Liturgia Católica
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LA LITURGIA, OBRA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
218. ¿Qué es la liturgia?
La liturgia es la celebración del Misterio
de Cristo y en particular de su Misterio Pascual.
Mediante el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo, se manifiesta y realiza en ella, a través de
signos, la santificación de los hombres; y el Cuerpo Místico de Cristo, esto es
la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público que se debe a Dios.
219.
¿Qué lugar ocupa la liturgia en la vida de la Iglesia?
La liturgia,
acción sagrada por excelencia, es la cumbre hacia la que tiende la acción de la
Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de la que emana su fuerza vital. A través
de la liturgia, Cristo continúa en su Iglesia, con ella y por medio de ella, la
obra de nuestra redención
220. ¿En qué consiste la economía sacramental?
La economía sacramental consiste en la comunicación de los frutos de la
redención de Cristo, mediante la celebración de los sacramentos de la Iglesia,
de modo eminente la Eucaristía, «hasta que él vuelva» ( 1 Co 11, 26)
CAPÍTULO PRIMERO
EL MISTERIO PASCUAL
EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA
LA LITURGIA, OBRA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
221. ¿De qué modo el Padre es
fuente y fin de la liturgia?
En la liturgia el Padre nos colma de sus
bendiciones en el Hijo encarnado, muerto y resucitado por nosotros, y derrama en
nuestros corazones el Espíritu Santo. Al mismo tiempo, la Iglesia bendice al
Padre mediante la adoración, la alabanza y la acción de gracias, e implora el
don de su Hijo y del Espíritu Santo.
222. ¿Cuál es la obra de Cristo en la
Liturgia?
En la liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza
principalmente su misterio pascual. Al entregar el Espíritu Santo a los
Apóstoles, les ha concedido, a ellos y a sus sucesores, el poder de actualizar
la obra de la salvación por medio del sacrificio eucarístico y de los
sacramentos, en los cuales Él mismo actúa para comunicar su gracia a los fieles
de todos los tiempos y en todo el mundo.
223. ¿Cómo actúa el Espíritu Santo
en la liturgia respecto de la Iglesia?
En la liturgia se realiza la más
estrecha cooperación entre el Espíritu Santo y la Iglesia. El Espíritu Santo
prepara a la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a
Cristo a la fe de la asamblea de creyentes, hace presente y actualiza el
Misterio de Cristo, une la Iglesia a la vida y misión de Cristo y hace
fructificar en ella el don de la comunión.
CATECISMO
DE LA
IGLESIA
CATÓLICA
Compendio
La Liturgia es:
La palabra
Liturgia viene del griego (leitourgia) y quiere decir servicio público,
generalmente ofrecido
por un individuo a la comunidad. Hoy se usa para
designar todo el conjunto de la oración pública de la Iglesia y de la
celebración sacramental.
El Concilio Vaticano II en la "Constitución
sobre la Liturgia" nos presenta un tratado amplio, profundo y pastoral sobre el
tema. Citamos algunos conceptos para darnos una idea de lo importante que es
vivir la Liturgia, si queremos enriquecernos de los dones que proceden de la
acción redentora de Nuestro Señor. "La Liturgia es el ejercicio del sacerdocio
de Jesucristo. En ella, los signos sensibles significan y cada uno a su manera
realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es
decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro. En
consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de
su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia,
con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la
Iglesia" (SC 7).
En esta amplia descripción encontramos lo que es realmente
la Liturgia. Señalamos que: 1.-Es el ejercicio del sacerdocio de Cristo. Es
decir, en la Liturgia, Cristo actúa como sacerdote, ofreciéndose al Padre, para
la salvación de los hombres. 2.-Los signos sensibles realizan la santificación
de los hombres en lo que quieren decir. Por ejemplo, el agua en el Bautismo
significa y realiza la purificación y es principio de vida, el pan en la
Eucaristía alimenta el espíritu del hombre.
3.-En la acción litúrgica,
Cristo y los cristianos, que forman el Cuerpo Místico, ejercen el culto público.
4.-Es la acción sagrada por excelencia, que ninguna oración o acción humana
puede igualar por ser obra de Cristo y de toda su Iglesia y no de una persona o
un grupo. Para asimilar mejor los conceptos que nos revelan la importancia de la
liturgia, citamos otro texto del Concilio:
"La Liturgia es la cumbre a la
que tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de
donde
mana toda su fuerza".
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Razón de ser de la liturgia
1066. En el Símbolo de la fe, la
Iglesia confiesa el misterio de la Santísima Trinidad y su "designio
benevolente" (Ef 1,9) sobre toda la creación: El Padre realiza el "misterio de
su voluntad" dando a su Hijo Amado y al Espíritu Santo para la salvación del
mundo y para la gloria de su Nombre. Tal es el Misterio de Cristo (cf Ef 3,4),
revelado y realizado en la historia según un plan, una "disposición" sabiamente
ordenada que S. Pablo llama "la economía del Misterio" (Ef 3,9) y que la
tradición patrística llamará "la Economía del Verbo encarnado" o "la Economía de
la salvación".
1067 "Cristo el Señor realizó esta obra de la
redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las
maravillas que Dios hizo en el pueblo de la Antigua Alianza, principalmente por
el misterio pascual de su bienaventurada pasión, de su resurrección de entre los
muertos y de su gloriosa ascensión. Por este misterio, `con su muerte destruyó
nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida'. Pues del costado de
Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia" (SC
5). Por eso, en la liturgia, la Iglesia celebra principalmente el Misterio
pascual por el que Cristo realizó la obra de nuestra salvación.
1068
Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a
fin de que los fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo:
En
efecto, la liturgia, por medio de la cual "se ejerce la obra de nuestra
redención", sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye
mucho a que los fieles, en su vida, expresen y manifiesten a los demás el
misterio de Cristo y la naturaleza genuina de la verdadera Iglesia (SC 2).
Significación de la palabra "Liturgia"
1069 La palabra
"Liturgia" significa originariamente "obra o quehacer público", "servicio de
parte de y en favor del pueblo". En la tradición cristiana quiere significar que
el Pueblo de Dios toma parte en "la obra de Dios" (cf. Jn 17,4). Por la
liturgia, Cristo, nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, continúa en su Iglesia, con
ella y por ella, la obra de nuestra redención.
1070 La palabra
"Liturgia" en el Nuevo Testamento es empleada para designar no solamente la
celebración del culto divino (cf Hch 13,2; Lc 1,23), sino también el anuncio del
Evangelio (cf. Rm 15,16; Flp 2,14-17. 30) y la caridad en acto (cf Rm 15,27; 2
Co 9,12; Flp 2,25). En todas estas situaciones se trata del servicio de Dios y
de los hombres. En la celebración litúrgica, la Iglesia es servidora, a imagen
de su Señor, el único "Liturgo" (cf Hb 8,2 y 6), del cual ella participa en su
sacerdocio, es decir, en el culto, anuncio y servicio de la caridad:
Con
razón se considera la liturgia como el ejercicio de la función sacerdotal de
Jesucristo en la que, mediante signos sensibles, se significa y se realiza,
según el modo propio de cada uno, la santificación del hombre y, así, el Cuerpo
místico de Cristo, esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público.
Por ello, toda celebración litúrgica, como obra de Cristo sacerdote y de su
Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia cuya eficacia, con
el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la
Iglesia (SC 7).
La liturgia como fuente de Vida
1071 La Liturgia, obra de Cristo, es también una acción de su Iglesia. Realiza y
manifiesta la Iglesia como signo visible de la comunión entre Dios y de los
hombres por Cristo. Introduce a los fieles en la Vida nueva de la comunidad.
Implica una participación "consciente, activa y fructífera" de todos (SC 11).
1072 "La sagrada liturgia no agota toda la acción de la Iglesia" (SC
9): debe ser precedida por la evangelización, la fe y la conversión; sólo así
puede dar sus frutos en la vida de los fieles: la Vida nueva según el Espíritu,
el compromiso en la misión de la Iglesia y el servicio de su unidad.
Oración y Liturgia
1073 La Liturgia es también participación en
la oración de Cristo, dirigida al Padre en el Espíritu Santo. En ella toda
oración cristiana encuentra su fuente y su término. Por la liturgia el hombre
interior es enraizado y fundado (cf Ef 3,16-17) en "el gran amor con que el
Padre nos amó" (Ef 2,4) en su Hijo Amado. Es la misma "maravilla de Dios" que es
vivida e interiorizada por toda oración, "en todo tiempo, en el Espíritu" (Ef
6,18)
Catequesis y Liturgia
1074 "La Liturgia es la
cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de
donde mana toda su fuerza" (SC 10). Por tanto, es el lugar privilegiado de la
catequesis del Pueblo de Dios. "La catequesis está intrínsecamente unida a toda
la acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos, y sobre todo en
la Eucaristía, donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los
hombres" (CT 23).
1075 La catequesis litúrgica pretende introducir
en el Misterio de Cristo (es "mistagogia"), procediendo de lo visible a lo
invisible, del signo a lo significado, de los "sacramentos" a los "misterios".
Esta modalidad de catequesis corresponde hacerla a los catecismos locales y
regionales. El presente catecismo, que quiere ser un servicio para toda la
Iglesia, en la diversidad de sus ritos y sus culturas (cf SC 3-4), enseña lo que
es fundamental y común a toda la Iglesia en lo que se refiere a la Liturgia en
cuanto misterio y celebración (primera sección), y a los siete sacramentos y los
sacramentales (segunda sección).
LA LITURGIA, OBRA DE LA SANTÍSIMA
TRINIDAD
I. El Padre, fuente y fin de la liturgia
1077
"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido
con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto
nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e
inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus
hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad,
para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado" (Ef
1,3-6).
1078 Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya
fuente es el Padre. Su bendición es a la vez palabra y don ("bene-dictio",
"eu-logia"). Aplicado al hombre, este término significa la adoración y la
entrega a su Creador en la acción de gracias.
1079 Desde el comienzo y hasta
la consumación de los tiempos, toda la obra de Dios es bendición. Desde el poema
litúrgico de la primera creación hasta los cánticos de la Jerusalem celestial,
los autores inspirados anuncian el designio de salvación como una inmensa
bendición divina.
1080 Desde el comienzo, Dios bendice a los seres
vivos, especialmente al hombre y la mujer. La alianza con Noé y con todos los
seres animados renueva esta bendición de fecundidad, a pesar del pecado del
hombre por el cual la tierra queda "maldita". Pero es a partir de Abraham cuando
la bendición divina penetra en la historia humana, que se encaminaba hacia la
muerte, para hacerla volver a la vida, a su fuente: por la fe del "padre de los
creyentes" que acoge la bendición se inaugura la historia de la salvación.
1081 Las bendiciones divinas se manifiestan en acontecimientos maravillosos y
salvadores: el nacimiento de Isaac, la salida de Egipto (Pascua y Éxodo), el don
de la Tierra prometida, la elección de David, la Presencia de Dios en el templo,
el exilio purificador y el retorno de un "pequeño resto". La Ley, los Profetas y
los Salmos que tejen la liturgia del Pueblo elegido recuerdan a la vez estas
bendiciones divinas y responden a ellas con las bendiciones de alabanza y de
acción de gracias.
1082 En la Liturgia de la Iglesia, la bendición divina es
plenamente revelada y comunicada: el Padre es reconocido y adorado como la
fuente y el fin de todas las bendiciones de la Creación y de la Salvación; en su
Verbo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos colma de sus bendiciones
y por él derrama en nuestros corazones el Don que contiene todos los dones: el
Espíritu Santo.
1083 Se comprende, por tanto, que en cuanto
respuesta de fe y de amor a las "bendiciones espirituales" con que el Padre nos
enriquece, la liturgia cristiana tiene una doble dimensión. Por una parte, la
Iglesia, unida a su Señor y "bajo la acción el Espíritu Santo" (Lc 10,21),
bendice al Padre "por su Don inefable" (2 Co 9,15) mediante la adoración, la
alabanza y la acción de gracias. Por otra parte, y hasta la consumación del
designio de Dios, la Iglesia no cesa de presentar al Padre "la ofrenda de sus
propios dones" y de implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda,
sobre ella misma, sobre los fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la
comunión en la muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder
del Espíritu estas bendiciones divinas den frutos de vida "para alabanza de la
gloria de su gracia" (Ef 1,6).
II La obra de Cristo en la liturgia
Cristo glorificado...
1084 "Sentado a la derecha del Padre" y
derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia, Cristo actúa
ahora por medio de los sacramentos, instituidos por él para comunicar su gracia.
Los sacramentos son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra
humanidad actual. Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la
acción de Cristo y por el poder del Espíritu Santo.
1085 En la Liturgia de
la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual.
Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus
actos el misterio pascual. Cuando llegó su Hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el
único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado,
resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por
todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra
historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden
una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de
Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por
su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y
padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los
tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la
Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.
...desde la
Iglesia de los Apóstoles...
1086 "Por esta razón, como Cristo fue
enviado por el Padre, él mismo envió también a los Apóstoles, llenos del
Espíritu Santo, no sólo para que, al predicar el Evangelio a toda criatura,
anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos ha liberado
del poder de Satanás y de la muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino
también para que realizaran la obra de salvación que anunciaban mediante el
sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica"
(SC 6).
1087 Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los
Apóstoles, les confía su poder de santificación (cf Jn 20,21- 23); se convierten
en signos sacramentales de Cristo. Por el poder del mismo Espíritu Santo confían
este poder a sus sucesores. Esta "sucesión apostólica" estructura toda la vida
litúrgica de la Iglesia. Ella misma es sacramental, transmitida por el
sacramento del Orden.está presente en la Liturgia terrena...
1088
"Para llevar a cabo una obra tan grande" -la dispensación o comunicación de su
obra de salvación-"Cristo está siempre presente en su Iglesia, principalmente en
los actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de la misa, no sólo en la
persona del ministro, `ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el
mismo que entonces se ofreció en la cruz', sino también, sobre todo, bajo las
especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo
que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su
palabra, pues es El mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada
Escritura. Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos,
el mismo que prometió: `Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos' (Mt 18,20)" (SC 7).
1089 "Realmente, en
una obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres
santificados, Cristo asocia siempre consigo a la Iglesia, su esposa amadísima,
que invoca a su Señor y por El rinde culto al Padre Eterno" (SC 7).
...que
participa en la Liturgia celestial
1090 "En la liturgia terrena
pregustamos y participamos en aquella liturgia celestial que se celebra en la
ciudad santa, Jerusalem, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde
Cristo está sentado a la derecha del Padre, como ministro del santuario y del
tabernáculo verdadero; cantamos un himno de gloria al Señor con todo el ejército
celestial; venerando la memoria de los santos, esperamos participar con ellos y
acompañarlos; aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que se
manifieste El, nuestra Vida, y nosotros nos manifestamos con El en la gloria"
(SC 8; cf. LG 50).
III El Espíritu Santo y la Iglesia en la
liturgia
1091 En la Liturgia, el Espíritu Santo es el pedagogo de la
fe del Pueblo de Dios, el artífice de las "obras maestras de Dios" que son los
sacramentos de la Nueva Alianza. El deseo y la obra del Espíritu en el corazón
de la Iglesia es que vivamos de la vida de Cristo resucitado. Cuando encuentra
en nosotros la respuesta de fe que él ha suscitado, entonces se realiza una
verdadera cooperación. Por ella, la Liturgia viene a ser la obra común del
Espíritu Santo y de la Iglesia.
1092 En esta dispensación sacramental del
misterio de Cristo, el Espíritu Santo actúa de la misma manera que en los otros
tiempos de la Economía de la salvación: prepara la Iglesia para el encuentro con
su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea; hace presente y
actualiza el misterio de Cristo por su poder transformador; finalmente, el
Espíritu de comunión une la Iglesia a la vida y a la misión de Cristo.
El Espíritu Santo prepara a recibir a Cristo
1093 El
Espíritu Santo realiza en la economía sacramental las figuras de la Antigua
Alianza. Puesto que la Iglesia de Cristo estaba "preparada maravillosamente en
la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza" (LG 2), la Liturgia de
la Iglesia conserva como una parte integrante e irreemplazable, haciéndolos
suyos, algunos elementos del culto de la Antigua Alianza:
– principalmente
la lectura del Antiguo Testamento;
– la oración de los Salmos;
– y sobre
todo la memoria de los acontecimientos salvíficos y de las realidades
significativas que encontraron su cumplimiento en el misterio de Cristo (la
Promesa y la Alianza; el Exodo y la Pascua, el Reino y el Templo; el Exilio y el
Retorno).
1094 Sobre esta armonía de los dos Testamentos (cf DV
14-16) se articula la catequesis pascual del Señor (cf Lc 24,13- 49), y luego la
de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia. Esta catequesis pone de
manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra del Antiguo Testamento: el
misterio de Cristo. Es llamada catequesis "tipológica", porque revela la novedad
de Cristo a partir de "figuras" (tipos) que la anunciaban en los hechos, las
palabras y los símbolos de la primera Alianza. Por esta relectura en el Espíritu
de Verdad a partir de Cristo, las figuras son explicadas (cf 2 Co 3, 14-16).
Así, el diluvio y el arca de Noé prefiguraban la salvación por el Bautismo (cf 1
P 3,21), y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era la
figura de los dones espirituales de Cristo (cf 1 Co 10,1-6); el maná del
desierto prefiguraba la Eucaristía "el verdadero Pan del Cielo" (Jn 6,32).
1095 Por eso la Iglesia, especialmente durante los tiempos de Adviento,
Cuaresma y sobre todo en la noche de Pascua, relee y revive todos estos
acontecimientos de la historia de la salvación en el "hoy" de su Liturgia. Pero
esto exige también que la catequesis ayude a los fieles a abrirse a esta
inteligencia "espiritual" de la Economía de la salvación, tal como la Liturgia
de la Iglesia la manifiesta y nos la hace vivir.
1096 Liturgia judía
y liturgia cristiana. Un mejor conocimiento de la fe y la vida religiosa del
pueblo judío tal como son profesadas y vividas aún hoy, puede ayudar a
comprender mejor ciertos aspectos de la Liturgia cristiana. Para los judíos y
para los cristianos la Sagrada Escritura es una parte esencial de sus
respectivas liturgias: para la proclamación de la Palabra de Dios, la respuesta
a esta Palabra, la adoración de alabanza y de intercesión por los vivos y los
difuntos, el recurso a la misericordia divina. La liturgia de la Palabra, en su
estructura propia, tiene su origen en la oración judía. La oración de las Horas,
y otros textos y formularios litúrgicos tienen sus paralelos también en ella,
igual que las mismas fórmulas de nuestras oraciones más venerables, por ejemplo,
el Padre Nuestro. Las plegarias eucarísticas se inspiran también en modelos de
la tradición judía. La relación entre liturgia judía y liturgia cristiana, pero
también la diferencia de sus contenidos, son particularmente visibles en las
grandes fiestas del año litúrgico como la Pascua. Los cristianos y los judíos
celebran la Pascua: Pascua de la historia, orientada hacia el porvenir en los
judíos; Pascua realizada en la muerte y la resurrección de Cristo en los
cristianos, aunque siempre en espera de la consumación definitiva.
1097 En la Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción litúrgica, especialmente la
celebración de la Eucaristía y de los sacramentos es un encuentro entre Cristo y
la Iglesia. La asamblea litúrgica recibe su unidad de la "comunión del Espíritu
Santo" que reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo. Esta reunión
desborda las afinidades humanas, raciales, culturales y sociales.
1098 La Asamblea debe prepararse para encontrar a su Señor, debe ser "un pueblo
bien dispuesto". Esta preparación de los corazones es la obra común del Espíritu
Santo y de la Asamblea, en particular de sus ministros. La gracia del Espíritu
Santo tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la
voluntad del Padre. Estas disposiciones preceden a la acogida de las otras
gracias ofrecidas en la celebración misma y a los frutos de vida nueva que está
llamada a producir.
El Espíritu Santo recuerda el Misterio
de Cristo
1099 El Espíritu y la Iglesia cooperan en la manifestación
de Cristo y de su obra de salvación en la Liturgia. Principalmente en la
Eucaristía, y análogamente en los otros sacramentos, la Liturgia es Memorial del
Misterio de la salvación. El Espíritu Santo es la memoria viva de la Iglesia (cf
Jn 14,26).
1100 La Palabra de Dios. El Espíritu Santo recuerda
primeramente a la asamblea litúrgica el sentido del acontecimiento de la
salvación dando vida a la Palabra de Dios que es anunciada para ser recibida y
vivida:
La importancia de la Sagrada Escritura en la celebración de la
liturgia es máxima. En efecto, de ella se toman las lecturas que luego se
explican en la homilía, y los salmos que se cantan; las preces, oraciones e
himnos litúrgicos están impregnados de su aliento y su inspiración; de ella
reciben su significado las acciones y los signos (SC 24).
1101 El
Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes, según las
disposiciones de sus corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra de
Dios. A través de las palabras, las acciones y los símbolos que constituyen la
trama de una celebración, el Espíritu Santo pone a los fieles y a los ministros
en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan
hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la
celebración.
1102 "La fe se suscita en el corazón de los no
creyentes y se alimenta en el corazón de los creyentes con la palabra de la
salvación. Con la fe empieza y se desarrolla la comunidad de los creyentes" (PO
4). El anuncio de la Palabra de Dios no se reduce a una enseñanza: exige la
respuesta de fe, como consentimiento y compromiso, con miras a la Alianza entre
Dios y su pueblo. Es también el Espíritu Santo quien da la gracia de la fe, la
fortalece y la hace crecer en la comunidad. La asamblea litúrgica es ante todo
comunión en la fe.
1103 La Anamnesis. La celebración litúrgica se
refiere siempre a las intervenciones salvíficas de Dios en la historia. "El plan
de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; ...
las palabras proclaman las obras y explican su misterio" (DV 2). En la Liturgia
de la Palabra, el Espíritu Santo "recuerda" a la Asamblea todo lo que Cristo ha
hecho por nosotros. Según la naturaleza de las acciones litúrgicas y las
tradiciones rituales de las Iglesias, una celebración "hace memoria" de las
maravillas de Dios en una Anámnesis más o menos desarrollada. El Espíritu Santo,
que despierta así la memoria de la Iglesia, suscita entonces la acción de
gracias y la alabanza (Doxología).
El Espíritu Santo actualiza el
Misterio de Cristo
1104 La Liturgia cristiana no sólo recuerda los
acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes. El
Misterio pascual de Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las
que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo
que actualiza el único Misterio.
1105 La Epiclesis ("invocación
sobre") es la intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al Padre que
envíe el Espíritu santificador para que las ofrendas se conviertan en el Cuerpo
y la Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlos, se conviertan ellos
mismos en ofrenda viva para Dios.
1106 Junto con la Anámnesis, la
Epíclesis es el centro de toda celebración sacramental, y muy particularmente de
la Eucaristía:
Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y
el vino...en Sangre de Cristo. Te respondo: el Espíritu Santo irrumpe y realiza
aquello que sobrepasa toda palabra y todo pensamiento...Que te baste oír que es
por la acción del Espíritu Santo, de igual modo que gracias a la Santísima
Virgen y al mismo Espíritu, el Señor, por sí mismo y en sí mismo, asumió la
carne humana (S. Juan Damasceno, f.o., IV, 13).
1107 El poder
transformador del Espíritu Santo en la Liturgia apresura la venida del Reino y
la consumación del Misterio de la salvación. En la espera y en la esperanza nos
hace realmente anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa. Enviado por el
Padre, que escucha la epíclesis de la Iglesia, el Espíritu da la vida a los que
lo acogen, y constituye para ellos, ya desde ahora, "las arras" de su herencia
(cf Ef 1,14; 2 Co 1,22).
La comunión del Espíritu Santo
1108 La finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica es
poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu Santo es como la
savia de la viña del Padre que da su fruto en los sarmientos (cf Jn 15,1-17; Ga
5,22). En la Liturgia se realiza la cooperación más íntima entre el Espíritu
Santo y la Iglesia. El Espíritu de Comunión permanece indefectiblemente en la
Iglesia, y por eso la Iglesia es el gran sacramento de la comunión divina que
reúne a los hijos de Dios dispersos. El fruto del Espíritu en la Liturgia es
inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y comunión fraterna (cf 1 Jn
1,3-7).
1109 La Epíclesis es también oración por el pleno efecto de
la comunión de la Asamblea con el Misterio de Cristo. "La gracia de nuestro
Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo" (2 Co
13,13) deben permanecer siempre con nosotros y dar frutos más allá de la
celebración eucarística. La Iglesia, por tanto, pide al Padre que envíe el
Espíritu Santo para que haga de la vida de los fieles una ofrenda viva a Dios
mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo, la preocupación por la
unidad de la Iglesia y la participación en su misión por el testimonio y el
servicio de la caridad.
Resumen
1110 En la liturgia de
la Iglesia, Dios Padre es bendecido y adorado como la fuente de todas las
bendiciones de la Creación y de la Salvación, con las que nos ha bendecido en su
Hijo para darnos el Espíritu de adopción filial.
1111 La obra de
Cristo en la Liturgia es sacramental porque su Misterio de salvación se hace
presente en ella por el poder de su Espíritu Santo; porque su Cuerpo, que es la
Iglesia, es como el sacramento (signo e instrumento) en el cual el Espíritu
Santo dispensa el Misterio de la salvación; porque a través de sus acciones
litúrgicas, la Iglesia peregrina participa ya, como en primicias, en la Liturgia
celestial.
1112 La misión del Espíritu Santo en la Liturgia de la
Iglesia es la de preparar la Asamblea para el encuentro con Cristo; recordar y
manifestar a Cristo a la fe de la asamblea de creyentes; hacer presente y
actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder transformador y hacer
fructificar el don de la comunión en la Iglesia.
Qué
es la liturgia? en corto
Etimología
El termino liturgia procede
del griego clásico, leitourgía ( de la raíz lêit – leôs-laôs- : pueblo, popular;
y érgon: obra) lo mismo que sus correlativos leitourgeîn y leitourgós, y se
usaba en sentido absoluto sin necesidad de especificar el objeto, para indicar
el origen o el destino popular de una acción o de una iniciativa,
independientemente del modo como se asumía ésta. Con el tiempo la presentación
popular perdió su carácter libre para convertirse en un servicio oneroso a favor
de la sociedad.
Liturgia vino a designar un servicio público. Cuando
este servicio afectaba al ámbito religioso, liturgia se dirigía al culto oficial
de los dioses. En todos los casos la palabra tenía un valor técnico
Uso
del término “liturgia” en la Biblia
En el AT: El verbo leitourgeô y el
sustantivo leitourgía se encuentran 100 y 400 veces, respectivamente en la
versión de los LXX, y designan el servicio cultual de los sacerdotes y levitas
en el templo. El término en hebreo es algunas veces shêrêr (cf. Núm 16,9) y
otras abhâd y abhôdâh, que designa prácticamente siempre el servicio cultual del
Dios verdadero realizado en el santuario por los descendientes de Aarón y de
Leví. Para el culto privado y para el culto de todo el pueblo los LXX se sirven
de las palabras latreía y doulía (adoración y honor). En los textos griegos
solamente, leitourgía tiene el mismo sentido cultual levítico (cf. Sab 18,21;
Eclo 4,14; 7,29-30; 24,10, etc.).
Esta terminología supone ya una
interpretación, distinguiendo entre el servicio de los levitas y el culto que
todo el pueblo debía dar al Señor (cf. Ex 19,5; Dt 10,12). No obstante, la
función cultual pertenecía a todo el pueblo de Israel, aunque era ejercida de
forma especial y pública por los sacerdotes y levitas.
En el griego
bíblico del Nuevo Testamento, leitourgía no aparece jamás como sinónimo de culto
cristiano, salvo en el discutido pasaje de Hch 13,2.
En el NT: La
palabra liturgia se utiliza con los siguientes sentidos
en el NT:
a) En
sentido civil de servicio público oneroso, como en el griego clásico (cf. Rm
13,6; 15,27; Flp 2,25.30; 2 Cor 9,12; Heb 1,7.14)
b) En sentido técnico del
culto sacerdotal y lévitico del AT (cf. Lc 1,23; Heb 8.2.6; 9,21; 10,11). La
Carta a los Hebreos aplica a Cristo, y sólo a él, esta terminología para
acentuar el valor del sacerdocio de la Nueva Alianza.
c) En sentido de culto
espiritual: San Pablo utiliza la palabra leitourgía para referirse tanto al
ministerio de la evangelización como al obsequio de la fe de los que han creído
por su predicación
(cf. Rm 15,16; Flp 2,17).
d) En sentido de culto
comunitario cristiano: El texto de Hch 13,2 («leitourgoúntôn») es el único del
NT donde la palabra liturgia puede tomarse en sentido ritual o celebrativo. La
comunidad estaba reunida orando, y la plegaria desembocó en el envío misionero
de Pablo y de Bernabé mediante el gesto de la imposición de manos (cf. Hch 6,6).
Esta reserva en el uso de la palabra liturgia por el Nuevo Testamento
obedece a su vinculación al sacerdocio levítico, el cual perdió su razón de ser
en la Nueva Alianza.
Evolución posterior
En los primeros
escritores cristianos, de origen judeocristiano, la palabra liturgia fue usada
de nuevo de nuevo en el sentido del Antiguo Testamento, pero aplicada al culto
de la Nueva Alianza (cf. Didaché 15,1; 1 Clem. 40,2.5).
Después la
palabra liturgia ha tenido una utilización muy desigual. En las Iglesias
orientales de lengua griega leitourgía designa la celebración eucarística. En la
Iglesia latina liturgia fue ignorada, al contrario de lo que ocurrió con otros
términos religiosos de origen griego que fueron latinizados. En lugar de
liturgia se usaron expresiones como munus, oficcium, ministerium, opus, etc. No
obstante San Agustín la empleo para referirse al ministerio cultual,
identificándola con latría (cf. S. Agustín, Enarr. in Ps 135, en PL 39, 1757.).
A partir del siglo XVI liturgia aparece en los títulos de algunos libros
dedicados a la historia y al explicación de los ritos de la Iglesia. Pero, junto
a este significado, el término liturgia se hizo sinónimo de ritual y de
ceremonia. En el lenguaje eclesiástico la palabra liturgia empezó a aparecer a
mediados del siglo XIX, cuando el Movimiento litúrgico la hizo de uso corriente.
Definición de Liturgia en el Concilio Vaticano II
Los documentos
conciliares, especialmente la Sacrosanctum Concilium, hablan de la liturgia como
un elemento esencial de la vida de la Iglesia que determina la situación
presente del pueblo de Dios: «Con razón, entonces, se considera a la liturgia
como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos sensibles
significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así
el Cuerpo Místico de Cristo, es decir, la Cabeza y sus miembros ejerce el culto
publico íntegro. En consecuencia, toda celebración litúrgica por ser obra de
Cristo Sacerdote y de su cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por
excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y el mismo grado, no la iguala
ninguna otra acción de la Iglesia.» (SC 7).
Esta noción estrictamente
teológica de la liturgia, sin olvidar los aspectos antropológicos, aparece en
íntima dependencia del misterio del Verbo encarnado y de la Iglesia (cf. SC 2;
5;6; LG 1; 7; 8, etc.). La encarnación en cuanto presencia eficaz de lo divino
en la historia, se prolonga «en gestos y palabras» (cf. DV 2; 13) de la
liturgia, que reciben su significado de la Sagrada Escritura (cf. SC 24) y son
prolongación en la en la tierra de la humanidad del Hijo de Dios (cf. CEC 1070,
1103, etc.).
El Concilio ha querido destacar, por una parte, la
dimensión litúrgica de la redención efectuada por Cristo en su muerte y
resurrección, y, por otra, la modalidad sacramental o simbólica-litúrgica en la
que se ha de llevar a cabo la «obra de salvación».
De esta manera, en la
noción de liturgia que da el Vaticano II, destacan los siguientes aspectos :
a)es obra de Cristo total, Cristo primariamente, y de la Iglesia por asociación;
b)tiene como finalidad la santificación de los hombres y el culto al Padre,
de modo que el sacerdocio de Cristo se realiza en los dos aspectos;
c)pertenece a todo el pueblo de Dios, que en virtud del Bautismo es sacerdocio
real con el derecho y el deber de participar en las acciones litúrgicas;
d)en cuanto constituida por «gestos y palabras» que significan y realizan
eficazmente la salvación, es ella misma un acontecimiento en el que se
manifiesta la Iglesia, sacramento del Verbo encarnado;
e)configura y
determina el tiempo de la Iglesia desde el punto de vista escatológico;
f)por todo esto la liturgia es «fuente y cumbre de la vida de la Iglesia» (SC
10; LG 11).
Así pues, en la noción de liturgia que ofrece el Concilio
podemos definirla como la función santificadora y cultual de la Iglesia, esposa
y cuerpo sacerdotal del Verbo encarnado, para continuar en el tiempo la obra de
Cristo por medio de los signos que lo hacen presentes hasta su venida.
Lo litúrgico y lo no litúrgico
Son acciones litúrgicas (lo litúrgico)
aquellos actos sagrados que, por institución de Jesucristo o de la Iglesia, y en
su nombre, son realizados por personas legítimamente designadas para este fin,
en conformidad con los libros litúrgicos aprobados por la Santa Sede, para dar a
Dios, a los santos ya los beatos el culto que les es debido. Lo no litúrgico son
las demás acciones sagradas que se realizan en una iglesia o fuera de ella, con
o sin sacerdote que las presencie o las dirija (a estas también se les llama
ejercicios piadosos).
Lo litúrgico «es lo que pertenece al entero cuerpo
eclesial y lo pone de manifiesto» (SC 26) y constituye la eficacia objetiva de
los actos de culto. Los ejercicios piadosos evocan el misterio de Cristo
únicamente de manera contemplativa y afectiva.
La eficacia de los actos
litúrgicos depende de la voluntad institucional de Cristo y de la Iglesia, y de
que se cumplan necesariamente las condiciones para su validez; por eso estos
actos actualizan la presencia del Señor. La eficacia de los ejercicios piadosos
depende tan sólo de las actitudes personales de quienes toman parte en ellos.
Qué es la liturgia?
La
palabra liturgia proviene del griego clásico profano ("obra para la comunidad").
La traducción del Antiguo Testamento al griego, realizada por los judíos de la
ciudad de Alejandría, en Egipto, durante los siglos III y II antes de Cristo,
conocida como la Versión de los LXX, así como el Nuevo Testamento (NT) cristiano
suelen utilizarla en un sentido cultual. Cfr. Hebr. 8, 2 y Rom. 15, 16 donde a
Cristo y Pablo se les llama "liturgos".
En la iglesia primitiva griega se
redujo el uso de la palabra al de "culto divino", y más tarde al de "misa". En
el occidente europeo la palabra entró mucho más tarde con el humanismo
renacentista con ese sentido restringido, y sólo desde el siglo XIX lo utilizan
los documentos eclesiásticos en un sentido amplio de culto divino en la Iglesia.
La discusión sobre cuál es la correcta definición de "liturgia"
entró en una nueva fase a partir de documentos eclesiásticos sobre ese tema:
Encíclica "Mediator Dei" (MD), 1947; Instrucción de la Sagrada Congregación de
Ritos del 3-IX-1958; Constitución "Sacrosantum Concilium" (SC) del Concilio
Vaticano II aprobada el 4-XII-1963 sobre la sagrada liturgia.
En la MD se
rechaza como definición insuficiente a la que entienda a la liturgia únicamente
como la parte externa de las ceremonias y rúbricas (reglas que enseñan la
ejecución y práctica de las ceremonias) del culto divino. La liturgia es el
mismo culto divino: El culto público íntegro del cuerpo místico de Jesucristo,
de su cabeza y de sus miembros.
Jurídicamente, en el Código de Derecho
Canónico, su primera promulgación fue en 1917, se entendía únicamente como
liturgia a los actos realizados según los libros litúrgicos de la Santa Sede, y
a todos los demás actos cultuales se les llamaba "pia exercitia" (ejercicios
piadosos). Hasta los tiempos del Vaticano II y especialmente después de la
promulgación del Nuevo Código de Derecho Canónico, 1983 se distinguía claramente
entre "actos litúrgicos" (la Misa) y "actos no litúrgicos" (el rezo del
rosario), que hoy se consideran como actos litúrgicos en un sentido amplio, a
los que la MD considera "incluidos de alguna manera en el orden litúrgico".
En el núcleo fundamental de la liturgia vive y actúa el sacerdocio de
Cristo que se desarrolla a través de los siglos. Pero también el mismo culto a
Cristo en el Espíritu Santo (1 Cor. 12, 3) está en el más perfecto sentido de la
palabra liturgia según la MD: "El culto... que la comunidad de los fieles
cristianos tributa a su fundador y por él al Padre eterno".
Por todo ello
una teología de la liturgia no puede entenderse desligada de una teología de la
Iglesia y de los Sacramentos.
Ya en el NT encontramos algunas antiquísimas
descripciones de textos litúrgicos (p.e. 1 Cor. 16, 20-24; Ef. 5, 14; Filip. 2,
6-12). La descripción de los himnos celestiales en el Apocalipsis p.e. 11,
17-18; 12, 10-12... debemos considerarla como una imagen de los himnos
litúrgicos de la comunidad terrestre.
Se conservan algunos textos litúrgicos
del siglo II y hacia el 215 tenemos el primer texto de una plegaria eucarística
que se nos haya conservado. Se trata de un escrito de Hipólito en su "Traditio
Apostólica" (Tradición Apostólica). En todos ellos nos encontramos no con textos
normativos, sino con ejemplos de cómo deben resolverse las tareas de
improvisación en la liturgia.
Los primeros testimonios de fórmulas liturgias
ya fijas y determinadas las encontramos en los siglos III y IV en µfrica, que al
principio se refieren a los puntos fundamentales de la plegaria eucarística.
Sólo hacia el año 600 aparecen determinadas en Roma el conjunto de las oraciones
sacerdotales con las fórmulas de los "Sacramentarios", los libros que regulaban
la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos.
La liturgia
posterior tiene sus raíces más profundas en la liturgia del cristianismo
primitivo. Hoy se reconoce un profundo enraizamiento de éste en las ceremonias
del culto divino del judaísmo. Después de un período que podríamos llamar de
libertad e improvisación, a partir del siglo IV empieza a notarse en las grandes
metrópolis cristianas (Antioquía, Alejandría, Roma...) que se van fundando como
familias litúrgicas en las que al principio se advierten muchas diferencias
regionales y locales.
Posteriormente Constantinopla en oriente y Roma en
occidente, se preocupan de conseguir una uniformidad litúrgica y para ella junto
a motivos religiosos se ven también otros de índole político-eclesiástica. Es
notable como en todas partes el "centro de la piedad", Jerusalén, tiene un
influjo normativo litúrgico. (Recordemos p.e. el Via Crucis).
Las
liturgias orientales
Estas familias litúrgicas podemos agruparlas en dos
grandes secciones, las orientales y las occidentales. Aunque nosotros
equivocadamente casi identificamos "liturgia católica" con "liturgia romana" y
nos interesa estudiar sobre todo a ésta, no debemos desconocer algunos rasgos
característicos de las orientales.
Notemos que las liturgias orientales
subsisten hoy en las iglesias orientales, tanto las separadas de Roma (a las que
frecuentemente llamamos "ortodoxas") como las unidas a Roma ("orientales
unidas") y que en muchos casos las liturgias de los unidos y los separados a
Roma se parecen muchísimo entre sí.
Las liturgias orientales desde el
comienzo resaltaron ciertos datos teológicos y simbólicos más de lo que lo han
hecho las occidentales. Consideremos algunas de sus características generales.
Ya desde los siglos III y IV resaltan algo que ya se percibe en la Epístola
a los Hebreos y en el Apocalipsis, la participación del culto divino que los
ángeles realizan en el cielo en la liturgia terrestre (recordemos la
introducción al "Sanctus" en nuestra liturgia de la Misa). También, a partir del
siglo IV, se nota lo que podríamos llamar una "dramatización en la celebración
de los misterios".
Como consecuencia del desarrollo de la Cristología (la
teología sobre Cristo), recordemos las luchas contra los arrianos (que negaban
la divinidad de Cristo), la función mediadora de la segunda persona de la
Trinidad no se considera tanto como la del que "está sentado a la derecha del
Padre" cuanto la historia de su misión salvífica entre nosotros, o como un
reflejo de la omnipotencia del "Logos" divino.
Consecuencia de ello es la
gran importancia que dan los orientales a la "Epíclesis", (la invocación que
implora el poder divino para que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y
la Sangre de Cristo), en los textos de las Anáforas (plegarias eucarísticas) y
su significación en la concepción de la liturgia, como representación de los
hechos salvíficos de Cristo (Teodoro de Mopsueta, primer ejemplo de una alegoría
rememorativa) o como imagen de la actuación de la "Jerarquía celeste" (Dionisio
el Areopagita, en parte influido por el neoplatonismo).
Otras
características notables de las liturgias orientales son, sobre todo en la
liturgia bizantina, las oraciones secretas (en voz baja), el ocultamiento del
Santísimo (velos), y la gran importancia que se da a la mediación de los santos
(iconos en las paredes...)
Como tipos más importantes de las liturgias
orientales podemos mencionar:
1. La liturgia griega de Alejandría 2. La
liturgia copta (Egipto) 3. La liturgia etiópica. 4. La liturgia griega de
Antioquía 5. La liturgia siria occidental 6. La liturgia siria oriental (Irak,
Irán) 7. La liturgia bizantina 8. La liturgia armenia
Hoy en muchas zonas
del oriente medio están muy mezcladas las comunidades (unidas o separadas de
Roma) de muy diversas liturgias. En una misma ciudad pueden encontrarse varias
muy diferentes. Jerusalén sigue siendo un centro donde "quieren estar todos".
Las liturgias occidentales
El desarrollo histórico de la
liturgia en occidente está determinado por la yuxtaposición de un tipo de
liturgia, típicamente occidental, romano-africano, y otro, la liturgia galicana,
con grandes influjos orientales. El primero se caracteriza por su moderación y
sencillez, mientras que el segundo está lleno de riqueza poética.
Durante
mucho tiempo se considera a Milán como la cuna y el centro de la liturgia
galicana, pero hoy se la considera mucho más como un producto simultáneo
originado en el fondo religioso de casi todo el occidente cristiano.
Poco a
poco el crecimiento de la importancia religiosa de Roma fue imponiendo su
liturgia y las costumbres y prácticas romana acabaron dominando en todo el
Occidente. En esta romanización influyeron en los distintos países el regreso y
las experiencias vividas en Roma por los "romeros" (peregrinos que acudían a
Roma, de ahí la palabra castellana "romería" como equivalente casi a
peregrinación). Los benedictinos expandiendo su liturgia y los emperadores
carolingios buscando la uniformidad religiosa de su imperio trabajaron mucho
para el predominio de la liturgia romana.
Hacia el siglo XI puede decirse
que la liturgia romana se ha impuesto casi totalmente en occidente, la liturgia
que más subsistió a su lado fue la milanesa, y de alguna manera las costumbres y
ritos locales que no pudieron ser eliminados fueron como absorbidos en la
liturgia romana.
Como rasgos característicos de las liturgias occidentales y
especialmente de la romana podemos señalar:
La acentuación de la función
mediadora de Cristo, que se percibe claramente en el "por Cristo..." de las
oraciones sacerdotales de la Misa, y que ha hecho resaltar el elemento
Eucarístico frente al de la Epifanía (la manifestación de Dios), y que ha
llevado a una piedad centrada en la Misa y en la Eucaristía.
En la liturgia
romano-africana se nota una ausencia casi total de libertad de expresión
litúrgica, que fue eliminando de alguna manera las oraciones populares a Cristo.
Estas subsisten, pero como tapadas por las oraciones y salmos que "con" Cristo
se dirigen al Padre.
Otra característica occidental es la diversificación de
oraciones según las fiestas del año litúrgico que ha desarrollado una importante
teología de la "historia de la salvación" a lo largo de las fiestas del Señor y
de los santos.
También es notable la distancia y la separación en las
ceremonias. En cuanto al simbolismo las posturas han perdido su valor dramático
y poético. La celebración eucarística más que por un movimiento dramático se
caracteriza por su seriedad y solemnidad que hace intervenir muy poco al pueblo
con aclamaciones. Parte de esta "seriedad" se debe al influjo que el ceremonial
imperial ha tenido en la liturgia , y al consideración de la Eucaristía como una
"ceremonia sagrada del Estado" frente a la consideración oriental que la ve como
la celebración de un misterio cargado de sentido escatológico (para la vida
eterna).
Antes de hablar de la liturgia romana mencionemos rápidamente las
principales liturgias occidentales.
La liturgia mozárabe (española).
Tuvo su momento de esplendor en la época visigoda, (siglo VII). Empezó a ser
fuertemente reprimida por la romana hacia el siglo XI y sólo subsiste hoy en un
par de capillas (Toledo y Oviedo) como una "reliquia histórica".
La
liturgia ambrosiana o milanesa. Remonta sus orígenes a San Ambrosio (siglo IV) y
aunque poco a poco fue romanizándose, todavía ha llegado a nuestros días vigente
en la diócesis de Milán y algunas zonas vecinas.
La liturgia antigua
galicana (Francia). De ella conservamos el libro litúrgico más antiguo de la
iglesia latina (siglo V). Tuvo un poderoso influjo oriental. Vivió una especie
de renacimiento en los siglos XVII y XVIII en diversas liturgias regionales como
la de Lyon.
La liturgia celta. Surgió en los pueblos de origen celta del
occidente europeo. Está bastante relacionada con e influida por la galicana. En
Inglaterra desapareció ya en el siglo VII bajo el influjo romanizador de los
benedictinos. En la Bretaña francesa se mantuvo hasta el siglo IX y subsistió
hasta el siglo XII en Irlanda.
Todas estas y algunas otras de menor
importancia fueron absorbidas por la
Liturgia romana
Muy
frecuentemente en vez de llamarla "romana" se utiliza o se ha utilizado las
expresiones "liturgia latina" o mucho más "rito latino".
Sus más primitivos
textos los encontramos en la "Traditio apostólica" de Hipólito (290 - 302). En
su desarrollo histórico podemos señalar los siguientes acontecimientos
fundamentales.
a) Hacia el año 370 la total substitución de la lengua
griega primitiva en la liturgia romana por la lengua latina. (Recordemos que
subsistían reliquias como el "Kyrie eleyson" en la misa latina).
b)
Hacia el 600 se realiza la reforma del papa Gregorio el Grande que logra una
clarificación sobre todo en el sector de los sacramentos.
c) Hacia el
950 comienza la reincorporación de elementos galicanos procedentes sobre todo de
Alemania.
d) Pasado el año 1000 comienza con Gregorio VII e Inocencio
III la etapa final de esta asimilación. Aparecen los libros litúrgicos oficiales
de la curia romana que son extendidos por todo occidente especialmente por los
franciscanos.
e) Entre 1568 y 1614 Roma crea de acuerdo con las
determinaciones del Concilio de Trento (1545-1563) los libros que unifican la
liturgia de la Iglesia latina: Breviario (1568), Misal (de San Pío V, 1570),
Pontifical (1598), Ceremonial de los obispos (1600) y Ritual (1614).
Como el
Breviario y el Misal no tenían carácter obligatorio en el caso de que existiesen
tradiciones, otros ritos diferentes con una antigüedad superior a los 200 años,
pudieron conservarse bastantes costumbres locales, aunque fueron pocas las que
subsistieron a la corriente romanizadora del siglo XIX. Entre las que se
conservaron citemos las de las diócesis de Braga (Portugal), Lyon (Francia) y
las liturgias propias de algunas órdenes religiosas (Cartujos, Cistercienses,
Premostratenses, Carmelitas, Dominicos...)
f) A mediados del siglo XX
comienza una renovación litúrgica cuyos pasos fundamentales fueron la
reestructuración de la Semana Santa y el nuevo rito de la Vigilia Pascual
(recordemos que la conmemoración de la resurrección se adelantaba al sábado
santo por la mañana y que en aquella época no se permitían las misas
vespertinas... Por eso hace medio siglo en toda Europa y también América los
grandes estrenos teatrales tenían lugar el Sábado de Gloria al anochecer, ya que
ya había terminado la Cuaresma y el Señor ya había resucitado).
g) El
Concilio Vaticano II con la "Sacrosantum Concilium" inició un período todavía no
terminado de grandes reformas litúrgicas (uso de los idiomas vulgares,
reestructuración de la práctica de los sacramentos, con una gran
descentralización que puede llevar a la creación de nuevos tipos de liturgias,
pensemos en los pueblos africanos, adaptados a la vida moderna).
Esta
gran obra del Concilio no surgió de la nada. Estaba insinuada y preparada por lo
que se ha llamado el movimiento de reforma litúrgica, al que se le ha conocido
por diversos nombres: "Movimiento litúrgico", "Renovación litúrgica", "Reforma
litúrgica"...
El Movimiento litúrgico en la Iglesia católica ha sido una
tendencia de renovación con raíces anteriores, pero ya claramente visible a
fines del siglo XIX, que dejó plenamente maduro el terreno para la reforma del
Vaticano II.
Algunas personalidades y algunos centros de investigación,
especialmente monasterios benedictinos (que con su lema "Ora et labora", "reza y
trabaja", han sido en la Iglesia los pioneros en el movimiento litúrgico) fueron
los que iniciaron estudios sobre el nacimiento, desarrollo y naturaleza de los
elementos litúrgicos, y su perfecto conocimiento fue el primer paso para
purificarlos de las deformaciones y degradaciones producidas a lo largo del
tiempo.
En los grandes monasterios benedictinos como Solesmes (Francia),
María Lach o Beuron (Alemania) se lograron revivir las mejores tradiciones de la
Iglesia latina, se redescubrió el sentido del año eclesiástico, se encontraron
muchos tesoros perdidos en las frases y contenido de los antiguos libros
litúrgicos, se renovó y comprendió el canto gregoriano...
Este
elemento musical fue corroborado e impulsado por el Motu Propio (uno de los
diversos tipos de documentos papales) "Tra le sollecitudini" sobre la música
sacra de Pío X (22-XI -1903) y la edición vaticana de los libros corales, y la
reforma litúrgica de los años 1911-1914.
También hay que entender en
relación con esta "Renovación litúrgica" el famoso decreto de Pío X sobre la
comunión frecuente y la edad de la primera comunión de los niños que hasta
entonces se recibía a los 14 o 15 años. En él se menciona el principio
fundamental de la renovación litúrgica, el de la "participación activa" de los
creyentes en las festividades de los sagrados misterios y en la oración solemne
de la Iglesia.
Quien dio un gran impulso al movimiento litúrgico, con el
apoyo del Cardenal Mercier, fue el abad benedictino de Mont-Cesar (Lovaina,
Bélgica) y su discurso del 23-IX-1909 en Malinas en el "Día Católico" lanzó un
movimiento de renovación litúrgica que llegó muy pronto en Bélgica y Holanda
hasta las últimas parroquias, pero que en el resto de Europa se redujo al
influjo de las grandes abadías benedictinas.
El portaestandarte del
movimiento fue durante algún tiempo la abadía benedictina de María Lach
(Alemania) donde Odo Casel escribió su famosa obra sobre la "Teología de los
misterios". Importante fue también la parte del movimiento juvenil de Romano
Guardini que llevó a la participación litúrgica de la juventud.
Después de
la guerra europea, la encíclica "Mystici Corporis" del 29-VI-1943 había abierto
ya un paso más, y el centro de pastoral litúrgica de París fundado en 1943 ayudó
a la preparación de una serie de elementos que culminaron en la encíclica de Pío
XII, la "Mediator Dei", del 20-XI-1947, que fue la Carta Magna de la libertad
litúrgica, que partiendo de la reforma litúrgica de Pío X la desarrollaba en
muchos puntos.
Notemos en el pontificado de Pío XII (1939-1958), además de
la Mediator Dei, la aprobación de numerosos rituales con textos y cantos en los
idiomas vernáculos, la nueva traducción del salterio a partir del texto original
hebreo, la renovación de la Vigilia Pascual y de las ceremonias de la Semana
Santa, la simplificación de las rúbricas, el permiso de las misas vespertinas,
la simplificación del ayuno eucarístico, la encíclica "Musicae sacrae
disciplina" y la Instrucción de la Sagrada Congregación de Ritos "De musica
sacra et sacra liturgia".
Juan XXIII encomendó al Vaticano II que decidiera
sobre las líneas fundamentales de una futura reforma general de la liturgia.
El dominio al que se extendió el movimiento litúrgico fue todo el campo
del culto cristiano: la celebración de la Santa Misa y la celebración de las
horas (tanto el breviario canónico, como los oficios parvos privados, así como
las horas santas y otros tipos de ceremonias que suelen estar impregnadas de
espíritu litúrgico); la administración de los sacramentos, las consagraciones,
bendiciones y procesiones, la música sacra (especialmente el gregoriano y la
polifónica, pero también los cantos populares); la construcción y disposición de
los templos; el formato de los utensilios litúrgicos.
Pero su dominio
principal es la renovación, mejor comprensión y restauración del culto divino de
la Iglesia como celebración comunitaria de los que se reúnen en nombre del Señor
y realizan el culto con distintos roles de acuerdo a sus distintos grados
jerárquicos fundamentales en el sacramento del orden. Predicar la palabra de
Dios, alabar. glorificar y dar gracias a Dios, celebrar el memorial del Señor y
prepararse continuamente para su futura venida, es el objetivo principal,
siempre actual de la Iglesia peregrina en la tierra.
Este movimiento
litúrgico hubiese sido imposible sin una verdadera y seria ciencia litúrgica,
íntimamente relacionada con la teología y sobre todo con la Historia de la
Iglesia, y no podemos aquí mencionar ni su desarrollo histórico ni sus elementos
fundamentales, ni sus más ilustres representantes. Tampoco debemos hablar acá de
los Institutos litúrgicos, de las Comisiones litúrgicas ni de los Congresos
litúrgicos.
La Constitución sobre la Sagrada Liturgia, "Sacrosantum
Concilium" fue la primera constitución aprobada por el Vaticano II en diciembre
del 63, y a casi cuarenta años de distancia podemos decir de ella lo siguiente:
En ella podemos encontrar objetivos de reforma inmediatos y otros más
mediatos. En cuanto a los inmediatos en líneas generales casi todos ellos se han
cumplido incluso avanzando más de lo que en ese momento suponía el Concilio.
Históricamente el Concilio despertó un período de cambios, reformas y ensayos
litúrgicos, muchos de ellos muy positivos y otros ciertamente exagerados. Al
cabo de unos años se prohibieron los ensayos salvo casos concretos y
determinados, y puede decirse que en este momento estamos en un período de
serenidad y decantación de los resultados obtenidos.
Ciertamente los cambios
litúrgicos al principio resultaron hasta escandalosos para una minoría del
pueblo cristiano, y en algunas cosas se buscó demasiado lo nuevo. Pero el tiempo
ha ido haciendo percibir lo positivo de los nuevos logros litúrgicos y también
reestimar algunos elementos tradicionales que fueron dejados de lado por muchos,
pero cuyo valor se comprende hoy mejor...
En cuanto a los objetivos más
mediatos todavía le queda mucho a la Iglesia y a los liturgistas para
reactualizar y renovar. Citemos acá como ejemplo todo lo referente al Sacramento
de la Reconciliación.
Posturas y gestos
Las posturas y
gestos, así como los ademanes en la oración son manifestaciones y
participaciones corporales de la oración interna. La liturgia necesita del uso
de signos sensibles y formas externas: palabras, cantos, símbolos, gestos... que
excitan y son expresión de la devoción interna y relacionan a la misma oración
con los actos internos.
En el Antiguo Testamento abundan los ademanes en la
oración: El que reza está de pie delante del Señor (Gen. 18,22; 1 Sam. 1, 9 y
26), mira hacia Yavé (hacia arriba) (2 Cron. 20, 12; Ps. 24, 15), extiende las
manos o las eleva (Ex. 9, 29; 17, 11; 1 Re. 8, 22; Ps. 27, 2; 62, 5; ...), se
inclina o se prosterna en tierra (Gen. 17, 3; Jos. 5, 15; Deut. 9, 18; Ps. 5, 8;
Dn. 8, 17), se arrodilla (1 Re. 8, 54; Is. 45, 23), dirige su mirada hacia el
templo o hacia Jerusalén (Ps. 5, 8; Da. 6, 11)
En el Nuevo Testamento Cristo
utiliza en el culto divino del templo o de la sinagoga los gestos y posturas de
oración normales en el culto judío, aunque en algunos momentos corrige algunos
excesos de los fariseos (Mt. 6, 5); levanta los ojos al cielo (Mt. 14, 19; Mc.
6, 41), se arrodilla (Lc. 22, 41) o se prosterna en tierra (Mt. 26, 39; Mc. 14,
35). Esos mismos ademanes se los recomienda a sus discípulos (Mc. 11, 25). Los
apóstoles y discípulos siguen su modelo (Hech. 7, 55; 9, 40; Ef. 3,14; Filip. 2,
10; 1 Tim. 2, 8)
Las posturas y gestos en la Iglesia provienen
fundamentalmente del culto primitivo, pero no faltan usos y costumbres profanas
que reciben un sentido nuevo, específicamente cristiano.
El estar de pie (o
"parados" en argentino) en la oración se considera como un símbolo de la
resurrección y de la alegría pascual. Por eso se reza de pie los domingos y en
el tiempo pascual (Tertuliano: "De oratione" 23)...
Pero siempre en la
Iglesia ha habido gente "más papista que el papa", y ya en el primer Concilio
Ecuménico, Nicea, año 325, ante una situación concreta que se ha repetido muchas
veces a lo largo de la historia y en concreto después del Vaticano II, pensemos
en los lefebrianos y otros grupos, el Concilio de Nicea, en su último canon, el
20, determina:
"Sobre el rezar de rodillas.
Ya que hay
algunos que se arrodillan en los días domingo y en el tiempo de pentecostés (hoy
diríamos "en tiempo pascual") para que en todos los lugares haya un perfecta
uniformidad, le parece ben a este santo concilio que las oraciones a Dios se
hagan de pie."
Este primitivísimo texto nos enseña algo que sigue siendo hoy
la doctrina de la Iglesia. No hay posturas de oración que sean las "divinamente
reveladas y únicas", sino que han variado en muchas ocasiones a lo largo de los
tiempos. Incluso en muchos casos quedan opciones libres dependientes
frecuentemente de circunstancias externas... El pueblo cristiano se sienta en
los bancos de las iglesias, pero no lo hace de igual modo en una "misa de
campaña". Son distintas las posturas oyendo una Misa dentro de una iglesia con
bancos y sillas, que haciéndolo en la Plaza de San Pedro del Vaticano... Y la
razón que alega el concilio niceno no es sino "para mantener la uniformidad"...
Los obispos son los únicos que pueden dar leyes o reglas en ese terreno, y
también cambiarlas a lo largo de los tiempos. Aunque no faltan algunos
"iluminados" a quienes su "espíritu santo particular" les dice que ellos y toda
la Iglesia debe adoptar tal postura. Casi siempre me encuentro con que a mí mi
espíritu santo particular me dice lo contrario que a esos señores...
La
última aceptación y determinación de las posturas y ademanes tolerados,
permitidos u ordenados, corresponde al Episcopado. Notemos que el cambio de
posturas y generalmente también el de muchos otros elementos litúrgicos no suele
implicar profundos problemas teológicos(como algunos equivocadamente pretenden
creer), sino más bien problemas de adaptación, conveniencia y mayor utilidad
para conseguir una mayor participación del pueblo.
El estar de rodillas
simboliza el reconocimiento de la culpa y la penitencia, por eso se estimula en
tiempos de cuaresma y adviento, que suelen ser los de ayuno y abstinencia,
aunque esas penitencias en la liturgia actual se han reducido a un mínimo.
La genuflexión simple (con una sola rodilla) es algo desconocido en la primitiva
liturgia romana; primitivamente era en la edad media un gesto de reverencia y
sumisión frente al señor feudal, después se hizo a los obispos, muchos de los
cuales eran también señores feudales, y no entró en la liturgia hasta finales
del medioevo.
La genuflexión doble con inclinación de la cabeza estaba hasta
hace relativamente poco tiempo reservada como saludo de adoración a la
Eucaristía expuesta para la adoración de los fieles. Hace poco tiempo ha sido
sustituida por la genuflexión simple.
La inclinación o reverencia ha
sido una de las posturas más frecuentes, p.e. en las oraciones sobre el pueblo.
La postración en el suelo era frecuente al comienzo del acto de culto. Hoy
sólo se conserva así el Viernes Santo.
El extender las manos en la oración
aparece frecuentemente descrito en los autores primitivos (Tertuliano, "De
oratione" 14; Ambrosio, "De virginibus" II, 4, 27) y el arte (los "orantes") y
se le da un nuevo fundamento como símbolo de la crucifixión del Señor
(Tertuliano, "De oratione" 17; Ambrosio, "De sacramentis" VI, 4, 18)
El
juntar las manos es algo que procede del derecho feudal germánico y simboliza
fidelidad al señor (en este sentido se conserva todavía en la ordenación
sacerdotal), aparece en la liturgia desde el siglo VIII y se generaliza en la
segunda mitad de la edad media.
Puede decirse que la unificación de las
posturas corporales se consiguió en la Iglesia latina a partir de las rúbricas
del Missale Romanum (1570) y el Pontificale Romanum (1596) y han permanecido
casi inmutables hasta el Concilio Vaticano II.
Las posturas del
pueblo quedaron ya determinadas a finales de la edad media. La postura
fundamental en la Misa era de rodillas, lo que se interpretaba como una
confesión de fe en la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento (y
esto se resaltó más como reacción a la postura contraria del protestantismo.)
El movimiento litúrgico y los documentos eclesiásticos (cfr. SC 30)
pretenden una nueva integración de las posturas corporales en el culto divino,
la liturgia y la oración, buscando una mayor participación del pueblo.
La música sagrada
Es una parte integrante de la liturgia solemne (MP
de 1903 I, 1) que debe acompañar a las acciones litúrgicas (Instrucción de 1958,
nn. 1, 5-9, 12) que surgió con la liturgia y está inseparablemente unida a ella.
Como "principal servidora de la sagrada liturgia" (Carta del Cardenal Secretario
de Estado al Cardenal Frings del 26-Y-1961) tiene un lugar primordial sobre
todas las demás artes en la liturgia.
El canto gregoriano es la forma más
elevada de la música litúrgica (MP de 1903 II 3-4) (SC 116). La música coral o
polifónica tiene también una gran tradición dentro de la Iglesia.
El canto
religioso popular (SC 118) debe ser fomentado en las acciones litúrgicas para
lograr una mayor participación de los fieles.
En cuanto a los instrumentos
musicales, se considera como instrumento musical tradicional el órgano de tubos,
pero pueden admitirse otros instrumentos (guitarra) con el consentimiento de la
autoridad eclesiástica territorial correspondiente, siempre que sean aptos o
puedan adaptarse al uso sagrado, convengan a la dignidad del templo y
contribuyan realmente a la edificación de los fieles (SC 120)
Notemos que
también corresponde a la autoridad eclesiástica territorial (el episcopado)
determinar qué cantos pueden o no pueden cantarse en los actos litúrgicos.
HISTORIA DE LA LITURGIA
SUMARIO
I.
Desarrollo histórico:
1. En la liturgia, parte inmutable v parte sujeta
a cambio;
2. Las diversas fases de la obra de salvación realizada por Cristo
y actuada en la liturgia.
II. Los comienzos:
1. En la vida
de Jesús;
2. Las primeras realizaciones apostólicas:
3. El contexto:
a) El culto judío del siglo I.
b) Las formas cultuales del helenismo
contemporáneo.
III. Las concreciones en el período subapostólico.
IV. Las grandes familias litúrgicas.
V. La liturgia romana clásica.
VI. Las transformaciones de la liturgia romana al encontrarse con el genio
franco-germánico.
VII. Transformaciones, desarrollos, reformas:
1.
La liturgia de la curia;
2. El breviario de Quiñones;
3. La reforma de
Trento y de Pío V;
4. La reforma inspirada en el movimiento litúrgico:
a) Pío X,
b) Malinasi L. Beauduin,
c) Pío XII: "Mediator Dei" y
vigilia pascual
I. DESARROLLO HISTÓRICO
1. EN LA
LITURGIA, PARTE INMUTABLE Y PARTE SUJETA A CAMBIO.
El conjunto de la
liturgia, mediante el cual, especialmente en la celebración de la eucaristía,
"se ejerce la obra de nuestra redención" (SC 2), no agota ciertamente la
actividad de la iglesia (SC 9), pero es la cumbre y la fuente de toda acción
eclesial (SC 10). "Toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote
y de su cuerpo, que es la iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya
eficacia... no la iguala ninguna otra acción de la iglesia" (SC 7). Ahora bien,
ese conjunto ha estado sujeto a un continuo devenir a lo largo de la historia.
En él ciertamente existe "una parte que es inmutable, por ser de
institución divina"; pero existen también "otras partes sujetas a cambio, que en
el decurso del tiempo pueden y aun deben variar..." (SC 21). En los párrafos
siguientes se tratará de iluminar la historia de esos cambios, del devenir, del
desarrollo y de las correcciones que en el curso de dos milenios han ido dando
vida, si bien de una manera lenta, al imponente edificio de la liturgia de la
iglesia, a partir del origen divino establecido en Jesucristo.
2. LAS
DIVERSAS FASES DE LA OBRA DE SALVACIÓN REALIZADA POR CRISTO Y ACTUADA EN LA
LITURGIA.
Jesucristo es el centro de todo el culto cristiano, el único
mediador entre Historia de la liturgia Dios y los hombres (1 Tim 2,5). Toda la
predicación apostólica tiende a introducir en la "plenitud de la inteligencia" y
a hacer "llegar al conocimiento del misterio de Dios, que es Cristo" (Col 2,2).
Hacia él tiende toda la historia de la salvación. "Dios, que quiere que todos
los hombres se salven..., habiendo hablado antiguamente en muchas ocasiones de
diferentes maneras a nuestros padres por medio de los profetas, cuando llegó la
plenitud de los tiempos envió a su Hijo, el Verbo hecho carne... En Cristo
nostrae reconciliationis processit perfecta placatio, et divini cultus nobis est
indita plenitudo" (SC 5). Esta es la obra salvífica realizada en la historia de
la salvación, que ocupa el centro de todo nuestro culto: "Esta obra...,
preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la antigua alianza,
Cristo el Señor la realizó principalmente por el misterio pascual de su
bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión...
Del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la
iglesia entera" (SC 5). Es misión de la iglesia actuar esa obra salvífica,
porque Cristo "envió a los apóstoles... no sólo a predicar" el contenido de esa
acción redentora mediante el anuncio del evangelio, "sino también a realizar la
obra de salvación que proclamaban mediante el sacrificio y los sacramentos, en
torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6).
II. LOS
COMIENZOS
La verdadera tarea de la liturgia, en adoración y
glorificación del Dios vivo y para salvación de los hombres, es la realización
(representación) del misterio salvífico de la pascua de Cristo. A fin de que
esto fuese Historia de la liturgia posible, los apóstoles predicaron y reunieron
a los fieles para realizar acciones cultuales.
1. EN LA VIDA DE JESÚS.
Podemos hablar de primeras formas de acciones cultuales solamente en la
edad apostólica. Los documentos al respecto -las cartas de los apóstoles y los
Hechos - se remontan a una época que dista ya algunos decenios de los comienzos.
En las confesiones de fe en el Señor resucitado y con la fuerza del Espíritu
Santo ya se celebran acciones cultuales. Pero ya en la redacción de los
evangelios se refiere que el fundamento y los primeros pasos de esas acciones se
deben buscar en la vida de Jesús anterior a la resurrección. Los evangelios
delinean la figura de Jesús como la del hijo de una familia que vive según la
ley de Moisés: circuncisión del niño al octavo día (Lc 2, 21), sacrificio de la
purificación en el templo (2, 22), peregrinación anual de toda la familia al
templo por la fiesta de pascua (2,41). Al comenzar la actividad pública, Jesús
se hace "bautizar" por Juan (3,21; Mt 3, 13 ss; Mc 19 ss); enseña en las
sinagogas (Mc 1,21; Mt 4, 23 Lc 4 14 ss) y participa activamente en el culto
sinagoga¡ (Lc 4,17-21). Es el gran orante, que pasa las noches en oración (Lc 6,
12) y enseña a los discípulos a orar (11,1-4). Con frecuencia se acerca al
templo, aunque nunca se nos dice que participe en los sacrificios que allí se
realizaban. Pero celebra las fiestas de Israel, y sobre todo, se señala, celebra
con sus discípulos la cena pascual, en la que introduce la nueva acción memorial
de la ofrenda de su cuerpo y de su sangre bajo las especies del pan y del vino.
Seguramente habrá pronunciado, quizá en el seno de su propia familia, muchas de
las oraciones cotidianas de los judíos piadosos de su tiempo: efectivamente,
conoce y recuerda el Schemá Israel ("Escucha, Israel") de la oración de la
mañana (Mc 12 29), utiliza las alabanzas (berakoth) (Mc 6,41; 8,7; 14,22-23) y
las transforma en su propia oración (alegría mesiánica: Mt 11,25-27). Por otra
parte, hace sentir su crítica y propugna la pureza y la sencillez del culto:
cuando expulsa a los vendedores del templo (Mc 11,15); cuando explica la recta
observancia del sábado, del que es señor el Hijo del hombre (Mc 2,1828); cuando
exige una actitud interior recta en el sacrificio, y sobre todo en la oración
(Mt 5, 23; 6, 5 ss; Lc 18, 13). Finalmente, el evangelio de Juan pone en sus
labios palabras relativas al verdadero culto de Dios: "Llega la hora, y ésta es,
en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (Jn
4, 23). Los evangelistas hablan de la explícita institución de acciones
cultuales: el mandato de bautizar (Mt 28, 19s) y el encargo de celebrarla cena:
"Haced esto en recuerdo mío" (Lc 22, 19).
2. LAS PRIMERAS REALIZACIONES
APOSTÓLICAS.
Enviados por el Señor y fortalecidos por el descenso de la
fuerza de lo alto, los apóstoles predicaron la buena noticia de la resurrección,
del perdón de los pecados y del don del Espíritu Santo (He 2, 38-40).
Administraron el bautismo, y los nuevos discípulos se agruparon alrededor de
ellos: "Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles en la comunión, en la
fracción del pan y en las oraciones" (He 2, 41-42). Seguían participando
cotidianamente en el culto del templo, mientras que en las casas hacían una
comida en común, "partían el pan... con alegría y sencillez de corazón, alabando
a Dios" (2, 46 s).Entre los actos cultuales del templo se menciona, por ejemplo,
la oración "ala horade nona" (3,1). En este cuadro general de una comunidad
estrechamente unida podemos insertar los datos particulares mencionados en los
escritos neotestamentarios, es decir, los Hechos de los Apóstoles, las cartas y
el Apocalipsis de Juan: el baño (la inmersión) bautismal, administrado "en el
nombre del Señor Jesús" (He 19, 5); a éste sigue la imposición de las manos para
comunicar el Espíritu Santo (He 8, 15-17; 19, 56); la reunión de la comunidad
para hacer una comida de una naturaleza especial, el deípnon kyriakón,
consistente en una "fracción del pan" acompañada de una "eucharistía" y en la
ofrenda del cáliz de vino, sobre el que se pronuncia una "euloguía"; "cuantas
veces coméis este pan y bebéis este cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta
que venga"( 1 Cor 11, 20-26 y 10, 16-17). En estos alimentos sobre los que -en
evidente conexión con las palabras del Señor- se pronuncian una "eucharistía" y
una "euloguía", se recibe el cuerpo y la sangre del Señor, como explica
ampliamente Jn 6. Esa comida se incluye todavía dentro de una comida normal
completamente. Por He 20, 7-11 vemos ya que tiene lugar al final de una
enseñanza doctrinal bastante larga por obra del Apóstol (20,7), y precisamente
en el "primer día de la semana"; es decir, en el día en que el Señor se apareció
a los suyos después de la resurrección; en el que descendió el Espíritu Santo
sobre los apóstoles; en el que, según 1 Cor 16, 2, se hacía la colecta dentro de
la asamblea de la comunidad, día que en Ap 1, 10 ya se llama "día del Señor". Se
practica mucho la oración en común, y se hace con constancia, participando en
las horas de oración en el templo o en la sinagoga, o bien dentro de la
comunidad ya separada de los judíos, y se ora también de noche (He 16,25: hacia
medianoche).
La índole y el contenido de esas oraciones nos los indica,
por ejemplo, Ef 5, 18-20: "... llenos del Espíritu, hablando unos a los otros
con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en
vuestros corazones, dando siempre gracias por todo al que es Dios y Padre en
nombre de nuestro Señor Jesucristo" (cf Col 3, 16-17). En caso de enfermedad los
presbíteros oran sobre el enfermo y lo ungen con aceite en nombre del Señor para
que sane y obtenga la remisión de los pecados (Sant 5, 14-15). Todo se centra
siempre en el Señor Jesús; en élse han cumplido las promesas; hacia él ha
conducido la ley como pedagogo (Gál 3, 24). Ahora ésta ha sido abolida por la
realidad definitiva, presente en Cristo. Todo lo que se ha verificado antes era
sólo una imagen ha sucedido typikós ( I Cor 10, 11) "para nosotros, que hemos
llegado a la plenitud de los tiempos" (10, 11). Esto se ve claramente sobre todo
por el modo diferente de celebrar las fiestas: ya no son una observancia literal
de los tiempos festivos (Gál 3, 8-11; Col 2, 16s); Cristo mismo es el verdadero
Cordero pascual (1 Cor 5, 7s); participando de él celebramos la verdadera fiesta
(heortázomen). En esa libertad del Espíritu Santo, en el abandono progresivo de
las costumbres sinagogales, en la interpretación que refiere la imagen del
tiempo pasado (del AT) a la nueva realidad presente en Cristo, se va delineando
en unas pocas formas la liturgia del nuevo pueblo de Dios.
3. EL
CONTEXTO.
Sin embargo, esto no significa que los apóstoles y sus
comunidades, para poder entrar en contacto y hacerse entender, no se hayan
servido en muchos casos de formas preexistentes, las hayan modificado y después
hayan pasado a proponer de manera creativa algo nuevo. Esto era simplemente
necesario.
a) El culto judío del siglo I
Así como Jesús de Nazaret
se había movido dentro de las formas de la sociedad de su tiempo y de su tierra,
así también los apóstoles y las primeras comunidades judeocristianas asumieron
con gran naturalidad unas formas de oración y de culto que les eran familiares.
Los baños, las inmersiones y emersiones, los bautismos no eran realidades
desconocidas. Eran frecuentes, de una u otra manera, en el AT y en la comunidad
de Qumrán. Juan Bautista los había administrado. Jesús mismo se había hecho
"bautizar"; y, ya durante su vida, también los discípulos habían bautizado (cf
Jn 4, 1-3). El bautismo cristiano, la manera de administrar el bautismo, ha
asumido diversas cosas de las formas ya habituales, aunque todo recibe una
interpretación y una orientación completamente nuevas: se bautiza en el nombre
del Señor Jesús (crucificado y resucitado), para participar en su muerte y
resurrección (Rom 6, 1-11; Col 2, 6-15; 3, 1-5 ss).
La costumbre de los
primeros cristianos de "orar sin cesar" (1 Tes 5, 17), o sea, continuamente,
varias veces a lo largo del día y de la noche, se remite a ejemplos del AT y de
la oración del templo y de la sinagoga de la época de Jesús: oración de la
mañana y de la tarde; tres veces al día (cf Dan 6, 11; He 3, 1; 10, 9). Las
fórmulas de estas oraciones son libres (cf He 4, 24) o bien se utilizan los
salmos. De considerable importancia para la oración de los cristianos, de un
contenido indudablemente nuevo, fue el género literario de las alabanzas
(berakoth), quizá la herencia más preciosa de la oración veterotestamentaria
judía. Este es su esquema: invocación en alabanza del nombre de Dios; mención
del motivo de la alabanza: recuerdo de las obras maravillosas de Dios; doxología
final: "Bendito seas tú, Dios omnipotente, Señor nuestro; has realizado esta
gran acción a nuestro favor; a ti, Señor, la alabanza eternamente. Amén".
Encontramos fórmulas de oración semejantes en los escritos del NT; de manera más
breve, por ejemplo, en el gozo de Mt 11, 25; de manera más larga, en Rom 16,
25-27; Ef 1, 3-14. Semejante a esto debe haber sido el contenido de las
alabanzas que, en la narración de la multiplicación de los panes y de la última
cena, se denominan eucharistíai y euloguíai. Tenemos ejemplos de esas oraciones
judías de acción de gracias dichas en la mesa y que se remontan casi hasta la
época de Jesús. Todo esto se asume y se utiliza con soberana libertad, en un
progresivo y lento alejamiento de la antigua costumbre y, sobre todo, con un
espíritu completamente nuevo: Jesús, el Cristo, el Señor, y su acción salvífica
pascual son la gran obra de Dios, que se celebra con alabanzas. En la
composición de las nuevas fórmulas de oración se evitan todas las expresiones
que indiquen directamente una costumbre cultual veterotestamentaria. El culto
antiguo está abolido en Cristo. Para celebrar el culto memorial de Cristo y dar
gracias a Dios por él se reúnen lejos del templo y de la sinagoga, o sea, en las
casas de la comunidad, donde, con unas pocas acciones, aquellos que han sido
instruidos y creen son introducidos en el acontecimiento salvífico de Cristo,
para que estén siempre "en Cristo Jesús" (Gál 3,28; Ef 2, passim).
b)
Las formas cultuales del helenismo contemporáneo. Se trata de los templos y de
los múltiples sacrificios ofrecidos a los llamados dioses en el culto del sol,
del Sol invictus, y en el culto del emperador. Frente a todo esto se asume una
actitud de total oposición: ni actos cultuales ante el emperador o ante los
dioses, ni sacrificio material ni templo; por el contrario, se practica la
adoración espiritual e interior del verdadero Dios invisible en la celebración
de la memoria de Jesucristo y en la unión con él y con su obra a través del
bautismo en su nombre o de la comida memorial que proclama su muerte. A este
respecto algunas tendencias de la filosofía popular del tiempo, orientadas hacia
un culto espiritual de Dios, hacia una loguiké thysía, aportaron algunas cosas,
bien desde el aspecto terminológico, bien de cara a una elaboración conceptual y
a una explicitación del patrimonio tradicional del ambiente helenístico.
III. LAS CONCRECIONES
A partir de la compenetración recíproca y de
la unión de los diferentes elementos que hemos detectado en los escritos del NT
y en su ambiente, se desembocó, durante el s. II , en las primeras formas de
liturgia cristiana. La reunión de la comunidad en el día del Señor para celebrar
la memoria del Señor, la eucaristía, es elemento central. El día es ya una
costumbre bien fija. En la Didajé leemos: "Reunidos cada día del Señor, romped
el pan y dad gracias..." (c. 14). Hacia la mitad del s. II, Justino presenta la
primera descripción precisa del culto dominical. En el "día que se llama del
sol" todos se reúnen; se leen pasajes de los escritos de los apóstoles y de los
profetas; siguen la homilía y las oraciones de intercesión; a continuación se
presentan pan y vino mezclado con agua, y el que preside la asamblea dice sobre
ellos, "según sus fuerzas", "oraciones y acciones de gracias" a las que todos
responden con un "Amén"; los dones así "eucaristizados" se distribuyen entre
todos (Apol. 1, 67); ahora se han cambiado en la carne y sangre del Jesús
encarnado (c. 66). Se trata ya de la estructura de la misa, que ha permanecido
igual hasta hoy a lo largo de los siglos. Punto central, decisivo, después de la
liturgia de la palabra, es la plegaria eucarística, pronunciada sobre los
alimentos llevados por los fieles para que se transformen; después, todos se
unen en la comida. Esto, sencillamente, desarrolla el núcleo central puesto por
el NT: la comunidad se realiza al acoger la recomendación apostólica de hacer
memoria de la muerte y resurrección de Jesucristo; es un convite santo, que
continuamente une a todos, según 1 Cor 10,17: "Porque no hay más que un pan,
todos formamos un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo pan".
Todavía no existen textos precisos para ello; el celebrante habla libremente,
"según sus fuerzas", dice Justino. De todas formas, podemos, en cierta medida,
descubrir el género literario de la oración de la eucharistía; se trata de la
formulación cristiana de la oración de la berakah proveniente del AT, de la
oración de "alabanza" de los mirabilia Dei. En los capítulos 9 y 10 de la Didajé
se nos ofrecen por lo me nos algunos ejemplos semejantes de cómo se podía
formular esa eucharistia cristiana.
El primer texto preciso lo
encontramos solamente en la oración de acción de gracias que nos transmite
Hipólito Romano, a comienzos del s. III, en su Tradición Apostólica. Se trata de
un texto no prescrito, sino ejemplificativo, que el celebrante puede seguir con
toda libertad, sin estar obligado a ello. Después de la introducción (el diálogo
como el de hoy), leemos: "Te damos gracias, oh Dios, por medio de tu amado Hijo
Jesucristo, que en estos últimos tiempos nos has enviado como salvador y
redentor..." (c. 4). La celebración del domingo mediante la liturgia de la
palabra y del memorial del Señor (eucaristía) es la primera y más importante
acción litúrgica de la iglesia antigua testimoniada con toda claridad.
A
la vez va formándose -aunque esté menos testimoniada- la celebración de la
pascua anual. Un escrito de los años 130-140, la Epistula Apostolorum, habla por
primera vez de la existencia de esta fiesta. Se celebra ya anualmente, como la
pascua judía, en memoria de la muerte salvífica de Cristo, en la que se cumple
la pascua antigua, que la prefiguraba. Su liturgia consiste concretamente en una
vigilia nocturna (vigilia), concluida al canto del gallo con la celebración de
la eucaristía. Hacia finales del siglo II, la controversia sobre la fecha
precisa de la pascua (a saber: si había que seguir la costumbre judía, poniendo
el acento en la muerte del Señor, y adoptar por tanto el 14 de Nisán, o bien si
se debe elegir como fecha el día del Señor sucesivo al 14 de Nisán, poniendo así
el acento en la resurrección) lleva a preferir el día del Señor. La vigilia
nocturna que precede al día festivo (y a todo el tiempo festivo pascual, el
pentecostés que se añadió muy pronto) es un elemento decisivo. Desde bien
entrado el siglo III, la fiesta de la pascua es solamente el transitus, el "paso
del ayuno a la fiesta; por tanto, propiamente un punto de demarcación, la
superación de la línea divisoria entre muerte y vida, entre la muerte de cruz y
la resurrección de Cristo, entre la muerte al pecado y la nueva vida con Cristo.
Después, poco a poco, toda la vigilia y la eucaristía festiva que la cierra se
llamarán pascua; por eso la pascua comprende también el ayuno a partir de la
tarde del viernes santo, desde la hora de la muerte del Señor. En el siglo IV se
coloca delante de la pascua el "tiempo de cuarenta días de ayuno y penitencia",
y después de ella el "tiempo de cincuenta días" o pentecostés, en el que, según
una afirmación de Tertuliano (De corona 3), es nefas, no está permitido ayunar
ni rezar de rodillas, exactamente como en los días del Señor. Esta celebración
anual es, en aquella época y en el fondo hasta hoy, "la fiesta" de la iglesia
pura y simplemente, he heorté, "en su conjunto la fiesta de la redención a
través de la muerte y la glorificación del Señor" 6 bis. En esta santa noche
pascual se administra también el bautismo y la sucesiva imposición de las manos
y unción para la comunicación del Espíritu Santo. Se trata de los dos
sacramentos de la iniciación a la vida cristiana, que llevan a la cumbre de la
primera participación activa en la celebración eucarística.
Estamos bien
informados sobre la celebración de la liturgia de esos sacramentos de la
iniciación a través de la Didajé, de Justino (Apología I), de Tertuliano y, al
principio del s. III, nuevamente de Hipólito (Tradición apostólica). Tras una
adecuada preparación catequética completada en los "cuarenta días" de ayuno de
la preparación de la fiesta pascual, después de oraciones y exorcismos, después
de la participación en la vigilia nocturna, a primeras horas de la mañana se
consagra el agua, los candidatos se despojan de sus ropas -símbolo del hombre
viejo-, se consagra el aceite sagrado, los que van a ser bautizados renuncian a
Satanás y bajan, desnudos, al agua, y allí escuchan la triple pregunta e
invitación a confesar su fe en el Padre, y en el Hijo, y en el Espíritu Santo, y
se les sumerge tres veces con tres invocaciones (epíclesis) de los nombres
divinos. Tras una primera unción con el óleo, los bautizados se visten sus ropas
-símbolo del hombre nuevo- y son conducidos ante el obispo, que les impone las
manos y los unge con óleo santo mientras pronuncia estas palabras: "Señor Dios,
que los has hecho dignos de merecer la remisión de los pecados mediante el baño
de regeneración del Espíritu Santo, infunde en ellos tu gracia, para que te
sirvan según tu voluntad..." El obispo les da el beso de paz y luego les admite
a la oración y a la participación comunitaria en la eucaristía con todo el
pueblo (Tradición apostólica 17-21). Este es el núcleo del rito de la
iniciación: "Por el bautismo los hombres son injertados en el misterio pascual
de Jesucristo: mueren con él, son sepultados con él y resucitan con él; reciben
el espíritu de adopción de hijos, por el que clamamos: Abba! ¡Padre! (Rom 8,
15), y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre.
Asimismo, cuantas veces comen la cena del Señor proclaman su muerte hasta que
vuelva. Por eso, el día mismo de pentecostés, en que la Iglesia se manifestó al
mundo, los que recibieron la palabra de Pedro fueron bautizados... (He 2,41-42.
47). Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el
misterio pascual: leyendo cuanto a él se refiere en toda la escritura (Le
24,27), celebrando la eucaristía, en la cual se hacen de nuevo presentes la
victoria y el triunfo de su muerte, y dando gracias al mismo tiempo a Dios por
el don inefable (2 Cor 9, 15)..." (S C 6).
En el mismo tiempo en que se
hace esta elocuente descripción de la liturgia central de la iglesia,
encontramos también las primeras alusiones claras a la que será posteriormente
la liturgia de las Horas. La Tradición apostólica de Hipólito, junto a la cena
común, conoce una especie de lucernarium o culto vespertino. Al caer de la
tarde, el diácono lleva la lámpara a la asamblea y se pronuncia una oración de
acción de gracias sobre ella: "Te damos gracias, Señor, por tu Hijo Jesucristo,
nuestro Señor, por el que nos has iluminado revelándonos la luz incorruptible.
Hemos vivido todo este día y hemos llegado al comienzo de la noche... Que no nos
falte ahora la luz de la tarde, por tu gracia; por eso te alabamos y te
glorificamos por medio de tu Hijo..." (c. 25). Otros capítulos invitan a orar
por la mañana, antes de comenzar el trabajo; si es posible, incluso en la
"asamblea, donde el Espíritu produce fruto" (c. 35). Pero también cada uno debe
orar a la hora de tercia, sexta y nona, "alabando continuamente a Dios", y antes
del reposo nocturno; e incluso los que viven en comunidad conyugal deben
levantarse a media noche para orar (c. 41). Unos años antes Tertuliano trazaba
el cuadro de estos tiempos de oración de una manera algo más realista, y
distinguía las horae legitimae, o sea, los tiempos de oración obligatorios "al
comienzo del día y de la noche", de las "orationes communes", acerca de las
cuales no existe ninguna prescripción (De oratione 25). De cualquier forma, no
se trata de un deber en sentido estricto, porque "respecto a los tiempos de
oración no hay ninguna prescripción; solamente se debe orar en todo tiempo y en
todo lugar" (ib, 24).
Para hacer posible esta vida cristiana, que
celebra la acción salvífica realizada por Dios en Cristo, los apóstoles habían
establecido ancianos, o sea, presbíteros (cf He 14, 23). Al comienzo del s. II,
ya en Ignacio de Antioquía encontramos plenamente desarrollado el ministerio de
los obispos, de los sacerdotes y de los diáconos. Al principio del siglo III es
otra vez Hipólito de Roma el primer testigo de las acciones cultuales por las
que se transmite solemnemente este poder ministerial (Tradición apostólica 2s;
7-13). En el día del Señor los obispos presentes imponen las manos sobre el
obispo neoelecto por el pueblo en presencia del presbiterio y recitan sobre él
la oración de consagración: "Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo..., envía
ahora el poder -que sólo puede venir de ti-del Espíritu soberano (heghemonikoú)
que tú has dado a tu amado Hijo Jesucristo... Concede, Padre que conoces los
corazones, a este siervo que has elegido para el episcopado, el don de pastorear
tu santo rebaño... (c. 3, ed. Botte, 6 y 8). De la misma manera el obispo y los
sacerdotes imponen las manos sobre el candidato al presbiterado y oran sobre él
(c. 7, ed. Botte, 20). Al diácono lo consagra solamente el obispo (c. 8, Botte,
22 s; 26); los demás ministerios se transmiten sin imposición de manos (cc. 11;
13).
Finalmente, debemos recordar que, ya a partir de la segunda mitad
del siglo II y después a lo largo del siglo III, se celebran las memorias de los
mártires en sus dies natalis, y precisamente con una celebración de la
eucaristía sobre sus tumbas, seguida de una comida en común.
Estos son
los rasgos esenciales del culto divino de la iglesia postapostólica en los
siglos II y III. Con gran libertad y apertura a la inspiración del momento y del
tiempo, las líneas fundamentales de los evangelios y de las cartas apostólicas
se tradujeron en unas pocas acciones cultuales sencillas, pero características,
en las que, utilizando materiales de la tradición veterotestamentaria y
adoptando formas que le resultaban comprensibles también al hombre helenístico
contemporáneo, se proclama, se celebra y se comunica el misterio pascual de
Cristo; o sea, el hombre se inserta en el misterio de Cristo a través del
bautismo, la confirmación y la participación en la eucaristía, a través de la
celebración regular de la eucaristía en el día del Señor de cada semana y en la
celebración anual de la pascua, de aquella gran vigilia nocturna que se prepara
con un tiempo más bien largo de ayuno y se corona con el tiempo festino y gozoso
de pentecostés. La oración incesante, concretada en la alabanza matutina y de la
tarde y en la oración libre en cualquier momento, inserta la confesión de Cristo
en la vida cotidiana.
Aunque se trate solamente de líneas fundamentales
y esenciales y de primeras redacciones de textos escritos, la vida cultual posee
ya una estructuración fijada a grandes trazos, como deja intuir la Didajé y
demuestran la Tradición apostólica y otras disposiciones eclesiásticas
semejantes de tiempos algo posteriores.
El cuadro que hemos trazado,
remitiéndonos para los siglos II y III sobre todo a Hipólito y a Tertuliano, se
refiere principalmente a la liturgia de la iglesia de Roma y del Africa latina.
Pero las indicaciones ocasionales que encontramos en otros escritos testimonian
en medida suficiente que las estructuras fundamentales son iguales por todas
partes. Pese a la libertad en la composición de los textos de que goza el obispo
que preside el culto, encontramos en todas las iglesias las mismas celebraciones
cultuales que explicitan el patrimonio originario heredado de los apóstoles,
sobre todo en lo que se refiere a la materia y forma de los siete sacramentos.
IV. LAS GRANDES FAMILIAS LITÚRGICAS
La herencia apostólica,
materializada y estructurada concretamente con gran libertad, es sinónimo de
pluralismo. Originalmente, si hacemos abstracción de las pocas líneas
fundamentales, encontramos una variedad de formas, y no una forma única y
obligatoria para todos. Esto vale ya para lo que se refiere a la lengua. La
primitiva comunidad apostólica de Jerusalén constituye el punto de partida. Pero
ya aquí, junto a los judeocristianos que hablan arameo, encontramos a los
helenistas (cf He 3, 9-11; 6, 1: "murmuración de los helenistas contra los
hebreos con motivo del trato injusto a sus viudas y pobres). Se forman nuevas
comunidades en Samaria (He 8, 5-25), en Cesaren (8, 40), Damasco ( 9,1),
Antioquía (13, 1), Chipre (13, 4ss), y luego en toda Asia Menor y en Grecia y,
finalmente, en Roma y España. La diversidad de lenguas es un hecho evidente:
aquí el arameo, allá el griego koiné, la lengua común en la cuenca del
Mediterráneo, la oikouméne de entonces. Para el culto esto significa
inmediatamente la distinción entre el hebreo-arameo de la Biblia y su traducción
griega llamada de los Setenta. Una importancia todavía mayor adquieren las
comunidades cristianas procedentes del paganismo, o sea, los cristianos
helenistas, que durante los siglos II y III fueron constituyendo cada vez más el
núcleo de las iglesias cristianas. Las primeras iglesias se concentraron sobre
todo en las grandes metrópolis del mundo de entonces, en Jerusalén y en
Antioquía (donde los discípulos fueron llamados por primera vez cristianos: He
11, 26), en Corinto y Roma, en Alejandría y Efeso, etc. Naturalmente, de todo
esto no sabemos todavía nada preciso o concreto. Debemos, por así decir,
deducirlo de los datos seguros de la Sagrada Escritura, de la doble forma de la
lengua, de la fundación de las primeras comunidades en esas grandes ciudades; y
con esto debemos confrontar lo que conocemos de una época posterior, referido a
las liturgias típicas formadas efectivamente en las grandes metrópolis, a saber:
en Jerusalén, Antioquía Alejandría, Roma y el norte de África latina (Cartago).
En esas ciudades habían puesto las bases los apóstoles; sus sucesores,
frecuentemente grandes figuras de obispos santos, edificaron sobre ellas. Lo que
ellos propusieron y ordenaron, lo que ellos, guiados por el Espíritu Santo y en
virtud de su gran personalidad, formularon en un momento de feliz inspiración
durante la celebración de los días festivos, todo eso se puso por escrito, se
coleccionó y fue de nuevo utilizado. Comunidades más pequeñas de los alrededores
lo acogieron con admiración; y así, a parar de la metrópoli, sede del obispo
principal, se fue desarrollando una liturgia que tenía una impronta típica.
Podemos reconocer clarísimamente ese proceso en la irradiación ejercida por
metrópolis occidentales como Roma, Milán y Cartago (en el norte de Africa
proconsular). Aquí la formación de familias litúrgicas concretas va de la mano
con el surgimiento de una específica latinidad cristiana. El latín cristiano se
ha desarrollado sobre todo en el África septentrional. Al crecer el número de
cristianos, hacia el final del período de las persecuciones y después del edicto
de Milán del 313, la lengua griega koiné, adoptada originalmente en todas
partes, cede el paso poco a poco al latín. Tertuliano puede considerarse como
uno de sus grandes creadores; Minucio Félix, sobre todo san Cipriano y luego
Lactancio son sus representantes principales. En un primer momento, con una
decisión conservadora perfectamente comprensible, se había mantenido el griego
en la celebración del culto. Pero para bien de los fieles era necesario cambiar.
En la iglesia romana, el paso del griego al latín en la liturgia tuvo lugar bajo
el papa Dámaso. La importancia de este acontecimiento puede caracterizarse así,
según los estudios de Chr. Mohrmann y Th. Klauser: "... Los cristianos se
crearon una lengua propia con dudas con miedo (a perder la belleza del latín
clásico), aprovechando las posibilidades que ofrecía el estilo moderno de
Gorgias (siglo I a. C.) o de la escuela asiática con su estilo paratáctico y
antitético. Creando neologismos directos e indirectos, siguen una tendencia de
vulgarización y renuevan el vocabulario... La evolución se aprecia fácilmente en
las obras de Cipriano, de Hilario y luego de Agustín. Nace así una lengua
propia, literariamente digna; el estilo paratáctico y antitético corresponde
mejor a la dignidad de la oración cristiana por razones psicológicas, históricas
y teológicas (es más popular; es el estilo del AT y del NT; ilumina mejor la
dialéctica de la existencia cristiana: Dios-hombre, cielotierra, bien-mal)".
Agustín puede decir: los cristianos "habent enim linguam suam qua utantur...
Melius ergo de ore christiano ritus loquendi ecclesiasticus procedit" (Enarr. in
Ps. 93, 3).
En este clima de libertad para una creación espontánea, de
apertura lingüística, de consideración hacia las necesidades de los fieles,
dominado por obispos excelentes por su genio y santidad, que gobiernan las
principales sedes de la cristiandad, se producen abundantes textos nuevos: ya no
hay solamente una sola gran plegaria eucarística (como sucedía y sucede todavía
en las iglesias orientales), sino una multiplicidad de plegaras: una oratio
(collecta) que abre la celebración; una oración introductoria sobre las ofrendas
(super oblata); numerosos incipit intercambiables de la plegaria eucarística,
que a continuación se llamarán prefacios; el núcleo de la plegaria eucarística
(sobre todo en la forma, testimoniada por Ambrosio, pero elaborada típicamente
en Roma, del canon romanus); breves oraciones conclusivas (post communionem,
super populum). Todo esto en una forma literaria, podríamos decir, unitaria: en
la lengua sintética, precisa, magistral de la latinidad tardía; en un latín
cristiano que se conjuga de formas siempre nuevas, con las que se intenta
expresar de alguna manera la grandeza de las acciones sagradas. Y con tal
libertad, espontaneidad y multiformidad, que un concilio de Hipona del 393 -por
tanto, contemporáneo de Agustín- se ve obligado a dar algunas advertencias: se
pueden usar esas plegarias solamente después que hayan sido aprobadas y
eventualmente corregidas por hermanos competentes bajo la vigilancia de los
obispos (can. 21). Tanta riqueza y espontaneidad nos permiten decir: "Se trata
aquí de una expresión típica de la mayor movilidad del genio occidental latino
frente al genio más contemplativo, más tranquilo, de los orientales, que usaban
una sola plegaria eucarística".7bis
Ante todo en Roma, pero también de
manera parecida en otras partes, estas oraciones, creaciones de los grandes
obispos, fueron coleccionadas, conservadas en el archivo, repetidas; luego las
adoptaron las iglesias más cercanas después de copiarlas en pequeños libelli
sacramentorum, fascículos que contenían los textos necesarios para una digna
celebración de los sacramentos eucarísticos, que posteriormente se unieron en el
libro denominado sacramentarium. Un primer ejemplo de una colección de este
estilo hecha todavía por una mano privada, será el Sacramentarium Veronense
(llamado también Leonianum, porque alguna que otra oración había sido compuesta
por el gran obispo de Roma san León Magno).
De la misma manera debemos
imaginarnos el desarrollo de la liturgia en las demás grandes ciudades. Con el
apoyo de la iglesia episcopal de la metrópoli de la grandes provincias (con
frecuencia sede antigua de un apóstol o de un discípulo de los apóstoles, y en
todo caso de grandes obispos santos) se forman a lo largo del siglo IV y
siguientes, en Oriente, la liturgia sirio-antioquena del siglo IV, que se remite
a la Didaskalia siríaca del siglo III, concretada sobre todo en las
Constituciones apostólicas (2, 57; 7, 39-45; 8, 5.11-15), y la liturgia
alejandrina, que se nos ha conservado aproximadamente en el Euchologion de
Serapión (siglo IV). En Occidente se formaron la liturgia (latinoafricana)
romana; la milanesa (o ambrosiana); la hispana antigua (visigótica), que es la
que más se diferencia de las formas romanas, y la galicana, de la que podemos
hacernos una idea -aunque solamente aproximada- por los Sermones de san Cesáreo
de Arlés y los escritos de Gregorio de Tours (siglo VI). La gran riqueza de
estas familias litúrgicas pudo desarrollarse en la atmósfera de libertad
instaurada bajo Constantino y sus sucesores. Junto a los textos para la
celebración de los santos misterios redactados en las grandes lenguas de la
época -siríaco, griego y latín- y en la correspondiente cultura espiritual, se
desarrolló también el complejo del culto divino, empezando por la construcción
de los edificios necesarios y de su decoración hasta la rica articulación de las
fiestas en su repetición cíclica.
Mientras que al principio las
comunidades se reunían en los locales de alguna casa espaciosa, ahora surgen
nuevas construcciones destinadas expresamente al culto divino. De los lugares de
reunión de los primeros cristianos hablan, por ejemplo, las escasas noticias de
los Hechos de los Apóstoles: el yperôon de la comunidad apostólica primitiva,
1,13; la casa de María, madre de Juan Marcos, 12,12; la sala de las fiestas de
Tróade, 20,8; finalmente, en general, en todos los lugares: la ekklesía
[comunidad de los fieles] kat’ oíkon, la comunidad que se reunía para el culto
en la casa de un creyente, la iglesia doméstica. El ejemplo clásico de semejante
domus ecclesiae primitiva, que de ser de propiedad privada pasa a ser de la
comunidad y se reestructura con esta finalidad, es la de Doura Europos (poco
después del 200), enterrada durante casi dos milenios en la arena del desierto y
recientemente sacada a la luz. Al final del siglo III se podían encontrar ya por
todas partes muchos edificios por el estilo. A partir de ellos se desarrolla el
local adecuado para las grandes celebraciones de la comunidad, estructurado de
acuerdo con la nueva masa de participantes y con la nueva autoconciencia: la
basílica, nacida de la unión de elementos de la domus ecclesiae cristiana y de
la basílica romana profana. Se trata de una obra tan lograda, plasmada con un
total espíritu cristiano en la simplicidad de su aspecto exterior y en la
intimidad serena y festiva de su interior, que determinará en los siglos
siguientes la mayoría de los edificios sagrados cristianos. Los ejemplos
históricos más famosos y que conocemos suficientemente, al menos en su planta o
en imágenes, son: las basílicas romanas de los apóstoles Pedro y Pablo, así como
la iglesia catedral del obispo de Roma, o sea, la iglesia del Santísimo
Salvador, de Letrán, además de las iglesias de Belén, Jerusalén, Constantinopla,
Nicomedia, Tréveris, Aquilea, Milán, etc.
Junto a la basílica se coloca
el otro tipo creativamente modelado e igualmente surgido de la transformación de
edificios profanos de la época: la iglesia de planta circular, cuyo ejemplo más
grandioso -la "Hagia Sophia", de Constantinopla- existe todavía, mientras que el
espacio cultual en cuanto tal se nos muestra mejor en San Stefano Rotundo y en
el mausoleo de Constanza, en Roma, así como en el más tardío de San Vital, de
Rávena.
Asimismo deben recordarse las construcciones destinadas a
acciones cultuales particulares: el edificio de planta circular del baptisterio,
como el de Letrán, en Roma; las memorias más modestas sobre las tumbas de los
mártires (a partir de las cuales, a continuación, se desarrollaron las
imponentes iglesias sepulcrales) y en los lugares de la historia sagrada;
finalmente, las instalaciones sepulcrales, como las de los cementerios romanos
subterráneos, con sus capillas, iglesias sepulcrales y, no en último lugar, una
serie de imágenes.
En estos lugares de culto -cuya decoración artística
interna conocemos de manera suficiente a través de los mosaicos (naturalmente
posteriores) de Santa María la Mayor, en Roma; de Aquilea y de Rávena - ejercen
su función de presidentes del pueblo creyente, que se reúne para la celebración
común, el obispo, los presbíteros y los diáconos revestidos de los trajes
festivos de la sociedad de entonces, trajes que poco a poco se van convirtiendo
en un hábito o uniforme utilizado solamente durante el culto y que dan comienzo
a las vestiduras litúrgicas que usó la edad media y que todavía usa nuestro
tiempo.
Sin embargo, el culto en su conjunto siguió siendo la liturgia
comunitaria del pueblo de Dios en memoria del Señor y de su acción salvífica,
con motivo de la celebración regular de la eucaristía el domingo (favorecida
ahora incluso por la legislación civil, que prescribe el necesario descanso y la
abstención de la actividad judiciaria y mercantil) y con motivo de la
celebración del mysterium paschale la noche de pascua, preparada e introducida
por la rica liturgia de la cuaresma, que culmina en el domingo de ramos y el
triduo pascual, y encuentra su propio coronamiento en la noche pascual (con la
administración de los sacramentes de la iniciación) y en el domingo de pascua.
La fiesta continúa después en el "tiempo de los cincuenta días" de pentecostés
con el carácter gozoso de su alleluia victorioso y con la espera del envío del
Espíritu Santo.
Al mismo tiempo, ahora se abre camino -a lo largo del
siglo IV- una nueva forma de celebración del misterio de Cristo, es decir, la
celebración de su encarnación, de su epifanía, de su revelación luminosa como
salvador del mundo, como luz de luz, como señor poderoso, que manifiesta su
propia gloria divina y redentora en su bautismo y en sus grandes milagros como
inicio de la revelación, que alcanzará su cumbre en la "beata passio" y en la
gloriosa resurrección.
A lo largo del siglo IV se desarrolla también la
veneración de los mártires. Sobre sus tumbas se levantan pequeñas memorias, los
llamados martyria. La multiplicidad de las oraciones, que ahora las iglesias del
Occidente introducen en la celebración de la misa, facilita la veneración de los
santos, mientras la plegaria eucarística propiamente dicha, el canon, sigue
reservado a la memoria central de la muerte y resurrección del Señor; en ese
memorial encuentra su centro decisivo todo martyrium, toda veneración de los
mártires.
De manera que, durante el siglo IV, el culto cristiano
experimentó un desarrollo rico, multiforme y al mismo tiempo dominado siempre
por algunas líneas fundamentales comunes: día del Señor, celebración pascual,
nacimiento y epifanía del Señor, sacramentos de la iniciación, ordenación de los
ministros, memorias de los santos (de los mártires), oración comunitaria por la
mañana y por la tarde y también en las vigilias nocturnas; el centro de todo lo
ocupa la celebración eucarística como núcleo y vértice de todo el culto
cristiano, que realiza el memorial real de la muerte y resurrección del Señor.
La iglesia local y su obispo están facultados para regular en sus particulares
estas celebraciones, sobre todo por lo que se refiere a la elección de las
lecturas bíblicas y la formulación de las oraciones. Precisamente aquí es donde
se manifiesta la diversidad entre las formas orientales y occidentales. Mientras
las iglesias orientales usan una sola gran plegaria eucarística, que se dice
sobre los dones del pan y del vino y exalta en una síntesis grandiosa la obra
salvífica de Cristo -plegaria diferente de una a otra iglesia, por lo cual
poseemos un considerable número de ellas-, las iglesias occidentales introducen
en cada misa diversas oraciones, que expresan con acentos siempre nuevos
determinadas peticiones, acompañan la marcha de la acción sagrada y nombran y
exaltan en los prefacios elementos particulares de la obra salvífica; por el
contrario, siempre en Occidente, el núcleo de la celebración eucarística está
formado de manera más bien sobria y breve, y precisamente -en Roma, en el África
septentrional (?) y en Milán, y algo menos en España por un solo texto esencial,
el llamado canon.
V. LA LITURGIA ROMANA CLÁSICA
Todo lo que
hemos dicho sobre la formación de las grandes familias litúrgicas vale de manera
especial para la iglesia romana. También sus comienzos hay que colocarlos en la
situación general de libertad que se instauró después del edicto de Milán del
313. El favor imperial ofrece a la iglesia romana la posibilidad de
desarrollarse grandemente, sobre todo a nivel de construcciones: surgen los
grandes edificios de la iglesia catedral de Letrán y las basílicas sobre las
tumbas de los apóstoles. Las exhortaciones preocupadas de diversos sínodos
africanos dejan adivinar un desarrollo tumultuoso de textos litúrgicos: "...
preces quae probatae fuerint in concilio, sive praefationes, sive commendationes
seu manus impositiones, ab omnibus celebrentur, nec aliae omnino contra fidem
praeferantur; sed quaecumque a prudentibus fuerint collectae dicantur". También
san Ambrosio, pese a su celo por la autonomía de su iglesia de Milán, reconoce
la importancia extraordinaria e irradiante de la liturgia romana.
Si
todas las liturgias occidentales se distinguen claramente de las formas del
Oriente, es necesario añadir que el rito romano se distancia también de las
formas todavía más ricamente desarrolladas del rito hispánico y visigótico.
Distintivo particular de la liturgia romana es la plegaria eucarística, el canon
romanus único, inmutable para todos los días del año y con pocos textos
intercambiables (Communicantes, Hanc igitur). A continuación estudiaremos de
manera particular la naturaleza, las estructuras y el contenido de esta
liturgia, porque ella no solamente ha ejercido un influjo fortísimo sobre todas
las liturgias occidentales, sino que en el transcurso de los siglos ha llegado a
ser la liturgia casi exclusiva del Occidente (latino) y, por fin, de la iglesia
universal (en América, Asia y África).
Se trata del período que va del
siglo IV hasta aproximadamente el siglo VIII, o sea, del tiempo en que la
iglesia romana desarrolló y formó de la manera espléndida que le es
característica su propio culto, hasta darle una forma madura y
extraordinariamente rica y preciosa bajo el aspecto teológico; después, esas
formas litúrgicas entrarán en contacto con los nuevos pueblos del medievo
francogermánico y sufrirán numerosas modificaciones. El conocimiento de este
tiempo se ve dificultado por el hecho de que casi todos los documentos que nos
dan noticias sobre él son manuscritos del período sucesivo, influidos ya con
frecuencia por la nueva situación. Las formas típicamente romanas en sentido
estricto comienzan cuando la iglesia local romana vive el paso del griego al
latín, acontecimiento que tuvo lugar, con gran probabilidad, bajo el papa Dámaso
(366-384).
Aunque hayan sido puestos por escrito en un momento
posterior, hay toda una serie de documentos que testifican en sustancia cómo se
celebraba en aquel tiempo el culto central; se trata de los libros que servían
al pueblo de Dios de esta iglesia para celebrar, bajo la presidencia de su
obispo rodeado de su presbyterium y de los ministros, los missarum solemnia, la
misa solemne, como hoy diríamos nosotros. Son: el Sacramentarium, que contiene
todas las oraciones del sacerdote que celebra la misa (y también los otros
grandes sacramentos); el Lectionarium, con los textos del AT y del NT que
proclaman los ministros; el Liber antiphonarius, con los textos y melodías de la
schola cantorum (y, por lo menos en teoría, del pueblo), subdividido (aunque
solamente en un período posterior) en un Antiphonarius Missae y en un
Antiphonarius Officii (este último para la liturgia de las Horas); el Ordo
(romanus), el libro que describe la manera de ejecutar las acciones sagradas.
Finalmente, debemos tener presentes los edificios y las obras de arte, que
constituyen el espacio y el ambiente de las acciones cultuales y reflejan de
alguna manera su espíritu.
El Sacramentario recoge las oraciones del
sacerdote. Inicialmente éstas se dejaban a la libre inspiración del celebrante;
e incluso cuando éste recurría a modelos, en el fondo quedaba libre. Sólo poco a
poco se comenzó a poner por escrito, a copiar y a conservar ciertas oraciones
particularmente logradas, creadas en un momento feliz, para ponerlas a
disposición de otros sacerdotes en un libellus sacramentorum, un pequeño libro
que contenía las oraciones necesarias para la celebración de los sacramenta (es
decir, la misa y los otros sacramentos). En un segundo momento, esos libelli se
recogieron y se ordenaron primero de manera privada, y siguiendo criterios más
bien externos (el orden de los meses); luego sistemáticamente, en una sucesión
regida por criterios teológicos, disponiéndose dentro del anni circulus, o sea,
se recogieron en el Liber Sacramentorum. Este es, simplificando un tanto las
cosas, el proceso que se verificó, poco a poco, a lo largo de dos o tres siglos.
Testigos de ello son los sacramentarios, que obviamente están ordenados de
formas diversas -empezando por el Veronense (llamado también Leonianum),
colección privada de oraciones, cuyo núcleo podría remontarse a León Magno y a
otros papas de los siglos V y VI. Todos estos libros siguen suministrando hasta
hoy la mayor parte de las oraciones de la iglesia romana.
Tras las
oraciones de petición y de alabanza del sacerdote celebrante, atestiguadas por
los sacramentarios, durante la acción cultual se hace la proclamación de la
palabra de Dios, de la obra salvífica de Cristo. Para esa proclamación sirve el
Lectionarium, que contiene los pasajes escriturísticos que se deben leer en voz
alta. Al principio esas lecturas se elegían libremente de la Biblia. Después se
comenzó a indicar con signos en el texto bíblico los trozos que se debían leer y
se redactaron listas con esas indicaciones, los llamados Capitulares.
Finalmente, se copiaron nuevamente los trozos así indicados y se los reunió en
libros especiales: en el Evangeliarium, para el diácono, y en el Epistolarium,
para el lector; independientes al principio, uno y otro acabaron por confluir en
el leccionario de la misa, que se distingue del leccionario para la liturgia de
las Horas. Los manuscritos más antiguos que nos ofrecen ese tipo de textos se
remontan a los siglos VI y VII.
También a los siglos VI y VII se
remontan los antifonarios, colecciones de textos y de melodías para la
celebración de la misa y posteriormente del oficio divino, aunque las melodías
más antiguas que se nos han conservado son con frecuencia posteriores al tiempo
del papa Gregorio Magno.
De particular importancia son los Ordines
(romani), que indican el modo de celebrar las acciones sagradas. Los Ordines que
se nos han conservado son con frecuencia memorias de peregrinos
franco-germánicos, que anotaron la costumbre romana que admiraban y la dieron a
conocer en su patria para que fuera imitada, a veces adaptando o uniendo la
praxis romana a las tradiciones locales. De todas formas, algunos de los 50
Ordines Romani [= OR] (según la numeración y la clasificación de M. Andrieu) nos
ofrecen un cuadro relativamente fiel de la liturgia romana del período clásico,
o sea, del pleno desarrollo, anterior a la fusión con elementos
franco-germánicos. Esto vale sobre todo para el OR I, que nos presenta un cuadro
claro de la misa solemne romana hacia el siglo VII; lo mismo hace el OR XI para
la celebración del catecumenado y de la initiatio christiana (bautismo y
confirmación).
El cuadro puede completarse de manera excelente
remitiéndose a los monumentos del arte contemporáneo que han llegado hasta
nosotros, es decir, los edificios eclesiásticos y su decoración artística. Las
basílicas, exteriormente grandiosas y sencillas, presentan en su interior una
atmósfera cálida y festiva, en la que el pueblo de Dios se reúne bajo la
presidencia del obispo con su presbiterio para la celebración comunitaria de la
eucaristía, o sea, de la liturgia de la palabra y de la liturgia sacramental
propiamente dicha del memorial del Señor y del sagrado convite. Hermosos
ejemplos de semejantes construcciones son, en la misma Roma, sobre todo Santa
Sabina y -aunque un poco posterior- Santa María la Mayor; asimismo las iglesias
de Rávena: San Apolinar Nuevo, San Apolinar en Classe, San Vital y los dos
baptisterios. Santa María la Mayor ofrece también un hermoso ejemplo de
representación del ciclo de la historia sagrada (a lo largo de las paredes de la
nave central). Es digna de consideración la imagen del Cristo de estos siglos,
representado sea en las prefiguraciones de la historia de la salvacrón, sea de
manera directa: en la imagen del Cristo joven, del buen pastor, del soldado
victorioso (Rávena, capilla arzobispal) y, finalmente, en el Cristo barbado,
maestro y dominador; del Pantokrator, por ejemplo, en los santos Cosme y Damián
en Santa Pudenciana, de Roma, y, por último, en la figura del crucificado, como
en Santa María Antigua, también en Roma (y en las correspondientes
reproducciones, de pequeño tamaño, como por ejemplo en el Codex de Rabulas y de
Rossano). El arte cristiano antiguo, que encontró su lugar en las basílicas
romanas, supo concretar la victoria del misterio de Cristo, la síntesis del
mysterium paschale, utilizando los elementos mejores de la grandeza (romana)
antigua y de la majestad oriental, y superando el estilo demasiado superficial,
juguetón e impresionista del naturalismo helenista tardío.
En este marco
se debe ver la celebración festiva de los Missarum Sollemnia, ilustrada y
presupuesta en el OR I. Se trata del culto practicado por el obispo de Roma en
su catedral en comunión con todo el pueblo de Dios y con la utilización de todos
los libros mencionados. Se subraya que se trata de un culto comunitario del
obispo y del pueblo. El orden y la sucesión del conjunto corresponden todavía a
la mejor forma bíblica. No existen oraciones privadas (ni, por tanto, tampoco
las oraciones silenciosas del sacerdote en los escalones del altar, durante la
ofrenda de los dones, antes y después de la comunión, añadidas solamente en el
medievo). Únicamente se encuentra al comienzo un breve acto de adoración de la
eucaristía (conservada desde la anterior celebración de la misa). Por lo demás,
toda la piedad personal se manifiesta en la celebración simple y genuina de la
gran acción: después del introitus vienen la oración, las lecturas, la homilía
(por lo menos todavía en la época de Gregorio Magno), la ofrenda de los dones,
la plegaria solemne y la acción de gracias (esto es, la eucharistia propiamente
dicha) sobre esos dones y el sagrado convite bajo las dos especies para todos.
Todo ello con gran sencillez y solemnidad: herencia apostólica; desarrollo de la
plegaria eucarística originalmente griega (prefacio y canon); su adaptación de
acuerdo con el genio latino en la lengua clásica de la latinidad tardía
cristiana; realización de la tradición universal en la forma exterior de la
cultura de entonces; transmisión de elevados valores espirituales en una forma
externa elocuente. Naturalmente, la celebración que acabamos de describir de los
Missarum Sollemnia es el culto festivo del papa, pero sirve de modelo a todas
las demás acciones eucarísticas. Con gran libertad se orientan hacia este alto
modelo en las celebraciones que los presbyteri realizan en los tituli (o sea, en
las iglesias parroquiales) de la ciudad y en reuniones menos numerosas. Para
completar el cuadro de la liturgia de aquel tiempo es necesario por lo menos
aludir a la celebración de las solemnidades: después de la celebración de la
navidad y epifanía, de las memoriae de los mártires, y particularmente de los
grandes apóstoles, así como de las solemnidades de María Madre de Dios, está la
gran celebración del misterio pascual, o sea, la celebración de la vigilia
pascual, preparada por la quadragesima y prolongada en el tiempo festivo de la
quinquagesima pascual (pentecostés), que concluye el día cincuenta con el
domingo de pentecostés.
En este espacio de tiempo festivo se inserta de
manera elocuente la celebración de la iniciación cristiana: la preparación de
los catecúmenos en los cuarenta días anteriores a la pascua; la administración
de los sacramentos del bautismo, la confirmación y la primera plena y real
participación en la eucaristía la noche de pascua, así como la atención prestada
a los nuevos bautizados en la semana de pascua y en el sucesivo tiempo pascual.
A esto se añade la celebración de las consagraciones (concesión de los órdenes)
sobre todo durante las cuatro témporas, celebración consistente en una simple
imposición de las manos y una oración. Acerca del officium divinum, la liturgia
de las Horas de aquellos siglos, es poco lo que sabemos. Propiamente se trata
sólo de las horas principales, de los laudes matutinos y ad vesperas, y por lo
menos de las vigilias que precedían a las grandes solemnidades principales.
Obviamente, para garantizar la celebración, los papas debieron recurrir siempre
a pequeños grupos más celosos, en la práctica, a monjes. Sus monasterios se
construyeron en gran número alrededor de las grandes basílicas, como ha
demostrado G. Ferrari. Esos monasterios anticipan los posteriores capítulos de
canónigos de las grandes basílicas.
Aunque solamente con trabajo se
puede sacar este cuadro de las fuentes, que describen, no siempre de manera
detallada y sobre todo no siempre de manera clara, la situación originaria, de
todas formas los datos bastan para iluminar -especialmente confrontándolos con
las liturgias de Oriente y de las iglesias hispánicas- lo que se ha llamado
justamente "the genius of the Roman Rite". La peculiaridad formal de la liturgia
romana puede caracterizarse más o menos así: "Una sencillez precisa, sobria,
breve, sin palabrerías, poco sentimental; una disposición clara y lúcida;
grandeza sagrada y humana a la vez, espiritual y de gran valor literario". Pero
es más importante la peculiaridad teológica presente en esa liturgia. Se trata
en primer lugar de la clásica postura fundamental de la oración en las grandes
plegarias, observada rigurosamente en aquellos primerísimos siglos: "Dum ad
altare assistitur, semper ad Patrem dirigitur oratio", por medio de Cristo
nuestro Señor, en el Espíritu Santo, según la formulación de los sínodos
africanos de Hipona del 393 y de Cartago del 397. Además, es de gran valor la
piedad eucarística, que se expresa así en las plegarias romanas: la ecuaristía
es la acción sagrada que celebra el memorial de la muerte y resurrección de
Cristo, culmina en la prex eucharistica (en el canon romano), está introducida
por la oratio super oblata y por el prefacio, y se concluye con el Amén de los
fieles. Estos últimos toman parte en la acción en dos momentos fundamentales de
carácter procesional: la presentación de los dones del pan y del vino, y la
aproximación a la mesa santa para comulgar bajo las dos especies. El final es la
oratio post communionem. En esta acción solemne se cumple el memorial, que es la
presencia del sacrificio de Cristo, "hostia pura, sancta, inmaculata, panis
vitae aeternae et calix salutis perpetuae". El cuerpo y la sangre de Cristo se
reciben "ex hac altaris participatione". Todo ello se expresa de una manera
sobria, y manifiesta claramente la realidad: "sacramenta caelestia, mysteria,
sancta, remedium, alimonia, panis, potus, libamen, munus, pignus". La
celebración se orienta a la adoración de Dios Padre, pero mediante Jesucristo,
en la representación de su único sacrificio. Sólo con mucha discreción se habla
de la adoración del sagrado manjar, del cuerpo y la sangre de Cristo, y
concretamente -a excepción del respeto con que todo se realiza sólo en la
rúbrica del OR I. (n. 49): "Pontifex, inclinato capite, salutat sancta", al
comienzo de la celebración. Se trata siempre de la celebración de toda la
ecclesia, que se reúne para la statio en un determinado día litúrgico, y para la
celebración habitual (del domingo) en los tituli. Y este culto es el culto
divino de la iglesia romana, "in qua semper apostolicae cathedrae viguit
principatus" (Agustín, Ep. 43, 7), "in qua immaculata est semper catholica
servata religio" (papa Hormisdas, 514-523).
VI. LAS TRANSFORMACIONES DE
LA LITURGIA ROMANA
AL ENCONTRARSE CON EL GENIO FRANCO-GERMÁNICO
Es
un dato histórico que la liturgia romana emigró hacia el norte, primero en un
proceso casi imperceptible y más bien casual, y después de manera consciente. En
esa emigración se adaptó, bajo múltiples aspectos, a las nuevas situaciones y se
modificó para, a continuación, cambiada y enriquecida, volver a Roma como
fundamento de la liturgia romana de la edad media. Inicialmente fueron
peregrinos de países franco(galo)-germánicos, llenos de admiración por el
ceremonial, los edificios y los textos de la liturgia romana, papal, los que la
dieron a conocer en el norte con sus narraciones, con sus esbozos y finalmente
con sus textos. Así, en la práctica, se acogían los elementos de una liturgia
grandiosa, monumental, y pese a todo sencilla, al par que su peculiaridad
teológica, sin renunciar en todo caso al propio patrimonio, tal y como todavía
se nos ha conservado en los documentos de la liturgia galicana antigua (en el
Missale Gothicum, Francorum, Gallicanum Vetus), caracterizada por una
predilección por el lenguaje sentimental, cálido, conmovedor, y por la acción
dramática. Un primer resultado de la fusión de las dos formas son los
Sacramentaria Gelasiana del s. VIII, cuya forma original se elaboró
probablemente en Flavigny hacia la mitad del siglo bajo Pepino.
Pero la
admiración por Roma y la veneración hacia la iglesia de San Pedro empujaron
todavía más a los nuevos pueblos. Repetidamente Carlomagno pide al papa textos
romanos puros. Quizá le movían también razones políticas: quería reforzar los
lazos entre las diversas regiones de su reino occidental mediante una
unificación de la liturgia, precisamente sobre la base del modelo romano.
Naturalmente, el sacramentario puro que le envió el papa Adriano I "ex
bibliotheca cubiculi", un gregorianum, no bastaba: ante todo estaba incompleto,
y además no respondía plenamente a las nuevas situaciones. Así los ministros del
rey, sobre todo, según parece, Benito de Aniane, lo completaron, y explicaron
detalladamente su trabajo en un prólogo ("Hucusque"). El hecho es bastante
sintomático.
Un patrimonio originalmente romano, en sí mismo herencia de
los comienzos del siglo V, elaborado en la Roma papal de los siglos V al VIII,
se adopta en la capilla palatina del rey-emperador y sirve no sólo para
Aquisgrán, sino para todo el país de los francos y en el imperio de Occidente
como base para una liturgia enriquecida con elementos indígenas. Lo que aquí
sucedió con el sacramentario es ejemplo elocuente del proceso análogo que afectó
a la progresiva elaboración del Ordo Missae, y sobre todo a la celebración
concreta de las diferentes acciones litúrgicas, y finalmente a los leccionarios
y antifonarios. Nos limitaremos a mencionar algunos ejemplos típicos. La nueva
liturgia mixta es más rica que las formas simples de la antigua liturgia romana;
se añade la espléndida consagración del cirio pascual, misas votivas, un gran
número de oraciones más marcadamente personales, sobre todo oraciones en las que
el sacerdote confiesa privadamente y en silencio sus propias culpas y pide
perdón (las llamadas apologías), que poco a poco van apareciendo al comienzo de
casi todas las partes de la misa. Muchas oraciones son de tipo nuevo, se dirigen
preferentemente al mismo Cristo y no ya, como en la forma clásica, sólo al Padre
mediante Cristo; además se aprecia una fuerte conciencia del pecado, una
angustia frente al juicio inminente. El carácter comunitario queda marcadamente
en segundo plano; el pueblo creyente toma parte menos actora en el culto, con
frecuencia es sólo un espectador mudo de una liturgia clerical. El sacerdote,
que ahora está casi siempre de pie en el altar de espaldas al pueblo, celebra el
culto con un aislamiento mayor y va asumiendo cada vez más todos los papeles que
hasta ahora se habían distribuido entre varios ministros. Por eso le basta con
un solo libro, que contenga todo lo necesario para la celebración; de aquí nace
el Missale plenarium, en el que se recogen a la vez antífonas, oraciones,
lecturas, prefacios, canon y toda la ordenación de la misa. De manera semejante
se recogen juntas las rúbricas y los textos necesarios para el culto celebrado
por el obispo, primero ampliando más o menos los Ordines, y finalmente, hacia el
950, en el monasterio de St. Alban de Maguncia, todo se sintetiza en un libro
único que recibe el significativo nombre de Pontifícale Romano Germanicum. El
monasterio renano no es el único centro de semejantes trabajos de compilación,
de adaptación y de desarrollo de documentos. Algo parecido sucede en San Gall
(Suiza), en Metz (Lorena), en Séez (Normandía), en Minden (Alemania
septentrional), etc. Un elemento importante de la liturgia modificada es la
multiplicidad de las misas, prácticamente de carácter privado con mucha
frecuencia, a pesar de que en un primer momento se celebren con la intención
clara de imitar en el ambiente germánico indígena el ciertamente rico culto
estacional romano.
También en este caso conocemos en cierta medida,
mediante los monumentos conservados, el ambiente en que se celebraba la
liturgia. Sobre el modelo romano o ravenés se construyeron en los siglos VIII y
IX las iglesias de planta circular de la capilla palatina de Carlomagno en
Aquisgrán, de San Miguel en Fulda, de S. Riquier y de Germigny-des-Prés. También
la construcción alargada de forma basilical se desarrolla en las maravillosas
iglesias de Korvey (Corbeia nova, Weser), de San Ciriaco en Gernrode, de San
Rémy en Reims; formas más sencillas encontramos en las iglesias románicas de
Cataluña y, por ejemplo, en San Miguel de Pavía, hasta que en el estilo románico
antiguo surjan edificios imponentes como el de S. Benoit (Fleury)-sur-Loire que
pretenden presentar en la poderosa y torreada fachada exterior el misterio de
Cristo, hasta ahora completamente escondido en el interior de la iglesia
(ejemplos clásicos posteriores serán la iglesia abacial de Cluny y las
catedrales renanas, así como, aunque de manera diversa, las iglesias románicas
de Colonia o el arte románico-bizantino de Sicilia). Esas iglesias de arte
románico unen de manera feliz "lo estático con lo dinámico, la línea horizontal
y la vertical, la perfección de la armonía, simple y monumental, con el
vitalismo voluntarista y ético de los pueblos franco-germánicos ..., en un
conflictivo creativo..., con una belleza específica, llena de tensiones, a veces
trágicas... Encontramos el mismo fenómeno en las formas de la liturgia de esa
época: el genio (el éthos) nuevo, un componente de individualismo voluntarista,
exige y encuentra la manera de entrar en las formas transmitidas por Roma.
Reconoce... el primado de estas formas y mediante esta sumisión crea la
liturgia, la piedad, la cultura cristiana de estos siglos, que así se acercan a
la meta suprema de la síntesis propia de los siglos XII y XIII…".
VII.
TRANSFORMACIONES, DESARROLLOS, REFORMAS
1.LA LITURGIA DE LA CURIA.
Todo el material elaborado en este proceso de transformación durante siglos
e introducido y aceptado en la celebración cultual necesitaba una ulterior
maduración y codificación para poder convertirse en la base de la celebración
litúrgica de los siglos sucesivos. Nuevamente esto sucedió mediante un acto de
Roma y su irradiación, sobre todo por obra de la joven orden franciscana. La
liturgia del período romano clásico y la franco-germánica de los monasterios y
catedrales era demasiado rica para poder llegar a ser patrimonio común.
Es un mérito del clero de la curia romana de los siglos XII y XIII el haberla
adaptado y hecho prácticamente accesible incluso a comunidades más pequeñas,
sobre todo parroquiales. Este necesitaba esa simplificación para su propio
culto, todavía comunitario siempre, durante las numerosas peregrinaciones de la
corte romana. El resultado fue la liturgia de la curia romana, consistente en un
Misal, un Breviario y un Pontifical (para el Breviarium, cf P. Salmon, L'Office
divin au moyenáge, París 1967~ 143-170 para el Pontificale, cf la ed. de M.
Andrieu, Ciudad del Vaticano 1940).
La joven comunidad de hermanos de
san Francisco de Asís deseosa de celebrar la misa y el oficio divino "secundum
ordinem sanctae romance ecclesiae" (Regula II), adoptó esa liturgia. Aimón de
Faversham, ministro general de la orden (1240-44), reelaboró posteriormente todo
ello y lo hizo más practicable. Así, una vez revisada, esa liturgia, usada por
sus hermanos, se difundió por todo el Occidente. Frente a la gran multiformidad
de las liturgias, que habían conocido una auténtica uniformidad solamente en el
ámbito de las grandes comunidades religiosas (Cluny, Prémontré, Citeaux y luego
sobre todo entre los dominicos) y en asociaciones metropolitanas menores, esto
significó un paso importante hacia la uniformidad centralizada de la liturgia
occidental, que tiene su fuente en un patrimonio romano, arrastrado por la
fuerza revolucionaria de la orden franciscana. Naturalmente, la difusión
manuscrita -la única que existía antes de la invención de la imprenta- siguió
ofreciendo la posibilidad de continuos cambios y enriquecimientos nuevos. Pero
el núcleo fundamental y la actitud espiritual siguieron siendo comunes.
Solamente el Pontifical fue modificado por el trabajo de Guillermo Durando,
obispo de Mende (Francia), en 1285 y modificado de una manera típica de todo el
proceso: un libro romano (que a su vez era la reelaboración romana del
Pontifícale Romano- Germanicum de Maguncia) se adaptó a las exigencias de un
obispo que vivía fuera de Roma, con la utilización de costumbres propias no
romanas. Andrieu lo ha caracterizado de manera excelente: el trabajo de Durando,
"católico por su extensión, lo será también por su composición íntima". La
liturgia descrita en este libro muestra con claridad cuáles son las ideas
directivas y la mentalidad de fondo, sobre las que se formó la sociedad
cristiana medieval: comunidad de fieles ordenada jerárquicamente, capaz de
asegurar la salvación de todos sus miembros ordenados en torno al obispo, que
tiene el poder de instituir al clero y de santificar a los laicos, e incluso de
consagrar al mismo emperador, los reyes y los caballeros: todo esto en tiempos y
lugares sagrados. Se trata, en definitiva, de la liturgia pública celebrada por
toda la cristiandad en las catedrales, en los monasterios y en las iglesias
parroquiales de los siglos XIII y XIV.
Todo esto encierra muchos
aspectos positivos. La celebración litúrgica es el elemento central de un
período vitalísimo, el siglo XII con Bernardo de Claraval, Abelardo, el
"Duecento" verdaderamente grande con Francisco de Asís, Domingo y maestros como
Giotto. Pese a todas las variaciones en los detalles, el Ordo Missae toma una
firme estructura, testimoniada, v.gr., por el Ordo officiorum ecclesiae
lateranensis (mitad del siglo XII). De todas formas, todavía afloran aspectos
nuevos, como el que subraya la presencia eucarística del cuerpo del Señor (tras
la controversia con Berengario y la clarificación del concepto de
transubstanciación). Al comienzo del s. XII se inicia la costumbre de la
elevación de la hostia después de la consagración; participan en el culto, pero
con frecuencia centran su interés en; aumenta la distancia entre el sacerdote y
los fieles. Se multiplican las celebraciones de misas, sobre todo en privado. En
el calendario se asumen nuevas fiestas: la de la Santísima Trinidad y del Corpus
Christi.
Está claro que la ordenación de las nuevas formas de piedad
basadas en tradiciones inmemoriales implica que éstas se inserten en el gran
complejo del culto eclesial (es muy interesante el análisis pormenorizado de
todo el Ordo Misae, así como ver de donde y cuando nace cada oración concreta).
Sin embargo, por otra parte, todo esto se desarrolla lentamente,
asumiendo proporciones notables sólo hacia el final del medievo, en el llamado
"otoño de la edad media". Expresión de ello, en sus aspectos positivos y
negativos, es el arte contemporáneo, que por un lado nos muestra catedrales,
monasterios, pinturas y esculturas grandiosas, y por otro una articulación cada
vez mayor de las iglesias en capillas con muchos altares y una tendencia
historizante en las representaciones de la historia sagrada, con sus
acentuaciones del lado humano en la representación de Cristo y de los
acontecimientos de la historia de la salvación.
2. EL BREVIARIO DE
QUIÑONES.
El cardenal Fr. Quiñones, OFM, es quizá el representante más
típico de la situación litúrgica en la primera mitad del siglo XVI. La evolución
ha llevado a tomar cada vez mayor conciencia de las debilidades y defectos de la
liturgia y a la petición, de reformas, que, sin embargo, se realizan con un
espíritu de individualismo y de privatización cada vez mayores. En este sentido
debe valorarse la importante labor del card. Quiñones, el Breviarium S. Crucis
(llamado así por la iglesia titular de su autor.). Reduce la extensión de la
recitación a proporciones razonables y practicables, insiste repetidamente en la
recitación regular de todo el salterio y presenta en una buena subdivisión toda
la Sagrada Escritura, renunciando a lecturas discutibles de textos legendarios.
Y todo ello de una manera, sin embargo, que convierte el breviario en un libro
para que lo lea el orante particular, renunciando a la oración comunitaria (que
se había hecho demasiado pesada y larga).
Junto al cardenal aparecen
otras figuras que, hacia finales del siglo XV y comienzos del XVI, emprenden a
su manera una reforma de la liturgia en el sentido de las aspiraciones generales
de una reforma "in capite et membris", tal y como se expresan a partir del
concilio de Constanza (año 1415). En sínodos de 1453 y 1455, Nicolás Cusano pide
que se sometan a comprobación los misales según un ejemplar normativo. Obispos
particulares como G. M. Giberti de Verona y otros de Francia y de Renania
emprenden una reforma en sus respectivas jurisdicciones. El maestro de
ceremonias de la corte de un papa como Alejandro VI nos da incluso una amplia
descripción del modo de celebrar la misa, naturalmente la misa privada y rezada
en voz baja. En qué medida deseaban los mejores humanistas de la época una
reforma del culto y de los libros cultuales lo advertimos a partir del Libellus
supplex, que los nobles venecianos (después monjes camaldulenses) V. Quirini y
T. Giustiniani dedicaron a León X en 1513-15. Sin embargo, todo esto quedó como
episodios fragmentarios, hasta que la acción revolucionaria emprendida por el
monje agustino de Wittenberg Martín Lutero, con sus reformas radicales, obligó
también a la gran iglesia a poner mano a una reforma real cimentada en la
Tradición.
3. DE TRENTO Y LA CODIFICACIÓN DE PÍO V.
Las reformas
litúrgicas de Martín Lutero y de sus contemporáneos contenían indudablemente
importantes elementos de la liturgia de siempre, pero contenían muchos más
elementos inventados, sacados de contexto, de invención,… Pero lo que si es del
todo cierto es que los reformadores protestantes eliminaron demasiadas cosas del
genuino patrimonio de la tradición y, al par que la unión con la gran iglesia,
perdieron también el camino de acceso al tesoro hereditario de los orígenes
apostólicos (cf el juicio de equilibrados historiadores de la liturgia de
confesión protestante). La verdadera reforma decisiva fue misión del concilio de
Trento: superación de las doctrinas erróneas e inauguración de una auténtica
reforma basada siempre en la Tradición. Esta afectó también y precisamente al
ámbito litúrgico. Tomó nota de la situación, decidió cambiarla, redactó un
"catalogus abusuum" y dio también algunos pasos efectivos, por ejemplo
prohibiendo el Breviarium S. Crucis de Quiñones (porque correspondía poco al
carácter tradicional de la oración comunitaria) y promulgando el decreto "de
observandis et vitandis in celebratione Missarum". Sin embargo, el concilio no
podía cargar sobre sí la tarea de poner en práctica las reformas concretas, y se
lo encargó solemnemente al papa, "ut eius iudicio atque auctoritate terminetur
et vulgetur".
Con una mirada retrospectiva podemos ahora caracterizar
así su programa de reforma: "El concilio ha querido llevar a cabo una reforma
litúrgica -para superar el estado caótico de la liturgia- en continuidad con la
tradición, en sentido crítico-histórico; a saber: eliminando las añadiduras
posteriores, devolviendo la precedencia a las partes de tempore, disminuyendo
las fiestas de santos y las misas votivas, buscando una mayor uniformidad,
abreviando razonablemente, componiendo en fidelidad absoluta a la tradición un
Ordo Missae con rúbricas obligatorias para todos. Es un título de gloria de los
papas postridentinos haber puesto mano con energía a la reforma querida por el
concilio también en el campo litúrgico y haberla llevado a la práctica en un
tiempo relativamente breve: el Breviarium Romanum en 1568, el Missale Romanum en
1570, por obra de san Pío V; el Pontiftcale Romanum en 1596, el Caeremoniale
Episcoporum en 1600, por obra de Clemente VIII; el Rituale Romanum en 1614, por
obra de Paulo V; la Sacra Congregatio sacrorum Rituum, fundada en 1588 por Sixto
V para asegurar la obra de la reforma. En las bulas introductorias Quod a nobis,
de 1568, y Quo primum Tempore (Bula de muy interesante lectura para centrar el
tema), de 1570, Pío V expresó claramente la intención de la reforma: la reforma
de la alabanza divina y de la misa se reordena y reconduce "ad pristinam orandi
regulam", "ad pristinam... sanctorum Patrum normam ac ritum" para toda la
iglesia y para uso perpetuo. Quedan libres de adoptar la nueva norma vinculante
sólo aquellas iglesias que desde doscientos años antes posean una forma propia
(Sobre todo las Iglesias Orientales). Para alcanzar esta finalidad se sirvieron
de manuscritos del Vaticano y de otras bibliotecas, esperando así renovar la
forma original, tal y como había sido "praesertim Gelasio ac Gregorio I
constituta, a Gregorio VII reformata", mientras que las épocas posteriores se
habían ido alejando de ella. Se eliminaron los desarrollos indebidos, se pasaron
por el tamiz y se restablecieron todas las partes, especialmente de la misa,
tomando prácticamente como base el Missale secundum usum Curiae del s. XIII y en
la forma de su tradición romano-italiana, tal y como aparecía en la primera
edición impresa de 1474. Sin embargo, en el conjunto no se llegó más allá de
Gregorio VII, y, por tanto, no se restableció el antiguo rito romano, sino
solamente su forma mixta, el rito romano-franco-germánico del medievo. Se le
podó de múltiples añadiduras, por ejemplo de las secuencias dominicales, y se le
mejoró con una mayor rigidez en el calendario. Pero como base de la liturgia de
la iglesia universal se estableció para los sucesivos cuatrocientos años una de
sus múltiples variedades (ciertamente una de las mejores), o sea, la liturgia de
la curia.
Aunque se tratara de una forma mixta medieval, en su núcleo
encerraba el patrimonio esencial de la antigua liturgia romana y se convirtió en
una fuente de vida espiritual. Por otra parte, junto a los méritos, debemos ver
también sus límites, inevitables en la difícil situación de entonces.
(recomendamos otros tantos textos que centran toda la historia de esta
codificación de San Pío V, ya que aquí nos es imposible el incluirlos).
4. LA REFORMA INSPIRADA EN EL /MOVIMIENTO LITÚRGICO.
Se trata de un
proceso cultural y espiritual complejo, de amplísimo alcance. En sus primeros
momentos, a través de la obra de dom Próspero Guéranguer (con su producción
literaria L’ anée liturgique e Institutions liturgiques y con su batalla contra
la liturgia neogalicana a favor de la liturgia romana, el movimiento litúrgico
se basa en las intenciones más profundas de Pío V acerca de la liturgia, que
desarrolla y que, a través de Pío X, y la Mediator Dei, de Pío XII.
a)
Pío X. En el arranque de esta imponente línea de desarrollo está seguramente el
trabajo de varios centros del siglo XIX: Solesmes, con Guéranger; Beuron, con M.
y PI. Wolter; el Vat. I, con sus estímulos a la renovación y profundización de
la vida eclesial bajo la guía del papado; el florecimiento de una renovada
teología (de la escuela romana y de la escuela de Tubinga); los intentos de
renovación de la música sagrada, sobre todo en el marco del movimiento ceciliano
con el congreso de Arezzo (1882), y los esfuerzos del card. José Sarto (Pío X).
Pero como arranque del verdadero movimiento litúrgico de esta época se debe
considerar el primer decenio del siglo XX. Su fundamento -aunque no se le diera
de inmediato tal importancia- fueron sin duda las palabras programáticas de Pío
X (por tanto, precisamente del card. Sarto) en su motu proprio del 22 de
noviembre de 1903 sobre la restauración de la música sagrada, Tra le
sollecitudini: "Siendo... un vivísimo deseo nuestro que florezca nuevamente de
todas las maneras posibles el verdadero espíritu cristiano..., es necesario
antes que nada atender a la santidad y dignidad del templo, donde se reúnen
precisamente los fieles para beber ese espíritu de su primera e indispensable
fuente, que es la participación activa en los sacrosantos misterios y en la
oración pública y solemne de la iglesia". Esta importante declaración no tuvo
consecuencias inmediatas. Los decretos sobre la comunión promulgados por el papa
inmediatamente después aumentaron la frecuencia de la comunión eucarística, pero
sin una conexión directa con la liturgia de la misa, pese a haber desempeñado la
necesaria función de abrir caminos.
b) Malinas/ L. Beauduin. El
auténtico comienzo de aquel movimiento que en 1956 Pío XII definirá "como un
paso del Espíritu Santo por su iglesia "41 se ve en el impulso que da el
congreso de Malinas de 1909, con el inflamado discurso de dom Lamberto Beauduin
y con la actividad litúrgico-pastoral de las abadías belgas puestas en
movimiento por este acontecimiento. Debemos limitarnos a indicar brevemente los
datos que revelan la amplitud del movimiento: Lovaina/ Mont César; M.
Festugiére, con su ensayo sobre La liturgie cathlique de 1913, en el que ilustra
de manera incluso revolucionaria cuán gran fuente de energía espiritual es la
liturgia correctamente celebrada; Maria Laach, en los años 1913-14 y 1918 y
siguientes, con su actividad en el mundo de los estudiantes y con sus
colecciones en parte divulgativas, en parte rigurosamente científicas: Ecclesia
Orans, Liturgiegeschichtliche Quellen und Forschungen y Jahrbuch für Lit. Wiss,
de O. Casel a partir de 1921; Pius Parsch en Austria, con su actividad litúrgica
popular; la "Rivista liturgica" de Finalpia, a partir de 1914; 1. Schuster y su
Liber sacramentorum; los salesianos E.M. Vismara y don Grosso, así como muchos
otros. Todos estos intentos tendían a valorar y a aprovechar las fuentes de la
piedad auténtica descubiertas en la liturgia romana, precisamente en una
atmósfera de rigurosa centralización y sumisión a la norma de la iglesia de
Roma. Bastaba con abrir los libros romanos y celebrar la liturgia de acuerdo con
ellos para descubrir "el fundamento objetivo de la construcción individual de la
propia vida religiosa". Se centraban sobre todo en la recta celebración del
sacrificio de la misa, pero también en la celebración de los demás sacramentos,
de la liturgia de las Horas y del año litúrgico. Se fijaron como meta
concelebrar la liturgia no sólo como individuos aislados, sino como comunidad, y
participar en la acción salvífica de Cristo por la concelebración de las
acciones sagradas.
Se forma así una nueva conciencia de la iglesia; la
iglesia se hace viva en el alma de los fieles" sobre todo cuando éstos se
encuen¿ran reunidos en torno al altar como iglesia local. Se dan cuenta de que
todos los bautizados están llamados, como sujetos de un sacerdocio universal y
bajo la guía del sacerdote ordenado celebrante, a "celebrar" el culto en una
acción sagrada que tiene un sentido, es simbólica sacramental. Esto tiene lugar
cuando nos conformamos a Cristo y a su acción salvífica, por medio de Cristo
nuestro Señor, no sólo en el recogimiento mudo y adorante de la oración ante el
sagrario, sino sobre todo en la participación activa en la acción sagrada,
cuando el acontecimiento salvífico se nos hace presente y engloba en sí mismo a
nosotros y nuestro camino en Cristo hacia el Padre, para alabanza de su gloria y
para salvación nuestra. Punto central de todos los esfuerzos es la celebración
de la misa, sobre todo en la forma de misa recitada, dialogada, de la misa
comunitaria. El ideal es y sigue siendo la adhesión fiel a las normas oficiales
de la liturgia romana. En un primer momento, pues, no se necesitan formas
nuevas, y se limitan a dejar de lado, con una actitud cada vez más crítica, las
menos válidas, como la misa ante el Santísimo expuesto o la exuberante
abundancia de misas de negro o de difuntos. Las iniciativas positivas son más
numerosas: predilección por la liturgia de ea, sobre todo durante la cuaresma;
recitación comunitaria de completas y de otras horas, a ser posible en el
momento debido; en los límites de lo posible, la comunión en cada misa, pero con
hostias "ex hac altaris participatione", etc. De semejante actitud crítica
brota, con el paso de los años, también el deseo de ver cambiadas algunas cosas
no tan perfectas.
c) Pío XII "Mediator Dei" y vigilia pascual. Las
reacciones que desencadena esta nueva actitud conducen, hacia 1938-39, a una
crisis, que provocará la intervención de Pío XII con la encíclica Mediator Dei,
de 1947, en la que el papa pone en guardia contra desviaciones y exageraciones,
pero a la vez reconoce expresamente las instancias auténticas del movimiento
litúrgico. Sin duda el punto culminante de su intervención es el encargo
confiado en 1948 a la Congregación de ritos de preparar una reforma general de
la liturgia, encargo que dará su primer fruto con la reintroducción de la
vigilia pascual y la reforma de la semana santa, establecidas por el decreto
Maxima redemplionis mysteria, de 1955 11. Así se abría el camino que, a través
de numerosos congresos internacionales de estudiosos y expertos en liturgia (a
partir de 1951) y sobre todo a través del congreso litúrgico pastoral de Asís de
1956 y el congreso eucarístico de Munich de 1960, llevaría al concilio Vat. Il.
d) El Vat. 11.- SC y reforma posconciliar. El concilio y todo su
programa de reforma son mérito de la valiente iniciativa, verdaderamente bajo la
guía del Espíritu Santo, de Juan XXIII. Fue providencial que el primer documento
conciliar fuera la constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium. En ella
encontramos frecuentemente de manera programática la finalidad última de la
reforma conciliar e indicado el camino hacia ella: el concilio se interesa
especialmente por la reforma e incremento de la liturgia porque se propone
,,acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a
las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a
cambio..." (SC l). El hecho de que comenzara por la constitución sobre la
liturgia fue sintomático: sobre todo porque la glorificación de Dios y la
comunicación de la salvación en Cristo a los hombres deben constituir siempre el
fin primordial de la iglesia; luego -last, not least- porque el programa
expresado en la constitución litúrgica era el fruto precioso del trabajo de todo
un siglo del movimiento litúrgico, correspondía al deseo de los mejores miembros
de la iglesia y estaba apoyado por el trabajo conjunto de los liturgistas de
toda la iglesia.
El concilio votó la constitución el 4 de diciembre de
1963, con 2.147 placet y cuatro non placet, y Pablo VI la aprobó. Esta
finalmente hacía lo que se debería haber hecho hacia el final de la edad media,
pero que el concilio de Trento no pudo realizar por falta de tiempo y por el
precipitarse de los acontecimientos: clarificaciones de fondo sobre lo que es la
liturgia como culto de la iglesia, como adoración del Padre en espíritu y
verdad, como celebración memorial de la obra salvífica de Cristo; indicación de
las normas directivas de una reforma real, para perseguir finalmente -pidiendo
otra vez para ello la intervención del papa, pero con medios mejores que
entonces la meta valiente que Pío V se había propuesto, es decir, la renovación
de la liturgia "ad pristinam normam Patrum" (bula Quo primum, de 1570), llevando
a cabo al mismo tiempo una genuina actualización según las necesidades de
nuestros días.
La constitución sobre la liturgia expone en un primer
capítulo los "principios generales para la reforma y fomento de la sagrada
liturgia". En primer lugar ilustra 1,a naturaleza y la importancia de la
liturgia misma. Esta se halla dentro de la realización del proyecto salvífico de
Dios para nuestra redención y para la adoración del Padre, que el Hijo encarnado
de Dios, Jesucristo, ha actuado sobre todo mediante el misterio pascual de su
pasión y glorificación. La iglesia debe proclamar y actualizar esta obra
salvífica precisamente en la liturgia, en la que "opus nostrae redemptionis
exercetur" (SC 2). Para ello Cristo está siempre presente en su iglesia, por lo
cual toda celebración litúrgica "es acción sagrada por excelencia, cuya
eficacia... no la iguala ninguna otra acción de la iglesia" (SC 7). La acción de
la iglesia no se agota obviamente en la liturgia, aunque ésta, de todas formas,
sigue siendo cumbre y fuente (SC 10). Fin de toda la actividad litúrgica es
"aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones
litúrgicas" a la que los fieles están llamados y capacitados por el bautismo (SC
14). Para alcanzar esta finalidad, es necesario efectuar una reforma con
fidelidad a. la "sana tradición", pero con espíritu abierto a un "progreso
legítimo" (SC 23); una reforma que siempre debe estar preparada y acompañada por
estudios profundos, por la atención al verdadero espíritu de la liturgia y por
prudencia pastoral (ib). En este trabajo, evidentemente, es necesario tener en
cuenta el carácter comunitario del culto cristiano (SC 26; 41s). Desde luego son
posibles eventuales cambios y adaptaciones a las iglesias locales; la iglesia ya
no impone "una rígida uniformidad", aunque todas las decisiones deben llevar el
sello de la autoridad episcopal y de la autoridad papal (SC 37; 32; 43ss).
A estas explicaciones de carácter general, aunque extraordinariamente
importantes, siguen las directrices que se refieren a las diferentes partes de
la liturgia. Por lo que concierne al sacrificio de la misa, son de suma
importancia la insistencia sobre la proclamación de la palabra de Dios también
en lengua vernácula en la misa, la concesión de la comunión bajo las dos
especies y el restablecimiento de una genuina / "concelebración" (SC 47-58); en
cuanto a los demás sacramentos, merecen mención especial la renovación de la
liturgia bautismal y sobre todo la restauración de un "catecumenado... dividido
en distintas etapas" (SC 64); acerca de la liturgia de las horas hay que
destacar la acentuación de las horae cardinales (SC 89), del carácter
comunitario y de la "veritas temporis" (SC 99 y 88, 94); la recitación del
salterio, distribuida durante un ciclo más largo que el de una semana (SC 91);
la posibilidad de recitarlo en lengua vulgar (SC 101); el reordenamiento del
sistema de lecturas (SC 92).
El capítulo relativo al año litúrgico
subraya ¡a posición central de la fiesta de pascua y del domingo, y sobre todo
la preeminencia de la liturgia "de tempore" sobre las fiestas de santos, que han
de ser reorganizadas (SC 102-11 l). Finalmente, siguen algunas disposiciones
sobre "la música sagrada" (1112-121) y sobre "el arte y los objetos sagrados"
(122130), así como (en apéndice) una declaración (le disponibilidad por parte de
la iglesia para establecer, en diálogo con los "hermanos separados", "la
fijación de la fiesta de pascua en un domingo determinado... del calendario
gregoriano".
Todo lo que se ha dicho en la constitución SC es sumamente
valioso,,. Pero en ella se han querido limitar expresamente a las directrices
generales y a las primeras realizaciones más importantes. La auténtica reforma
debía ser nuevamente tarea del papa. Pablo VI puso rápidamente manos a la obra,
instituyendo con el motu proprio Sacram liturgiam, de enero de 1964, el
"Consilium ad exsequendam Constitutionem de s. Liturgia" compuesto por 30-40
cardenales y obispos de toda la iglesia, la mitad nombrados por el papa y la
otra mitad designados por las conferencias episcopales. Se puso a su disposición
casi doscientos colaboradores (consultores y consejeros). Con un trabajo
cuidadoso, reuniones de comisiones celebradas en diferentes lugares de Europa,
más de una sesión anual de obispos y cardenales, consultas y experimentos
prácticos, el ingente trabajo de la reforma posconciliar se llevó a cabo en un
período de quince años. Se trata de una reforma de proporciones desconocidas
antes de ahora: reestructuración de casi todos los ritos y composición de los
textos correspondientes en lengua latina. Fue luego tarea de las conferencias
episcopales de las diferentes áreas lingüísticas traducir esos libros a la
propia lengua y, eventualmente, adaptar los ritos a situaciones diversas,
naturalmente sometiendo el resultado final a la aprobación definitiva de la Sede
Apostólica. Ahora la reforma (con la publicación del Caeremoniale episcoporum,
1984) puede considerarse concluida sustancialmente al más alto nivel. Todavía
queda por efectuar aquí o allá la traducción de los textos a las diferentes
lenguas vernáculas y esperar que las iglesias particulares, sus sacerdotes y sus
fieles, asimilen y se apropien interiormente de toda la obra. Los protagonistas
y los responsables de la reforma -concilio, papa y el consilium encargado por
él- eran perfectamente conscientes de lo extraordinario de la tarea y de las
chances que tenía, y han hecho todo lo posible por aprovecharlas: de aquí ha
resultado una reforma de alcance verdaderamente histórico. Salvando el núcleo
esencial establecido por Cristo y los apóstoles, han tratado de volver a las
formas originales de la liturgia romana clásica y de tener en cuenta a la vez la
situación actual.
De esta manera ciertamente ha terminado la época de
aquella liturgia romana que era una adaptación franco-germánica a las
condiciones medievales, sin que por ello se deba renunciar a los valores
permanentes que habían introducido esas formas medievales. Tan ambiciosa meta se
ha alcanzado sustancialmente, aunque la obra, fruto siempre del trabajo humano,
no es perfecta al ciento por ciento. Las intenciones del consilium encargado de
la reforma se expresaron claramente, sobre todo en las diversas instrucciones
públicas de los competentes dicasterios romanos: Inter oecumenici, de 1964, con
las primeras disposiciones concretas; Tres abhinc annos, de 1967, con más
indicaciones concretas; Eucharisticum mysterium, de 1967, que hace importantes
afirmaciones sobre la naturaleza teológica de la celebración eucarística y de la
piedad eucarística en general; Liturgicae instaurationes, de 1970, que fija
sobre todo algunos límites necesarios frente a excesos y posibles desarrollos
equivocados. Es importante la afirmación contenida ya en la primera instrucción,
Inter oecumenici: "...Ante todo es conveniente que todos se convenzan de que la
constitución del concilio Vat. II sobre sagrada liturgia no tiene como finalidad
cambiar sólo los ritos y los textos litúrgicos, sino más bien suscitar en los
fieles una formación y promover una acción pastoral que tenga como punto
culminante y fuente inspiradora la sagrada liturgia" [5]. "El esfuerzo de esta
acción pastoral centrada en la liturgia ha de tender a hacer vivir el misterio
pascua¡... (ut mysterium paschale vivendo exprimatur)" [6]. La actualización del
misterio pascual de Cristo: he aquí la finalidad última a la que se orientan los
nuevos libros litúrgicos y las correspondientes acciones sagradas.
Para
esto sirve la reordenación del año litúrgico, tal y como nos la ilustra el
pequeño documento Calendarium Romanum, de 1969; el nuevo Missale Romanum, de
1969-70, y la nueva Liturgia Horarum, de 1970-71. El punto más central es la
celebración del triduo pascual con su respectiva vigilia, seguido del "tiempo de
cincuenta días", que se cierra con el domingo de pentecostés, cuya octava se
suprime; esa celebración se prepara con el "tiempo de cuarenta días" de ayuno,
de penitencia y de preparación a los sacramentos pascuales, con la supresión de
los domingos de septuagésima. La celebración pascual se prolonga a lo largo del
año (per annum) en 34 domingos. El comienzo del año está marcado, con el
adviento, la navidad y la epifanía, por el tiempo de la "manifestatio Domini", o
sea, por la celebración de su venida: de la encarnación del Hijo de Dios en la
tierra y de su vuelta gloriosa. Las fiestas de los santos deben subordinarse a
las celebraciones "de tempore"'. Una gradación inteligente y práctica de las
fiestas (solemnidad, fiesta, memorias de diversos tipos) permite celebrar a los
santos sin grandes dificultades, máxime cuando solamente son obligatorias las
fiestas de aquellos santos que son importantes para toda la iglesia, mientras
que se deja a las iglesias locales la celebración de aquellos santos a los que
ellas están unidas de manera especial. En el marco de este calendario anual,
todos están invitados a participar activamente en la celebración comunitaria del
sacrificio eucarístico y, dentro de lo posible, y desde luego al menos como
principio, también en la celebración de la liturgia de las Horas, que ha sido
reestructurada de manera que sea viable también para los laicos, para grupos de
laicos y sobre todo para la comunidad familiar. Estas acciones cultuales
principales contienen la mayor parte del patrimonio tradicional de oración de la
iglesia romana, de manera que todos los fieles pueden oír, en los domingos de
los tres años (A, B y C) en que se subdividen las lecturas, todo el NT y las
partes esenciales del AT. Un gran número de oraciones tomadas de los antiguos
sacramentarios romanos, numerosos prefacios y, junto al canon romano, otras
plegarias eucarísticas compuestas según el espíritu de la antigua liturgia
romana y de las plegarias eucarísticas de las iglesias orientales, ofrecen
ulteriores riquezas de la antigua tradición clásica. La liturgia de las Horas
-reducida a proporciones practicables, sobre todo con la subdivisión del
salterio en cuatro semanas y una repartición de las horas más razonable, de
manera que, rezadas efectivamente en el tiempo debido, puedan santificar las
horas del día está enriquecida con numerosas lecturas breves de la Sagrada
Escritura durante las horas diurnas y con una buena subdivisión de las lecturas
bíblicas en el oficio de lectura, en sintonía con el orden de las lecturas de la
misa. Además, en particular, las llamadas lecturas de los padres se han elegido
de manera que ofrezcan lo mejor de los escritores espirituales de-todos los
siglos, dejando a salvo la facultad de las conferencias episcopales de añadir
también lecturas de autores recientes de su propia área lingüística (por
ejemplo, Newman, Marmion, Schuster, Guardini, etcétera).
De manera
semejante se ha ordenado y enriquecido la celebración de los sacramentos: de la
"initiatio" (el conjunto unitario formado por el bautismo, la confirmación y la
primera participación activa en la eucaristía), de la penitencia, de la unción
de los enfermos, del matrimonio y del orden jerárquico (con acentuación de los
grados clásicos del diaconado, presbiterado y episcopado). Finalmente, se han
reordenado las celebraciones que pertenecen al campo de los sacramentales; pero
que no son menos importantes para la vida eclesial y cristiana en general la
consagración de la iglesia, los ritos de la vida religiosa (que alcanzan su
vértice en la profesión religiosa solemne y en la consagración de las vírgenes),
así como la consagración M abad y de la abadesa.
Con una reforma tan
amplia se ha ofrecido la posibilidad de celebrar comunitariamente la acción
salvífica pascua¡ de Cristo (muerte y resurrección del Señor), y así hacer de
ella realmente la cumbre y la fuente de la vida cristiana en el seguimiento del
Señor y en la conformación a él. Es misión de las iglesias locales -con la tarea
en verdad difícil de la traducción de los textos latinos oficiales a cada una de
las diferentes lenguas particulares- celebrar y realizar todo esto de manera que
mysterium paschale vivendo exprimatur, para alabanza de la gloria de Dios, para
salvación de todos los que creen, como testimonio de la esperanza en la venida
del Señor. Así la vida cristiana se plasmará a partir de la liturgia, "por cuyo
medio Opus nostrae salutis exercetur, sobre todo en el divino sacrificio de la
eucaristía", de manera que "los fieles expresen en su vida y manifiesten a los
demás el misterio de Cristo" (SC 2).