Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
La Pureza de Corazón
SU NATURALEZA Y SUS PROPIEDADES
La pureza de corazón consiste en no tener en él nada que sea
contrario, ni tan siquiera un poco, a Dios y a las operaciones de la
gracia.
Todo cuanto hay de creado en el mundo, todo el orden de la
naturaleza y también el de la gracia,, todo el orden de la
Providencia, todo ello tiende a quitar de nuestras almas lo que es
opuesto a Dios. Porque jamás llegaremos a Dios mientras no hayamos
corregido, cercenado y destruido, en esta vida o en la otra, lo que
sea contrario a Dios.
ARTÍCULO II. - Cuán necesaria nos es la pureza de corazón.
El primer medio para llegar a la perfección, es la pureza de
corazón. Por este solo medio un San Pablo el Ermitaño, una Santa
María Egipciana y tantos otros santos solitarios, llegaron a
poseerla. Después de la pureza de corazón, vienen los preconceptos
y la doctrina espiritual de los libros, luego la dirección y la fiel
cooperación a las gracias. Ese es el gran camino de la perfección.
Debemos poner todo nuestro interés en purificar nuestro corazón,
porque ahí está la raíz de todos nuestros males. Para imaginar lo
necesaria que nos el la pureza de corazón, es preciso comprender la
corrupción natural del corazón humano. Hay en nosotros una malicia
infinita que no vemos, porque no entramos nunca seriamente entra e
nosotros mismos.
Si lo hiciéramos, encontraríamos un número incontable de deseos y de
apetitos desarreglados de honor, de placer, de comodidades, que le
agitan sin celar en nuestro corazón. Estamos tan llenos de ideas
falsas y de juicios erróneos, de afectos desordenados, de pasiones y
de malicia, que sentiríamos vergüenza de nosotros mismos si nos
viésemos tal como somos. Imaginémonos un pozo cenagoso del cual le
saca agua incesantemente: al principio todo lo que se saca casi no
es sino barro ; pero a fuerza de sacar, se purifica el pozo y el
agua irá saliendo cada vez más limpia ; de manera que al final
saldrá ya completamente pura y cristalina. No de otra manera :
trabajando sin cesar en purificar nuestra alma, el fondo se va
descubriendo poco a poco y Dios manifiesta su presencia en ella por
los poderosos y maravillosos efectos que opera en el alma, y por
medio de ella para bien de los demás. Cuando el corazón está bien
purificado, Dios llena de su santa presencia y de su amor el alma y
todas sus potencias, la memoria, el entendimiento y la voluntad. De
ese modo la pureza de corazón lleva a la unión divina y no se llega
a ella de ordinario por otros caminos.
El camino más corto y seguro para llegar a la perfección, es
dedicarnos a la pureza de corazón con más empeño que a cualquier
otro ejercicio de las virtudes; porque Dios está dispuesto a
concedemos toda clase de gracias con tal de que no le pongamos
obstáculos. Ahora bien : únicamente purificando nuestro corazón, es
como destruiremos todo lo que impide la acción de Dios. De forma
que, quitados los impedimentos, casi no podemos ni imaginar los
admirables efectos que Dios obra en el alma. San Ignacio decía que
hasta los mismos santos podían grandes estorbos a las gracias de
Dios.
A ninguna de las prácticas de la vida espiritual se opone tanto el
demonio como al trabajo para conseguí la pureza de corazón. Nos deja
hacer algunos actos exteriores de virtud, como ir a los hospitales y
a las prisiones, porque a veces con esto nos quedamos satisfechos, y
do sirve más que para engreídos, y para acallar el remordimiento
interior de la conciencia ; pero do puede soportar que fijemos los
ojos en nuestro corazón, que examinemos sus desórdenes y que dos
apliquemos a corregirlos.
Incluso nuestro mismo corazón de nada huye tanto como de esta
búsqueda y de esta cura que le obliga a ver y a sentir sus miserias.
Todas nuestras potencias están infinitamente desordenadas; mas do
nos gusta conocer su desorden, porque este conocimiento nos humilla.
ARTÍCULO III. - Orden que hay que seguir para la pureza del corazón
y diversos grados de pureza.
El orden que hay que seguir para purificar el corazón, es:
primeramente, darnos cuenta de los pecado veniales y corregirlos.
Segundo, observar los movimientos desordenados de nuestro corazón y ordenarlos.
Tercero, vigilar los pensamientos y regularlos.
Cuarto, conocer las inspiraciones de Dios, sus designios, su
voluntad y animarse para cumplirlos. Todo esto debe hacerse
suavemente y uniendo a ello el amor a Nuestro Señor, que comprende
un alto conocimiento de sus grandezas, un profundo respeto hacia su
persona y a todo lo que con Él se relacione; su amor y su imitación.
Hay cuatro grados de pureza, que podemos conseguir con una fiel
cooperación a la gracia.
El primero es purificarnos de los pecados actuales y de la pena que
les es debida.
El segundo es hacernos de nuestros malos hábitos y afectos
desordenados.
El tercero, libertarnos de esta corrupción original, que se llama
«forres peccatin, alimento del pecado, que está en todas nuestras
potencias y en todos nuestros miembros, como aparece en los niños,
que tienen inclinación al mal sin que puedan todavía hacer actos
pecaminosos.
El cuarto, desprendernos de esta debilidad que nos es connatural,
como a criaturas sacadas de la nada, y que se llama
«defectibilidad».
El primer grado se adquiere principalmente por la penitencia.
El segundo, por la mortificación y por el ejercicio de las demás
virtudes.
El tercero, por los Sacramentos, que operan en nosotros la gracia de
nuestra reparación.
El cuarto, por nuestra unión con Dios; porque únicamente Él, por ser
nuestro principio y la fuente de nuestro ser, puede fortalecernos
contra las debilidades a las que nuestra nada por sí misma nos
lleva.
Un alma puede llegar a un grado de pureza, en el que tenga tal
dominio sobre su imaginación y sobre sus potencias, que ya no tengan
otro ejercicio más que el servicio de Dios. No podrá querer nada,
ni acordarse de nada, ni pensar en nada, ni oír nada, sino en
relación con Dios; de modo que si en la conversación ocurre que se
habla de cosas vanas o inútiles, no podrá comprender lo que se dice
ni acordarse de ello, a falta de especies sobre la materia, sino
haciendo un esfuerzo por concentrarse y entender.