye el
momento singular de comunión con los Santos del cielo.
En la Liturgia de la
Palabra, las lecturas del Antiguo Testamento nos presentan con
frecuencia la figura de los grandes patriarcas, de los profetas y de
otras personas insignes por sus virtudes y por el amor a la ley del
Señor. Las lecturas del Nuevo Testamento, a menudo, tienen por
protagonistas a los Apóstoles y a otros Santos y Santas que gozaron de
la familiaridad y amistad del Señor. Además, la vida de algunos Santos
refleja hasta tal punto determinadas páginas del Evangelio, que su
simple proclamación nos recuerda ya su figura.
La relación constante
entre Sagrada Escritura y hagiografía cristiana ha dado lugar, en el
ámbito mismo de la celebración eucarística, a la formación de un
conjunto de Comunes, en los que se proponen de manera orgánica
las páginas bíblicas que iluminan la vida de los Santos. Se ha notado
respecto a esta estrecha relación, que la Sagrada Escritura orienta y
marca el camino de los Santos a la plenitud de la caridad y éstos, a su
vez, son exégesis viva de la Palabra.
En la Liturgia
eucarística, los Santos son mencionados en diversos momentos. En la
ofrenda del sacrificio se recuerdan "los dones del justo Abel, el
sacrificio de Abraham, nuestro padre en la fe, y la oblación pura de tu
Sumo Sacerdote Melquisedec". Y la misma plegaria eucarística se
convierte en el momento y el espacio para expresar nuestra comunión con
los Santos, para venerar su memoria y para pedir su intercesión, por lo
que: "en comunión con toda la Iglesia, veneramos ante todo la memoria de
la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y
Señor, la de su esposo, San José, la de los santos Apóstoles y Mártires:
Pedro y Pablo, Andrés...y de todos los Santos; por sus méritos y
oraciones concédenos en todo tu protección".
En las Letanías de
los Santos
235. Con el canto de las
Letanías de los Santos, estructura litúrgica ágil, sencilla,
popular, atestiguada en Roma desde los inicios del siglo VII, la Iglesia
invoca a los Santos en algunas grandes celebraciones sacramentales y en
otros momentos en los que su plegaria se hace más ferviente: en la
Vigilia pascual, antes de bendecir la fuente bautismal; en la
celebración del bautismo; en la ordenación episcopal, presbiteral y
diaconal; en el rito de la consagración de las vírgenes y en la
profesión religiosa; en la dedicación de la iglesia y del altar; en las
rogativas, en las misas estacionales y en las procesiones penitenciales;
cuando quiere alejar al Maligno mediante los exorcismos y cuando confía
a los moribundos a la misericordia de Dios.
Las Letanías de los
Santos, que contienen elementos procedentes de la tradición
litúrgica junto con otros de origen popular, son expresión de la
confianza de la Iglesia en la intercesión de los Santos y de su
experiencia de la comunión de vida entre la Iglesia de la Jerusalén
celeste y la Iglesia todavía peregrina en la ciudad terrena. Los nombres
de los Beatos, que están inscritos en los Calendarios litúrgicos de las
diócesis e Institutos religiosos, pueden ser invocados en las Letanías
de los Santos. Obviamente no se pueden introducir en las Letanías los
nombres de personas cuyo culto no se reconoce.
Las reliquias de los
Santos
236. El Concilio
Vaticano II recuerda que "de acuerdo con la tradición, la Iglesia rinde
culto a los santos y venera sus imágenes y sus reliquias auténticas". La
expresión "reliquias de los Santos" indica ante todo el cuerpo - o
partes notables del mismo - de aquellos que, viviendo ya en la patria
celestial, fueron en esta tierra, por la santidad heroica de su vida,
miembros insignes del Cuerpo místico de Cristo y templos vivos del
Espíritu Santo (cfr. 1 Cor 3,16; 6,19; 2 Cor 6,16). En segundo lugar,
objetos que pertenecieron a los Santos: utensilios, vestidos,
manuscritos y objetos que han estado en contacto con sus cuerpos o con
sus sepulcros, como estampas, telas de lino, y también imágenes
veneradas.
237. El Misal Romano,
renovado, confirma la validez del "uso de colocar bajo el altar, que se
va a dedicar, las reliquias de los Santos, aunque no sean mártires".
Puestas bajo el altar, las reliquias indican que el sacrificio de los
miembros tiene su origen y sentido en el sacrificio de la Cabeza, y son
una expresión simbólica de la comunión en el único sacrificio de Cristo
de toda la Iglesia, llamada a dar testimonio, incluso con su sangre, de
la propia fidelidad a su esposo y Señor.
A esta expresión
cultual, eminentemente litúrgica, se unen otras muchas de índole
popular. A los fieles les gustan las reliquias. Pero una pastoral
correcta sobre la veneración que se les debe, no descuidará:
- asegurar su
autenticidad; en el caso que ésta sea dudosa, las reliquias, con la
debida prudencia, se deberán retirar de la veneración de los fieles;
- impedir el excesivo
fraccionamiento de las reliquias, que no se corresponde con el respeto
debido al cuerpo; las normas litúrgicas advierten que las reliquias
deben ser de "un tamaño tal que se puedan reconocer como partes del
cuerpo humano";
- advertir a los fieles
para que no caigan en la manía de coleccionar reliquias; esto en el
pasado ha tenido consecuencias lamentables;
- vigilar para que se
evite todo fraude, forma de comercio y degeneración supersticiosa.
Las diversas formas de
devoción popular a las reliquias de los Santos, como el beso de las
reliquias, adorno con luces y flores, bendición impartida con las
mismas, sacarlas en procesión, sin excluir la costumbre de llevarlas a
los enfermos para confortarles y dar más valor a sus súplicas para
obtener la curación, se deben realizar con gran dignidad y por un
auténtico impulso de fe. En cualquier caso, se evitará exponer las
reliquias de los Santos sobre la mesa del altar: ésta se reserva al
Cuerpo y Sangre del Rey de los mártires.
Las imágenes sagradas
238. Fue especialmente
el Concilio Niceno II, "siguiendo la doctrina divinamente inspirada de
nuestros Santos Padres y la tradición de la Iglesia Católica", el que
defendió con fuerza la veneración de las imágenes sagradas: "definimos,
con todo rigor e insistencia que, a semejanza de la figura de la cruz
preciosa y vivificadora, las venerables y santas imágenes, ya pintadas,
ya en mosaico o en cualquier otro material adecuado, deben ser expuestas
en las santas iglesias de Dios, sobre los diferentes vasos sagrados, en
los ornamentos, en las paredes, en cuadros, en las casas y en las
calles; tanto de la imagen del Señor Dios y Salvador nuestro Jesucristo,
como de la inmaculada Señora nuestra, la santa Madre de Dios, de los
santos Ángeles, de todos los Santos y justos".
Los Santos Padres
encontraron en el misterio de Cristo Verbo encarnado, "imagen del Dios
invisible" (Col 1,15), el fundamento del culto que se rinde a las
imágenes sagradas: "ha sido la santa encarnación del Hijo de Dios la que
ha inaugurado una nueva economía de las imágenes".
239. La veneración de
las imágenes, sean pinturas, esculturas, bajorrelieves u otras
representaciones, además de ser un hecho litúrgico significativo,
constituyen un elemento relevante de la piedad popular: los fieles rezan
ante ellas, tanto en las iglesias como en sus hogares. Las adornan con
flores, luces, piedras preciosas; las saludan con formas diversas de
religiosa veneración, las llevan en procesión, cuelgan de ellas exvotos
como signo de agradecimiento; las ponen en nichos y templetes, en el
campo o en las calles.
Sin embargo, la
veneración de las imágenes, si no se apoya en una concepción teológica
adecuada, puede dar lugar a desviaciones. Es necesario, por tanto, que
se explique a los fieles la doctrina de la Iglesia, sancionada en los
concilios ecuménicos y en el
Catecismo de la Iglesia
Católica,
sobre el culto a las imágenes sagradas.
240. Según la enseñanza
de la Iglesia, las imágenes sagradas son:
- traducción
iconográfica del mensaje evangélico, en el que imagen y palabra revelada
se iluminan mutuamente; la tradición eclesial exige que las imágenes
"estén de acuerdo con la letra del mensaje evangélico";
- signos santos, que
como todos los signos litúrgicos, tienen a Cristo como último referente;
las imágenes de los Santos, de hecho, "representan a Cristo, que es
glorificado en ellos";
- memoria de los
hermanos Santos "que continúan participando en la historia de la
salvación del mundo y a los que estamos unidos, sobre todo en la
celebración sacramental";
- ayuda en la oración:
la contemplación de las imágenes sagradas facilita la súplica y mueve a
dar gloria a Dios por los prodigios de gracia realizados en sus Santos;
- estímulo para su
imitación, porque "cuanto más frecuentemente se detienen los ojos en
estas imágenes, tanto más se aviva y crece en quien lo contempla, el
recuerdo y el deseo de los que allí están representados"; el fiel tiende
a imprimir en su corazón lo que contempla con los ojos: una "imagen
verdadera del hombre nuevo", transformado en Cristo mediante la acción
del Espíritu y por la fidelidad a la propia vocación;
- una forma de
catequesis, puesto que "a través de la historia de los misterios de
nuestra redención, expresada en las pinturas y de otras maneras, el
pueblo es instruido y confirmado en la fe, recibiendo los medios para
recordar y meditar asiduamente los artículos de fe".
241. Es necesario, sobre
todo, que los fieles adviertan que el culto cristiano de las imágenes es
algo que dice relación a otra realidad. La imagen no se venera por ella
misma, sino por lo que representa. Por eso a las imágenes "se les debe
tributar el honor y la veneración debida, no porque se crea que en ellas
hay cierta divinidad o poder que justifique este culto o porque se deba
pedir alguna cosa a estas imágenes o poner en ellas la confianza, como
hacían antiguamente los paganos, que ponían su esperanza en los ídolos,
sino porque el honor que se les tributa se refiere a las personas que
representan".
242. A la luz de estas
enseñanzas, los fieles evitarán caer en un error que a veces se da:
establecer comparaciones entre imágenes sagradas. El hecho de que
algunas imágenes sean objeto de una veneración particular, hasta el
punto de convertirse en símbolo de la identidad religiosa y cultural de
un pueblo, de una ciudad o de un grupo, se debe explicar a la luz del
acontecimiento de gracia que ha dado lugar a dicho culto y a los
factores histórico-sociales que han concurrido para que se estableciera:
es lógico que el pueblo haga referencia, con frecuencia y con gusto, a
dicho acontecimiento; así fortalece su fe, glorifica a Dios, protege su
propia identidad cultural, eleva con confianza súplicas incesantes que
el Señor, según su palabra (cfr. Mt 7,7; Lc 11,9; Mc 11,24), está
dispuesto a escuchar; así aumenta el amor, se dilata la esperanza y
crece la vida espiritual del pueblo cristiano.
243. Las imágenes
sagradas, por su misma naturaleza, pertenecen tanto a la esfera de los
signos sagrados como a la del arte. En estas, "que con frecuencia son
obras de arte llenas de una intensa religiosidad, aparece el reflejo de
la belleza que viene de Dios y a Dios conduce". Sin embargo, la función
principal de la imagen sagrada no es procurar el deleite estético, sino
introducir en el Misterio. A veces la dimensión estética se pone en
primer lugar y la imagen resulta más un "tema", que un elemento
transmisor de un mensaje espiritual.
En Occidente la
producción iconográfica, muy variada en su tipología, no está
reglamentada, como en Oriente, por cánones sagrados vigentes durante
siglos. Esto no significa que la Iglesia latina haya descuidado la
atención a la producción iconográfica: más de una vez ha prohibido
exponer en las iglesias imágenes contrarias a la fe, indecorosas, que
podían dar lugar a errores en los fieles, o que son expresiones de un
carácter abstracto descarnado y deshumanizador; algunas imágenes son
ejemplo de un humanismo antropocéntrico, más que de auténtica
espiritualidad. También se debe reprobar la tendencia a eliminar las
imágenes de los lugares sagrados, con grave daño para la piedad de los
fieles.
A la piedad popular le
agradan las imágenes, que llevan las huellas de la propia cultura; las
representaciones realistas, los personajes fácilmente identificables,
las representaciones en las que se reconocen momentos de la vida del
hombre: el nacimiento, el sufrimiento, las bodas, el trabajo, la muerte.
Sin embargo, se ha de evitar que el arte religioso popular caiga en
reproducciones decadentes: hay correlación entre la iconografía y el
arte para la Liturgia, el arte cristiano, según las épocas culturales.
244. Por su significado
cultual, la Iglesia bendice las imágenes de los Santos, sobre todo las
que están destinadas a la veneración pública, y pide que, iluminados por
el ejemplo de los Santos, "caminemos tras las huellas del Señor, hasta
que se forme en nosotros el hombre perfecto según la medida de la
plenitud en Cristo". Así también, la Iglesia ha emanado algunas normas
sobre la colocación de las imágenes en los edificios y en los espacios
sagrados, que se deben observar diligentemente; sobre el altar no se
deben colocar ni estatuas ni imágenes de los Santos; ni siquiera las
reliquias, expuestas a la veneración de los fieles, se deben poner sobre
la mesa del altar. Corresponde al Ordinario vigilar que no se expongan a
la veneración pública imágenes indignas, que induzcan a error o a
prácticas supersticiosas.
Las procesiones
245. En la procesión,
expresión cultual de carácter universal y de múltiples valores
religiosos y sociales, la relación entre Liturgia y piedad popular
adquiere un particular relieve. La Iglesia, inspirándose en los modelos
bíblicos (cfr. Ex 14,8-31; 2 Sam 6,12-19; 1 Cor 15,25-16,3), ha
establecido algunas procesiones litúrgicas, que presentan una variada
tipología:
- algunas evocan
acontecimientos salvíficos referidos al mismo Cristo; entre estas, la
procesión del 2 de Febrero, conmemorativa de la presentación del Señor
en el Templo (cfr. Lc 2,22-38); la del Domingo de Ramos, que evoca la
entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén (cfr. Mt 21,1-10; Mc 11,1-11; Lc
19,28-38; Jn 12,12-16); la de la Vigilia pascual, memoria litúrgica del
"paso" de Cristo de las tinieblas del sepulcro a la gloria de la
Resurrección, síntesis y superación de todos los éxodos del antiguo
Israel y premisa de los "pasos" sacramentales que realiza el discípulo
de Cristo, sobre todo en el rito bautismal y en la celebración de las
exequias;
- otras son votivas,
como la procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y Sangre del
Señor: el santísimo Sacramento pasando por la ciudad de los hombres
suscita en los fieles expresiones de amor agradecido, exige de ellos
fe-adoración y es fuente de bendición y de gracia (cfr. Hech 10,38); la
procesión de las rogativas, cuya fecha la establece actualmente la
Conferencia de Obispos de cada país, que son una súplica pública de la
bendición de Dios sobre los campos y sobre el trabajo del hombre, y
tienen también un carácter penitencial; la procesión al cementerio el 2
de Noviembre, Conmemoración de los fieles difuntos;
- otras son necesarias
para el desarrollo de algunas acciones litúrgicas, como: las procesiones
con ocasión de las estaciones cuaresmales, en las que la comunidad
cultual se dirige desde el lugar establecido para la collecta a
la iglesia de la statio; la procesión para recibir en la iglesia
parroquial el crisma y los santos óleos, bendecidos el Jueves Santo en
la Misa crismal; la procesión para la adoración de la Cruz en la
celebración litúrgica del Viernes Santo; la procesión de las Vísperas
bautismales en el día de Pascua, durante la cual "mientras se cantan los
salmos se va a la fuente bautismal"; las "procesiones" que en la
celebración de la Eucaristía acompañan algunos momentos, como la entrada
del celebrante y los ministros, la proclamación del Evangelio, la
presentación de ofrendas, la comunión del Cuerpo y Sangre del Señor; la
procesión para llevar el Viático a los enfermos, en aquellos lugares en
que todavía está en vigor la costumbre; el cortejo fúnebre, que acompaña
el cuerpo del difunto de la casa a la Iglesia y de esta al cementerio;
la procesión con ocasión del traslado de reliquias.
246. La piedad popular,
sobre todo a partir de la Edad Media, ha dado amplio espacio a las
procesiones votivas, que en la época barroca han alcanzado su apogeo:
para honrar a los Santos patronos de una ciudad o corporación se llevan
procesionalmente las reliquias, o una estatua o efigie, por las calles
de la ciudad.
En sus formas genuinas,
las procesiones son manifestaciones de la fe del pueblo, que tienen con
frecuencia connotaciones culturales capaces de despertar el sentimiento
religioso de los fieles. Pero desde el punto de vista de la fe
cristiana, las "procesiones votivas de los Santos", como otros
ejercicios de piedad, están expuestas a algunos riesgos y peligros: que
prevalezcan las devociones sobre los sacramentos, que quedan relegados a
un segundo lugar, y de las manifestaciones exteriores sobre las
disposiciones interiores; el considerar las procesiones como el momento
culminante de la fiesta; que se configure el cristianismo, a los ojos de
los fieles que carecen de una instrucción adecuada, como una "religión
de Santos"; la degeneración de la misma procesión que, de testimonio de
fe acaba convirtiéndose en mero espectáculo o en un acto folclórico.
247. Para que la
procesión conserve su carácter genuino de manifestación de fe, es
necesario que los fieles sean instruidos en su naturaleza, desde un
punto de vista teológico, litúrgico y antropológico.
Desde el punto de vista
teológico se deberá destacar que la procesión es un signo de la
condición de la Iglesia, pueblo de Dios en camino que, con Cristo y
detrás de Cristo, consciente de no tener en este mundo una morada
permanente (cfr. Heb 13,14), marcha por los caminos de la ciudad terrena
hacia la Jerusalén celestial; es también signo del testimonio de fe que
la comunidad cristiana debe dar de su Señor, en medio de la sociedad
civil; es signo, finalmente, de la tarea misionera de la Iglesia, que
desde los comienzos, según el mandato del Señor (cfr. Mt 28,19-20), está
en marcha para anunciar por las calles del mundo el Evangelio de la
salvación.
Desde el punto de vista
litúrgico se deberán orientar las procesiones, incluso aquellas
de carácter más popular, hacia la celebración de la Liturgia:
presentando el recorrido de iglesia a iglesia como camino de la
comunidad que vive en el mundo hacia la comunidad que habita en el
cielo; procurando que se desarrollen con presidencia eclesiástica, para
evitar manifestaciones irrespetuosas o degeneradas; estableciendo un
momento inicial de oración, en el cual no falte la proclamación de la
Palabra de Dios; valorando el canto, preferiblemente de salmos y las
aportaciones de instrumentos musicales; sugiriendo llevar en las manos,
durante el recorrido, cirios o lámparas encendidas; disponiendo las
estaciones, que, al alternarse con los momentos de marcha, dan la imagen
del camino de la vida; concluyendo la procesión con una oración
doxológica a Dios, fuente de toda santidad, y con la bendición impartida
por el Obispo, presbítero o diácono.
Finalmente, desde un
punto de vista antropológico se deberá poner de manifiesto el
significado de la procesión como "camino recorrido juntos": participando
en el mismo clima de oración, unidos en el canto, dirigidos a la única
meta, los fieles se sienten solidarios unos con otros, determinados a
concretar en el camino de la vida los compromisos cristianos madurados
en el recorrido procesional.
LOS SUFRAGIOS POR LOS DIFUNTOS
La fe en la
resurrección de los muertos
248. "El máximo enigma
de la vida humana es la muerte". Sin embargo, la fe en Cristo convierte
este enigma en certeza de vida sin fin. Él proclamó que había sido
enviado por el Padre "para que todo el que crea en Él no muera, sino que
tenga la vida eterna" (Jn 3,16) y también: "Esta es la voluntad de mi
Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna; yo le
resucitaré en el último día" (Jn 6,40). Por eso, en el Símbolo
Niceno-Constantinopolitano la Iglesia profesa su fe en la vida eterna:
"Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro".
Apoyándose en la Palabra
de Dios, la Iglesia cree y espera firmemente que "del mismo modo que
Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive
para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para
siempre con Cristo resucitado".
249. La fe en la
resurrección de los muertos, elemento esencial de la revelación
cristiana, implica una visión particular del hecho ineludible y
misterioso que es la muerte.
La muerte es el final de
la etapa terrena de la vida, pero "no de nuestro ser", pues el alma es
inmortal. "Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del
cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la
tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida";
desde el punto de vista de la fe, la muerte es también "el fin de la
peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia
que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio
divino y para decidir su último destino".
Si por una parte la
muerte corporal es algo natural, por otra parte se presenta como
"castigo del pecado" (Rom 6,23). El Magisterio de la Iglesia,
interpretando auténticamente las afirmaciones de la Sagrada Escritura
(cfr. Gn 2,17; 3,3; 3,19; Sab 1,13; Rom 5,12; 6,23), "enseña que la
muerte ha entrado en el mundo a causa del pecado del hombre".
También Jesús, Hijo de
Dios, "nacido de mujer, nacido bajo la Ley" (Gal 4,4) ha padecido la
muerte, propia de la condición humana; y, a pesar de su angustia ante la
misma (cfr. Mc 14,33-34; Heb 5,7-8), "la asumió en un acto de
sometimiento total y libre a la voluntad del Padre. La obediencia de
Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición".
La muerte es el paso a
la plenitud de la vida verdadera, por lo que la Iglesia, invirtiendo la
lógica y las expectativas de este mundo, llama dies natalis al
día de la muerte del cristiano, día de su nacimiento para el cielo,
donde "no habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni preocupaciones,
porque las cosas de antes han pasado" (Ap 21,4); es la prolongación, en
un modo nuevo, del acontecimiento de la vida, porque como dice la
Liturgia: "la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se
transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una
mansión eterna en el cielo".
Finalmente, la muerte
del cristiano es un acontecimiento de gracia, que tiene en Cristo y por
Cristo un valor y un significado positivo. Se apoya en la enseñanza de
las Escrituras: "Para mí vivir es Cristo, y una ganancia el morir" (Fil
1,21); "Es doctrina segura: si morimos con Él, viviremos con Él" (2 Tim
2,11).
250. Según la fe de la
Iglesia el "morir con Cristo" comienza ya en el Bautismo: allí el
discípulo del Señor ya está sacramentalmente "muerto con Cristo", para
vivir una vida nueva; y si muere en la gracia de Dios, al muerte física
ratifica este "morir con Cristo" y lo lleva a la consumación,
incorporándole plenamente y para siempre en Cristo Redentor.
La Iglesia, por otra
parte, en su oración de sufragio por las almas de los difuntos, implora
la vida eterna no sólo para los discípulos de Cristo muertos en su paz,
sino también para todos los difuntos, cuya fe sólo Dios ha conocido.
Sentido de los
sufragios
251. En la muerte, el
justo se encuentra con Dios, que lo llama a sí para hacerle partícipe de
la vida divina. Pero nadie puede ser recibido en la amistad e intimidad
de Dios si antes no se ha purificado de las consecuencias personales de
todas sus culpas. "La Iglesia llama Purgatorio a esta
purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del
castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe
relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia y de
Trento".
De aquí viene la piadosa
costumbre de ofrecer sufragios por las almas del Purgatorio, que son una
súplica insistente a Dios para que tenga misericordia de los fieles
difuntos, los purifique con el fuego de su caridad y los introduzca en
el Reino de la luz y de la vida.
Los sufragios son una
expresión cultual de la fe en la Comunión de los Santos. Así, "la
Iglesia que peregrina, desde los primeros tiempos del cristianismo tuvo
perfecto conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo Místico de
Jesucristo, y así conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos,
y ofreció sufragios por ellos, "porque santo y saludable es el
pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus
pecados" (2 Mac 12,46)". Estos sufragios son, en primer lugar, la
celebración del sacrificio eucarístico, y después, otras expresiones de
piedad como oraciones, limosnas, obras de misericordia e indulgencias
aplicadas en favor de las almas de los difuntos.
Las exequias
cristianas
252. En la Liturgia
romana, como en otras liturgias latinas y orientales, son frecuentes y
variados los sufragios por los difuntos.
Las exequias cristianas
comprenden, según las tradiciones, tres momentos, aunque con frecuencia
y debido a las condiciones de vida profundamente cambiadas, propias de
las grandes áreas urbanas, se reducen a dos o a uno solo:
- La vigilia de
oración en casa del difunto, según las circunstancias, o en otro
lugar adecuado, donde parientes y amigos, fieles, se reúnen para elevar
a Dios una oración de sufragio, escuchar las "palabras de vida eterna" y
a la luz de éstas, superar las perspectivas de este mundo y dirigir el
espíritu a las auténticas perspectivas de la fe en Cristo resucitado;
para confortar a los familiares del difunto; para mostrar la solidaridad
cristiana según las palabras del Apóstol: "llorad con lo que lloran"
(Rom 12,15).
- La celebración de
la Eucaristía, que es absolutamente aconsejable, cuando sea posible.
En ella, la comunidad eclesial escucha "la Palabra de Dios, que proclama
el misterio pascual, alienta la esperanza de encontrarnos también un día
en el reino de Dios, reaviva la piedad con los difuntos y exhorta a un
testimonio de vida verdaderamente cristiano", y el que preside comenta
la Palabra proclamada, conforme a las características de la homilía,
"evitando la forma y el estilo del elogio fúnebre". En la Eucaristía "La
Iglesia expresa entonces su comunión eficaz con el difunto: ofreciendo
al Padre, en el Espíritu Santo, el sacrificio de la muerte y
resurrección de Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y
de sus consecuencias, y que sea admitido a la plenitud pascual de la
mesa del Reino". Una lectura profunda de la Misa de exequias, permite
captar cómo la Liturgia ha hecho de la Eucaristía, el banquete
escatológico, el verdadero refrigerium cristiano por el difunto.
- El rito de la
despedida, el cortejo fúnebre y la sepultura: la
despedida es el adiós (ad Deum) al difunto, "recomendación a Dios" por
parte de la Iglesia, el "último saludo dirigido por la comunidad
cristiana a un miembro suyo antes de que su cuerpo sea llevado a la
sepultura". En el cortejo fúnebre, la madre Iglesia, que ha llevado
sacramentalmente en su seno al cristiano durante peregrinación terrena,
acompaña el cuerpo del difunto al lugar de su descanso, en espera del
día de la resurrección (cfr. 1 Cor 15,42-44).
253. Cada uno de estos
momentos de las exequias cristianas se debe realizar con dignidad y
sentido religioso. Así, es preciso que: el cuerpo del difunto, que ha
sido templo del Espíritu Santo, sea tratado con gran respeto; que la
ornamentación fúnebre sea decorosa, ajena a toda forma de ostentación y
despilfarro; los signos litúrgicos, como la cruz, el cirio pascual, el
agua bendita y el incienso, se usen de manera apropiada.
254. Separándose del
sentido de la momificación, del embalsamamiento o de la cremación, en
las que se esconde, quizá, la idea de que la muerte significa la
destrucción total del hombre, la piedad cristiana ha asumido, como forma
de sepultura de los fieles, la inhumación. Por una parte, recuerda la
tierra de la cual ha sido sacado el hombre (cfr. Gn 2,6) y a la que
ahora vuelve (cfr. Gn 3,19; Sir 17,1); por otra parte, evoca la
sepultura de Cristo, grano de trigo que, caído en tierra, ha producido
mucho fruto (cfr. Jn 12,24).
Sin embargo, en nuestros
días, por el cambio en las condiciones del entorno y de la vida, está en
vigor la praxis de quemar el cuerpo del difunto. Respecto a esta
cuestión, la legislación eclesiástica dispone que: "A los que hayan
elegido la cremación de su cadáver se les puede conceder el rito de las
exequias cristianas, a no ser que su elección haya estado motivada por
razones contrarias a la doctrina cristiana". Respecto a esta opción, se
debe exhortar a los fieles a no conservar en su casa las cenizas de los
familiares, sino a darles la sepultura acostumbrada, hasta que Dios haga
resurgir de la tierra a aquellos que reposan allí y el mar restituya a
sus muertos (cfr. Ap 20,13).
Otros sufragios
255. La Iglesia ofrece
el sacrificio eucarístico por los difuntos con ocasión, no sólo de la
celebración de los funerales, sino también en los días tercero, séptimo
y trigésimo, así como en el aniversario de la muerte; la celebración de
la Misa en sufragio de las almas de los propios difuntos es el modo
cristiano de recordar y prolongar, en el Señor, la comunión con cuantos
han cruzado ya el umbral de la muerte. El 2 de Noviembre, además, la
Iglesia ofrece repetidamente el santo sacrificio por todos los fieles
difuntos, por los que celebra también la Liturgia de las Horas.
Cada día, tanto en la
celebración de la Eucaristía como en las Vísperas, la Iglesia no deja de
implorar al Señor con súplicas, para que dé a "los fieles que nos han
precedido con el signo de la fe... y a todos los que descansan en
Cristo, el lugar del consuelo, de la luz y de la paz".
Es importante, pues,
educar a los fieles a la luz de la celebración eucarística, en la que la
Iglesia ruega para que sean asociados a la gloria del Señor resucitado
todos los fieles difuntos, de cualquier tiempo y lugar, evitando el
peligro de una visión posesiva y particularista de la Misa por el
"propio" difunto. La celebración de la Misa en sufragio por los difuntos
es además una ocasión para una catequesis sobre los novísimos.
La memoria de los
difuntos en la piedad popular
256. Al igual que la
Liturgia, la piedad popular se muestra muy atenta a la memoria de los
difuntos y es solícita en las oraciones de sufragio por ellos.
En la "memoria de los
difuntos", la cuestión de la relación entre Liturgia y piedad popular se
debe afrontar con mucha prudencia y tacto pastoral, tanto en lo
referente a cuestiones doctrinales como en la armonización de las
acciones litúrgicas y los ejercicios de piedad.
257. Es necesario, ante
todo, que la piedad popular sea educada por los principios de la fe
cristiana, como el sentido pascual de la muerte de los que, mediante el
Bautismo, se han incorporado al misterio de la muerte y resurrección de
Cristo (cfr. Rom 6,3-10); la inmortalidad del alma (cfr. Lc 23,43); la
comunión de los santos, por la que "la unión... con los hermanos que
durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe; antes
bien, según la constante fe de la Iglesia, se fortalece con la
comunicación de los bienes espirituales": "nuestra oración por ellos
puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión
en nuestro favor"; la resurrección de la carne; la manifestación
gloriosa de Cristo, "que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos";
la retribución conforme a las obras de cada uno; la vida eterna.
En los usos y
tradiciones de algunos pueblos, respecto al "culto de los muertos",
aparecen elementos profundamente arraigados en la cultura y en unas
determinadas concepciones antropológicas, con frecuencia determinadas
por el deseo de prolongar los vínculos familiares, y por así decir,
sociales, con los difuntos. Al examinar y valorar estos usos se deberá
actuar con cuidado, evitando, cuando no estén en abierta oposición al
Evangelio, interpretarlos apresuradamente como restos del paganismo.
258. Por lo que se
refiere a los aspectos doctrinales, hay que evitar:
- el peligro de que
permanezcan, en la piedad popular para con los difuntos, elementos o
aspectos inaceptables del culto pagano a los antepasados;
- la invocación de los
muertos para prácticas adivinatorias;
- la atribución a
sueños, que tienen por objeto a personas difuntas, supuestos
significados o consecuencias, cuyo temor condiciona el actuar de los
fieles;
- el riesgo de que se
insinúen formas de creencia en la reencarnación;
. el peligro de negar la
inmortalidad del alma y de separar el acontecimiento de la muerte de la
perspectiva de la resurrección, de tal manera que la religión cristiana
apareciera como una religión de muertos;
- la aplicación de
categorías espacio temporales a la condición de los difuntos.
259. Esta muy difundido
en la sociedad moderna, y con frecuencia tiene consecuencias negativas,
el error doctrinal y pastoral de "ocultar la muerte y sus signos".
Médicos, enfermeros,
parientes, piensan frecuentemente que es un deber ocultar al enfermo,
que por el desarrollo de la hospitalización suele morir, casi siempre,
fuera de su casa, la inminencia de la muerte.
Se ha repetido que en
las grandes ciudades de los vivos no hay sitio para los muertos: en las
pequeñas habitaciones de los edificios urbanos, no se puede habilitar un
"lugar para una vigilia fúnebre"; en las calles, debido a un tráfico
congestionado, no se permiten los lentos cortejos fúnebres que
dificultan la circulación; en las áreas urbanas, el cementerio, que
antes, al menos en los pueblos, estaba en torno o en las cercanías de la
Iglesia – era un verdadero campo santo y signo de la comunión con Cristo
de los vivos y los muertos – se sitúa en la periferia, cada vez más
lejano de la ciudad, para que con el crecimiento urbano no se vuelva a
encontrar dentro de la misma.
La civilización moderna
rechaza la "visibilidad de la muerte", por lo que se esfuerza en
eliminar sus signos. De aquí viene el recurso, difundido en un cierto
número de países, a conservar al difunto, mediante un proceso químico,
en su aspecto natural, como si estuviera vivo (tanatopraxis): el
muerto no debe aparecer como muerto, sino mantener la apariencia de
vida.
El cristiano, para el
cual el pensamiento de la muerte debe tener un carácter familiar y
sereno, no se puede unir en su fuero interno al fenómeno de la
"intolerancia respecto a los muertos", que priva a los difuntos de todo
lugar en la vida de las ciudades, ni al rechazo de la "visibilidad de la
muerte", cuando esta intolerancia y rechazo están motivados por una
huida irresponsable de la realidad o por una visión materialista,
carente de esperanza, ajena a la fe en Cristo muerto y resucitado.
También el cristiano se
debe oponer con toda firmeza a las numerosas formas de "comercio de la
muerte", que aprovechando los sentimientos de los fieles, pretenden
simplemente obtener ganancias desmesuradas y vergonzosas.
260. La piedad popular
para con los difuntos se expresa de múltiples formas, según los lugares
y las tradiciones.
- la novena de los
difuntos como preparación y el octavario como prolongación de la
Conmemoración del 2 de Noviembre; ambos se deben celebrar respetando las
normas litúrgicas;
- la visita al
cementerio; en algunas circunstancias se realiza de forma comunitaria,
como en la Conmemoración de todos los fieles difuntos, al final de las
misiones populares, con ocasión de la toma de posesión de la parroquia
por el nuevo párroco; en otras se realiza de forma privada, como cuando
los fieles se acercan a la tumba de sus seres queridos para mantenerla
limpia y adornada con luces y flores; esta visita debe ser una muestra
de la relación que existe entre el difunto y sus allegados, no expresión
de una obligación, que se teme descuidar por una especie de temor
supersticioso;
- la adhesión a
cofradías y otras asociaciones, que tienen como finalidad "enterrar a
los muertos" conforme a una visión cristiana del hecho de la muerte,
ofrecer sufragios por los difuntos, ser solidarios y ayudar a los
familiares del fallecido;
- los sufragios
frecuentes, de los que ya se ha hablado, mediante limosnas y otras obras
de misericordia, ayunos, aplicación de indulgencias y sobre todo
oraciones, como la recitación del salmo De profundis, de la breve
fórmula Requiem aeternam, que suele acompañar con frecuencia al
Ángelus, el santo Rosario, la bendición de la mesa familiar.
SANTUARIOS Y PEREGRINACIONES
261. El santuario, tanto
si está dedicado a la Santísima Trinidad como a Cristo el Señor, a la
Virgen, a los Ángeles, a los Santos o a los Beatos, es quizá el lugar
donde las relaciones entre Liturgia y piedad popular son más frecuentes
y evidentes. "En los santuarios se debe proporcionar a los fieles de
manera más abundante los medios de la salvación, predicando con
diligencia la Palabra de Dios y fomentando con esmero la vida litúrgica,
principalmente mediante la celebración de la Eucaristía y la penitencia,
y practicando también otras formas aprobadas de piedad popular".
En estrecha relación con
el santuario está la peregrinación, que también es una expresión muy
difundida y característica de la piedad popular.
En nuestros días, el
interés por los santuarios y la participación en las peregrinaciones,
lejos de haberse debilitado por el secularismo, gozan de amplio favor
entre los fieles.
Parece conveniente, en
conformidad con los objetivos de este Documento, ofrecer algunas
indicaciones para que, en la actividad pastoral de los santuarios y en
el desarrollo de las peregrinaciones, se establezca y favorezca una
relación correcta entre acciones litúrgicas y ejercicios de piedad.
El Santuario
Algunos principios
262. Según la revelación
cristiana, el santuario supremo y definitivo es Cristo resucitado (cfr.
Jn 2,18-21; Ap 21,22), en torno al cual se congrega y organiza la
comunidad de los discípulos, que a su vez es la nueva casa del Señor
(cfr. 1 Pe 2,5; Ef 2,19-22).
Desde un punto de vista
teológico, el santuario, que no pocas veces ha surgido de un movimiento
de piedad popular, es un signo de la presencia activa, salvífica, del
Señor en la historia y un refugio donde el pueblo de Dios, peregrino por
los caminos del mundo hacia la Ciudad futura (cfr. Heb 13,14), restaura
sus fuerzas para continuar la marcha.
263. El santuario, como
las iglesias, tiene un gran valor simbólico: es imagen de la "morada de
Dios con los hombres" (Ap 21,3) y remite al "misterio del Templo" que se
ha realizado en el cuerpo de Cristo (Cfr. Jn 1,14; 2,21), en la
comunidad eclesial (cfr. 1 Pe 2,5) y en cada uno de los fieles (cfr. 1
Cor 3,16-17; 6,19; 2 Cor 6,16).
A los ojos de los fieles
los santuarios son:
- por su origen, quizá,
recuerdo de un acontecimiento considerado milagroso, que ha determinado
la aparición de manifestaciones de devoción duradera, o de testimonio de
la piedad y el agradecimiento de un pueblo por los beneficios recibidos;
- por los frecuentes
signos de misericordia que suceden en ellos, lugares privilegiados de la
asistencia divina y de la intercesión de la Virgen María, de los Santos
o de los Beatos;
- por la situación, con
frecuencia aislada y elevada, y por la belleza, ya sea austera, ya
exuberante de los lugares en los que se encuentran, signo de la armonía
del cosmos y reflejo de la belleza divina;
- por la predicación que
allí resuena, llamada eficaz a la conversión, invitación a vivir en la
caridad y aumentar las obras de misericordia, exhortación a llevar una
vida caracterizada por el seguimiento de Cristo;
- por la vida
sacramental que allí se desarrolla, lugar de fortalecimiento de la fe,
crecimiento de gracia, refugio y esperanza en la aflicción;
- por el aspecto del
mensaje evangélico que expresan, una interpretación especial y casi una
prolongación de la Palabra;
- por su orientación
escatológica, una invitación a cultivar el sentido de la trascendencia y
a dirigir los pasos, a través de los caminos de la vida temporal, hacia
el santuario del cielo (cfr. Heb 9,11; Ap 21,3).
"Siempre y en todo
lugar, los santuarios cristianos han sido, o han querido ser, signos de
Dios, de su irrupción en la historia. Cada uno de ellos es un memorial
del misterio de la Encarnación y de la Redención".
Reconocimiento
canónico
264. "Con el nombre de
santuario se designa una iglesia u otro lugar sagrado al que, por un
motivo peculiar de piedad, acuden en peregrinación numerosos fieles, con
aprobación del Ordinario del lugar".
La condición previa para
que un lugar sagrado sea reconocido canónicamente como santuario
diocesano, nacional o internacional, es la aprobación del Obispo
diocesano, de la Conferencia de Obispos, o de la Santa Sede,
respectivamente. La aprobación canónica constituye un reconocimiento
oficial del lugar sagrado y de su finalidad específica, que es la de
acoger las peregrinaciones del pueblo de Dios que acude para adorar al
Padre, profesar la fe, reconciliarse con Dios, con la Iglesia y con los
hermanos, e implorar la intercesión de la Madre del Señor o de un Santo.
Sin embargo, no se debe
olvidar que otros muchos lugares de culto, con frecuencia humildes
–pequeñas iglesias en la ciudad o en el campo – desarrollan en su
entorno local, aunque sin reconocimiento canónico, una función semejante
a la de los santuarios. También forman parte de la "geografía de la fe"
y de la piedad del pueblo de Dios, de una comunidad que habita en un
determinado lugar y que, en la fe, está en camino hacia la Jerusalén
celestial (cfr. Ap 21).
El santuario como
lugar de celebraciones cultuales
265. El santuario tiene
una función cultual de primer orden. Los fieles se acercan, sobre todo,
para participar en las celebraciones litúrgicas y en los ejercicios de
piedad que tiene lugar allí. Esta reconocida función cultual del
santuario, no debe oscurecer en el ánimo de los fieles la enseñanza
evangélica de que el lugar no es algo determinante para el auténtico
culto al Señor (cfr. Jn 4,20-24).
Valor ejemplar
266. Los responsables de
los santuarios deben procurar que la Liturgia que en ellos se realiza,
resulte un ejemplo por la calidad de las celebraciones: "Entre las
funciones reconocidas a los santuarios, también por el Código de derecho
canónico, está el desarrollo de la Liturgia. Esto no se debe entender
como un aumento del número de las celebraciones, sino como una mejora de
su calidad. Los rectores de los santuarios son conscientes de su
responsabilidad para alcanzar este objetivo. Comprenden que los fieles,
que llegan al santuario de los más diversos lugares, deben regresar
confortados en el espíritu y edificados por las celebraciones que tienen
lugar allí: por su capacidad de comunicar el mensaje de salvación, por
la noble sencillez de las expresiones rituales, por el fiel cumplimiento
de las normas litúrgicas. Saben, también, que los efectos de una acción
litúrgica ejemplar no se agotan en la celebración realizada en el
santuario: los sacerdotes y los fieles peregrinos tienden a llevar a sus
lugares de origen las experiencias cultuales válidas que han vivido en
el santuario".
La celebración de la
Penitencia
267. Para muchos fieles,
la visita a un santuario es una ocasión propicia, con frecuencia
procurada, para acercarse al sacramento de la Penitencia. Por lo tanto,
es preciso que se preste atención a los diversos elementos que
contribuyen a la celebración del sacramento:
- El lugar de la
celebración: además de los confesionarios tradicionales dispuestos
en la iglesia, en los santuarios muy frecuentados sería deseable que
hubiera un lugar reservado para la celebración de la Penitencia, que se
pueda emplear también para momentos de preparación comunitaria y
celebraciones penitenciales, y que, dentro del respeto a las normas
canónicas y a la reserva que exige la confesión, ofrezca al penitente la
facilidad para dialogar con el confesor.
- La preparación al
sacramento: en no pocos casos, los fieles necesitan ayuda para
realizar los actos que son parte del sacramento, sobre todo para
orientar el corazón a Dios, con una sincera conversión, "puesto que de
ella depende la verdadera penitencia". Se deben organizar encuentros de
preparación, tal como se propone en el Ordo Paenitentiae, en los
que, mediante la escucha y la meditación de la Palabra de Dios, se ayude
a los fieles a celebrar con fruto el sacramento; o al menos se deben
poner a disposición de los fieles subsidios adecuados, que les guíen no
sólo en la preparación de la confesión de los pecados, sino para que
alcancen un sincero arrepentimiento.
- La elección de la
forma ritual, que lleve a los fieles a descubrir la naturaleza
eclesial de la Penitencia; en este sentido, la celebración del Rito
para la reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución
individual (forma segunda), debidamente organizada y preparada, no
debería ser algo excepcional, sino habitual, previsto sobre todo en
algunos momentos del Año litúrgico. Realmente "la celebración
comunitaria manifiesta más claramente la naturaleza eclesial de la
penitencia". La reconciliación sin confesión individual íntegra y con
absolución general es una forma totalmente excepcional y extraordinaria,
que no se puede alternar con las otras dos formas ordinarias y no se
justifica por la sola razón de una gran afluencia de fieles, como sucede
en las fiestas y peregrinaciones.
La celebración de la
Eucaristía
268. "La celebración de
la Eucaristía es la culminación y como el cauce de toda la acción
pastoral de los santuarios"; es preciso, por tanto, prestarle la máxima
atención, para que resulte ejemplar en su desarrollo ritual y conduzca a
los fieles a un encuentro profundo con Cristo.
A menudo sucede que
varios grupos quieren celebrar la Eucaristía al mismo tiempo, pero por
separado. Esto no es coherente con la dimensión eclesial del misterio
eucarístico, desde el momento en que esa manera de celebrar la
Eucaristía, en lugar de ser un momento de unidad y de fraternidad, se
convertiría en expresión de un particularismo que no refleja el sentido
de comunión y de universalidad de la Iglesia.
Una sencilla reflexión
sobre la naturaleza de la Eucaristía, "sacramento de piedad, signo de
unidad, vínculo de caridad", debería convencer a los sacerdotes que
guían las peregrinaciones a favorecer la reunión de varios grupos en una
misma concelebración, debidamente organizada y que tuviera en cuenta –
si fuera necesario – la diversidad de las lenguas; en ocasión de
reuniones de fieles de distintas naciones es conveniente que se
interpreten cantos en lengua latina y con las melodías más fáciles, al
menos en las partes del Ordinario de la Misa, especialmente el símbolo
de la fe y la oración del Señor. Tal celebración ofrecería una imagen
genuina de la naturaleza de la Iglesia y de la Eucaristía, y
constituiría para los peregrinos una ocasión de acogida recíproca y de
enriquecimiento mutuo.
La celebración de la
Unción de los enfermos
269. El Ordo
unctionis infirmorum eorumque pastoralis curae prevé la celebración
comunitaria del sacramento de la Unción en los santuarios, sobre todo
con ocasión de peregrinaciones de enfermos. Esto está en perfecta
armonía con la naturaleza del sacramento y con la función del santuario:
es justo que donde se implora la misericordia del Señor de una manera
más intensa, la acción maternal de la Iglesia se haga más solícita a
favor de sus hijos que, por enfermedad o vejez, comienzan a encontrarse
en peligro.
El rito se realizará
según las indicaciones del Ordo, por lo que "si hay varios sacerdotes,
cada uno impone las manos y administra la unción con la fórmula
correspondiente a cada uno de los enfermos de un grupo; en cambio las
oraciones las recita el celebrante principal".
La celebración de
otros sacramentos
270. En los santuarios,
además de la Eucaristía, la Penitencia y la Unción comunitaria de los
enfermos, se celebran, también, con más o menos frecuencia, otros
sacramentos. Esto exige que los responsables del santuario, además del
cumplimiento de las disposiciones que haya emanado el Obispo diocesano:
- procuren un
entendimiento sincero y una colaboración fructuosa entre el santuario y
la comunidad parroquial;
- consideren con
atención la naturaleza de cada sacramento; por ejemplo: los sacramentos
de la iniciación cristiana, que requieren una larga preparación e
insertan al bautizado en la comunidad eclesial, deberían celebrarse, por
norma general, en la parroquia;
- asegúrense de que
todas las celebraciones de un sacramento hayan estado precedidas de una
adecuada preparación; los responsables de un santuario no deben celebrar
el sacramento del matrimonio si no consta el permiso concedido por el
Ordinario o por el párroco;
- valoren serenamente
las situaciones, múltiples e imprevisibles, para las que no es posible
establecer a priori normas rígidas.
La celebración de la
Liturgia de las Horas
271. La visita a un
santuario, tiempo y lugar favorable para la oración personal y
comunitaria, constituye una ocasión privilegiada para ayudar a los
fieles a apreciar la belleza de la Liturgia de las Horas y para
asociarse a la alabanza cotidiana que, en el curso de su peregrinación
terrena, la Iglesia eleva al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo.
Así pues, los rectores
de los santuarios deben introducir en las actividades preparadas para
los peregrinos, según la oportunidad, celebraciones dignas y festivas de
la Liturgia de las Horas, especialmente de Laudes y Vísperas,
proponiendo también la celebración, parcial o completa, de un Oficio
votivo que tenga relación con el santuario.
A lo largo de la
peregrinación y conforme se van acercando a la meta, los sacerdotes que
acompañan a los fieles no dejen de proponerles, al menos, la oración de
alguna Hora del Oficio Divino.
La celebración de los
sacramentales
272. Desde la
antigüedad, la Iglesia ha tenido la costumbre de bendecir personas,
lugares, alimentos, objetos. En nuestros días, sin embargo, la práctica
de la bendición, motivada por usos antiguos y concepciones profundamente
arraigadas en algunos fieles, presenta algunos puntos delicados. Con
todo, continúa siendo una cuestión pastoral bastante presente en los
santuarios, donde los fieles, que acuden para implorar la gracia y la
ayuda del Señor, la intercesión de la Madre de la misericordia o de los
Santos, suelen pedir a los sacerdotes las más diversas bendiciones. Para
un desarrollo correcto de la pastoral de las bendiciones, los rectores
de los santuarios deberán:
- proceder con paciencia
en la aplicación gradual de los principios establecidos por el
Rituale Romanum, los cuales buscan fundamentalmente que la bendición
sea una expresión genuina de fe en Dios, dador de todo bien;
- subrayar de manera
adecuada – en cuanto sea posible – los dos momentos que configuran la
"estructura típica" de toda bendición: la proclamación de la Palabra de
Dios, que da sentido al signo sagrado, y la oración mediante la cual la
Iglesia alaba a Dios e implora sus beneficios, como recuerda el mismo
signo de la cruz que traza el ministro ordenado;
- preferir la
celebración comunitaria a la individual o privada y comprometer a los
fieles para que participen de manera plena y consciente.
273. Es deseable que los
rectores de los santuarios establezcan a lo largo del día, en los
periodos de mayor afluencia de peregrinos, momentos especiales para
celebrar las bendiciones; en ellos, mediante una acción ritual
caracterizada por la verdad y la dignidad, los fieles comprenderán el
sentido genuino de la bendición y el compromiso de observar los
mandamientos de Dios, que comporta la "petición de una bendición".
El santuario como
lugar de evangelización
274. Innumerables
centros de comunicación social divulgan todos los días noticias y
mensajes de todo tipo; el santuario, en cambio, es el lugar en el que
continuamente se proclama un mensaje de vida: el "Evangelio de Dios" (Mc
1,14; Rom 1,1) o "Evangelio de Jesucristo" (Mc 1,1), esto es, la buena
noticia que proviene de Dios y que tiene por contenido a Cristo Jesús:
Él es el Salvador de todos los pueblos, en cuya muerte y resurrección se
han reconciliado para siempre el cielo y la tierra.
Al fiel que se acerca al
santuario se le deben proponer, directa o indirectamente, los elementos
fundamentales del mensaje evangélico: el sermón de la montaña, el
anuncio gozoso de la bondad y paternidad de Dios así como de su amorosa
providencia, el mandamiento del amor, el significado salvador de la
cruz, el destino trascendente de la vida humana.
Muchos santuarios son,
efectivamente, lugares de difusión del Evangelio: en las formas más
variadas, el mensaje de Cristo se trasmite a los fieles como llamada a
la conversión, invitación al seguimiento, exhortación a la
perseverancia, recuerdo de las exigencias de la justicia, palabra de
consuelo y de paz.
No se puede olvidar la
cooperación que muchos santuarios prestan a la labor evangelizadora de
la Iglesia, al sostener de diversos modos las misiones "ad gentes".
El santuario como
lugar de la caridad
275. La misión ejemplar
del santuario se extiende también al ejercicio de la caridad. Todo
santuario, en cuanto celebra la presencia misericordiosa del Señor, la
ejemplaridad y la intercesión de la Virgen y los Santos, "es por sí
mismo un hogar que irradia la luz y el calor de la caridad". En su
acepción más común y en el lenguaje de los sencillos "la caridad es el
amor expresado en el nombre de Dios". Esta encuentra sus
manifestaciones concretas en el acoger y en la misericordia, en la
solidaridad y en el compartir, en la ayuda y en el don.
Gracias a la generosidad
de los fieles y al celo de los responsables, muchos santuarios son
lugares de mediación entre el amor a Dios y la caridad fraterna, por una
parte, y las necesidades del hombre, por otra. En ellos fructifica la
caridad de Cristo y parece que se prolongan la solicitud maternal de la
Virgen y la cercanía solidaria de los Santos, que se expresan, por
ejemplo:
- en la creación y
mantenimiento de centros de asistencia social, como hospitales, centros
de enseñanza para niños sin recursos y residencias para personas
ancianas;
- "en la acogida y
hospitalidad para con los peregrinos, sobre todo los más pobres, a
quienes se ofrecen, en la medida de lo posible, lugares y condiciones
para un momento de descanso
- en la solicitud y
cuidado de los peregrinos ancianos, enfermos, minusválidos, a los que se
reservan las atenciones más delicadas, los mejores sitios en los
santuarios; para ellos se organizan, en el horario más adecuado,
celebraciones que, sin separarles de los otros fieles, tengan en cuenta
sus circunstancias especiales; para ellos se establece una cooperación
con asociaciones que se ocupen generosamente de sus desplazamientos;
- en la disponibilidad y
en el servicio ofrecido a todos los que se acercan al santuario: fieles
cultos e incultos, pobres y ricos, con-nacionales o extranjeros".
El santuario como
lugar de cultura
276. Con frecuencia el
santuario es ya, en sí mismo, un "bien cultural": en él se dan cita y se
presentan, como resumidas en una síntesis, numerosas manifestaciones de
la cultura de las poblaciones vecinas: testimonios históricos y
artísticos, formas de expresión lingüística y literaria, expresiones
musicales típicas.
Desde este punto de
vista, el santuario resulta con frecuencia un punto de referencia válido
para definir la identidad cultural de un pueblo. Y en cuanto que en el
santuario se da una síntesis armoniosa entre naturaleza y gracia, piedad
y arte, se puede proponer como expresión de la Vía pulchritudinis
para contemplar la belleza de Dios, del misterio de la Tota pulchra,
de las admirables experiencias de los Santos.
Además, cada vez se
tiende más a hacer del santuario un "centro de cultura" específico, un
lugar en el que se organizan cursos de estudio y conferencias, donde se
acometen interesantes iniciativas editoriales y se promueven
representaciones sagradas, conciertos, exposiciones y otras
manifestaciones artísticas y literarias.
La actividad cultural
del santuario se configura como una iniciativa en el ámbito de la
promoción humana; esta función se añade útilmente a la función
primordial, de lugar para el culto divino, para la evangelización, para
el ejercicio de la caridad. En este sentido, los responsables de los
santuarios deben procurar que la dimensión cultural no adquiera una
importancia mayor que la cultual.
El santuario como
lugar de compromiso ecuménico
277. El santuario, en
cuanto lugar de anuncio de la Palabra, de invitación a la conversión, de
intercesión, de intensa vida litúrgica, de ejercicio de la caridad es un
"bien espiritual" que se puede compartir, en una cierta medida y
conforme a las indicaciones del Directorio ecuménico, con los
hermanos y hermanas que no están en plena comunión con la Iglesia
católica.
En consecuencia, el
santuario debe ser un lugar de compromiso ecuménico, sensible a la
necesidad grave y urgente de la unidad de todos los creyentes en Cristo,
único Señor y Salvador.
Por lo tanto, los
rectores de los santuarios deben ayudar a los peregrinos a tomar
conciencia del "ecumenismo espiritual" del que hablan el decreto
conciliar Unitatis redintegratio y el Directorio ecuménico,
según el cual los cristianos deben siempre tener presente la intención
de la unidad en las oraciones, en la celebración eucarística, en la vida
diaria. Así, en los santuarios se debería intensificar la oración con
esta intención en algunos tiempos particulares, como la semana de
oración por la unidad de los cristianos, en los días entre la Ascensión
del Señor y Pentecostés, en los cuales se recuerda a la comunidad de
Jerusalén reunida en la oración y en espera de la venida del Espíritu
Santo, que la confirmará en la unidad y en su misión universal.
Además, los rectores de
los santuarios promuevan, cuando haya oportunidad, encuentros de oración
entre cristianos de las diversas confesiones; en estos encuentros,
preparados con atención y colaboración, deberá primar la Palabra de Dios
y se deberán valorar las formas de oración características de las
diversas confesiones cristianas.
Según las
circunstancias, será quizá oportuno extender, en casos excepcionales, la
atención a los miembros de otras religiones: existen, de hecho,
santuarios frecuentados por los no cristianos, que acuden allí atraídos
por los valores propios del cristianismo. Todos los actos de culto que
se realizan en los santuarios deben ser claramente conformes con la
identidad católica, sin ocultar jamás lo que pertenece a la fe de la
Iglesia.
278. El compromiso
ecuménico adquiere aspectos particulares cuando se trata de santuarios
dedicados a la Virgen María. En el plano sobrenatural, santa
María, que ha dado a luz al Salvador de todos los pueblos y que ha sido
su primera y perfecta discípula, tiene una misión de concordia y de
unidad respecto a los discípulos de su Hijo, por lo que la Iglesia la
saluda con el título de Mater unitatis; en el plano histórico,
en cambio, la figura de María, debido a las diversas interpretaciones
sobre su papel en la historia de la salvación, ha sido con frecuencia
motivo de divergencia y división entre los cristianos. Hay que
reconocer, con todo, que en el aspecto mariano, el diálogo ecuménico
actualmente está dando sus frutos.
La peregrinación
279. La peregrinación,
experiencia religiosa universal, es una expresión característica de la
piedad popular, estrechamente vinculada al santuario, de cuya vida
constituye un elemento indispensable: el peregrino necesita un santuario
y el santuario requiere peregrinos.
Peregrinaciones
bíblicas
280. En la Biblia
destacan, por su simbolismo religioso, las peregrinaciones de los
patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, a Siquem (cfr. Gn 12,6-7; 33,18-20),
Betel (cfr. Gn 28,10-22; 35,1-15) y Mambré (Gn 13,18; 18,1-15), donde
Dios se les manifestó y se comprometió a darles la "tierra prometida".
Para las tribus salidas
de Egipto, el Sinaí, monte de la teofanía a Moisés (cfr. Ex 19-20), se
convierte en un lugar sagrado y todo el camino del desierto del Sinaí
tuvo para ellos el sentido de un largo viaje hacia la tierra santa de la
promesa: viaje bendecido por Dios, que, en el Arca (cfr. Num 10,33-36) y
en el Tabernáculo (cfr. 2 Sam 7,6), símbolos de su presencia, camina con
su pueblo, lo guía y la protege por medio de la Nube (cfr. Num 9,15-23).
Jerusalén, convertida en
sede del Templo y del Arca, pasó a ser la ciudad-santuario de los
Hebreos, la meta por excelencia del deseado "viaje santo" (Sal 84,6), en
el que el peregrino avanza "entre cantos de alegría, en el bullicio de
la fiesta" (Sal 42,5) hasta "la casa de Dios" para comparecer ante su
presencia (cfr. Sal 84,6-8).
Tres veces al año, los
varones israelitas debían "presentarse ante el Señor" (cfr. Ex 23,17),
es decir, dirigirse al Templo de Jerusalén: esto daba lugar a tres
peregrinaciones con ocasión de las fiestas de los Ácimos (la Pascua), de
las Semanas (Pentecostés) y de los Tabernáculos; y toda familia
israelita piadosa acudía, como hacía la familia de Jesús (cfr. Lc 2,41),
a la ciudad santa para la celebración anual de la Pascua. Durante su
vida pública, también Jesús se dirigía habitualmente a Jerusalén como
peregrino (cfr. Jn 11,55-56); por otra parte se sabe que el evangelista
san Lucas presenta la acción salvífica de Jesús como una misteriosa
peregrinación (cfr. Lc 9,51-19,45), cuya meta es Jerusalén, la ciudad
mesiánica, el lugar del sacrificio pascual y de su retorno al Padre: "He
salido del Padre y he venido al mundo; ahora dejo de nuevo el mundo y
voy al Padre" (Jn 16,28).
Precisamente durante una
reunión de peregrinos en Jerusalén, de "judíos observantes de toda
nación que hay bajo el cielo" (Hech 2,5) para celebrar Pentecostés, la
Iglesia comienza su camino misionero.
La peregrinación
cristiana
281. Desde que Jesús ha
dado cumplimiento en sí mismo al misterio del Templo (cfr. Jn 2,22-23) y
ha pasado de este mundo al Padre (cfr. Jn 13,1), realizando en su
persona el éxodo definitivo, para sus discípulos ya no existe ninguna
peregrinación obligatoria: toda su vida es un camino hacia el santuario
celeste y la misma Iglesia dice de sí que es "peregrina en este mundo".
Sin embargo la Iglesia,
dada la conformidad que existe entre la doctrina de Cristo y los valores
espirituales de la peregrinación, no sólo ha considerado legítima esta
forma de piedad, sino que la ha alentado a lo largo de la historia.
282. En los tres
primeros siglos la peregrinación, salvo alguna excepción, no forma parte
de las expresiones cultuales del cristianismo: la Iglesia temía la
contaminación de prácticas religiosas del judaísmo y del paganismo, en
los cuales la práctica de la peregrinación estaba muy arraigada.
No obstante, en estos
siglos se ponen los cimientos para una recuperación, con características
cristianas, de la práctica de la peregrinación: el culto a los mártires,
en las tumbas, a las que acuden los fieles para venerar los restos
mortales de estos testigos insignes de Cristo, determinará, progresiva y
consecuentemente, el paso de la "visita devota" a la "peregrinación
votiva".
283. Después de la paz
constantiniana, tras la identificación de los lugares y el hallazgo de
las reliquias de la Pasión del Señor, la peregrinación cristiana vive un
momento de esplendor: es sobre todo la visita a Palestina, que, por sus
"lugares santos", se convierte, comenzando por Jerusalén, en la Tierra
santa. De esto dan testimonio las narraciones de peregrinos famosos,
como el Itinerarium Burdigalense y el Itinerarium Egeriae,
ambos del siglo IV.
Se construyen basílicas
sobre los "lugares santos", como la Anástasis, edificada sobre el
Santo Sepulcro, y el Martyrium sobre el Monte Calvario, que
ejercen una gran atracción sobre los peregrinos. También los lugares de
la infancia del Salvador y de su vida pública se convierten en meta de
peregrinaciones, que se extienden también a los lugares sagrados del
Antiguo Testamento, como el Monte Sinaí.
284. La Edad Media es la
época dorada de las peregrinaciones; además de su función
fundamentalmente religiosa, han tenido una función extraordinaria en la
formación de la cristiandad occidental, en la unión de los diversos
pueblos, en el intercambio de valores entre las diversas culturas
europeas.
Los centros de
peregrinación son numerosos. Ante todo, Jerusalén, que, a pesar de la
ocupación islámica, continúa siendo un punto importante de atracción
espiritual, así como el origen del fenómeno de las cruzadas, cuyo motivo
fue precisamente permitir a los fieles visitar el sepulcro de Cristo.
Asimismo las reliquias de la pasión del Señor, como la túnica, el
rostro santo, la escala santa, la sábana santa
atraen a innumerables fieles y peregrinos. A Roma acuden los "romeros"
para venerar las memorias de los apóstoles Pedro y Pablo (ad limina
Apostolorum), para visitar las catacumbas y las basílicas, y como
reconocimiento del ministerio del Sucesor de Pedro a favor de la Iglesia
universal (ad Petri sedem). Fue también muy frecuentado durante
los siglos IX a XVI, y todavía hoy lo es, Santiago de Compostela, hacia
donde convergen desde diversos países varios "caminos", formados como
consecuencia de un planteamiento religioso, social y caritativo de la
peregrinación. Entre otros lugares se puede mencionar Tours, donde está
la tumba de san Martín, venerado fundador de dicha Iglesia; Canterbury,
donde santo Tomás Becket consumó su martirio, que tuvo gran resonancia
en toda Europa; el Monte Gargano en Puglia, S. Michele della Chiusa en
el Piamonte, el Mont Saint-Michel en Normandía, dedicados al arcángel
san Miguel; Walsingham, Rocamadour y Loreto, sedes de célebres
santuarios marianos.
285. En la época
moderna, debido al cambio del ambiente cultural, a las vicisitudes
originadas por el movimiento protestante y el influjo de la ilustración,
las peregrinaciones disminuyeron: el "viaje a un país lejano" se
convierte en "peregrinación espiritual", "camino interior" o "procesión
simbólica", que consistía en un breve recorrido, como en el Vía
Crucis.
A partir de la segunda
mitad del siglo XIX se recuperan las peregrinaciones, pero cambia en
parte su fisonomía: tienen como meta santuarios que son particulares
expresiones de la identidad de la fe y de la cultura de una nación; este
es el caso, por ejemplo de los santuarios de Altötting, Antipolo,
Aparecida, Asís, Caacupé, Chartres, Coromoto, Czestochowa,
Ernakulam-Angamaly, Fátima, Guadalupe, Kevalaer, Knock, La Vang, Loreto,
Lourdes, Mariazell, Marienberg, Montevergine, Montserrat, Nagasaki,
Namugongo, Padua, Pompei, San Giovanni Rotondo, Washington,
Yamoussoukro, etc.
Espiritualidad de la
peregrinación
286. A pesar de todos
los cambios sufridos a lo largo de los siglos, la peregrinación conserva
en nuestro tiempo los elementos esenciales que determinan su
espiritualidad:
Dimensión
escatológica. Es
una característica esencial y originaria: la peregrinación, "camino
hacia el santuario", es momento y parábola del camino hacia el Reino; la
peregrinación ayuda a tomar conciencia de la perspectiva escatológica en
la que se mueve el cristiano, homo viator: entre la oscuridad de
la fe y la sed de la visión, entre el tiempo angosto y la aspiración a
la vida sin fin, entre la fatiga del camino y la esperanza del reposo,
entre el llanto del destierro y el anhelo del gozo de la patria, entre
el afán de la actividad y el deseo de la contemplación serena.
El acontecimiento del
éxodo, camino de Israel hacia la tierra prometida, se refleja también en
la espiritualidad de la peregrinación: el peregrino sabe que "aquí abajo
no tenemos una ciudad estable" (Heb 13,14), por lo cual, más allá de la
meta inmediata del santuario, avanza a través del desierto de la vida,
hacia el Cielo, hacia la Tierra prometida.
Dimensión penitencial.
La peregrinación se configura como un "camino de conversión": al caminar
hacia el santuario, el peregrino realiza un recorrido que va desde la
toma de conciencia de su propio pecado y de los lazos que le atan a las
cosas pasajeras e inútiles, hasta la consecución de la libertad interior
y la comprensión del sentido profundo de la vida.
Como ya se ha dicho,
para muchos fieles la visita a un santuario constituye una ocasión
propicia, con frecuencia buscada, para acercarse al sacramento de la
Penitencia, y la peregrinación misma se ha entendido y propuesto en el
pasado – y también en nuestros días – como una obra de penitencia.
Además, cuando la
peregrinación se realiza de modo auténtico, el fiel vuelve del santuario
con el propósito de "cambiar de vida", de orientarla hacia Dios más
decididamente, de darle una dimensión más trascendente.
Dimensión festiva.
En la peregrinación la dimensión penitencial coexiste con la dimensión
festiva: también esta se encuentra en el centro de la peregrinación, en
la que aparecen no pocos de los motivos antropológicos de la fiesta.
El gozo de la
peregrinación cristiana es prolongación de la alegría del peregrino
piadoso de Israel: "Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del
Señor" (Sal 122,1); es alivio por la ruptura de la monotonía diaria,
desde la perspectiva de algo diverso; es aligeramiento del peso de la
vida que para muchos, sobre todo para los pobres, es un fardo pesado; es
ocasión para expresar la fraternidad cristiana, para dar lugar a
momentos de convivencia y de amistad, para mostrar la espontaneidad, que
con frecuencia está reprimida.
Dimensión cultual.
La peregrinación es esencialmente un acto de culto: el peregrino camina
hacia el santuario para ir al encuentro con Dios, para estar en su
presencia tributándole el culto de su adoración y para abrirle su
corazón.
En el santuario, el
peregrino realiza numerosos actos de culto, tanto de orden litúrgico
como de piedad popular. Su oración adquiere formas diversas: de
alabanza y adoración al Señor por su bondad y santidad; de acción
de gracias por los dones recibidos; de cumplimiento de un voto,
al que se había obligado el peregrino ante el Señor; de imploración
de las gracias necesarias para la vida; de petición de perdón por
los pecados cometidos.
Con mucha frecuencia la
oración del peregrino se dirige a la Virgen María, a los Ángeles y a los
Santos, a quienes reconoce como intercesores válidos ante el Altísimo.
Por lo demás, las imágenes veneradas en el santuario son signos de la
presencia de la Madre y de los Santos, junto al Señor glorioso, "siempre
vivo para interceder" (Heb 7,25) en favor de los hombres y siempre
presente en la comunidad que se reúne en su nombre (cfr. Mt 18,20;
28,20). La imagen sagrada del santuario, sea de Cristo, de la Virgen, de
los Ángeles o de los Santos, es un signo santo de la presencia divina y
del amor providente de Dios; es testigo de la oración, que de generación
en generación se ha elevado ante ella como voz suplicante del
necesitado, gemido del afligido, júbilo agradecido de quien ha obtenido
gracia y misericordia.
Dimensión apostólica.
La situación itinerante del peregrino presenta de nuevo, en cierto
sentido, la de Jesús y sus discípulos, que recorrían los caminos de
Palestina para anunciar el Evangelio de la salvación. Desde este punto
de vista, la peregrinación es un anuncio de fe y los peregrinos se
convierten en "heraldos itinerantes de Cristo".
Dimensión de comunión.
El peregrino que acude al santuario está en comunión de fe y de caridad,
no sólo con los compañeros con quienes realiza el "santo viaje" (cfr.
Sal 84,6), sino con el mismo Señor, que camina con él, como caminó al
lado de los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,13-35); con su comunidad de
origen, y a través de ella, con la Iglesia que habita en el cielo y
peregrina en la tierra; con los fieles que, a lo largo de los siglos,
han rezado en el santuario; con la naturaleza que rodea el santuario,
cuya belleza admira y que siente movido a respetar; con la humanidad,
cuyo sufrimiento y esperanza aparecen en el santuario de diversas
maneras, y cuyo ingenio y arte han dejado en él numerosas huellas.
Desarrollo de la
peregrinación
287. Puesto que el
santuario es un lugar de oración, así la peregrinación es un camino de
oración. En cada una de las etapas, la oración deberá alentar la
peregrinación y la Palabra de Dios deberá ser luz y guía, alimento y
apoyo.
El resultado feliz de
una peregrinación, en cuanto manifestación cultual, y los mismos frutos
espirituales que se esperan de ella, se aseguran disponiendo de manera
ordenada las celebraciones y destacando adecuadamente las diversas
fases.
La partida de la
peregrinación se debe caracterizar por un momento de oración, realizado
en la iglesia parroquial o en otra que resulte más adecuada, y consiste
en la celebración de la Eucaristía o de alguna parte de la Liturgia de
las Horas, o en una bendición especial para los peregrinos.
La última etapa
del camino se debe caracterizar por una oración más intensa; es
aconsejable que cuando ya se divise el santuario, el recorrido se haga a
pie, procesionalmente, rezando, cantando y deteniéndose en las
estaciones que pueda haber en ese trayecto.
La acogida de los
peregrinos podrá dar lugar a una especie de "liturgia de entrada", que
sitúe el encuentro entre los peregrinos y los encargados del santuario
en el plano de la fe; donde sea posible, estos últimos saldrán al
encuentro de los peregrinos, para acompañarles en el trayecto final del
camino.
La permanencia en
el santuario, obviamente, deberá constituir el momento más intenso de la
peregrinación y se deberá caracterizar por el compromiso de conversión,
convenientemente ratificado en el sacramento de la reconciliación; por
expresiones particulares de oración, como el agradecimiento, la súplica,
la petición de intercesiones, según las características del santuario y
los objetivos de la peregrinación; por la celebración de la Eucaristía,
culminación de la peregrinación.
La conclusión de
la peregrinación se caracterizará por un momento de oración, en el mismo
santuario o en la iglesia de la que han partido; los fieles darán
gracias a Dios por el don de la peregrinación y pedirán al Señor la
ayuda necesaria para vivir con un compromiso más generoso la vocación
cristiana, una vez que hayan vuelto a sus hogares.
Desde la antigüedad, el
peregrino ha querido llevarse algún "recuerdo" del santuario visitado.
Se debe procurar que los objetos, imágenes, libros, transmitan el
auténtico espíritu del lugar santo. Se debe conseguir que los lugares de
venta no estén en el área sagrada del santuario, ni tengan el aspecto de
un mercado.
288. Este Directorio, en
las dos partes que lo componen, presenta muchas indicaciones, propuestas
y orientaciones, para ayudar y educar, en armonía con la Liturgia, a la
variada realidad de la piedad y religiosidad popular.
Al hacer referencia a
tradiciones y circunstancias distintas, como ejercicios de piedad,
devociones de diversa índole y naturaleza, el Directorio quiere ofrecer
los presupuestos fundamentales, recordar las directrices y presentar
sugerencias para una acción pastoral fecunda.
Corresponde a los
Obispos, con ayuda de sus colaboradores más directos, en especial los
rectores de santuarios, establecer normas y dar orientaciones prácticas,
teniendo en cuenta las tradiciones locales y las expresiones
particulares de religiosidad y piedad popular.