LA LITURGIA OBRA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
CAPÍTULO PRIMERO
221. ¿De qué modo el Padre es fuente y fin de la liturgia?
En la liturgia el Padre nos colma de sus bendiciones en el Hijo encarnado, muerto y resucitado por nosotros, y derrama en nuestros corazones el Espíritu Santo. Al mismo tiempo, la Iglesia bendice al Padre mediante la adoración, la alabanza y la acción de gracias, e implora el don de su Hijo y del Espíritu Santo.
222. ¿Cuál es la obra de Cristo en la Liturgia?
En la liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Al entregar el Espíritu Santo a los Apóstoles, les ha concedido, a ellos y a sus sucesores, el poder de actualizar la obra de la salvación por medio del sacrificio eucarístico y de los sacramentos, en los cuales Él mismo actúa para comunicar su gracia a los fieles de todos los tiempos y en todo el mundo.
223. ¿Cómo actúa el Espíritu Santo en la liturgia respecto de la Iglesia?
En la liturgia se realiza la más estrecha cooperación entre el Espíritu Santo y la Iglesia. El Espíritu Santo prepara a la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea de creyentes, hace presente y actualiza el Misterio de Cristo, une la Iglesia a la vida y misión de Cristo y hace fructificar en ella el don de la comunión.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Compendio
La Liturgia es:
"La Liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos sensibles significan y cada uno a su manera realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia" (SC 7).
En esta amplia descripción encontramos lo que es realmente la Liturgia. Señalamos que: 1.-Es el ejercicio del sacerdocio de Cristo. Es decir, en la Liturgia, Cristo actúa como sacerdote, ofreciéndose al Padre, para la salvación de los hombres. 2.-Los signos sensibles realizan la santificación de los hombres en lo que quieren decir. Por ejemplo, el agua en el Bautismo significa y realiza la purificación y es principio de vida, el pan en la Eucaristía alimenta el espíritu del hombre.
3.-En la acción litúrgica, Cristo y los cristianos, que forman el Cuerpo Místico, ejercen el culto público.
4.-Es la acción sagrada por excelencia, que ninguna oración o acción humana puede igualar por ser obra de Cristo y de toda su Iglesia y no de una persona o un grupo. Para asimilar mejor los conceptos que nos revelan la importancia de la liturgia, citamos otro texto del Concilio:
"La Liturgia es la cumbre a la que tiende la
actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la
fuente de
donde mana toda su fuerza".
Liturgia Católica
Razón de ser de la liturgia
1066. En el Símbolo de la fe, la Iglesia confiesa el
misterio de la Santísima Trinidad y su "designio
benevolente" (Ef 1,9) sobre toda la creación: El
Padre realiza el "misterio de su voluntad" dando a
su Hijo Amado y al Espíritu Santo para la salvación
del mundo y para la gloria de su Nombre. Tal es el
Misterio de Cristo (cf Ef 3,4), revelado y realizado
en la historia según un plan, una "disposición"
sabiamente ordenada que S. Pablo llama "la economía
del Misterio" (Ef 3,9) y que la tradición patrística
llamará "la Economía del Verbo encarnado" o "la
Economía de la salvación".
1067 "Cristo el Señor realizó esta obra de la
redención humana y de la perfecta glorificación de
Dios, preparada por las maravillas que Dios hizo en
el pueblo de la Antigua Alianza, principalmente por
el misterio pascual de su bienaventurada pasión, de
su resurrección de entre los muertos y de su
gloriosa ascensión. Por este misterio, `con su
muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección
restauró nuestra vida'. Pues del costado de Cristo
dormido en la cruz nació el sacramento admirable de
toda la Iglesia" (SC 5). Por eso, en la liturgia, la
Iglesia celebra principalmente el Misterio pascual
por el que Cristo realizó la obra de nuestra
salvación.
1068 Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia
anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los
fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el
mundo:
En efecto, la liturgia, por medio de la cual "se
ejerce la obra de nuestra redención", sobre todo en
el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye
mucho a que los fieles, en su vida, expresen y
manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la
naturaleza genuina de la verdadera Iglesia (SC 2).
Significación de la palabra "Liturgia"
1069 La palabra "Liturgia" significa originariamente
"obra o quehacer público", "servicio de parte de y
en favor del pueblo". En la tradición cristiana
quiere significar que el Pueblo de Dios toma parte
en "la obra de Dios" (cf. Jn 17,4). Por la liturgia,
Cristo, nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, continúa
en su Iglesia, con ella y por ella, la obra de
nuestra redención.
1070 La palabra "Liturgia" en el Nuevo Testamento es
empleada para designar no solamente la celebración
del culto divino (cf Hch 13,2; Lc 1,23), sino
también el anuncio del Evangelio (cf. Rm 15,16; Flp
2,14-17. 30) y la caridad en acto (cf Rm 15,27; 2 Co
9,12; Flp 2,25). En todas estas situaciones se trata
del servicio de Dios y de los hombres. En la
celebración litúrgica, la Iglesia es servidora, a
imagen de su Señor, el único "Liturgo" (cf Hb 8,2 y
6), del cual ella participa en su sacerdocio, es
decir, en el culto, anuncio y servicio de la
caridad:
Con razón se considera la liturgia como el ejercicio
de la función sacerdotal de Jesucristo en la que,
mediante signos sensibles, se significa y se
realiza, según el modo propio de cada uno, la
santificación del hombre y, así, el Cuerpo místico
de Cristo, esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce
el culto público. Por ello, toda celebración
litúrgica, como obra de Cristo sacerdote y de su
Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por
excelencia cuya eficacia, con el mismo título y en
el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de
la Iglesia (SC 7).
La liturgia como fuente de Vida
1071 La Liturgia, obra de Cristo, es también una
acción de su Iglesia. Realiza y manifiesta la
Iglesia como signo visible de la comunión entre Dios
y de los hombres por Cristo. Introduce a los fieles
en la Vida nueva de la comunidad. Implica una
participación "consciente, activa y fructífera" de
todos (SC 11).
1072 "La sagrada liturgia no agota toda la acción de
la Iglesia" (SC 9): debe ser precedida por la
evangelización, la fe y la conversión; sólo así
puede dar sus frutos en la vida de los fieles: la
Vida nueva según el Espíritu, el compromiso en la
misión de la Iglesia y el servicio de su unidad.
Oración y Liturgia
1073 La Liturgia es también participación en la
oración de Cristo, dirigida al Padre en el Espíritu
Santo. En ella toda oración cristiana encuentra su
fuente y su término. Por la liturgia el hombre
interior es enraizado y fundado (cf Ef 3,16-17) en
"el gran amor con que el Padre nos amó" (Ef 2,4) en
su Hijo Amado. Es la misma "maravilla de Dios" que
es vivida e interiorizada por toda oración, "en todo
tiempo, en el Espíritu" (Ef 6,18)
Catequesis y Liturgia
1074 "La Liturgia es la cumbre a la que tiende la
acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente
de donde mana toda su fuerza" (SC 10). Por tanto, es
el lugar privilegiado de la catequesis del Pueblo de
Dios. "La cateq uesis está intrínsecamente unida a
toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en
los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía,
donde Jesucristo actúa en plenitud para la
transformación de los hombres" (CT 23).
1075 La catequesis litúrgica pretende introducir en
el Misterio de Cristo ( es "mistagogia"),
procediendo de lo visible a lo invisible, del signo
a lo significado, de los "sacramentos" a los
"misterios". Esta modalidad de catequesis
corresponde hacerla a los catecismos locales y
regionales. El presente catecismo, que quiere ser un
servicio para toda la Iglesia, en la diversidad de
sus ritos y sus culturas (cf SC 3-4), enseña lo que
es fundamental y común a toda la Iglesia en lo que
se refiere a la Liturgia en cuanto misterio y
celebración (primera sección), y a los siete
sacramentos y los sacramentales (segunda sección).
LA LITURGIA, OBRA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
I. El Padre, fuente y fin de la liturgia
1077 "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de
bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo;
por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación
del mundo, para ser santos e inmaculados en su
presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para
ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad, para alabanza
de la gloria de su gracia con la que nos agració en
el Amado" (Ef 1,3-6).
1078 Bendecir es una acción divina que da la vida y
cuya fuente es el Padre. Su bendición es a la vez
palabra y don ("benedictio", "eulogia"). Aplicado
al hombre, este término significa la adoración y la
entrega a su Creador en la acción de gracias.
1079 Desde el comienzo y hasta la consumación de los
tiempos, toda la obra de Dios es bendición. Desde el
poema litúrgico de la primera creación hasta los
cánticos de la Jerusalén celestial, los autores
inspirados anuncian el designio de salvación como
una inmensa bendición divina.
1080 Desde el comienzo, Dios bendice a los seres
vivos, especialmente al hombre y la mujer. La
alianza con Noé y con todos los seres animados
renueva esta bendición de fecundidad, a pesar del
pecado del hombre por el cual la tierra queda
"maldita". Pero es a partir de Abraham cuando la
bendición divina penetra en la historia humana, que
se encaminaba hacia la muerte, para hacerla volver a
la vida, a su fuente: por la fe del "padre de los
creyentes" que acoge la bendición se inaugura la
historia de la salvación.
1081 Las bendiciones divinas se manifiestan en
acontecimientos maravillosos y salvadores: el
nacimiento de Isaac, la salida de Egipto (Pascua y
Exodo), el don de la Tierra prometida, la elección
de David, la Presencia de Dios en el templo, el
exilio purificador y el retorno de un "pequeño
resto". La Ley, los Profetas y los Salmos que tejen
la liturgia del Pueblo elegido recuerdan a la vez
estas bendiciones divinas y responden a ellas con
las bendiciones de alabanza y de acción de gracias.
1082 En la Liturgia de la Iglesia, la bendición
divina es plenamente revelada y comunicada: el Padre
es reconocido y adorado como la fuente y el fin de
todas las bendiciones de la Creación y de la
Salvación; en su Verbo, encarnado, muerto y
resucitado por nosotros, nos colma de sus
bendiciones y por él derrama en nuestros corazones
el Don que contiene todos los dones: el Espíritu
Santo.
1083 Se comprende, por tanto, que en cuanto
respuesta de fe y de amor a las "bendiciones
espirituales" con que el Padre nos enriquece, la
liturgia cristiana tiene una doble dimensión. Por
una parte, la Iglesia, unida a su Señor y "bajo la
acción el Espíritu Santo" (Lc 10,21), bendice al
Padre "por su Don inefable" (2 Co 9,15) mediante la
adoración, la alabanza y la acción de gracias. Por
otra parte, y hasta la consumación del designio de
Dios, la Iglesia no cesa de presentar al Padre "la
ofrenda de sus propios dones" y de implorar que el
Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella
misma, sobre los fieles y sobre el mundo entero, a
fin de que por la comunión en la muerte y en la
resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder del
Espíritu estas bendiciones divinas den frutos de
vida "para alabanza de la gloria de su gracia" (Ef
1,6).
II La obra de Cristo en la liturgia
Cristo glorificado...
1084 "Sentado a la derecha del Padre" y derramando
el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia,
Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos,
instituidos por él para comunicar su gracia. Los
sacramentos son signos sensibles (palabras y
acciones), accesibles a nuestra humanidad actual.
Realizan eficazmente la gracia que significan en
virtud de la acción de Cristo y por el poder del
Espíritu Santo.
1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa
y realiza principalmente su misterio pascual.
Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su
enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio
pascual. Cuando llegó su Hora (cf Jn 13,1; 17,1),
vivió el único acontecimiento de la historia que no
pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre
los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una
vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un
acontecimiento real, sucedido en nuestra historia,
pero absolutamente singular: todos los demás
acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son
absorbidos por el pasado. El misterio pascual de
Cristo, por el contrario, no puede permanecer
solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó
a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que
hizo y padeció por los hombres participa de la
eternidad divina y domina así todos los tiempos y en
ellos se mantiene permanentemente presente. El
acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección
permanece y atrae todo hacia la Vida.
...desde la Iglesia de los Apóstoles...
1086 "Por esta razón, como Cristo fue enviado por el
Padre, él mismo envió también a los Apóstoles,
llenos del Espíritu Santo, no sólo para que, al
predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran
que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección,
nos ha liberado del poder de Satanás y de la muerte
y nos ha conducido al reino del Padre, sino también
para que realizaran la obra de salvación que
anunciaban mediante el sacrificio y los sacramentos
en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica"
(SC 6).
1087 Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo
a los Apóstoles, les confía su poder de
santificación (cf Jn 20,21- 23); se convierten en
signos sacramentales de Cristo. Por el poder del
mismo Espíritu Santo confían este poder a sus
sucesores. Esta "sucesión apostólica" estructura
toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella misma es
sacramental, transmitida por el sacramento del
Orden.está presente en la Liturgia terrena...
1088 "Para llevar a cabo una obra tan grande" -la
dispensación o comunicación de su obra de
salvación-"Cristo está siempre presente en su
Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos.
Está presente en el sacrificio de la misa, no sólo
en la persona del ministro, `ofreciéndose ahora por
ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces
se ofreció en la cruz', sino también, sobre todo,
bajo las especies eucarísticas. Está presente con su
virtud en los sacramentos, de modo que, cuando
alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está
presente en su palabra, pues es El mismo el que
habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada
Escritura. Está presente, finalmente, cuando la
Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que
prometió: `Donde están dos o tres congregados en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos' (Mt 18,20)"
(SC 7).
1089 "Realmente, en una obra tan grande por la que
Dios es perfectamente glorificado y los hombres
santificados, Cristo asocia siempre consigo a la
Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a su Señor
y por El rinde culto al Padre Eterno" (SC 7).
...que participa en la Liturgia celestial
1090 "En la liturgia terrena pregustamos y
participamos en aquella liturgia celestial que se
celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual
nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está
sentado a la derecha del Padre, como ministro del
santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos un
himno de gloria al Señor con todo el ejército
celestial; venerando la memoria de los santos,
esperamos participar con ellos y acompañarlos;
aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo,
hasta que se manifieste El, nuestra Vida, y nosotros
nos manifestamos con El en la gloria" (SC 8; cf. LG
50).
III El Epíritu Santo y la Iglesia en la liturgia
1091 En la Liturgia, el Espíritu Santo es el
pedagogo de la fe del Pueblo de Dios, el artífice de
las "obras maestras de Dios" que son los sacramentos
de la Nueva Alianza. El deseo y la obra del Espíritu
en el corazón de la Iglesia es que vivamos de la
vida de Cristo resucitado. Cuando encuentra en
nosotros la respuesta de fe que él ha suscitado,
entonces se realiza una verdadera cooperación. Por
ella, la Liturgia viene a ser la obra común del
Espíritu Santo y de la Iglesia.
1092 En esta dispensación sacramental del misterio
de Cristo, el Espíritu Santo actúa de la misma
manera que en los otros tiempos de la Economía de la
salvación: prepara la Iglesia para el encuentro con
su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de
la asamblea; hace presente y actualiza el misterio
de Cristo por su poder transformador; finalmente, el
Espíritu de comunión une la Iglesia a la vida y a la
misión de Cristo.
El Espíritu Santo prepara a recibir a Cristo
1093 El Espíritu Santo realiza en la economía
sacramental las figuras de la Antigua Alianza.
Puesto que la Iglesia de Cristo estaba "preparada
maravillosamente en la historia del pueblo de Israel
y en la Antigua Alianza" (LG 2), la Liturgia de la
Iglesia conserva como una parte integrante e
irremplazable, haciéndolos suyos, algunos elementos
del culto de la Antigua Alianza:
– principalmente la lectura del Antiguo Testamento;
– la oración de los Salmos;
– y sobre todo la memoria de los acontecimientos
salvíficos y de las realidades significativas que
encontraron su cumplimiento en el misterio de Cristo
(la Promesa y la Alianza; el Exodo y la Pascua, el
Reino y el Templo; el Exilio y el Retorno).
1094 Sobre esta armonía de los dos Testamentos (cf
DV 14-16) se articula la catequesis pascual del
Señor (cf Lc 24,13- 49), y luego la de los Apóstoles
y de los Padres de la Iglesia. Esta catequesis pone
de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra
del Antiguo Testamento: el misterio de Cristo. Es
llamada catequesis "tipológica", porque revela la
novedad de Cristo a partir de "figuras" (tipos) que
la anunciaban en los hechos, las palabras y los
símbolos de la primera Alianza. Por esta relectura
en el Espíritu de Verdad a partir de Cristo, las
figuras son explicadas (cf 2 Co 3, 14-16). Así, el
diluvio y el arca de Noé prefiguraban la salvación
por el Bautismo (cf 1 P 3,21), y lo mismo la nube, y
el paso del mar Rojo; el agua de la roca era la
figura de los dones espirituales de Cristo (cf 1 Co
10,1-6); el maná del desierto prefiguraba la
Eucaristía "el verdadero Pan del Cielo" (Jn 6,32).
1095 Por eso la Iglesia, especialmente durante los
tiempos de Adviento, Cuaresma y sobre todo en la
noche de Pascua, relee y revive todos estos
acontecimientos de la historia de la salvación en el
"hoy" de su Liturgia. Pero esto exige también que la
catequesis ayude a los fieles a abrirse a esta
inteligencia "espiritual" de la Economía de la
salvación, tal como la Liturgia de la Iglesia la
manifiesta y nos la hace vivir.
1096 Liturgia judía y liturgia cristiana. Un mejor
conocimiento de la fe y la vida religiosa del pueblo
judío tal como son profesadas y vividas aún hoy,
puede ayudar a comprender mejor ciertos aspectos de
la Liturgia cristiana. Para los judíos y para los
cristianos la Sagrada Escritura es una parte
esencial de sus respectivas liturgias: para la
proclamación de la Palabra de Dios, la respuesta a
esta Palabra, la adoración de alabanza y de
intercesión por los vivos y los difuntos, el recurso
a la misericordia divina. La liturgia de la Palabra,
en su estructura propia, tiene su origen en la
oración judía. La oración de las Horas, y otros
textos y formularios litúrgicos tienen sus paralelos
también en ella, igual que las mismas fórmulas de
nuestras oraciones más venerables, por ejemplo, el
Padre Nuestro. Las plegarias eucarísticas se
inspiran también en modelos de la tradición judía.
La relación entre liturgia judía y liturgia
cristiana, pero también la diferencia de sus
contenidos, son particularmente visibles en las
grandes fiestas del año litúrgico como la Pascua.
Los cristianos y los judíos celebran la Pascua:
Pascua de la historia, orientada hacia el porvenir
en los judíos; Pascua realizada en la muerte y la
resurrección de Cristo en los cristianos, aunque
siempre en espera de la consumación definitiva.
1097 En la Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción
litúrgica, especialmente la celebración de la
Eucaristía y de los sacramentos es un encuentro
entre Cristo y la Iglesia. La asamblea litúrgica
recibe su unidad de la "comunión del Espíritu Santo"
que reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de
Cristo. Esta reunión desborda las afinidades
humanas, raciales, culturales y sociales.
1098 La Asamblea debe prepararse para encontrar a su
Señor, debe ser "un pueblo bien dispuesto". Esta
preparación de los corazones es la obra común del
Espíritu Santo y de la Asamblea, en particular de
sus ministros. La gracia del Espíritu Santo tiende a
suscitar la fe, la conversión del corazón y la
adhesión a la voluntad del Padre. Estas
disposiciones preceden a la acogida de las otras
gracias ofrecidas en la celebración misma y a los
frutos de vida nueva que está llamada a producir.
El Espíritu Santo recuerda el Misterio de Cristo
1099 El Espíritu y la Iglesia cooperan en la
manifestación de Cristo y de su obra de salvación en
la Liturgia. Principalmente en la Eucaristía, y
análogamente en los otros sacramentos, la Liturgia
es Memorial del Misterio de la salvación. El
Espíritu Santo es la memoria viva de la Iglesia (cf
Jn 14,26).
1100 La Palabra de Dios. El Espíritu Santo recuerda
primeramente a la asamblea litúrgica el sentido del
acontecimiento de la salvación dando vida a la
Palabra de Dios que es anunciada para ser recibida y
vivida:
La importancia de la Sagrada Escritura en la
celebración de la liturgia es máxima. En efecto, de
ella se toman las lecturas que luego se explican en
la homilía, y los salmos que se cantan; las preces,
oraciones e himnos litúrgicos están impregnados de
su aliento y su inspiración; de ella reciben su
significado las acciones y los signos (SC 24).
1101 El Espíritu Santo es quien da a los lectores y
a los oyentes, según las disposiciones de sus
corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra
de Dios. A través de las palabras, las acciones y
los símbolos que constituyen la trama de una
celebración, el Espíritu Santo pone a los fieles y a
los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e
Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer pasar a
su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y
realizan en la celebración.
1102 "La fe se suscita en el corazón de los no
creyentes y se alimenta en el corazón de los
creyentes con la palabra de la salvación. Con la fe
empieza y se desarrolla la comunidad de los
creyentes" (PO 4). El anuncio de la Palabra de Dios
no se reduce a una enseñanza: exige la respuesta de
fe, como consentimiento y compromiso, con miras a la
Alianza entre Dios y su pueblo. Es también el
Espíritu Santo quien da la gracia de la fe, la
fortalece y la hace crecer en la comunidad. La
asamblea litúrgica es ante todo comunión en la fe.
1103 La Anamnesis. La celebración litúrgica se
refiere siempre a las intervenciones salvíficas de
Dios en la historia. "El plan de la revelación se
realiza por obras y palabras intrínsecamente
ligadas; ... las palabras proclaman las obras y
explican su misterio" (DV 2). En la Liturgia de la
Palabra, el Espíritu Santo "recuerda" a la Asamblea
todo lo que Cristo ha hecho por nosotros. Según la
naturaleza de las acciones litúrgicas y las
tradiciones rituales de las Iglesias, una
celebración "hace memoria" de las maravillas de Dios
en una Anámnesis más o menos desarrollada. El
Espíritu Santo, que despierta así la memoria de la
Iglesia, suscita entonces la acción de gracias y la
alabanza (Doxología).
El Espíritu Santo actualiza el Misterio de Cristo
1104 La Liturgia cristiana no sólo recuerda los
acontecimientos que nos salvaron, sino que los
actualiza, los hace presentes. El Misterio pascual
de Cristo se celebra, no se repite; son las
celebraciones las que se repiten; en cada una de
ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que
actualiza el único Misterio.
1105 La Epiclesis ("invocación sobre") es la
intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al
Padre que envíe el Espíritu santificador para que
las ofrendas se conviertan en el Cuerpo y la Sangre
de Cristo y para que los fieles, al recibirlos, se
conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios.
1106 Junto con la Anámnesis, la Epíclesis es el
centro de toda celebración sacramental, y muy
particularmente de la Eucaristía:
Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo de
Cristo y el vino...en Sangre de Cristo. Te respondo:
el Espíritu Santo irrumpe y realiza aquello que
sobrepasa toda palabra y todo pensamiento...Que te
baste oír que es por la acción del Espíritu Santo,
de igual modo que gracias a la Santísima Virgen y al
mismo Espíritu, el Señor, por sí mismo y en sí
mismo, asumió la carne humana (S. Juan Damasceno,
f.o., IV, 13).
1107 El poder transformador del Espíritu Santo en la
Liturgia apresura la venida del Reino y la
consumación del Misterio de la salvación. En la
espera y en la esperanza nos hace realmente
anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa.
Enviado por el Padre, que escucha la epíclesis de la
Iglesia, el Espíritu da la vida a los que lo acogen,
y constituye para ellos, ya desde ahora, "las arras"
de su herencia (cf Ef 1,14; 2 Co 1,22).
La comunión del Espíritu Santo
1108 La finalidad de la misión del Espíritu Santo en
toda acción litúrgica es poner en comunión con
Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu Santo es
como la savia de la viña del Padre que da su fruto
en los sarmientos (cf Jn 15,1-17; Ga 5,22). En la
Liturgia se realiza la cooperación más íntima entre
el Espíritu Santo y la Iglesia. El Espíritu de
Comunión permanece indefectiblemente en la Iglesia,
y por eso la Iglesia es el gran sacramento de la
comunión divina que reúne a los hijos de Dios
dispersos. El fruto del Espíritu en la Liturgia es
inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y
comunión fraterna (cf 1 Jn 1,3-7).
1109 La Epíclesis es también oración por el pleno
efecto de la comunión de la Asamblea con el Misterio
de Cristo. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo,
el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu
Santo" (2 Co 13,13) deben permanecer siempre con
nosotros y dar frutos más allá de la celebración
eucarística. La Iglesia, por tanto, pide al Padre
que envíe el Espíritu Santo para que haga de la vida
de los fieles una ofrenda viva a Dios mediante la
transformación espiritual a imagen de Cristo, la
preocupación por la unidad de la Iglesia y la
participación en su misión por el testimonio y el
servicio de la caridad.
Resumen
1110 En la liturgia de la Iglesia, Dios Padre es
bendecido y adorado como la fuente de todas las
bendiciones de la Creación y de la Salvación, con
las que nos ha bendecido en su Hijo para darnos el
Espíritu de adopción filial.
1111 La obra de Cristo en la Liturgia es sacramental
porque su Misterio de salvación se hace presente en
ella por el poder de su Espíritu Santo; porque su
Cuerpo, que es la Iglesia, es como el sacramento
(signo e instrumento) en el cual el Espíritu Santo
dispensa el Misterio de la salvación; porque a
través de sus acciones litúrgicas, la Iglesia
peregrina participa ya, como en primicias, en la
Liturgia celestial.
1112 La misión del Espíritu Santo en la Liturgia de
la Iglesia es la de preparar la Asamblea para el
encuentro con Cristo; recordar y manifestar a Cristo
a la fe de la asamblea de creyentes; hacer presente
y actualizar la obra salvífica de Cristo por su
poder transformador y hacer fructificar el don de la
comunión en la Iglesia.
Qué es la
liturgia? en corto
Etimología
El termino liturgia procede del griego clásico,
leitourgía ( de la raíz lêit – leôs-laôs- : pueblo,
popular; y érgon: obra) lo mismo que sus
correlativos leitourgeîn y leitourgós, y se usaba en
sentido absoluto sin necesidad de especificar el
objeto, para indicar el origen o el destino popular
de una acción o de una iniciativa,
independientemente del modo como se asumía ésta. Con
el tiempo la presentación popular perdió su carácter
libre para convertirse en un servicio oneroso a
favor de la sociedad.
Liturgia vino a designar un servicio público. Cuando
este servicio afectaba al ámbito religioso, liturgia
se dirigía al culto oficial de los dioses. En todos
los casos la palabra tenía un valor técnico
Uso del término “liturgia” en la Biblia
En el AT: El verbo leitourgeô y el sustantivo
leitourgía se encuentran 100 y 400 veces,
respectivamente en la versión de los LXX, y designan
el servicio cultual de los sacerdotes y levitas en
el templo. El término en hebreo es algunas veces
shêrêr (cf. Núm 16,9) y otras abhâd y abhôdâh, que
designa prácticamente siempre el servicio cultual
del Dios verdadero realizado en el santuario por los
descendientes de Aarón y de Leví. Para el culto
privado y para el culto de todo el pueblo los LXX se
sirven de las palabras latreía y doulía (adoración y
honor). En los textos griegos solamente, leitourgía
tiene el mismo sentido cultual levítico (cf. Sab
18,21; Eclo 4,14; 7,29-30; 24,10, etc.).
Esta terminología supone ya una interpretación,
distinguiendo entre el servicio de los levitas y el
culto que todo el pueblo debía dar al Señor (cf. Ex
19,5; Dt 10,12). No obstante, la función cultual
pertenecía a todo el pueblo de Israel, aunque era
ejercida de forma especial y pública por los
sacerdotes y levitas.
En el griego bíblico del Nuevo Testamento,
leitourgía no aparece jamás como sinónimo de culto
cristiano, salvo en el discutido pasaje de Hch 13,2.
En el NT: La palabra liturgia se utiliza con los
siguientes sentidos
en el NT:
a) En sentido civil de servicio público oneroso,
como en el griego clásico (cf. Rm 13,6; 15,27; Flp
2,25.30; 2 Cor 9,12; Heb 1,7.14)
b) En sentido técnico del culto sacerdotal y
lévitico del AT (cf. Lc 1,23; Heb 8.2.6; 9,21;
10,11). La Carta a los Hebreos aplica a Cristo, y
sólo a él, esta terminología para acentuar el valor
del sacerdocio de la Nueva Alianza.
c) En sentido de culto espiritual: San Pablo utiliza
la palabra leitourgía para referirse tanto al
ministerio de la evangelización como al obsequio de
la fe de los que han creído por su predicación
(cf. Rm 15,16; Flp 2,17).
d) En sentido de culto comunitario cristiano: El
texto de Hch 13,2 («leitourgoúntôn») es el único del
NT donde la palabra liturgia puede tomarse en
sentido ritual o celebrativo. La comunidad estaba
reunida orando, y la plegaria desembocó en el envío
misionero de Pablo y de Bernabé mediante el gesto de
la imposición de manos (cf. Hch 6,6).
Esta reserva en el uso de la palabra liturgia por el
Nuevo Testamento obedece a su vinculación al
sacerdocio levítico, el cual perdió su razón de ser
en la Nueva Alianza.
Evolución posterior
En los primeros escritores cristianos, de origen
judeocristiano, la palabra liturgia fue usada de
nuevo de nuevo en el sentido del Antiguo Testamento,
pero aplicada al culto de la Nueva Alianza (cf.
Didaché 15,1; 1 Clem. 40,2.5).
Después la palabra liturgia ha tenido una
utilización muy desigual. En las Iglesias orientales
de lengua griega leitourgía designa la celebración
eucarística. En la Iglesia latina liturgia fue
ignorada, al contrario de lo que ocurrió con otros
términos religiosos de origen griego que fueron
latinizados. En lugar de liturgia se usaron
expresiones como munus, oficcium, ministerium, opus,
etc. No obstante San Agustín la empleo para
referirse al ministerio cultual, identificándola con
latría (cf. S. Agustín, Enarr. in Ps 135, en PL 39,
1757.).
A partir del siglo XVI liturgia aparece en los
títulos de algunos libros dedicados a la historia y
al explicación de los ritos de la Iglesia. Pero,
junto a este significado, el término liturgia se
hizo sinónimo de ritual y de ceremonia. En el
lenguaje eclesiástico la palabra liturgia empezó a
aparecer a mediados del siglo XIX, cuando el
Movimiento litúrgico la hizo de uso corriente.
Definición de Liturgia en el Concilio Vaticano II
Los documentos conciliares, especialmente la
Sacrosanctum Concilium, hablan de la liturgia como
un elemento esencial de la vida de la Iglesia que
determina la situación presente del pueblo de Dios:
«Con razón, entonces, se considera a la liturgia
como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En
ella, los signos sensibles significan y, cada uno a
su manera, realizan la santificación del hombre, y
así el Cuerpo Místico de Cristo, es decir, la Cabeza
y sus miembros ejerce el culto publico íntegro. En
consecuencia, toda celebración litúrgica por ser
obra de Cristo Sacerdote y de su cuerpo, que es la
Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya
eficacia, con el mismo título y el mismo grado, no
la iguala ninguna otra acción de la Iglesia.» (SC
7).
Esta noción estrictamente teológica de la liturgia,
sin olvidar los aspectos antropológicos, aparece en
íntima dependencia del misterio del Verbo encarnado
y de la Iglesia (cf. SC 2; 5;6; LG 1; 7; 8, etc.).
La encarnación en cuanto presencia eficaz de lo
divino en la historia, se prolonga «en gestos y
palabras» (cf. DV 2; 13) de la liturgia, que reciben
su significado de la Sagrada Escritura (cf. SC 24) y
son prolongación en la en la tierra de la humanidad
del Hijo de Dios (cf. CEC 1070, 1103, etc.).
El Concilio ha querido destacar, por una parte, la
dimensión litúrgica de la redención efectuada por
Cristo en su muerte y resurrección, y, por otra, la
modalidad sacramental o simbólica-litúrgica en la
que se ha de llevar a cabo la «obra de salvación».
De esta manera, en la noción de liturgia que da el
Vaticano II, destacan los siguientes aspectos :
a)es obra de Cristo total, Cristo primariamente, y
de la Iglesia por asociación;
b)tiene como finalidad la santificación de los
hombres y el culto al Padre, de modo que el
sacerdocio de Cristo se realiza en los dos aspectos;
c)pertenece a todo el pueblo de Dios, que en virtud
del Bautismo es sacerdocio real con el derecho y el
deber de participar en las acciones litúrgicas;
d)en cuanto constituida por «gestos y palabras» que
significan y realizan eficazmente la salvación, es
ella misma un acontecimiento en el que se manifiesta
la Iglesia, sacramento del Verbo encarnado;
e)configura y determina el tiempo de la Iglesia
desde el punto de vista escatológico;
f)por todo esto la liturgia es «fuente y cumbre de
la vida de la Iglesia» (SC 10; LG 11).
Así pues, en la noción de liturgia que ofrece el
Concilio podemos definirla como la función
santificadora y cultual de la Iglesia, esposa y
cuerpo sacerdotal del Verbo encarnado, para
continuar en el tiempo la obra de Cristo por medio
de los signos que lo hacen presentes hasta su
venida.
Lo litúrgico y lo no litúrgico
Son acciones litúrgicas (lo litúrgico) aquellos
actos sagrados que, por institución de Jesucristo o
de la Iglesia, y en su nombre, son realizados por
personas legítimamente designadas para este fin, en
conformidad con los libros litúrgicos aprobados por
la Santa Sede, para dar a Dios, a los santos ya los
beatos el culto que les es debido. Lo no litúrgico
son las demás acciones sagradas que se realizan en
una iglesia o fuera de ella, con o sin sacerdote que
las presencie o las dirija (a estas también se les
llama ejercicios piadosos).
Lo litúrgico «es lo que pertenece al entero cuerpo
eclesial y lo pone de manifiesto» (SC 26) y
constituye la eficacia objetiva de los actos de
culto. Los ejercicios piadosos evocan el misterio de
Cristo únicamente de manera contemplativa y
afectiva.
La eficacia de los actos litúrgicos depende de la
voluntad institucional de Cristo y de la Iglesia, y
de que se cumplan necesariamente las condiciones
para su validez; por eso estos actos actualizan la
presencia del Señor. La eficacia de los ejercicios
piadosos depende tan sólo de las actitudes
personales de quienes toman parte en ellos.
Qué es la liturgia?
La palabra liturgia proviene del griego clásico
profano ("obra para la comunidad"). La traducción
del Antiguo Testamento al griego, realizada por los
judíos de la ciudad de Alejandría, en Egipto,
durante los siglos III y II antes de Cristo,
conocida como la Versión de los LXX, así como el
Nuevo Testamento (NT) cristiano suelen utilizarla en
un sentido cultual. Cfr. Hebr. 8, 2 y Rom. 15, 16
donde a Cristo y Pablo se les llama "liturgos".
En la iglesia primitiva griega se redujo el uso de
la palabra al de "culto divino", y más tarde al de
"misa". En el occidente europeo la palabra entró
mucho más tarde con el humanismo renacentista con
ese sentido restringido, y sólo desde el siglo XIX
lo utilizan los documentos eclesiásticos en un
sentido amplio de culto divino en la Iglesia.
La discusión sobre cuál es la correcta definición de
"liturgia" entró en una nueva fase a partir de
documentos eclesiásticos sobre ese tema: Encíclica
"Mediator Dei" (MD), 1947; Instrucción de la Sagrada
Congregación de Ritos del 3-IX-1958; Constitución
"Sacrosantum Concilium" (SC) del Concilio Vaticano
II aprobada el 4-XII-1963 sobre la sagrada liturgia.
En la MD se rechaza como definición insuficiente a
la que entienda a la liturgia únicamente como la
parte externa de las ceremonias y rúbricas (reglas
que enseñan la ejecución y práctica de las
ceremonias) del culto divino. La liturgia es el
mismo culto divino: El culto público íntegro del
cuerpo místico de Jesucristo, de su cabeza y de sus
miembros.
Jurídicamente, en el Código de Derecho Canónico, su
primera promulgación fue en 1917, se entendía
únicamente como liturgia a los actos realizados
según los libros litúrgicos de la Santa Sede, y a
todos los demás actos cultuales se les llamaba "pia
exercitia" (ejercicios piadosos). Hasta los tiempos
del Vaticano II y especialmente después de la
promulgación del Nuevo Código de Derecho Canónico,
1983 se distinguía claramente entre "actos
litúrgicos" (la Misa) y "actos no litúrgicos" (el
rezo del rosario), que hoy se consideran como actos
litúrgicos en un sentido amplio, a los que la MD
considera "incluidos de alguna manera en el orden
litúrgico".
En el núcleo fundamental de la liturgia vive y actúa
el sacerdocio de Cristo que se desarrolla a través
de los siglos. Pero también el mismo culto a Cristo
en el Espíritu Santo (1 Cor. 12, 3) está en el más
perfecto sentido de la palabra liturgia según la MD:
"El culto... que la comunidad de los fieles
cristianos tributa a su fundador y por él al Padre
eterno".
Por todo ello una teología de la liturgia no puede
entenderse desligada de una teología de la Iglesia y
de los Sacramentos.
Ya en el NT encontramos algunas antiquísimas
descripciones de textos litúrgicos (p.e. 1 Cor. 16,
20-24; Ef. 5, 14; Filip. 2, 6-12). La descripción de
los himnos celestiales en el Apocalipsis p.e. 11,
17-18; 12, 10-12... debemos considerarla como una
imagen de los himnos litúrgicos de la comunidad
terrestre.
Se conservan algunos textos litúrgicos del siglo II
y hacia el 215 tenemos el primer texto de una
plegaria eucarística que se nos haya conservado. Se
trata de un escrito de Hipólito en su "Traditio
Apostólica" (Tradición Apostólica). En todos ellos
nos encontramos no con textos normativos, sino con
ejemplos de cómo deben resolverse las tareas de
improvisación en la liturgia.
Los primeros testimonios de fórmulas liturgias ya
fijas y determinadas las encontramos en los siglos
III y IV en µfrica, que al principio se refieren a
los puntos fundamentales de la plegaria eucarística.
Sólo hacia el año 600 aparecen determinadas en Roma
el conjunto de las oraciones sacerdotales con las
fórmulas de los "Sacramentarios", los libros que
regulaban la celebración de la Eucaristía y de los
demás sacramentos.
La liturgia posterior tiene sus raíces más profundas
en la liturgia del cristianismo primitivo. Hoy se
reconoce un profundo enraizamiento de éste en las
ceremonias del culto divino del judaísmo. Después de
un período que podríamos llamar de libertad e
improvisación, a partir del siglo IV empieza a
notarse en las grandes metrópolis cristianas
(Antioquía, Alejandría, Roma...) que se van fundando
como familias litúrgicas en las que al principio se
advierten muchas diferencias regionales y locales.
Posteriormente Constantinopla en oriente y Roma en
occidente, se preocupan de conseguir una uniformidad
litúrgica y para ella junto a motivos religiosos se
ven también otros de índole político-eclesiástica.
Es notable como en todas partes el "centro de la
piedad", Jerusalén, tiene un influjo normativo
litúrgico. (Recordemos p.e. el Via Crucis).
Las liturgias orientales
Estas familias litúrgicas podemos agruparlas en dos
grandes secciones, las orientales y las
occidentales. Aunque nosotros equivocadamente casi
identificamos "liturgia católica" con "liturgia
romana" y nos interesa estudiar sobre todo a ésta,
no debemos desconocer algunos rasgos característicos
de las orientales.
Notemos que las liturgias orientales subsisten hoy
en las iglesias orientales, tanto las separadas de
Roma (a las que frecuentemente llamamos "ortodoxas")
como las unidas a Roma ("orientales unidas") y que
en muchos casos las liturgias de los unidos y los
separados a Roma se parecen muchísimo entre sí.
Las liturgias orientales desde el comienzo
resaltaron ciertos datos teológicos y simbólicos más
de lo que lo han hecho las occidentales.
Consideremos algunas de sus características
generales.
Ya desde los siglos III y IV resaltan algo que ya se
percibe en la Epístola a los Hebreos y en el
Apocalipsis, la participación del culto divino que
los ángeles realizan en el cielo en la liturgia
terrestre (recordemos la introducción al "Sanctus"
en nuestra liturgia de la Misa). También, a partir
del siglo IV, se nota lo que podríamos llamar una
"dramatización en la celebración de los misterios".
Como consecuencia del desarrollo de la Cristología
(la teología sobre Cristo), recordemos las luchas
contra los arrianos (que negaban la divinidad de
Cristo), la función mediadora de la segunda persona
de la Trinidad no se considera tanto como la del que
"está sentado a la derecha del Padre" cuanto la
historia de su misión salvífica entre nosotros, o
como un reflejo de la omnipotencia del "Logos"
divino.
Consecuencia de ello es la gran importancia que dan
los orientales a la "Epíclesis", (la invocación que
implora el poder divino para que el pan y el vino se
conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo), en
los textos de las Anáforas (plegarias eucarísticas)
y su significación en la concepción de la liturgia,
como representación de los hechos salvíficos de
Cristo (Teodoro de Mopsueta, primer ejemplo de una
alegoría rememorativa) o como imagen de la actuación
de la "Jerarquía celeste" (Dionisio el Areopagita,
en parte influido por el neoplatonismo).
Otras características notables de las liturgias
orientales son, sobre todo en la liturgia bizantina,
las oraciones secretas (en voz baja), el
ocultamiento del Santísimo (velos), y la gran
importancia que se da a la mediación de los santos
(iconos en las paredes...)
Como tipos más importantes de las liturgias
orientales podemos mencionar:
1. La liturgia griega de Alejandría 2. La liturgia
copta (Egipto) 3. La liturgia etiópica. 4. La
liturgia griega de Antioquía 5. La liturgia siria
occidental 6. La liturgia siria oriental (Irak,
Irán) 7. La liturgia bizantina 8. La liturgia
armenia
Hoy en muchas zonas del oriente medio están muy
mezcladas las comunidades (unidas o separadas de
Roma) de muy diversas liturgias. En una misma ciudad
pueden encontrarse varias muy diferentes. Jerusalén
sigue siendo un centro donde "quieren estar todos".
Las liturgias occidentales
El desarrollo histórico de la liturgia en occidente
está determinado por la yuxtaposición de un tipo de
liturgia, típicamente occidental, romano-africano, y
otro, la liturgia galicana, con grandes influjos
orientales. El primero se caracteriza por su
moderación y sencillez, mientras que el segundo está
lleno de riqueza poética.
Durante mucho tiempo se considera a Milán como la
cuna y el centro de la liturgia galicana, pero hoy
se la considera mucho más como un producto
simultáneo originado en el fondo religioso de casi
todo el occidente cristiano.
Poco a poco el crecimiento de la importancia
religiosa de Roma fue imponiendo su liturgia y las
costumbres y prácticas romana acabaron dominando en
todo el Occidente. En esta romanización influyeron
en los distintos países el regreso y las
experiencias vividas en Roma por los "romeros"
(peregrinos que acudían a Roma, de ahí la palabra
castellana "romería" como equivalente casi a
peregrinación). Los benedictinos expandiendo su
liturgia y los emperadores carolingios buscando la
uniformidad religiosa de su imperio trabajaron mucho
para el predominio de la liturgia romana.
Hacia el siglo XI puede decirse que la liturgia
romana se ha impuesto casi totalmente en occidente,
la liturgia que más subsistió a su lado fue la
milanesa, y de alguna manera las costumbres y ritos
locales que no pudieron ser eliminados fueron como
absorbidos en la liturgia romana.
Como rasgos característicos de las liturgias
occidentales y especialmente de la romana podemos
señalar:
La acentuación de la función mediadora de Cristo,
que se percibe claramente en el "por Cristo..." de
las oraciones sacerdotales de la Misa, y que ha
hecho resaltar el elemento Eucarístico frente al de
la Epifanía (la manifestación de Dios), y que ha
llevado a una piedad centrada en la Misa y en la
Eucaristía.
En la liturgia romano-africana se nota una ausencia
casi total de libertad de expresión litúrgica, que
fue eliminando de alguna manera las oraciones
populares a Cristo.
Estas subsisten, pero como tapadas por las oraciones y salmos que "con" Cristo
se dirigen al Padre.
Otra característica occidental es la diversificación
de oraciones según las fiestas del año litúrgico que
ha desarrollado una importante teología de la
"historia de la salvación" a lo largo de las fiestas
del Señor y de los santos.
También es notable la distancia y la separación en
las ceremonias. En cuanto al simbolismo las posturas
han perdido su valor dramático y poético. La
celebración eucarística más que por un movimiento
dramático se caracteriza por su seriedad y
solemnidad que hace intervenir muy poco al pueblo
con aclamaciones. Parte de esta "seriedad" se debe
al influjo que el ceremonial imperial ha tenido en
la liturgia , y al consideración de la Eucaristía
como una "ceremonia sagrada del Estado" frente a la
consideración oriental que la ve como la celebración
de un misterio cargado de sentido escatológico (para
la vida eterna).
Antes de hablar de la liturgia romana mencionemos
rápidamente las principales liturgias occidentales.
La liturgia mozárabe (española). Tuvo su momento de
esplendor en la época visigoda, (siglo VII). Empezó
a ser fuertemente reprimida por la romana hacia el
siglo XI y sólo subsiste hoy en un par de capillas
(Toledo y Oviedo) como una "reliquia histórica".
La liturgia ambrosiana o milanesa. Remonta sus
orígenes a San Ambrosio (siglo IV) y aunque poco a
poco fue romanizándose, todavía ha llegado a
nuestros días vigente en la diócesis de Milán y
algunas zonas vecinas.
La liturgia antigua galicana (Francia). De ella
conservamos el libro litúrgico más antiguo de la
iglesia latina (siglo V). Tuvo un poderoso influjo
oriental. Vivió una especie de renacimiento en los
siglos XVII y XVIII en diversas liturgias regionales
como la de Lyon.
La liturgia celta. Surgió en los pueblos de origen
celta del occidente europeo. Está bastante
relacionada con e influida por la galicana. En
Inglaterra desapareció ya en el siglo VII bajo el
influjo romanizador de los benedictinos. En la
Bretaña francesa se mantuvo hasta el siglo IX y
subsistió hasta el siglo XII en Irlanda.
Todas estas y algunas otras de menor importancia
fueron absorbidas por la
Liturgia romana
Muy frecuentemente en vez de llamarla "romana" se
utiliza o se ha utilizado las expresiones "liturgia
latina" o mucho más "rito latino".
Sus más primitivos textos los encontramos en la
"Traditio apostólica" de Hipólito (290 - 302). En su
desarrollo histórico podemos señalar los siguientes
acontecimientos fundamentales.
a) Hacia el año 370 la total substitución de la
lengua griega primitiva en la liturgia romana por la
lengua latina. (Recordemos que subsistían reliquias
como el "Kyrie eleyson" en la misa latina).
b) Hacia el 600 se realiza la reforma del papa
Gregorio el Grande que logra una clarificación sobre
todo en el sector de los sacramentos.
c) Hacia el 950 comienza la reincorporación de
elementos galicanos procedentes sobre todo de
Alemania.
d) Pasado el año 1000 comienza con Gregorio VII e
Inocencio III la etapa final de esta asimilación.
Aparecen los libros litúrgicos oficiales de la curia
romana que son extendidos por todo occidente
especialmente por los franciscanos.
e) Entre 1568 y 1614 Roma crea de acuerdo con las
determinaciones del Concilio de Trento (1545-1563)
los libros que unifican la liturgia de la Iglesia
latina: Breviario (1568), Misal (de San Pío V,
1570), Pontifical (1598), Ceremonial de los obispos
(1600) y Ritual (1614).
Como el Breviario y el Misal no tenían carácter
obligatorio en el caso de que existiesen
tradiciones, otros ritos diferentes con una
antigüedad superior a los 200 años, pudieron
conservarse bastantes costumbres locales, aunque
fueron pocas las que subsistieron a la corriente
romanizadora del siglo XIX. Entre las que se
conservaron citemos las de las diócesis de Braga
(Portugal), Lyon (Francia) y las liturgias propias
de algunas órdenes religiosas (Cartujos,
Cistercienses, Premostratenses, Carmelitas,
Dominicos...)
f) A mediados del siglo XX comienza una renovación
litúrgica cuyos pasos fundamentales fueron la
reestructuración de la Semana Santa y el nuevo rito
de la Vigilia Pascual (recordemos que la
conmemoración de la resurrección se adelantaba al
sábado santo por la mañana y que en aquella época no
se permitían las misas vespertinas... Por eso hace
medio siglo en toda Europa y también América los
grandes estrenos teatrales tenían lugar el Sábado de
Gloria al anochecer, ya que ya había terminado la
Cuaresma y el Señor ya había resucitado).
g) El Concilio Vaticano II con la "Sacrosantum
Concilium" inició un período todavía no terminado de
grandes reformas litúrgicas (uso de los idiomas
vulgares, reestructuración de la práctica de los
sacramentos, con una gran descentralización que
puede llevar a la creación de nuevos tipos de
liturgias, pensemos en los pueblos africanos,
adaptados a la vida moderna).
Esta gran obra del Concilio no surgió de la nada.
Estaba insinuada y preparada por lo que se ha
llamado el movimiento de reforma litúrgica, al que
se le ha conocido por diversos nombres: "Movimiento
litúrgico", "Renovación litúrgica", "Reforma
litúrgica"...
El Movimiento litúrgico en la Iglesia católica ha
sido una tendencia de renovación con raíces
anteriores, pero ya claramente visible a fines del
siglo XIX, que dejó plenamente maduro el terreno
para la reforma del Vaticano II.
Algunas personalidades y algunos centros de
investigación, especialmente monasterios
benedictinos (que con su lema "Ora et labora", "reza
y trabaja", han sido en la Iglesia los pioneros en
el movimiento litúrgico) fueron los que iniciaron
estudios sobre el nacimiento, desarrollo y
naturaleza de los elementos litúrgicos, y su
perfecto conocimiento fue el primer paso para
purificarlos de las deformaciones y degradaciones
producidas a lo largo del tiempo.
En los grandes monasterios benedictinos como
Solesmes (Francia), María Lach o Beuron (Alemania)
se lograron revivir las mejores tradiciones de la
Iglesia latina, se redescubrió el sentido del año
eclesiástico, se encontraron muchos tesoros perdidos
en las frases y contenido de los antiguos libros
litúrgicos, se renovó y comprendió el canto
gregoriano...
Este elemento musical fue corroborado e impulsado
por el Motu Propio (uno de los diversos tipos de
documentos papales) "Tra le sollecitudini" sobre la
música sacra de Pío X (22-XI -1903) y la edición
vaticana de los libros corales, y la reforma
litúrgica de los años 1911-1914.
También hay que entender en relación con esta
"Renovación litúrgica" el famoso decreto de Pío X
sobre la comunión frecuente y la edad de la primera
comunión de los niños que hasta entonces se recibía
a los 14 o 15 años. En él se menciona el principio
fundamental de la renovación litúrgica, el de la
"participación activa" de los creyentes en las
festividades de los sagrados misterios y en la
oración solemne de la Iglesia.
Quien dio un gran impulso al movimiento litúrgico,
con el apoyo del Cardenal Mercier, fue el abad
benedictino de Mont-Cesar (Lovaina, Bélgica) y su
discurso del 23-IX-1909 en Malinas en el "Día
Católico" lanzó un movimiento de renovación
litúrgica que llegó muy pronto en Bélgica y Holanda
hasta las últimas parroquias, pero que en el resto
de Europa se redujo al influjo de las grandes
abadías benedictinas.
El portaestandarte del movimiento fue durante algún
tiempo la abadía benedictina de María Lach
(Alemania) donde Odo Casel escribió su famosa obra
sobre la "Teología de los misterios". Importante fue
también la parte del movimiento juvenil de Romano
Guardini que llevó a la participación litúrgica de
la juventud.
Después de la guerra europea, la encíclica "Mystici
Corporis" del 29-VI-1943 había abierto ya un paso
más, y el centro de pastoral litúrgica de París
fundado en 1943 ayudó a la preparación de una serie
de elementos que culminaron en la encíclica de Pío
XII, la "Mediator Dei", del 20-XI-1947, que fue la
Carta Magna de la libertad litúrgica, que partiendo
de la reforma litúrgica de Pío X la desarrollaba en
muchos puntos.
Notemos en el pontificado de Pío XII (1939-1958),
además de la Mediator Dei, la aprobación de
numerosos rituales con textos y cantos en los
idiomas vernáculos, la nueva traducción del salterio
a partir del texto original hebreo, la renovación de
la Vigilia Pascual y de las ceremonias de la Semana
Santa, la simplificación de las rúbricas, el permiso
de las misas vespertinas, la simplificación del
ayuno eucarístico, la encíclica "Musicae sacrae
disciplina" y la Instrucción de la Sagrada
Congregación de Ritos "De musica sacra et sacra
liturgia".
Juan XXIII encomendó al Vaticano II que decidiera
sobre las líneas fundamentales de una futura reforma
general de la liturgia.
El dominio al que se extendió el movimiento
litúrgico fue todo el campo del culto cristiano: la
celebración de la Santa Misa y la celebración de las
horas (tanto el breviario canónico, como los oficios
parvos privados, así como las horas santas y otros
tipos de ceremonias que suelen estar impregnadas de
espíritu litúrgico); la administración de los
sacramentos, las consagraciones, bendiciones y
procesiones, la música sacra (especialmente el
gregoriano y la polifónica, pero también los cantos
populares); la construcción y disposición de los
templos; el formato de los utensilios litúrgicos.
Pero su dominio principal es la renovación, mejor
comprensión y restauración del culto divino de la
Iglesia como celebración comunitaria de los que se
reúnen en nombre del Señor y realizan el culto con
distintos roles de acuerdo a sus distintos grados
jerárquicos fundamentales en el sacramento del
orden. Predicar la palabra de Dios, alabar.
glorificar y dar gracias a Dios, celebrar el
memorial del Señor y prepararse continuamente para
su futura venida, es el objetivo principal, siempre
actual de la Iglesia peregrina en la tierra.
Este movimiento litúrgico hubiese sido imposible sin
una verdadera y seria ciencia litúrgica, íntimamente
relacionada con la teología y sobre todo con la
Historia de la Iglesia, y no podemos aquí mencionar
ni su desarrollo histórico ni sus elementos
fundamentales, ni sus más ilustres representantes.
Tampoco debemos hablar acá de los Institutos
litúrgicos, de las Comisiones litúrgicas ni de los
Congresos litúrgicos.
La Constitución sobre la Sagrada Liturgia,
"Sacrosantum Concilium" fue la primera constitución
aprobada por el Vaticano II en diciembre del 63, y a
casi cuarenta años de distancia podemos decir de
ella lo siguiente:
En ella podemos encontrar objetivos de reforma
inmediatos y otros más mediatos. En cuanto a los
inmediatos en líneas generales casi todos ellos se
han cumplido incluso avanzando más de lo que en ese
momento suponía el Concilio.
Históricamente el Concilio despertó un período de
cambios, reformas y ensayos litúrgicos, muchos de
ellos muy positivos y otros ciertamente exagerados.
Al cabo de unos años se prohibieron los ensayos
salvo casos concretos y determinados, y puede
decirse que en este momento estamos en un período de
serenidad y decantación de los resultados obtenidos.
Ciertamente los cambios litúrgicos al principio
resultaron hasta escandalosos para una minoría del
pueblo cristiano, y en algunas cosas se buscó
demasiado lo nuevo. Pero el tiempo ha ido haciendo
percibir lo positivo de los nuevos logros litúrgicos
y también reestimar algunos elementos tradicionales
que fueron dejados de lado por muchos, pero cuyo
valor se comprende hoy mejor...
En cuanto a los objetivos más mediatos todavía le
queda mucho a la Iglesia y a los liturgistas para
reactualizar y renovar. Citemos acá como ejemplo
todo lo referente al Sacramento de la
Reconciliación.
Posturas y gestos
Las posturas y gestos, así como los ademanes en la
oración son manifestaciones y participaciones
corporales de la oración interna. La liturgia
necesita del uso de signos sensibles y formas
externas: palabras, cantos, símbolos, gestos... que
excitan y son expresión de la devoción interna y
relacionan a la misma oración con los actos
internos.
En el Antiguo Testamento abundan los ademanes en la
oración: El que reza está de pie delante del Señor
(Gen. 18,22; 1 Sam. 1, 9 y 26), mira hacia Yavé
(hacia arriba) (2 Cron. 20, 12; Ps. 24, 15),
extiende las manos o las eleva (Ex. 9, 29; 17, 11; 1
Re. 8, 22; Ps. 27, 2; 62, 5; ...), se inclina o se
prosterna en tierra (Gen. 17, 3; Jos. 5, 15; Deut.
9, 18; Ps. 5, 8; Dn. 8, 17), se arrodilla (1 Re. 8,
54; Is. 45, 23), dirige su mirada hacia el templo o
hacia Jerusalén (Ps. 5, 8; Da. 6, 11)
En el Nuevo Testamento Cristo utiliza en el culto
divino del templo o de la sinagoga los gestos y
posturas de oración normales en el culto judío,
aunque en algunos momentos corrige algunos excesos
de los fariseos (Mt. 6, 5); levanta los ojos al
cielo (Mt. 14, 19; Mc. 6, 41), se arrodilla (Lc. 22,
41) o se prosterna en tierra (Mt. 26, 39; Mc. 14,
35). Esos mismos ademanes se los recomienda a sus
discípulos (Mc. 11, 25). Los apóstoles y discípulos
siguen su modelo (Hech. 7, 55; 9, 40; Ef. 3,14;
Filip. 2, 10; 1 Tim. 2, 8)
Las posturas y gestos en la Iglesia provienen
fundamentalmente del culto primitivo, pero no faltan
usos y costumbres profanas que reciben un sentido
nuevo, específicamente cristiano.
El estar de pie (o "parados" en argentino) en la
oración se considera como un símbolo de la
resurrección y de la alegría pascual. Por eso se
reza de pie los domingos y en el tiempo pascual
(Tertuliano: "De oratione" 23)...
Pero siempre en la Iglesia ha habido gente "más
papista que el papa", y ya en el primer Concilio
Ecuménico, Nicea, año 325, ante una situación
concreta que se ha repetido muchas veces a lo largo
de la historia y en concreto después del Vaticano
II, pensemos en los lefebrianos y otros grupos, el
Concilio de Nicea, en su último canon, el 20,
determina:
"Sobre el rezar de rodillas.
Ya que hay algunos que se arrodillan en los días
domingo y en el tiempo de pentecostés (hoy diríamos
"en tiempo pascual") para que en todos los lugares
haya un perfecta uniformidad, le parece ben a este
santo concilio que las oraciones a Dios se hagan de
pie."
Este primitivísimo texto nos enseña algo que sigue
siendo hoy la doctrina de la Iglesia. No hay
posturas de oración que sean las "divinamente
reveladas y únicas", sino que han variado en muchas
ocasiones a lo largo de los tiempos. Incluso en
muchos casos quedan opciones libres dependientes
frecuentemente de circunstancias externas... El
pueblo cristiano se sienta en los bancos de las
iglesias, pero no lo hace de igual modo en una "misa
de campaña". Son distintas las posturas oyendo una
Misa dentro de una iglesia con bancos y sillas, que
haciéndolo en la Plaza de San Pedro del Vaticano...
Y la razón que alega el concilio niceno no es sino
"para mantener la uniformidad"... Los obispos son
los únicos que pueden dar leyes o reglas en ese
terreno, y también cambiarlas a lo largo de los
tiempos. Aunque no faltan algunos "iluminados" a
quienes su "espíritu santo particular" les dice que
ellos y toda la Iglesia debe adoptar tal postura.
Casi siempre me encuentro con que a mí mi espíritu
santo particular me dice lo contrario que a esos
señores...
La última aceptación y determinación de las posturas
y ademanes tolerados, permitidos u ordenados,
corresponde al Episcopado. Notemos que el cambio de
posturas y generalmente también el de muchos otros
elementos litúrgicos no suele implicar profundos
problemas teológicos(como algunos equivocadamente
pretenden creer), sino más bien problemas de
adaptación, conveniencia y mayor utilidad para
conseguir una mayor participación del pueblo.
El estar de rodillas simboliza el reconocimiento de
la culpa y la penitencia, por eso se estimula en
tiempos de cuaresma y adviento, que suelen ser los
de ayuno y abstinencia, aunque esas penitencias en
la liturgia actual se han reducido a un mínimo.
La genuflexión simple (con una sola rodilla) es algo
desconocido en la primitiva liturgia romana;
primitivamente era en la edad media un gesto de
reverencia y sumisión frente al señor feudal,
después se hizo a los obispos, muchos de los cuales
eran también señores feudales, y no entró en la
liturgia hasta finales del medioevo.
La genuflexión doble con inclinación de la cabeza
estaba hasta hace relativamente poco tiempo
reservada como saludo de adoración a la Eucaristía
expuesta para la adoración de los fieles. Hace poco
tiempo ha sido sustituida por la genuflexión simple.
La inclinación o reverencia ha sido una de las
posturas más frecuentes, p.e. en las oraciones sobre
el pueblo.
La postración en el suelo era frecuente al comienzo
del acto de culto. Hoy sólo se conserva así el
Viernes Santo.
El extender las manos en la oración aparece
frecuentemente descrito en los autores primitivos
(Tertuliano, "De oratione" 14; Ambrosio, "De
virginibus" II, 4, 27) y el arte (los "orantes") y
se le da un nuevo fundamento como símbolo de la
crucifixión del Señor (Tertuliano, "De oratione" 17;
Ambrosio, "De sacramentis" VI, 4, 18)
El juntar las manos es algo que procede del derecho
feudal germánico y simboliza fidelidad al señor (en
este sentido se conserva todavía en la ordenación
sacerdotal), aparece en la liturgia desde el siglo
VIII y se generaliza en la segunda mitad de la edad
media.
Puede decirse que la unificación de las posturas
corporales se consiguió en la Iglesia latina a
partir de las rúbricas del Missale Romanum (1570) y
el Pontificale Romanum (1596) y han permanecido casi
inmutables hasta el Concilio Vaticano II.
Las posturas del pueblo quedaron ya determinadas a
finales de la edad media. La postura fundamental en
la Misa era de rodillas, lo que se interpretaba como
una confesión de fe en la presencia real de Cristo
en el Santísimo Sacramento (y esto se resaltó más
como reacción a la postura contraria del
protestantismo.)
El movimiento litúrgico y los documentos
eclesiásticos (cfr. SC 30) pretenden una nueva
integración de las posturas corporales en el culto
divino, la liturgia y la oración, buscando una mayor
participación del pueblo.
La música sagrada
Es una parte integrante de la liturgia solemne (MP
de 1903 I, 1) que debe acompañar a las acciones
litúrgicas (Instrucción de 1958, nn. 1, 5-9, 12) que
surgió con la liturgia y está inseparablemente unida
a ella. Como "principal servidora de la sagrada
liturgia" (Carta del Cardenal Secretario de Estado
al Cardenal Frings del 26-Y-1961) tiene un lugar
primordial sobre todas las demás artes en la
liturgia.
El canto gregoriano es la forma más elevada de la
música litúrgica (MP de 1903 II 3-4) (SC 116). La
música coral o polifónica tiene también una gran
tradición dentro de la Iglesia.
El canto religioso popular (SC 118) debe ser
fomentado en las acciones litúrgicas para lograr una
mayor participación de los fieles.
En cuanto a los instrumentos musicales, se considera
como instrumento musical tradicional el órgano de
tubos, pero pueden admitirse otros instrumentos
(guitarra) con el consentimiento de la autoridad
eclesiástica territorial correspondiente, siempre
que sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado,
convengan a la dignidad del templo y contribuyan
realmente a la edificación de los fieles (SC 120)
Notemos que también corresponde a la autoridad
eclesiástica territorial (el episcopado) determinar
qué cantos pueden o no pueden cantarse en los actos
litúrgicos.
HISTORIA DE LA LITURGIA
SUMARIO
I. Desarrollo histórico:
1. En la liturgia, parte inmutable v parte sujeta a
cambio;
2. Las diversas fases de la obra de salvación
realizada por Cristo y actuada en la liturgia.
II. Los comienzos:
1. En la vida de Jesús;
2. Las primeras realizaciones apostólicas:
3. El contexto:
a) El culto judío del siglo I.
b) Las formas cultuales del helenismo contemporáneo.
III. Las concreciones en el período subapostólico.
IV. Las grandes familias litúrgicas.
V. La liturgia romana clásica.
VI. Las transformaciones de la liturgia romana al
encontrarse con el genio franco-germánico.
VII. Transformaciones, desarrollos, reformas:
1. La liturgia de la curia;
2. El breviario de Quiñones;
3. La reforma de Trento y de Pío V;
4. La reforma inspirada en el movimiento litúrgico:
a) Pío X,
b) Malinasi L. Beauduin,
c) Pío XII: "Mediator Dei" y vigilia pascual
I. DESARROLLO HISTÓRICO
1. EN LA LITURGIA, PARTE INMUTABLE Y PARTE SUJETA A
CAMBIO.
El conjunto de la liturgia, mediante el cual,
especialmente en la celebración de la eucaristía,
"se ejerce la obra de nuestra redención" (SC 2), no
agota ciertamente la actividad de la iglesia (SC 9),
pero es la cumbre y la fuente de toda acción
eclesial (SC 10). "Toda celebración litúrgica, por
ser obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo, que es
la iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya
eficacia... no la iguala ninguna otra acción de la
iglesia" (SC 7). Ahora bien, ese conjunto ha estado
sujeto a un continuo devenir a lo largo de la
historia.
En él ciertamente existe "una parte que es
inmutable, por ser de institución divina"; pero
existen también "otras partes sujetas a cambio, que
en el decurso del tiempo pueden y aun deben
variar..." (SC 21). En los párrafos siguientes se
tratará de iluminar la historia de esos cambios, del
devenir, del desarrollo y de las correcciones que en
el curso de dos milenios han ido dando vida, si bien
de una manera lenta, al imponente edificio de la
liturgia de la iglesia, a partir del origen divino
establecido en Jesucristo.
2. LAS DIVERSAS FASES DE LA OBRA DE SALVACIÓN
REALIZADA POR CRISTO Y ACTUADA EN LA LITURGIA.
Jesucristo es el centro de todo el culto cristiano,
el único mediador entre Historia de la liturgia Dios
y los hombres (1 Tim 2,5). Toda la predicación
apostólica tiende a introducir en la "plenitud de la
inteligencia" y a hacer "llegar al conocimiento del
misterio de Dios, que es Cristo" (Col 2,2). Hacia él
tiende toda la historia de la salvación. "Dios, que
quiere que todos los hombres se salven..., habiendo
hablado antiguamente en muchas ocasiones de
diferentes maneras a nuestros padres por medio de
los profetas, cuando llegó la plenitud de los
tiempos envió a su Hijo, el Verbo hecho carne... En
Cristo nostrae reconciliationis processit perfecta
placatio, et divini cultus nobis est indita
plenitudo" (SC 5). Esta es la obra salvífica
realizada en la historia de la salvación, que ocupa
el centro de todo nuestro culto: "Esta obra...,
preparada por las maravillas que Dios obró en el
pueblo de la antigua alianza, Cristo el Señor la
realizó principalmente por el misterio pascual de su
bienaventurada pasión, resurrección de entre los
muertos y gloriosa ascensión... Del costado de
Cristo dormido en la cruz nació el sacramento
admirable de la iglesia entera" (SC 5). Es misión de
la iglesia actuar esa obra salvífica, porque Cristo
"envió a los apóstoles... no sólo a predicar" el
contenido de esa acción redentora mediante el
anuncio del evangelio, "sino también a realizar la
obra de salvación que proclamaban mediante el
sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales
gira toda la vida litúrgica" (SC 6).
II. LOS COMIENZOS
La verdadera tarea de la liturgia, en adoración y
glorificación del Dios vivo y para salvación de los
hombres, es la realización (representación) del
misterio salvífico de la pascua de Cristo. A fin de
que esto fuese Historia de la liturgia posible, los
apóstoles predicaron y reunieron a los fieles para
realizar acciones cultuales.
1. EN LA VIDA DE JESÚS.
Podemos hablar de primeras formas de acciones
cultuales solamente en la edad apostólica. Los
documentos al respecto -las cartas de los apóstoles
y los Hechos - se remontan a una época que dista ya
algunos decenios de los comienzos. En las
confesiones de fe en el Señor resucitado y con la
fuerza del Espíritu Santo ya se celebran acciones
cultuales. Pero ya en la redacción de los evangelios
se refiere que el fundamento y los primeros pasos de
esas acciones se deben buscar en la vida de Jesús
anterior a la resurrección. Los evangelios delinean
la figura de Jesús como la del hijo de una familia
que vive según la ley de Moisés: circuncisión del
niño al octavo día (Lc 2, 21), sacrificio de la
purificación en el templo (2, 22), peregrinación
anual de toda la familia al templo por la fiesta de
pascua (2,41). Al comenzar la actividad pública,
Jesús se hace "bautizar" por Juan (3,21; Mt 3, 13
ss; Mc 19 ss); enseña en las sinagogas (Mc 1,21; Mt
4, 23 Lc 4 14 ss) y participa activamente en el
culto sinagoga¡ (Lc 4,17-21). Es el gran orante, que
pasa las noches en oración (Lc 6, 12) y enseña a los
discípulos a orar (11,1-4). Con frecuencia se acerca
al templo, aunque nunca se nos dice que participe en
los sacrificios que allí se realizaban. Pero celebra
las fiestas de Israel, y sobre todo, se señala,
celebra con sus discípulos la cena pascual, en la
que introduce la nueva acción memorial de la ofrenda
de su cuerpo y de su sangre bajo las especies del
pan y del vino. Seguramente habrá pronunciado, quizá
en el seno de su propia familia, muchas de las
oraciones cotidianas de los judíos piadosos de su
tiempo: efectivamente, conoce y recuerda el Schemá
Israel ("Escucha, Israel") de la oración de la
mañana (Mc 12 29), utiliza las alabanzas (berakoth)
(Mc 6,41; 8,7; 14,22-23) y las transforma en su
propia oración (alegría mesiánica: Mt 11,25-27). Por
otra parte, hace sentir su crítica y propugna la
pureza y la sencillez del culto: cuando expulsa a
los vendedores del templo (Mc 11,15); cuando explica
la recta observancia del sábado, del que es señor el
Hijo del hombre (Mc 2,1828); cuando exige una
actitud interior recta en el sacrificio, y sobre
todo en la oración (Mt 5, 23; 6, 5 ss; Lc 18, 13).
Finalmente, el evangelio de Juan pone en sus labios
palabras relativas al verdadero culto de Dios:
"Llega la hora, y ésta es, en que los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en
verdad" (Jn 4, 23). Los evangelistas hablan de la
explícita institución de acciones cultuales: el
mandato de bautizar (Mt 28, 19s) y el encargo de
celebrarla cena: "Haced esto en recuerdo mío" (Lc
22, 19).
2. LAS PRIMERAS REALIZACIONES APOSTÓLICAS.
Enviados por el Señor y fortalecidos por el descenso
de la fuerza de lo alto, los apóstoles predicaron la
buena noticia de la resurrección, del perdón de los
pecados y del don del Espíritu Santo (He 2, 38-40).
Administraron el bautismo, y los nuevos discípulos
se agruparon alrededor de ellos: "Perseveraban en la
enseñanza de los apóstoles en la comunión, en la
fracción del pan y en las oraciones" (He 2, 41-42).
Seguían participando cotidianamente en el culto del
templo, mientras que en las casas hacían una comida
en común, "partían el pan... con alegría y sencillez
de corazón, alabando a Dios" (2, 46 s).Entre los
actos cultuales del templo se menciona, por ejemplo,
la oración "ala horade nona" (3,1). En este cuadro
general de una comunidad estrechamente unida podemos
insertar los datos particulares mencionados en los
escritos neotestamentarios, es decir, los Hechos de
los Apóstoles, las cartas y el Apocalipsis de Juan:
el baño (la inmersión) bautismal, administrado "en
el nombre del Señor Jesús" (He 19, 5); a éste sigue
la imposición de las manos para comunicar el
Espíritu Santo (He 8, 15-17; 19, 56); la reunión de
la comunidad para hacer una comida de una naturaleza
especial, el deípnon kyriakón, consistente en una
"fracción del pan" acompañada de una "eucharistía" y
en la ofrenda del cáliz de vino, sobre el que se
pronuncia una "euloguía"; "cuantas veces coméis este
pan y bebéis este cáliz anunciáis la muerte del
Señor hasta que venga"( 1 Cor 11, 20-26 y 10,
16-17). En estos alimentos sobre los que -en
evidente conexión con las palabras del Señor- se
pronuncian una "eucharistía" y una "euloguía", se
recibe el cuerpo y la sangre del Señor, como explica
ampliamente Jn 6. Esa comida se incluye todavía
dentro de una comida normal completamente. Por He
20, 7-11 vemos ya que tiene lugar al final de una
enseñanza doctrinal bastante larga por obra del
Apóstol (20,7), y precisamente en el "primer día de
la semana"; es decir, en el día en que el Señor se
apareció a los suyos después de la resurrección; en
el que descendió el Espíritu Santo sobre los
apóstoles; en el que, según 1 Cor 16, 2, se hacía la
colecta dentro de la asamblea de la comunidad, día
que en Ap 1, 10 ya se llama "día del Señor". Se
practica mucho la oración en común, y se hace con
constancia, participando en las horas de oración en
el templo o en la sinagoga, o bien dentro de la
comunidad ya separada de los judíos, y se ora
también de noche (He 16,25: hacia medianoche).
La índole y el contenido de esas oraciones nos los
indica, por ejemplo, Ef 5, 18-20: "... llenos del
Espíritu, hablando unos a los otros con salmos,
himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando
al Señor en vuestros corazones, dando siempre
gracias por todo al que es Dios y Padre en nombre de
nuestro Señor Jesucristo" (cf Col 3, 16-17). En caso
de enfermedad los presbíteros oran sobre el enfermo
y lo ungen con aceite en nombre del Señor para que
sane y obtenga la remisión de los pecados (Sant 5,
14-15). Todo se centra siempre en el Señor Jesús; en
élse han cumplido las promesas; hacia él ha
conducido la ley como pedagogo (Gál 3, 24). Ahora
ésta ha sido abolida por la realidad definitiva,
presente en Cristo. Todo lo que se ha verificado
antes era sólo una imagen ha sucedido typikós ( I
Cor 10, 11) "para nosotros, que hemos llegado a la
plenitud de los tiempos" (10, 11). Esto se ve
claramente sobre todo por el modo diferente de
celebrar las fiestas: ya no son una observancia
literal de los tiempos festivos (Gál 3, 8-11; Col 2,
16s); Cristo mismo es el verdadero Cordero pascual
(1 Cor 5, 7s); participando de él celebramos la
verdadera fiesta (heortázomen). En esa libertad del
Espíritu Santo, en el abandono progresivo de las
costumbres sinagogales, en la interpretación que
refiere la imagen del tiempo pasado (del AT) a la
nueva realidad presente en Cristo, se va delineando
en unas pocas formas la liturgia del nuevo pueblo de
Dios.
3. EL CONTEXTO.
Sin embargo, esto no significa que los apóstoles y
sus comunidades, para poder entrar en contacto y
hacerse entender, no se hayan servido en muchos
casos de formas preexistentes, las hayan modificado
y después hayan pasado a proponer de manera creativa
algo nuevo. Esto era simplemente necesario.
a) El culto judío del siglo I
Así como Jesús de Nazaret se había movido dentro de
las formas de la sociedad de su tiempo y de su
tierra, así también los apóstoles y las primeras
comunidades judeocristianas asumieron con gran
naturalidad unas formas de oración y de culto que
les eran familiares. Los baños, las inmersiones y
emersiones, los bautismos no eran realidades
desconocidas. Eran frecuentes, de una u otra manera,
en el AT y en la comunidad de Qumrán. Juan Bautista
los había administrado. Jesús mismo se había hecho
"bautizar"; y, ya durante su vida, también los
discípulos habían bautizado (cf Jn 4, 1-3). El
bautismo cristiano, la manera de administrar el
bautismo, ha asumido diversas cosas de las formas ya
habituales, aunque todo recibe una interpretación y
una orientación completamente nuevas: se bautiza en
el nombre del Señor Jesús (crucificado y
resucitado), para participar en su muerte y
resurrección (Rom 6, 1-11; Col 2, 6-15; 3, 1-5 ss).
La costumbre de los primeros cristianos de "orar sin
cesar" (1 Tes 5, 17), o sea, continuamente, varias
veces a lo largo del día y de la noche, se remite a
ejemplos del AT y de la oración del templo y de la
sinagoga de la época de Jesús: oración de la mañana
y de la tarde; tres veces al día (cf Dan 6, 11; He
3, 1; 10, 9). Las fórmulas de estas oraciones son
libres (cf He 4, 24) o bien se utilizan los salmos.
De considerable importancia para la oración de los
cristianos, de un contenido indudablemente nuevo,
fue el género literario de las alabanzas (berakoth),
quizá la herencia más preciosa de la oración
veterotestamentaria judía. Este es su esquema:
invocación en alabanza del nombre de Dios; mención
del motivo de la alabanza: recuerdo de las obras
maravillosas de Dios; doxología final: "Bendito seas
tú, Dios omnipotente, Señor nuestro; has realizado
esta gran acción a nuestro favor; a ti, Señor, la
alabanza eternamente. Amén". Encontramos fórmulas de
oración semejantes en los escritos del NT; de manera
más breve, por ejemplo, en el gozo de Mt 11, 25; de
manera más larga, en Rom 16, 25-27; Ef 1, 3-14.
Semejante a esto debe haber sido el contenido de las
alabanzas que, en la narración de la multiplicación
de los panes y de la última cena, se denominan
eucharistíai y euloguíai. Tenemos ejemplos de esas
oraciones judías de acción de gracias dichas en la
mesa y que se remontan casi hasta la época de Jesús.
Todo esto se asume y se utiliza con soberana
libertad, en un progresivo y lento alejamiento de la
antigua costumbre y, sobre todo, con un espíritu
completamente nuevo: Jesús, el Cristo, el Señor, y
su acción salvífica pascual son la gran obra de
Dios, que se celebra con alabanzas. En la
composición de las nuevas fórmulas de oración se
evitan todas las expresiones que indiquen
directamente una costumbre cultual
veterotestamentaria. El culto antiguo está abolido
en Cristo. Para celebrar el culto memorial de Cristo
y dar gracias a Dios por él se reúnen lejos del
templo y de la sinagoga, o sea, en las casas de la
comunidad, donde, con unas pocas acciones, aquellos
que han sido instruidos y creen son introducidos en
el acontecimiento salvífico de Cristo, para que
estén siempre "en Cristo Jesús" (Gál 3,28; Ef 2,
passim).
b) Las formas cultuales del helenismo contemporáneo.
Se trata de los templos y de los múltiples
sacrificios ofrecidos a los llamados dioses en el
culto del sol, del Sol invictus, y en el culto del
emperador. Frente a todo esto se asume una actitud
de total oposición: ni actos cultuales ante el
emperador o ante los dioses, ni sacrificio material
ni templo; por el contrario, se practica la
adoración espiritual e interior del verdadero Dios
invisible en la celebración de la memoria de
Jesucristo y en la unión con él y con su obra a
través del bautismo en su nombre o de la comida
memorial que proclama su muerte. A este respecto
algunas tendencias de la filosofía popular del
tiempo, orientadas hacia un culto espiritual de
Dios, hacia una loguiké thysía, aportaron algunas
cosas, bien desde el aspecto terminológico, bien de
cara a una elaboración conceptual y a una
explicitación del patrimonio tradicional del
ambiente helenístico.
III. LAS CONCRECIONES
A partir de la compenetración recíproca y de la
unión de los diferentes elementos que hemos
detectado en los escritos del NT y en su ambiente,
se desembocó, durante el s. II , en las primeras
formas de liturgia cristiana. La reunión de la
comunidad en el día del Señor para celebrar la
memoria del Señor, la eucaristía, es elemento
central. El día es ya una costumbre bien fija. En la
Didajé leemos: "Reunidos cada día del Señor, romped
el pan y dad gracias..." (c. 14). Hacia la mitad del
s. II, Justino presenta la primera descripción
precisa del culto dominical. En el "día que se llama
del sol" todos se reúnen; se leen pasajes de los
escritos de los apóstoles y de los profetas; siguen
la homilía y las oraciones de intercesión; a
continuación se presentan pan y vino mezclado con
agua, y el que preside la asamblea dice sobre ellos,
"según sus fuerzas", "oraciones y acciones de
gracias" a las que todos responden con un "Amén";
los dones así "eucaristizados" se distribuyen entre
todos (Apol. 1, 67); ahora se han cambiado en la
carne y sangre del Jesús encarnado (c. 66). Se trata
ya de la estructura de la misa, que ha permanecido
igual hasta hoy a lo largo de los siglos. Punto
central, decisivo, después de la liturgia de la
palabra, es la plegaria eucarística, pronunciada
sobre los alimentos llevados por los fieles para que
se transformen; después, todos se unen en la comida.
Esto, sencillamente, desarrolla el núcleo central
puesto por el NT: la comunidad se realiza al acoger
la recomendación apostólica de hacer memoria de la
muerte y resurrección de Jesucristo; es un convite
santo, que continuamente une a todos, según 1 Cor
10,17: "Porque no hay más que un pan, todos formamos
un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo
pan".
Todavía no existen textos precisos para ello; el
celebrante habla libremente, "según sus fuerzas",
dice Justino. De todas formas, podemos, en cierta
medida, descubrir el género literario de la oración
de la eucharistía; se trata de la formulación
cristiana de la oración de la berakah proveniente
del AT, de la oración de "alabanza" de los mirabilia
Dei. En los capítulos 9 y 10 de la Didajé se nos
ofrecen por lo me nos algunos ejemplos semejantes de
cómo se podía formular esa eucharistia cristiana.
El primer texto preciso lo encontramos solamente en
la oración de acción de gracias que nos transmite
Hipólito Romano, a comienzos del s. III, en su
Tradición Apostólica. Se trata de un texto no
prescrito, sino ejemplificativo, que el celebrante
puede seguir con toda libertad, sin estar obligado a
ello. Después de la introducción (el diálogo como el
de hoy), leemos: "Te damos gracias, oh Dios, por
medio de tu amado Hijo Jesucristo, que en estos
últimos tiempos nos has enviado como salvador y
redentor..." (c. 4). La celebración del domingo
mediante la liturgia de la palabra y del memorial
del Señor (eucaristía) es la primera y más
importante acción litúrgica de la iglesia antigua
testimoniada con toda claridad.
A la vez va formándose -aunque esté menos
testimoniada- la celebración de la pascua anual. Un
escrito de los años 130-140, la Epistula
Apostolorum, habla por primera vez de la existencia
de esta fiesta. Se celebra ya anualmente, como la
pascua judía, en memoria de la muerte salvífica de
Cristo, en la que se cumple la pascua antigua, que
la prefiguraba. Su liturgia consiste concretamente
en una vigilia nocturna (vigilia), concluida al
canto del gallo con la celebración de la eucaristía.
Hacia finales del siglo II, la controversia sobre la
fecha precisa de la pascua (a saber: si había que
seguir la costumbre judía, poniendo el acento en la
muerte del Señor, y adoptar por tanto el 14 de
Nisán, o bien si se debe elegir como fecha el día
del Señor sucesivo al 14 de Nisán, poniendo así el
acento en la resurrección) lleva a preferir el día
del Señor. La vigilia nocturna que precede al día
festivo (y a todo el tiempo festivo pascual, el
pentecostés que se añadió muy pronto) es un elemento
decisivo. Desde bien entrado el siglo III, la fiesta
de la pascua es solamente el transitus, el "paso del
ayuno a la fiesta; por tanto, propiamente un punto
de demarcación, la superación de la línea divisoria
entre muerte y vida, entre la muerte de cruz y la
resurrección de Cristo, entre la muerte al pecado y
la nueva vida con Cristo. Después, poco a poco, toda
la vigilia y la eucaristía festiva que la cierra se
llamarán pascua; por eso la pascua comprende también
el ayuno a partir de la tarde del viernes santo,
desde la hora de la muerte del Señor. En el siglo IV
se coloca delante de la pascua el "tiempo de
cuarenta días de ayuno y penitencia", y después de
ella el "tiempo de cincuenta días" o pentecostés, en
el que, según una afirmación de Tertuliano (De
corona 3), es nefas, no está permitido ayunar ni
rezar de rodillas, exactamente como en los días del
Señor. Esta celebración anual es, en aquella época y
en el fondo hasta hoy, "la fiesta" de la iglesia
pura y simplemente, he heorté, "en su conjunto la
fiesta de la redención a través de la muerte y la
glorificación del Señor" 6 bis. En esta santa noche
pascual se administra también el bautismo y la
sucesiva imposición de las manos y unción para la
comunicación del Espíritu Santo. Se trata de los dos
sacramentos de la iniciación a la vida cristiana,
que llevan a la cumbre de la primera participación
activa en la celebración eucarística.
Estamos bien informados sobre la celebración de la
liturgia de esos sacramentos de la iniciación a
través de la Didajé, de Justino (Apología I), de
Tertuliano y, al principio del s. III, nuevamente de
Hipólito (Tradición apostólica). Tras una adecuada
preparación catequética completada en los "cuarenta
días" de ayuno de la preparación de la fiesta
pascual, después de oraciones y exorcismos, después
de la participación en la vigilia nocturna, a
primeras horas de la mañana se consagra el agua, los
candidatos se despojan de sus ropas -símbolo del
hombre viejo-, se consagra el aceite sagrado, los
que van a ser bautizados renuncian a Satanás y
bajan, desnudos, al agua, y allí escuchan la triple
pregunta e invitación a confesar su fe en el Padre,
y en el Hijo, y en el Espíritu Santo, y se les
sumerge tres veces con tres invocaciones (epíclesis)
de los nombres divinos. Tras una primera unción con
el óleo, los bautizados se visten sus ropas -símbolo
del hombre nuevo- y son conducidos ante el obispo,
que les impone las manos y los unge con óleo santo
mientras pronuncia estas palabras: "Señor Dios, que
los has hecho dignos de merecer la remisión de los
pecados mediante el baño de regeneración del
Espíritu Santo, infunde en ellos tu gracia, para que
te sirvan según tu voluntad..." El obispo les da el
beso de paz y luego les admite a la oración y a la
participación comunitaria en la eucaristía con todo
el pueblo (Tradición apostólica 17-21). Este es el
núcleo del rito de la iniciación: "Por el bautismo
los hombres son injertados en el misterio pascual de
Jesucristo: mueren con él, son sepultados con él y
resucitan con él; reciben el espíritu de adopción de
hijos, por el que clamamos: Abba! ¡Padre! (Rom 8,
15), y se convierten así en los verdaderos
adoradores que busca el Padre. Asimismo, cuantas
veces comen la cena del Señor proclaman su muerte
hasta que vuelva. Por eso, el día mismo de
pentecostés, en que la Iglesia se manifestó al
mundo, los que recibieron la palabra de Pedro fueron
bautizados... (He 2,41-42. 47). Desde entonces, la
Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el
misterio pascual: leyendo cuanto a él se refiere en
toda la escritura (Le 24,27), celebrando la
eucaristía, en la cual se hacen de nuevo presentes
la victoria y el triunfo de su muerte, y dando
gracias al mismo tiempo a Dios por el don inefable
(2 Cor 9, 15)..." (S C 6).
En el mismo tiempo en que se hace esta elocuente
descripción de la liturgia central de la iglesia,
encontramos también las primeras alusiones claras a
la que será posteriormente la liturgia de las Horas.
La Tradición apostólica de Hipólito, junto a la cena
común, conoce una especie de lucernarium o culto
vespertino. Al caer de la tarde, el diácono lleva la
lámpara a la asamblea y se pronuncia una oración de
acción de gracias sobre ella: "Te damos gracias,
Señor, por tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor, por el
que nos has iluminado revelándonos la luz
incorruptible. Hemos vivido todo este día y hemos
llegado al comienzo de la noche... Que no nos falte
ahora la luz de la tarde, por tu gracia; por eso te
alabamos y te glorificamos por medio de tu Hijo..."
(c. 25). Otros capítulos invitan a orar por la
mañana, antes de comenzar el trabajo; si es posible,
incluso en la "asamblea, donde el Espíritu produce
fruto" (c. 35). Pero también cada uno debe orar a la
hora de tercia, sexta y nona, "alabando
continuamente a Dios", y antes del reposo nocturno;
e incluso los que viven en comunidad conyugal deben
levantarse a media noche para orar (c. 41). Unos
años antes Tertuliano trazaba el cuadro de estos
tiempos de oración de una manera algo más realista,
y distinguía las horae legitimae, o sea, los tiempos
de oración obligatorios "al comienzo del día y de la
noche", de las "orationes communes", acerca de las
cuales no existe ninguna prescripción (De oratione
25). De cualquier forma, no se trata de un deber en
sentido estricto, porque "respecto a los tiempos de
oración no hay ninguna prescripción; solamente se
debe orar en todo tiempo y en todo lugar" (ib, 24).
Para hacer posible esta vida cristiana, que celebra
la acción salvífica realizada por Dios en Cristo,
los apóstoles habían establecido ancianos, o sea,
presbíteros (cf He 14, 23). Al comienzo del s. II,
ya en Ignacio de Antioquía encontramos plenamente
desarrollado el ministerio de los obispos, de los
sacerdotes y de los diáconos. Al principio del siglo
III es otra vez Hipólito de Roma el primer testigo
de las acciones cultuales por las que se transmite
solemnemente este poder ministerial (Tradición
apostólica 2s; 7-13). En el día del Señor los
obispos presentes imponen las manos sobre el obispo
neoelecto por el pueblo en presencia del presbiterio
y recitan sobre él la oración de consagración: "Dios
y Padre de nuestro Señor Jesucristo..., envía ahora
el poder -que sólo puede venir de ti-del Espíritu
soberano (heghemonikoú) que tú has dado a tu amado
Hijo Jesucristo... Concede, Padre que conoces los
corazones, a este siervo que has elegido para el
episcopado, el don de pastorear tu santo rebaño...
(c. 3, ed. Botte, 6 y 8). De la misma manera el
obispo y los sacerdotes imponen las manos sobre el
candidato al presbiterado y oran sobre él (c. 7, ed.
Botte, 20). Al diácono lo consagra solamente el
obispo (c. 8, Botte, 22 s; 26); los demás
ministerios se transmiten sin imposición de manos
(cc. 11; 13).
Finalmente, debemos recordar que, ya a partir de la
segunda mitad del siglo II y después a lo largo del
siglo III, se celebran las memorias de los mártires
en sus dies natalis, y precisamente con una
celebración de la eucaristía sobre sus tumbas,
seguida de una comida en común.
Estos son los rasgos esenciales del culto divino de
la iglesia postapostólica en los siglos II y III.
Con gran libertad y apertura a la inspiración del
momento y del tiempo, las líneas fundamentales de
los evangelios y de las cartas apostólicas se
tradujeron en unas pocas acciones cultuales
sencillas, pero características, en las que,
utilizando materiales de la tradición
veterotestamentaria y adoptando formas que le
resultaban comprensibles también al hombre
helenístico contemporáneo, se proclama, se celebra y
se comunica el misterio pascual de Cristo; o sea, el
hombre se inserta en el misterio de Cristo a través
del bautismo, la confirmación y la participación en
la eucaristía, a través de la celebración regular de
la eucaristía en el día del Señor de cada semana y
en la celebración anual de la pascua, de aquella
gran vigilia nocturna que se prepara con un tiempo
más bien largo de ayuno y se corona con el tiempo
festino y gozoso de pentecostés. La oración
incesante, concretada en la alabanza matutina y de
la tarde y en la oración libre en cualquier momento,
inserta la confesión de Cristo en la vida cotidiana.
Aunque se trate solamente de líneas fundamentales y
esenciales y de primeras redacciones de textos
escritos, la vida cultual posee ya una
estructuración fijada a grandes trazos, como deja
intuir la Didajé y demuestran la Tradición
apostólica y otras disposiciones eclesiásticas
semejantes de tiempos algo posteriores.
El cuadro que hemos trazado, remitiéndonos para los
siglos II y III sobre todo a Hipólito y a
Tertuliano, se refiere principalmente a la liturgia
de la iglesia de Roma y del Africa latina. Pero las
indicaciones ocasionales que encontramos en otros
escritos testimonian en medida suficiente que las
estructuras fundamentales son iguales por todas
partes. Pese a la libertad en la composición de los
textos de que goza el obispo que preside el culto,
encontramos en todas las iglesias las mismas
celebraciones cultuales que explicitan el patrimonio
originario heredado de los apóstoles, sobre todo en
lo que se refiere a la materia y forma de los siete
sacramentos.
IV. LAS GRANDES FAMILIAS LITÚRGICAS
La herencia apostólica, materializada y estructurada
concretamente con gran libertad, es sinónimo de
pluralismo. Originalmente, si hacemos abstracción de
las pocas líneas fundamentales, encontramos una
variedad de formas, y no una forma única y
obligatoria para todos. Esto vale ya para lo que se
refiere a la lengua. La primitiva comunidad
apostólica de Jerusalén constituye el punto de
partida. Pero ya aquí, junto a los judeocristianos
que hablan arameo, encontramos a los helenistas (cf
He 3, 9-11; 6, 1: "murmuración de los helenistas
contra los hebreos con motivo del trato injusto a
sus viudas y pobres). Se forman nuevas comunidades
en Samaria (He 8, 5-25), en Cesaren (8, 40), Damasco
( 9,1), Antioquía (13, 1), Chipre (13, 4ss), y luego
en toda Asia Menor y en Grecia y, finalmente, en
Roma y España. La diversidad de lenguas es un hecho
evidente: aquí el arameo, allá el griego koiné, la
lengua común en la cuenca del Mediterráneo, la
oikouméne de entonces. Para el culto esto significa
inmediatamente la distinción entre el hebreo-arameo
de la Biblia y su traducción griega llamada de los
Setenta. Una importancia todavía mayor adquieren las
comunidades cristianas procedentes del paganismo, o
sea, los cristianos helenistas, que durante los
siglos II y III fueron constituyendo cada vez más el
núcleo de las iglesias cristianas. Las primeras
iglesias se concentraron sobre todo en las grandes
metrópolis del mundo de entonces, en Jerusalén y en
Antioquía (donde los discípulos fueron llamados por
primera vez cristianos: He 11, 26), en Corinto y
Roma, en Alejandría y Efeso, etc. Naturalmente, de
todo esto no sabemos todavía nada preciso o
concreto. Debemos, por así decir, deducirlo de los
datos seguros de la Sagrada Escritura, de la doble
forma de la lengua, de la fundación de las primeras
comunidades en esas grandes ciudades; y con esto
debemos confrontar lo que conocemos de una época
posterior, referido a las liturgias típicas formadas
efectivamente en las grandes metrópolis, a saber: en
Jerusalén, Antioquía Alejandría, Roma y el norte de
África latina (Cartago). En esas ciudades habían
puesto las bases los apóstoles; sus sucesores,
frecuentemente grandes figuras de obispos santos,
edificaron sobre ellas. Lo que ellos propusieron y
ordenaron, lo que ellos, guiados por el Espíritu
Santo y en virtud de su gran personalidad,
formularon en un momento de feliz inspiración
durante la celebración de los días festivos, todo
eso se puso por escrito, se coleccionó y fue de
nuevo utilizado. Comunidades más pequeñas de los
alrededores lo acogieron con admiración; y así, a
parar de la metrópoli, sede del obispo principal, se
fue desarrollando una liturgia que tenía una
impronta típica.
Podemos reconocer clarísimamente ese proceso en la
irradiación ejercida por metrópolis occidentales
como Roma, Milán y Cartago (en el norte de Africa
proconsular). Aquí la formación de familias
litúrgicas concretas va de la mano con el
surgimiento de una específica latinidad cristiana.
El latín cristiano se ha desarrollado sobre todo en
el África septentrional. Al crecer el número de
cristianos, hacia el final del período de las
persecuciones y después del edicto de Milán del 313,
la lengua griega koiné, adoptada originalmente en
todas partes, cede el paso poco a poco al latín.
Tertuliano puede considerarse como uno de sus
grandes creadores; Minucio Félix, sobre todo san
Cipriano y luego Lactancio son sus representantes
principales. En un primer momento, con una decisión
conservadora perfectamente comprensible, se había
mantenido el griego en la celebración del culto.
Pero para bien de los fieles era necesario cambiar.
En la iglesia romana, el paso del griego al latín en
la liturgia tuvo lugar bajo el papa Dámaso. La
importancia de este acontecimiento puede
caracterizarse así, según los estudios de Chr.
Mohrmann y Th. Klauser: "... Los cristianos se
crearon una lengua propia con dudas con miedo (a
perder la belleza del latín clásico), aprovechando
las posibilidades que ofrecía el estilo moderno de
Gorgias (siglo I a. C.) o de la escuela asiática con
su estilo paratáctico y antitético. Creando
neologismos directos e indirectos, siguen una
tendencia de vulgarización y renuevan el
vocabulario... La evolución se aprecia fácilmente en
las obras de Cipriano, de Hilario y luego de
Agustín. Nace así una lengua propia, literariamente
digna; el estilo paratáctico y antitético
corresponde mejor a la dignidad de la oración
cristiana por razones psicológicas, históricas y
teológicas (es más popular; es el estilo del AT y
del NT; ilumina mejor la dialéctica de la existencia
cristiana: Dios-hombre, cielotierra, bien-mal)".
Agustín puede decir: los cristianos "habent enim
linguam suam qua utantur... Melius ergo de ore
christiano ritus loquendi ecclesiasticus procedit"
(Enarr. in Ps. 93, 3).
En este clima de libertad para una creación
espontánea, de apertura lingüística, de
consideración hacia las necesidades de los fieles,
dominado por obispos excelentes por su genio y
santidad, que gobiernan las principales sedes de la
cristiandad, se producen abundantes textos nuevos:
ya no hay solamente una sola gran plegaria
eucarística (como sucedía y sucede todavía en las
iglesias orientales), sino una multiplicidad de
plegaras: una oratio (collecta) que abre la
celebración; una oración introductoria sobre las
ofrendas (super oblata); numerosos incipit
intercambiables de la plegaria eucarística, que a
continuación se llamarán prefacios; el núcleo de la
plegaria eucarística (sobre todo en la forma,
testimoniada por Ambrosio, pero elaborada
típicamente en Roma, del canon romanus); breves
oraciones conclusivas (post communionem, super
populum). Todo esto en una forma literaria,
podríamos decir, unitaria: en la lengua sintética,
precisa, magistral de la latinidad tardía; en un
latín cristiano que se conjuga de formas siempre
nuevas, con las que se intenta expresar de alguna
manera la grandeza de las acciones sagradas. Y con
tal libertad, espontaneidad y multiformidad, que un
concilio de Hipona del 393 -por tanto, contemporáneo
de Agustín- se ve obligado a dar algunas
advertencias: se pueden usar esas plegarias
solamente después que hayan sido aprobadas y
eventualmente corregidas por hermanos competentes
bajo la vigilancia de los obispos (can. 21). Tanta
riqueza y espontaneidad nos permiten decir: "Se
trata aquí de una expresión típica de la mayor
movilidad del genio occidental latino frente al
genio más contemplativo, más tranquilo, de los
orientales, que usaban una sola plegaria
eucarística".7bis
Ante todo en Roma, pero también de manera parecida
en otras partes, estas oraciones, creaciones de los
grandes obispos, fueron coleccionadas, conservadas
en el archivo, repetidas; luego las adoptaron las
iglesias más cercanas después de copiarlas en
pequeños libelli sacramentorum, fascículos que
contenían los textos necesarios para una digna
celebración de los sacramentos eucarísticos, que
posteriormente se unieron en el libro denominado
sacramentarium. Un primer ejemplo de una colección
de este estilo hecha todavía por una mano privada,
será el Sacramentarium Veronense (llamado también
Leonianum, porque alguna que otra oración había sido
compuesta por el gran obispo de Roma san León
Magno).
De la misma manera debemos imaginarnos el desarrollo
de la liturgia en las demás grandes ciudades. Con el
apoyo de la iglesia episcopal de la metrópoli de la
grandes provincias (con frecuencia sede antigua de
un apóstol o de un discípulo de los apóstoles, y en
todo caso de grandes obispos santos) se forman a lo
largo del siglo IV y siguientes, en Oriente, la
liturgia sirio-antioquena del siglo IV, que se
remite a la Didaskalia siríaca del siglo III,
concretada sobre todo en las Constituciones
apostólicas (2, 57; 7, 39-45; 8, 5.11-15), y la
liturgia alejandrina, que se nos ha conservado
aproximadamente en el Euchologion de Serapión (siglo
IV). En Occidente se formaron la liturgia
(latinoafricana) romana; la milanesa (o ambrosiana);
la hispana antigua (visigótica), que es la que más
se diferencia de las formas romanas, y la galicana,
de la que podemos hacernos una idea -aunque
solamente aproximada- por los Sermones de san
Cesáreo de Arlés y los escritos de Gregorio de Tours
(siglo VI). La gran riqueza de estas familias
litúrgicas pudo desarrollarse en la atmósfera de
libertad instaurada bajo Constantino y sus
sucesores. Junto a los textos para la celebración de
los santos misterios redactados en las grandes
lenguas de la época -siríaco, griego y latín- y en
la correspondiente cultura espiritual, se desarrolló
también el complejo del culto divino, empezando por
la construcción de los edificios necesarios y de su
decoración hasta la rica articulación de las fiestas
en su repetición cíclica.
Mientras que al principio las comunidades se reunían
en los locales de alguna casa espaciosa, ahora
surgen nuevas construcciones destinadas expresamente
al culto divino. De los lugares de reunión de los
primeros cristianos hablan, por ejemplo, las escasas
noticias de los Hechos de los Apóstoles: el yperôon
de la comunidad apostólica primitiva, 1,13; la casa
de María, madre de Juan Marcos, 12,12; la sala de
las fiestas de Tróade, 20,8; finalmente, en general,
en todos los lugares: la ekklesía [comunidad de los
fieles] kat’ oíkon, la comunidad que se reunía para
el culto en la casa de un creyente, la iglesia
doméstica. El ejemplo clásico de semejante domus
ecclesiae primitiva, que de ser de propiedad privada
pasa a ser de la comunidad y se reestructura con
esta finalidad, es la de Doura Europos (poco después
del 200), enterrada durante casi dos milenios en la
arena del desierto y recientemente sacada a la luz.
Al final del siglo III se podían encontrar ya por
todas partes muchos edificios por el estilo. A
partir de ellos se desarrolla el local adecuado para
las grandes celebraciones de la comunidad,
estructurado de acuerdo con la nueva masa de
participantes y con la nueva autoconciencia: la
basílica, nacida de la unión de elementos de la
domus ecclesiae cristiana y de la basílica romana
profana. Se trata de una obra tan lograda, plasmada
con un total espíritu cristiano en la simplicidad de
su aspecto exterior y en la intimidad serena y
festiva de su interior, que determinará en los
siglos siguientes la mayoría de los edificios
sagrados cristianos. Los ejemplos históricos más
famosos y que conocemos suficientemente, al menos en
su planta o en imágenes, son: las basílicas romanas
de los apóstoles Pedro y Pablo, así como la iglesia
catedral del obispo de Roma, o sea, la iglesia del
Santísimo Salvador, de Letrán, además de las
iglesias de Belén, Jerusalén, Constantinopla,
Nicomedia, Tréveris, Aquilea, Milán, etc.
Junto a la basílica se coloca el otro tipo
creativamente modelado e igualmente surgido de la
transformación de edificios profanos de la época: la
iglesia de planta circular, cuyo ejemplo más
grandioso -la "Hagia Sophia", de Constantinopla-
existe todavía, mientras que el espacio cultual en
cuanto tal se nos muestra mejor en San Stefano
Rotundo y en el mausoleo de Constanza, en Roma, así
como en el más tardío de San Vital, de Rávena.
Asimismo deben recordarse las construcciones
destinadas a acciones cultuales particulares: el
edificio de planta circular del baptisterio, como el
de Letrán, en Roma; las memorias más modestas sobre
las tumbas de los mártires (a partir de las cuales,
a continuación, se desarrollaron las imponentes
iglesias sepulcrales) y en los lugares de la
historia sagrada; finalmente, las instalaciones
sepulcrales, como las de los cementerios romanos
subterráneos, con sus capillas, iglesias sepulcrales
y, no en último lugar, una serie de imágenes.
En estos lugares de culto -cuya decoración artística
interna conocemos de manera suficiente a través de
los mosaicos (naturalmente posteriores) de Santa
María la Mayor, en Roma; de Aquilea y de Rávena -
ejercen su función de presidentes del pueblo
creyente, que se reúne para la celebración común, el
obispo, los presbíteros y los diáconos revestidos de
los trajes festivos de la sociedad de entonces,
trajes que poco a poco se van convirtiendo en un
hábito o uniforme utilizado solamente durante el
culto y que dan comienzo a las vestiduras litúrgicas
que usó la edad media y que todavía usa nuestro
tiempo.
Sin embargo, el culto en su conjunto siguió siendo
la liturgia comunitaria del pueblo de Dios en
memoria del Señor y de su acción salvífica, con
motivo de la celebración regular de la eucaristía el
domingo (favorecida ahora incluso por la legislación
civil, que prescribe el necesario descanso y la
abstención de la actividad judiciaria y mercantil) y
con motivo de la celebración del mysterium paschale
la noche de pascua, preparada e introducida por la
rica liturgia de la cuaresma, que culmina en el
domingo de ramos y el triduo pascual, y encuentra su
propio coronamiento en la noche pascual (con la
administración de los sacramentes de la iniciación)
y en el domingo de pascua. La fiesta continúa
después en el "tiempo de los cincuenta días" de
pentecostés con el carácter gozoso de su alleluia
victorioso y con la espera del envío del Espíritu
Santo.
Al mismo tiempo, ahora se abre camino -a lo largo
del siglo IV- una nueva forma de celebración del
misterio de Cristo, es decir, la celebración de su
encarnación, de su epifanía, de su revelación
luminosa como salvador del mundo, como luz de luz,
como señor poderoso, que manifiesta su propia gloria
divina y redentora en su bautismo y en sus grandes
milagros como inicio de la revelación, que alcanzará
su cumbre en la "beata passio" y en la gloriosa
resurrección.
A lo largo del siglo IV se desarrolla también la
veneración de los mártires. Sobre sus tumbas se
levantan pequeñas memorias, los llamados martyria.
La multiplicidad de las oraciones, que ahora las
iglesias del Occidente introducen en la celebración
de la misa, facilita la veneración de los santos,
mientras la plegaria eucarística propiamente dicha,
el canon, sigue reservado a la memoria central de la
muerte y resurrección del Señor; en ese memorial
encuentra su centro decisivo todo martyrium, toda
veneración de los mártires.
De manera que, durante el siglo IV, el culto
cristiano experimentó un desarrollo rico, multiforme
y al mismo tiempo dominado siempre por algunas
líneas fundamentales comunes: día del Señor,
celebración pascual, nacimiento y epifanía del
Señor, sacramentos de la iniciación, ordenación de
los ministros, memorias de los santos (de los
mártires), oración comunitaria por la mañana y por
la tarde y también en las vigilias nocturnas; el
centro de todo lo ocupa la celebración eucarística
como núcleo y vértice de todo el culto cristiano,
que realiza el memorial real de la muerte y
resurrección del Señor. La iglesia local y su obispo
están facultados para regular en sus particulares
estas celebraciones, sobre todo por lo que se
refiere a la elección de las lecturas bíblicas y la
formulación de las oraciones. Precisamente aquí es
donde se manifiesta la diversidad entre las formas
orientales y occidentales. Mientras las iglesias
orientales usan una sola gran plegaria eucarística,
que se dice sobre los dones del pan y del vino y
exalta en una síntesis grandiosa la obra salvífica
de Cristo -plegaria diferente de una a otra iglesia,
por lo cual poseemos un considerable número de
ellas-, las iglesias occidentales introducen en cada
misa diversas oraciones, que expresan con acentos
siempre nuevos determinadas peticiones, acompañan la
marcha de la acción sagrada y nombran y exaltan en
los prefacios elementos particulares de la obra
salvífica; por el contrario, siempre en Occidente,
el núcleo de la celebración eucarística está formado
de manera más bien sobria y breve, y precisamente
-en Roma, en el África septentrional (?) y en Milán,
y algo menos en España por un solo texto esencial,
el llamado canon.
V. LA LITURGIA ROMANA CLÁSICA
Todo lo que hemos dicho sobre la formación de las
grandes familias litúrgicas vale de manera especial
para la iglesia romana. También sus comienzos hay
que colocarlos en la situación general de libertad
que se instauró después del edicto de Milán del 313.
El favor imperial ofrece a la iglesia romana la
posibilidad de desarrollarse grandemente, sobre todo
a nivel de construcciones: surgen los grandes
edificios de la iglesia catedral de Letrán y las
basílicas sobre las tumbas de los apóstoles. Las
exhortaciones preocupadas de diversos sínodos
africanos dejan adivinar un desarrollo tumultuoso de
textos litúrgicos: "... preces quae probatae fuerint
in concilio, sive praefationes, sive commendationes
seu manus impositiones, ab omnibus celebrentur, nec
aliae omnino contra fidem praeferantur; sed
quaecumque a prudentibus fuerint collectae
dicantur". También san Ambrosio, pese a su celo por
la autonomía de su iglesia de Milán, reconoce la
importancia extraordinaria e irradiante de la
liturgia romana.
Si todas las liturgias occidentales se distinguen
claramente de las formas del Oriente, es necesario
añadir que el rito romano se distancia también de
las formas todavía más ricamente desarrolladas del
rito hispánico y visigótico. Distintivo particular
de la liturgia romana es la plegaria eucarística, el
canon romanus único, inmutable para todos los días
del año y con pocos textos intercambiables
(Communicantes, Hanc igitur). A continuación
estudiaremos de manera particular la naturaleza, las
estructuras y el contenido de esta liturgia, porque
ella no solamente ha ejercido un influjo fortísimo
sobre todas las liturgias occidentales, sino que en
el transcurso de los siglos ha llegado a ser la
liturgia casi exclusiva del Occidente (latino) y,
por fin, de la iglesia universal (en América, Asia y
África).
Se trata del período que va del siglo IV hasta
aproximadamente el siglo VIII, o sea, del tiempo en
que la iglesia romana desarrolló y formó de la
manera espléndida que le es característica su propio
culto, hasta darle una forma madura y
extraordinariamente rica y preciosa bajo el aspecto
teológico; después, esas formas litúrgicas entrarán
en contacto con los nuevos pueblos del medievo
francogermánico y sufrirán numerosas modificaciones.
El conocimiento de este tiempo se ve dificultado por
el hecho de que casi todos los documentos que nos
dan noticias sobre él son manuscritos del período
sucesivo, influidos ya con frecuencia por la nueva
situación. Las formas típicamente romanas en sentido
estricto comienzan cuando la iglesia local romana
vive el paso del griego al latín, acontecimiento que
tuvo lugar, con gran probabilidad, bajo el papa
Dámaso (366-384).
Aunque hayan sido puestos por escrito en un momento
posterior, hay toda una serie de documentos que
testifican en sustancia cómo se celebraba en aquel
tiempo el culto central; se trata de los libros que
servían al pueblo de Dios de esta iglesia para
celebrar, bajo la presidencia de su obispo rodeado
de su presbyterium y de los ministros, los missarum
solemnia, la misa solemne, como hoy diríamos
nosotros. Son: el Sacramentarium, que contiene todas
las oraciones del sacerdote que celebra la misa (y
también los otros grandes sacramentos); el
Lectionarium, con los textos del AT y del NT que
proclaman los ministros; el Liber antiphonarius, con
los textos y melodías de la schola cantorum (y, por
lo menos en teoría, del pueblo), subdividido (aunque
solamente en un período posterior) en un
Antiphonarius Missae y en un Antiphonarius Officii
(este último para la liturgia de las Horas); el Ordo
(romanus), el libro que describe la manera de
ejecutar las acciones sagradas. Finalmente, debemos
tener presentes los edificios y las obras de arte,
que constituyen el espacio y el ambiente de las
acciones cultuales y reflejan de alguna manera su
espíritu.
El Sacramentario recoge las oraciones del sacerdote.
Inicialmente éstas se dejaban a la libre inspiración
del celebrante; e incluso cuando éste recurría a
modelos, en el fondo quedaba libre. Sólo poco a poco
se comenzó a poner por escrito, a copiar y a
conservar ciertas oraciones particularmente
logradas, creadas en un momento feliz, para ponerlas
a disposición de otros sacerdotes en un libellus
sacramentorum, un pequeño libro que contenía las
oraciones necesarias para la celebración de los
sacramenta (es decir, la misa y los otros
sacramentos). En un segundo momento, esos libelli se
recogieron y se ordenaron primero de manera privada,
y siguiendo criterios más bien externos (el orden de
los meses); luego sistemáticamente, en una sucesión
regida por criterios teológicos, disponiéndose
dentro del anni circulus, o sea, se recogieron en el
Liber Sacramentorum. Este es, simplificando un tanto
las cosas, el proceso que se verificó, poco a poco,
a lo largo de dos o tres siglos. Testigos de ello
son los sacramentarios, que obviamente están
ordenados de formas diversas -empezando por el
Veronense (llamado también Leonianum), colección
privada de oraciones, cuyo núcleo podría remontarse
a León Magno y a otros papas de los siglos V y VI.
Todos estos libros siguen suministrando hasta hoy la
mayor parte de las oraciones de la iglesia romana.
Tras las oraciones de petición y de alabanza del
sacerdote celebrante, atestiguadas por los
sacramentarios, durante la acción cultual se hace la
proclamación de la palabra de Dios, de la obra
salvífica de Cristo. Para esa proclamación sirve el
Lectionarium, que contiene los pasajes
escriturísticos que se deben leer en voz alta. Al
principio esas lecturas se elegían libremente de la
Biblia. Después se comenzó a indicar con signos en
el texto bíblico los trozos que se debían leer y se
redactaron listas con esas indicaciones, los
llamados Capitulares. Finalmente, se copiaron
nuevamente los trozos así indicados y se los reunió
en libros especiales: en el Evangeliarium, para el
diácono, y en el Epistolarium, para el lector;
independientes al principio, uno y otro acabaron por
confluir en el leccionario de la misa, que se
distingue del leccionario para la liturgia de las
Horas. Los manuscritos más antiguos que nos ofrecen
ese tipo de textos se remontan a los siglos VI y
VII.
También a los siglos VI y VII se remontan los
antifonarios, colecciones de textos y de melodías
para la celebración de la misa y posteriormente del
oficio divino, aunque las melodías más antiguas que
se nos han conservado son con frecuencia posteriores
al tiempo del papa Gregorio Magno.
De particular importancia son los Ordines (romani),
que indican el modo de celebrar las acciones
sagradas. Los Ordines que se nos han conservado son
con frecuencia memorias de peregrinos
franco-germánicos, que anotaron la costumbre romana
que admiraban y la dieron a conocer en su patria
para que fuera imitada, a veces adaptando o uniendo
la praxis romana a las tradiciones locales. De todas
formas, algunos de los 50 Ordines Romani [= OR]
(según la numeración y la clasificación de M.
Andrieu) nos ofrecen un cuadro relativamente fiel de
la liturgia romana del período clásico, o sea, del
pleno desarrollo, anterior a la fusión con elementos
franco-germánicos. Esto vale sobre todo para el OR
I, que nos presenta un cuadro claro de la misa
solemne romana hacia el siglo VII; lo mismo hace el
OR XI para la celebración del catecumenado y de la
initiatio christiana (bautismo y confirmación).
El cuadro puede completarse de manera excelente
remitiéndose a los monumentos del arte contemporáneo
que han llegado hasta nosotros, es decir, los
edificios eclesiásticos y su decoración artística.
Las basílicas, exteriormente grandiosas y sencillas,
presentan en su interior una atmósfera cálida y
festiva, en la que el pueblo de Dios se reúne bajo
la presidencia del obispo con su presbiterio para la
celebración comunitaria de la eucaristía, o sea, de
la liturgia de la palabra y de la liturgia
sacramental propiamente dicha del memorial del Señor
y del sagrado convite. Hermosos ejemplos de
semejantes construcciones son, en la misma Roma,
sobre todo Santa Sabina y -aunque un poco posterior-
Santa María la Mayor; asimismo las iglesias de
Rávena: San Apolinar Nuevo, San Apolinar en Classe,
San Vital y los dos baptisterios. Santa María la
Mayor ofrece también un hermoso ejemplo de
representación del ciclo de la historia sagrada (a
lo largo de las paredes de la nave central). Es
digna de consideración la imagen del Cristo de estos
siglos, representado sea en las prefiguraciones de
la historia de la salvacrón, sea de manera directa:
en la imagen del Cristo joven, del buen pastor, del
soldado victorioso (Rávena, capilla arzobispal) y,
finalmente, en el Cristo barbado, maestro y
dominador; del Pantokrator, por ejemplo, en los
santos Cosme y Damián en Santa Pudenciana, de Roma,
y, por último, en la figura del crucificado, como en
Santa María Antigua, también en Roma (y en las
correspondientes reproducciones, de pequeño tamaño,
como por ejemplo en el Codex de Rabulas y de
Rossano). El arte cristiano antiguo, que encontró su
lugar en las basílicas romanas, supo concretar la
victoria del misterio de Cristo, la síntesis del
mysterium paschale, utilizando los elementos mejores
de la grandeza (romana) antigua y de la majestad
oriental, y superando el estilo demasiado
superficial, juguetón e impresionista del
naturalismo helenista tardío.
En este marco se debe ver la celebración festiva de
los Missarum Sollemnia, ilustrada y presupuesta en
el OR I. Se trata del culto practicado por el obispo
de Roma en su catedral en comunión con todo el
pueblo de Dios y con la utilización de todos los
libros mencionados. Se subraya que se trata de un
culto comunitario del obispo y del pueblo. El orden
y la sucesión del conjunto corresponden todavía a la
mejor forma bíblica. No existen oraciones privadas
(ni, por tanto, tampoco las oraciones silenciosas
del sacerdote en los escalones del altar, durante la
ofrenda de los dones, antes y después de la
comunión, añadidas solamente en el medievo).
Únicamente se encuentra al comienzo un breve acto de
adoración de la eucaristía (conservada desde la
anterior celebración de la misa). Por lo demás, toda
la piedad personal se manifiesta en la celebración
simple y genuina de la gran acción: después del
introitus vienen la oración, las lecturas, la
homilía (por lo menos todavía en la época de
Gregorio Magno), la ofrenda de los dones, la
plegaria solemne y la acción de gracias (esto es, la
eucharistia propiamente dicha) sobre esos dones y el
sagrado convite bajo las dos especies para todos.
Todo ello con gran sencillez y solemnidad: herencia
apostólica; desarrollo de la plegaria eucarística
originalmente griega (prefacio y canon); su
adaptación de acuerdo con el genio latino en la
lengua clásica de la latinidad tardía cristiana;
realización de la tradición universal en la forma
exterior de la cultura de entonces; transmisión de
elevados valores espirituales en una forma externa
elocuente. Naturalmente, la celebración que acabamos
de describir de los Missarum Sollemnia es el culto
festivo del papa, pero sirve de modelo a todas las
demás acciones eucarísticas. Con gran libertad se
orientan hacia este alto modelo en las celebraciones
que los presbyteri realizan en los tituli (o sea, en
las iglesias parroquiales) de la ciudad y en
reuniones menos numerosas. Para completar el cuadro
de la liturgia de aquel tiempo es necesario por lo
menos aludir a la celebración de las solemnidades:
después de la celebración de la navidad y epifanía,
de las memoriae de los mártires, y particularmente
de los grandes apóstoles, así como de las
solemnidades de María Madre de Dios, está la gran
celebración del misterio pascual, o sea, la
celebración de la vigilia pascual, preparada por la
quadragesima y prolongada en el tiempo festivo de la
quinquagesima pascual (pentecostés), que concluye el
día cincuenta con el domingo de pentecostés.
En este espacio de tiempo festivo se inserta de
manera elocuente la celebración de la iniciación
cristiana: la preparación de los catecúmenos en los
cuarenta días anteriores a la pascua; la
administración de los sacramentos del bautismo, la
confirmación y la primera plena y real participación
en la eucaristía la noche de pascua, así como la
atención prestada a los nuevos bautizados en la
semana de pascua y en el sucesivo tiempo pascual. A
esto se añade la celebración de las consagraciones
(concesión de los órdenes) sobre todo durante las
cuatro témporas, celebración consistente en una
simple imposición de las manos y una oración. Acerca
del officium divinum, la liturgia de las Horas de
aquellos siglos, es poco lo que sabemos. Propiamente
se trata sólo de las horas principales, de los
laudes matutinos y ad vesperas, y por lo menos de
las vigilias que precedían a las grandes
solemnidades principales. Obviamente, para
garantizar la celebración, los papas debieron
recurrir siempre a pequeños grupos más celosos, en
la práctica, a monjes. Sus monasterios se
construyeron en gran número alrededor de las grandes
basílicas, como ha demostrado G. Ferrari. Esos
monasterios anticipan los posteriores capítulos de
canónigos de las grandes basílicas.
Aunque solamente con trabajo se puede sacar este
cuadro de las fuentes, que describen, no siempre de
manera detallada y sobre todo no siempre de manera
clara, la situación originaria, de todas formas los
datos bastan para iluminar -especialmente
confrontándolos con las liturgias de Oriente y de
las iglesias hispánicas- lo que se ha llamado
justamente "the genius of the Roman Rite". La
peculiaridad formal de la liturgia romana puede
caracterizarse más o menos así: "Una sencillez
precisa, sobria, breve, sin palabrerías, poco
sentimental; una disposición clara y lúcida;
grandeza sagrada y humana a la vez, espiritual y de
gran valor literario". Pero es más importante la
peculiaridad teológica presente en esa liturgia. Se
trata en primer lugar de la clásica postura
fundamental de la oración en las grandes plegarias,
observada rigurosamente en aquellos primerísimos
siglos: "Dum ad altare assistitur, semper ad Patrem
dirigitur oratio", por medio de Cristo nuestro
Señor, en el Espíritu Santo, según la formulación de
los sínodos africanos de Hipona del 393 y de Cartago
del 397. Además, es de gran valor la piedad
eucarística, que se expresa así en las plegarias
romanas: la ecuaristía es la acción sagrada que
celebra el memorial de la muerte y resurrección de
Cristo, culmina en la prex eucharistica (en el canon
romano), está introducida por la oratio super oblata
y por el prefacio, y se concluye con el Amén de los
fieles. Estos últimos toman parte en la acción en
dos momentos fundamentales de carácter procesional:
la presentación de los dones del pan y del vino, y
la aproximación a la mesa santa para comulgar bajo
las dos especies. El final es la oratio post
communionem. En esta acción solemne se cumple el
memorial, que es la presencia del sacrificio de
Cristo, "hostia pura, sancta, inmaculata, panis
vitae aeternae et calix salutis perpetuae". El
cuerpo y la sangre de Cristo se reciben "ex hac
altaris participatione". Todo ello se expresa de una
manera sobria, y manifiesta claramente la realidad:
"sacramenta caelestia, mysteria, sancta, remedium,
alimonia, panis, potus, libamen, munus, pignus". La
celebración se orienta a la adoración de Dios Padre,
pero mediante Jesucristo, en la representación de su
único sacrificio. Sólo con mucha discreción se habla
de la adoración del sagrado manjar, del cuerpo y la
sangre de Cristo, y concretamente -a excepción del
respeto con que todo se realiza sólo en la rúbrica
del OR I. (n. 49): "Pontifex, inclinato capite,
salutat sancta", al comienzo de la celebración. Se
trata siempre de la celebración de toda la ecclesia,
que se reúne para la statio en un determinado día
litúrgico, y para la celebración habitual (del
domingo) en los tituli. Y este culto es el culto
divino de la iglesia romana, "in qua semper
apostolicae cathedrae viguit principatus" (Agustín,
Ep. 43, 7), "in qua immaculata est semper catholica
servata religio" (papa Hormisdas, 514-523).
VI. LAS TRANSFORMACIONES DE LA LITURGIA ROMANA
AL ENCONTRARSE CON EL GENIO FRANCO-GERMÁNICO
Es un dato histórico que la liturgia romana emigró
hacia el norte, primero en un proceso casi
imperceptible y más bien casual, y después de manera
consciente. En esa emigración se adaptó, bajo
múltiples aspectos, a las nuevas situaciones y se
modificó para, a continuación, cambiada y
enriquecida, volver a Roma como fundamento de la
liturgia romana de la edad media. Inicialmente
fueron peregrinos de países franco(galo)-germánicos,
llenos de admiración por el ceremonial, los
edificios y los textos de la liturgia romana, papal,
los que la dieron a conocer en el norte con sus
narraciones, con sus esbozos y finalmente con sus
textos. Así, en la práctica, se acogían los
elementos de una liturgia grandiosa, monumental, y
pese a todo sencilla, al par que su peculiaridad
teológica, sin renunciar en todo caso al propio
patrimonio, tal y como todavía se nos ha conservado
en los documentos de la liturgia galicana antigua
(en el Missale Gothicum, Francorum, Gallicanum
Vetus), caracterizada por una predilección por el
lenguaje sentimental, cálido, conmovedor, y por la
acción dramática. Un primer resultado de la fusión
de las dos formas son los Sacramentaria Gelasiana
del s. VIII, cuya forma original se elaboró
probablemente en Flavigny hacia la mitad del siglo
bajo Pepino.
Pero la admiración por Roma y la veneración hacia la
iglesia de San Pedro empujaron todavía más a los
nuevos pueblos. Repetidamente Carlomagno pide al
papa textos romanos puros. Quizá le movían también
razones políticas: quería reforzar los lazos entre
las diversas regiones de su reino occidental
mediante una unificación de la liturgia,
precisamente sobre la base del modelo romano.
Naturalmente, el sacramentario puro que le envió el
papa Adriano I "ex bibliotheca cubiculi", un
gregorianum, no bastaba: ante todo estaba
incompleto, y además no respondía plenamente a las
nuevas situaciones. Así los ministros del rey, sobre
todo, según parece, Benito de Aniane, lo
completaron, y explicaron detalladamente su trabajo
en un prólogo ("Hucusque"). El hecho es bastante
sintomático.
Un patrimonio originalmente romano, en sí mismo
herencia de los comienzos del siglo V, elaborado en
la Roma papal de los siglos V al VIII, se adopta en
la capilla palatina del rey-emperador y sirve no
sólo para Aquisgrán, sino para todo el país de los
francos y en el imperio de Occidente como base para
una liturgia enriquecida con elementos indígenas. Lo
que aquí sucedió con el sacramentario es ejemplo
elocuente del proceso análogo que afectó a la
progresiva elaboración del Ordo Missae, y sobre todo
a la celebración concreta de las diferentes acciones
litúrgicas, y finalmente a los leccionarios y
antifonarios. Nos limitaremos a mencionar algunos
ejemplos típicos. La nueva liturgia mixta es más
rica que las formas simples de la antigua liturgia
romana; se añade la espléndida consagración del
cirio pascual, misas votivas, un gran número de
oraciones más marcadamente personales, sobre todo
oraciones en las que el sacerdote confiesa
privadamente y en silencio sus propias culpas y pide
perdón (las llamadas apologías), que poco a poco van
apareciendo al comienzo de casi todas las partes de
la misa. Muchas oraciones son de tipo nuevo, se
dirigen preferentemente al mismo Cristo y no ya,
como en la forma clásica, sólo al Padre mediante
Cristo; además se aprecia una fuerte conciencia del
pecado, una angustia frente al juicio inminente. El
carácter comunitario queda marcadamente en segundo
plano; el pueblo creyente toma parte menos actora en
el culto, con frecuencia es sólo un espectador mudo
de una liturgia clerical. El sacerdote, que ahora
está casi siempre de pie en el altar de espaldas al
pueblo, celebra el culto con un aislamiento mayor y
va asumiendo cada vez más todos los papeles que
hasta ahora se habían distribuido entre varios
ministros. Por eso le basta con un solo libro, que
contenga todo lo necesario para la celebración; de
aquí nace el Missale plenarium, en el que se recogen
a la vez antífonas, oraciones, lecturas, prefacios,
canon y toda la ordenación de la misa. De manera
semejante se recogen juntas las rúbricas y los
textos necesarios para el culto celebrado por el
obispo, primero ampliando más o menos los Ordines, y
finalmente, hacia el 950, en el monasterio de St.
Alban de Maguncia, todo se sintetiza en un libro
único que recibe el significativo nombre de
Pontifícale Romano Germanicum. El monasterio renano
no es el único centro de semejantes trabajos de
compilación, de adaptación y de desarrollo de
documentos. Algo parecido sucede en San Gall
(Suiza), en Metz (Lorena), en Séez (Normandía), en
Minden (Alemania septentrional), etc. Un elemento
importante de la liturgia modificada es la
multiplicidad de las misas, prácticamente de
carácter privado con mucha frecuencia, a pesar de
que en un primer momento se celebren con la
intención clara de imitar en el ambiente germánico
indígena el ciertamente rico culto estacional
romano.
También en este caso conocemos en cierta medida,
mediante los monumentos conservados, el ambiente en
que se celebraba la liturgia. Sobre el modelo romano
o ravenés se construyeron en los siglos VIII y IX
las iglesias de planta circular de la capilla
palatina de Carlomagno en Aquisgrán, de San Miguel
en Fulda, de S. Riquier y de Germigny-des-Prés.
También la construcción alargada de forma basilical
se desarrolla en las maravillosas iglesias de Korvey
(Corbeia nova, Weser), de San Ciriaco en Gernrode,
de San Rémy en Reims; formas más sencillas
encontramos en las iglesias románicas de Cataluña y,
por ejemplo, en San Miguel de Pavía, hasta que en el
estilo románico antiguo surjan edificios imponentes
como el de S. Benoit (Fleury)-sur-Loire que
pretenden presentar en la poderosa y torreada
fachada exterior el misterio de Cristo, hasta ahora
completamente escondido en el interior de la iglesia
(ejemplos clásicos posteriores serán la iglesia
abacial de Cluny y las catedrales renanas, así como,
aunque de manera diversa, las iglesias románicas de
Colonia o el arte románico-bizantino de Sicilia).
Esas iglesias de arte románico unen de manera feliz
"lo estático con lo dinámico, la línea horizontal y
la vertical, la perfección de la armonía, simple y
monumental, con el vitalismo voluntarista y ético de
los pueblos franco-germánicos ..., en un conflictivo
creativo..., con una belleza específica, llena de
tensiones, a veces trágicas... Encontramos el mismo
fenómeno en las formas de la liturgia de esa época:
el genio (el éthos) nuevo, un componente de
individualismo voluntarista, exige y encuentra la
manera de entrar en las formas transmitidas por
Roma. Reconoce... el primado de estas formas y
mediante esta sumisión crea la liturgia, la piedad,
la cultura cristiana de estos siglos, que así se
acercan a la meta suprema de la síntesis propia de
los siglos XII y XIII…".
VII. TRANSFORMACIONES, DESARROLLOS, REFORMAS
1.LA LITURGIA DE LA CURIA.
Todo el material elaborado en este proceso de
transformación durante siglos e introducido y
aceptado en la celebración cultual necesitaba una
ulterior maduración y codificación para poder
convertirse en la base de la celebración litúrgica
de los siglos sucesivos. Nuevamente esto sucedió
mediante un acto de Roma y su irradiación, sobre
todo por obra de la joven orden franciscana. La
liturgia del período romano clásico y la
franco-germánica de los monasterios y catedrales era
demasiado rica para poder llegar a ser patrimonio
común.
Es un mérito del clero de la curia romana de los
siglos XII y XIII el haberla adaptado y hecho
prácticamente accesible incluso a comunidades más
pequeñas, sobre todo parroquiales. Este necesitaba
esa simplificación para su propio culto, todavía
comunitario siempre, durante las numerosas
peregrinaciones de la corte romana. El resultado fue
la liturgia de la curia romana, consistente en un
Misal, un Breviario y un Pontifical (para el
Breviarium, cf P. Salmon, L'Office divin au
moyenáge, París 1967~ 143-170 para el Pontificale,
cf la ed. de M. Andrieu, Ciudad del Vaticano 1940).
La joven comunidad de hermanos de san Francisco de
Asís deseosa de celebrar la misa y el oficio divino
"secundum ordinem sanctae romance ecclesiae" (Regula
II), adoptó esa liturgia. Aimón de Faversham,
ministro general de la orden (1240-44), reelaboró
posteriormente todo ello y lo hizo más practicable.
Así, una vez revisada, esa liturgia, usada por sus
hermanos, se difundió por todo el Occidente. Frente
a la gran multiformidad de las liturgias, que habían
conocido una auténtica uniformidad solamente en el
ámbito de las grandes comunidades religiosas (Cluny,
Prémontré, Citeaux y luego sobre todo entre los
dominicos) y en asociaciones metropolitanas menores,
esto significó un paso importante hacia la
uniformidad centralizada de la liturgia occidental,
que tiene su fuente en un patrimonio romano,
arrastrado por la fuerza revolucionaria de la orden
franciscana. Naturalmente, la difusión manuscrita
-la única que existía antes de la invención de la
imprenta- siguió ofreciendo la posibilidad de
continuos cambios y enriquecimientos nuevos. Pero el
núcleo fundamental y la actitud espiritual siguieron
siendo comunes.
Solamente el Pontifical fue modificado por el
trabajo de Guillermo Durando, obispo de Mende
(Francia), en 1285 y modificado de una manera típica
de todo el proceso: un libro romano (que a su vez
era la reelaboración romana del Pontifícale Romano-
Germanicum de Maguncia) se adaptó a las exigencias
de un obispo que vivía fuera de Roma, con la
utilización de costumbres propias no romanas.
Andrieu lo ha caracterizado de manera excelente: el
trabajo de Durando, "católico por su extensión, lo
será también por su composición íntima". La liturgia
descrita en este libro muestra con claridad cuáles
son las ideas directivas y la mentalidad de fondo,
sobre las que se formó la sociedad cristiana
medieval: comunidad de fieles ordenada
jerárquicamente, capaz de asegurar la salvación de
todos sus miembros ordenados en torno al obispo, que
tiene el poder de instituir al clero y de santificar
a los laicos, e incluso de consagrar al mismo
emperador, los reyes y los caballeros: todo esto en
tiempos y lugares sagrados. Se trata, en definitiva,
de la liturgia pública celebrada por toda la
cristiandad en las catedrales, en los monasterios y
en las iglesias parroquiales de los siglos XIII y
XIV.
Todo esto encierra muchos aspectos positivos. La
celebración litúrgica es el elemento central de un
período vitalísimo, el siglo XII con Bernardo de
Claraval, Abelardo, el "Duecento" verdaderamente
grande con Francisco de Asís, Domingo y maestros
como Giotto. Pese a todas las variaciones en los
detalles, el Ordo Missae toma una firme estructura,
testimoniada, v.gr., por el Ordo officiorum
ecclesiae lateranensis (mitad del siglo XII). De
todas formas, todavía afloran aspectos nuevos, como
el que subraya la presencia eucarística del cuerpo
del Señor (tras la controversia con Berengario y la
clarificación del concepto de transubstanciación).
Al comienzo del s. XII se inicia la costumbre de la
elevación de la hostia después de la consagración;
participan en el culto, pero con frecuencia centran
su interés en; aumenta la distancia entre el
sacerdote y los fieles. Se multiplican las
celebraciones de misas, sobre todo en privado. En el
calendario se asumen nuevas fiestas: la de la
Santísima Trinidad y del Corpus Christi.
Está claro que la ordenación de las nuevas formas de
piedad basadas en tradiciones inmemoriales implica
que éstas se inserten en el gran complejo del culto
eclesial (es muy interesante el análisis
pormenorizado de todo el Ordo Misae, así como ver de
donde y cuando nace cada oración concreta).
Sin embargo, por otra parte, todo esto se desarrolla
lentamente, asumiendo proporciones notables sólo
hacia el final del medievo, en el llamado "otoño de
la edad media". Expresión de ello, en sus aspectos
positivos y negativos, es el arte contemporáneo, que
por un lado nos muestra catedrales, monasterios,
pinturas y esculturas grandiosas, y por otro una
articulación cada vez mayor de las iglesias en
capillas con muchos altares y una tendencia
historizante en las representaciones de la historia
sagrada, con sus acentuaciones del lado humano en la
representación de Cristo y de los acontecimientos de
la historia de la salvación.
2. EL BREVIARIO DE QUIÑONES.
El cardenal Fr. Quiñones, OFM, es quizá el
representante más típico de la situación litúrgica
en la primera mitad del siglo XVI. La evolución ha
llevado a tomar cada vez mayor conciencia de las
debilidades y defectos de la liturgia y a la
petición, de reformas, que, sin embargo, se realizan
con un espíritu de individualismo y de privatización
cada vez mayores. En este sentido debe valorarse la
importante labor del card. Quiñones, el Breviarium
S. Crucis (llamado así por la iglesia titular de su
autor.). Reduce la extensión de la recitación a
proporciones razonables y practicables, insiste
repetidamente en la recitación regular de todo el
salterio y presenta en una buena subdivisión toda la
Sagrada Escritura, renunciando a lecturas
discutibles de textos legendarios. Y todo ello de
una manera, sin embargo, que convierte el breviario
en un libro para que lo lea el orante particular,
renunciando a la oración comunitaria (que se había
hecho demasiado pesada y larga).
Junto al cardenal aparecen otras figuras que, hacia
finales del siglo XV y comienzos del XVI, emprenden
a su manera una reforma de la liturgia en el sentido
de las aspiraciones generales de una reforma "in
capite et membris", tal y como se expresan a partir
del concilio de Constanza (año 1415). En sínodos de
1453 y 1455, Nicolás Cusano pide que se sometan a
comprobación los misales según un ejemplar
normativo. Obispos particulares como G. M. Giberti
de Verona y otros de Francia y de Renania emprenden
una reforma en sus respectivas jurisdicciones. El
maestro de ceremonias de la corte de un papa como
Alejandro VI nos da incluso una amplia descripción
del modo de celebrar la misa, naturalmente la misa
privada y rezada en voz baja. En qué medida deseaban
los mejores humanistas de la época una reforma del
culto y de los libros cultuales lo advertimos a
partir del Libellus supplex, que los nobles
venecianos (después monjes camaldulenses) V. Quirini
y T. Giustiniani dedicaron a León X en 1513-15. Sin
embargo, todo esto quedó como episodios
fragmentarios, hasta que la acción revolucionaria
emprendida por el monje agustino de Wittenberg
Martín Lutero, con sus reformas radicales, obligó
también a la gran iglesia a poner mano a una reforma
real cimentada en la Tradición.
3. DE TRENTO Y LA CODIFICACIÓN DE PÍO V.
Las reformas litúrgicas de Martín Lutero y de sus
contemporáneos contenían indudablemente importantes
elementos de la liturgia de siempre, pero contenían
muchos más elementos inventados, sacados de
contexto, de invención,… Pero lo que si es del todo
cierto es que los reformadores protestantes
eliminaron demasiadas cosas del genuino patrimonio
de la tradición y, al par que la unión con la gran
iglesia, perdieron también el camino de acceso al
tesoro hereditario de los orígenes apostólicos (cf
el juicio de equilibrados historiadores de la
liturgia de confesión protestante). La verdadera
reforma decisiva fue misión del concilio de Trento:
superación de las doctrinas erróneas e inauguración
de una auténtica reforma basada siempre en la
Tradición. Esta afectó también y precisamente al
ámbito litúrgico. Tomó nota de la situación, decidió
cambiarla, redactó un "catalogus abusuum" y dio
también algunos pasos efectivos, por ejemplo
prohibiendo el Breviarium S. Crucis de Quiñones
(porque correspondía poco al carácter tradicional de
la oración comunitaria) y promulgando el decreto "de
observandis et vitandis in celebratione Missarum".
Sin embargo, el concilio no podía cargar sobre sí la
tarea de poner en práctica las reformas concretas, y
se lo encargó solemnemente al papa, "ut eius iudicio
atque auctoritate terminetur et vulgetur".
Con una mirada retrospectiva podemos ahora
caracterizar así su programa de reforma: "El
concilio ha querido llevar a cabo una reforma
litúrgica -para superar el estado caótico de la
liturgia- en continuidad con la tradición, en
sentido crítico-histórico; a saber: eliminando las
añadiduras posteriores, devolviendo la precedencia a
las partes de tempore, disminuyendo las fiestas de
santos y las misas votivas, buscando una mayor
uniformidad, abreviando razonablemente, componiendo
en fidelidad absoluta a la tradición un Ordo Missae
con rúbricas obligatorias para todos. Es un título
de gloria de los papas postridentinos haber puesto
mano con energía a la reforma querida por el
concilio también en el campo litúrgico y haberla
llevado a la práctica en un tiempo relativamente
breve: el Breviarium Romanum en 1568, el Missale
Romanum en 1570, por obra de san Pío V; el
Pontiftcale Romanum en 1596, el Caeremoniale
Episcoporum en 1600, por obra de Clemente VIII; el
Rituale Romanum en 1614, por obra de Paulo V; la
Sacra Congregatio sacrorum Rituum, fundada en 1588
por Sixto V para asegurar la obra de la reforma. En
las bulas introductorias Quod a nobis, de 1568, y
Quo primum Tempore (Bula de muy interesante lectura
para centrar el tema), de 1570, Pío V expresó
claramente la intención de la reforma: la reforma de
la alabanza divina y de la misa se reordena y
reconduce "ad pristinam orandi regulam", "ad
pristinam... sanctorum Patrum normam ac ritum" para
toda la iglesia y para uso perpetuo. Quedan libres
de adoptar la nueva norma vinculante sólo aquellas
iglesias que desde doscientos años antes posean una
forma propia (Sobre todo las Iglesias Orientales).
Para alcanzar esta finalidad se sirvieron de
manuscritos del Vaticano y de otras bibliotecas,
esperando así renovar la forma original, tal y como
había sido "praesertim Gelasio ac Gregorio I
constituta, a Gregorio VII reformata", mientras que
las épocas posteriores se habían ido alejando de
ella. Se eliminaron los desarrollos indebidos, se
pasaron por el tamiz y se restablecieron todas las
partes, especialmente de la misa, tomando
prácticamente como base el Missale secundum usum
Curiae del s. XIII y en la forma de su tradición
romano-italiana, tal y como aparecía en la primera
edición impresa de 1474. Sin embargo, en el conjunto
no se llegó más allá de Gregorio VII, y, por tanto,
no se restableció el antiguo rito romano, sino
solamente su forma mixta, el rito
romano-franco-germánico del medievo. Se le podó de
múltiples añadiduras, por ejemplo de las secuencias
dominicales, y se le mejoró con una mayor rigidez en
el calendario. Pero como base de la liturgia de la
iglesia universal se estableció para los sucesivos
cuatrocientos años una de sus múltiples variedades
(ciertamente una de las mejores), o sea, la liturgia
de la curia.
Aunque se tratara de una forma mixta medieval, en su
núcleo encerraba el patrimonio esencial de la
antigua liturgia romana y se convirtió en una fuente
de vida espiritual. Por otra parte, junto a los
méritos, debemos ver también sus límites,
inevitables en la difícil situación de entonces.
(recomendamos otros tantos textos que centran toda
la historia de esta codificación de San Pío V, ya
que aquí nos es imposible el incluirlos).
4. LA REFORMA INSPIRADA EN EL /MOVIMIENTO LITÚRGICO.
Se trata de un proceso cultural y espiritual
complejo, de amplísimo alcance. En sus primeros
momentos, a través de la obra de dom Próspero
Guéranguer (con su producción literaria L’ anée
liturgique e Institutions liturgiques y con su
batalla contra la liturgia neogalicana a favor de la
liturgia romana, el movimiento litúrgico se basa en
las intenciones más profundas de Pío V acerca de la
liturgia, que desarrolla y que, a través de Pío X, y
la Mediator Dei, de Pío XII.
a) Pío X. En el arranque de esta imponente línea de
desarrollo está seguramente el trabajo de varios
centros del siglo XIX: Solesmes, con Guéranger;
Beuron, con M. y PI. Wolter; el Vat. I, con sus
estímulos a la renovación y profundización de la
vida eclesial bajo la guía del papado; el
florecimiento de una renovada teología (de la
escuela romana y de la escuela de Tubinga); los
intentos de renovación de la música sagrada, sobre
todo en el marco del movimiento ceciliano con el
congreso de Arezzo (1882), y los esfuerzos del card.
José Sarto (Pío X). Pero como arranque del verdadero
movimiento litúrgico de esta época se debe
considerar el primer decenio del siglo XX. Su
fundamento -aunque no se le diera de inmediato tal
importancia- fueron sin duda las palabras
programáticas de Pío X (por tanto, precisamente del
card. Sarto) en su motu proprio del 22 de noviembre
de 1903 sobre la restauración de la música sagrada,
Tra le sollecitudini: "Siendo... un vivísimo deseo
nuestro que florezca nuevamente de todas las maneras
posibles el verdadero espíritu cristiano..., es
necesario antes que nada atender a la santidad y
dignidad del templo, donde se reúnen precisamente
los fieles para beber ese espíritu de su primera e
indispensable fuente, que es la participación activa
en los sacrosantos misterios y en la oración pública
y solemne de la iglesia". Esta importante
declaración no tuvo consecuencias inmediatas. Los
decretos sobre la comunión promulgados por el papa
inmediatamente después aumentaron la frecuencia de
la comunión eucarística, pero sin una conexión
directa con la liturgia de la misa, pese a haber
desempeñado la necesaria función de abrir caminos.
b) Malinas/ L. Beauduin. El auténtico comienzo de
aquel movimiento que en 1956 Pío XII definirá "como
un paso del Espíritu Santo por su iglesia "41 se ve
en el impulso que da el congreso de Malinas de 1909,
con el inflamado discurso de dom Lamberto Beauduin y
con la actividad litúrgico-pastoral de las abadías
belgas puestas en movimiento por este
acontecimiento. Debemos limitarnos a indicar
brevemente los datos que revelan la amplitud del
movimiento: Lovaina/ Mont César; M. Festugiére, con
su ensayo sobre La liturgie cathlique de 1913, en el
que ilustra de manera incluso revolucionaria cuán
gran fuente de energía espiritual es la liturgia
correctamente celebrada; Maria Laach, en los años
1913-14 y 1918 y siguientes, con su actividad en el
mundo de los estudiantes y con sus colecciones en
parte divulgativas, en parte rigurosamente
científicas: Ecclesia Orans, Liturgiegeschichtliche
Quellen und Forschungen y Jahrbuch für Lit. Wiss, de
O. Casel a partir de 1921; Pius Parsch en Austria,
con su actividad litúrgica popular; la "Rivista
liturgica" de Finalpia, a partir de 1914; 1.
Schuster y su Liber sacramentorum; los salesianos
E.M. Vismara y don Grosso, así como muchos otros.
Todos estos intentos tendían a valorar y a
aprovechar las fuentes de la piedad auténtica
descubiertas en la liturgia romana, precisamente en
una atmósfera de rigurosa centralización y sumisión
a la norma de la iglesia de Roma. Bastaba con abrir
los libros romanos y celebrar la liturgia de acuerdo
con ellos para descubrir "el fundamento objetivo de
la construcción individual de la propia vida
religiosa". Se centraban sobre todo en la recta
celebración del sacrificio de la misa, pero también
en la celebración de los demás sacramentos, de la
liturgia de las Horas y del año litúrgico. Se
fijaron como meta concelebrar la liturgia no sólo
como individuos aislados, sino como comunidad, y
participar en la acción salvífica de Cristo por la
concelebración de las acciones sagradas.
Se forma así una nueva conciencia de la iglesia; la
iglesia se hace viva en el alma de los fieles" sobre
todo cuando éstos se encuen¿ran reunidos en torno al
altar como iglesia local. Se dan cuenta de que todos
los bautizados están llamados, como sujetos de un
sacerdocio universal y bajo la guía del sacerdote
ordenado celebrante, a "celebrar" el culto en una
acción sagrada que tiene un sentido, es simbólica
sacramental. Esto tiene lugar cuando nos conformamos
a Cristo y a su acción salvífica, por medio de
Cristo nuestro Señor, no sólo en el recogimiento
mudo y adorante de la oración ante el sagrario, sino
sobre todo en la participación activa en la acción
sagrada, cuando el acontecimiento salvífico se nos
hace presente y engloba en sí mismo a nosotros y
nuestro camino en Cristo hacia el Padre, para
alabanza de su gloria y para salvación nuestra.
Punto central de todos los esfuerzos es la
celebración de la misa, sobre todo en la forma de
misa recitada, dialogada, de la misa comunitaria. El
ideal es y sigue siendo la adhesión fiel a las
normas oficiales de la liturgia romana. En un primer
momento, pues, no se necesitan formas nuevas, y se
limitan a dejar de lado, con una actitud cada vez
más crítica, las menos válidas, como la misa ante el
Santísimo expuesto o la exuberante abundancia de
misas de negro o de difuntos. Las iniciativas
positivas son más numerosas: predilección por la
liturgia de ea, sobre todo durante la cuaresma;
recitación comunitaria de completas y de otras
horas, a ser posible en el momento debido; en los
límites de lo posible, la comunión en cada misa,
pero con hostias "ex hac altaris participatione",
etc. De semejante actitud crítica brota, con el paso
de los años, también el deseo de ver cambiadas
algunas cosas no tan perfectas.
c) Pío XII "Mediator Dei" y vigilia pascual. Las
reacciones que desencadena esta nueva actitud
conducen, hacia 1938-39, a una crisis, que provocará
la intervención de Pío XII con la encíclica Mediator
Dei, de 1947, en la que el papa pone en guardia
contra desviaciones y exageraciones, pero a la vez
reconoce expresamente las instancias auténticas del
movimiento litúrgico. Sin duda el punto culminante
de su intervención es el encargo confiado en 1948 a
la Congregación de ritos de preparar una reforma
general de la liturgia, encargo que dará su primer
fruto con la reintroducción de la vigilia pascual y
la reforma de la semana santa, establecidas por el
decreto Maxima redemplionis mysteria, de 1955 11.
Así se abría el camino que, a través de numerosos
congresos internacionales de estudiosos y expertos
en liturgia (a partir de 1951) y sobre todo a través
del congreso litúrgico pastoral de Asís de 1956 y el
congreso eucarístico de Munich de 1960, llevaría al
concilio Vat. Il.
d) El Vat. 11.- SC y reforma posconciliar. El
concilio y todo su programa de reforma son mérito de
la valiente iniciativa, verdaderamente bajo la guía
del Espíritu Santo, de Juan XXIII. Fue providencial
que el primer documento conciliar fuera la
constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium. En
ella encontramos frecuentemente de manera
programática la finalidad última de la reforma
conciliar e indicado el camino hacia ella: el
concilio se interesa especialmente por la reforma e
incremento de la liturgia porque se propone
,,acrecentar de día en día entre los fieles la vida
cristiana, adaptar mejor a las necesidades de
nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a
cambio..." (SC l). El hecho de que comenzara por la
constitución sobre la liturgia fue sintomático:
sobre todo porque la glorificación de Dios y la
comunicación de la salvación en Cristo a los hombres
deben constituir siempre el fin primordial de la
iglesia; luego -last, not least- porque el programa
expresado en la constitución litúrgica era el fruto
precioso del trabajo de todo un siglo del movimiento
litúrgico, correspondía al deseo de los mejores
miembros de la iglesia y estaba apoyado por el
trabajo conjunto de los liturgistas de toda la
iglesia.
El concilio votó la constitución el 4 de diciembre
de 1963, con 2.147 placet y cuatro non placet, y
Pablo VI la aprobó. Esta finalmente hacía lo que se
debería haber hecho hacia el final de la edad media,
pero que el concilio de Trento no pudo realizar por
falta de tiempo y por el precipitarse de los
acontecimientos: clarificaciones de fondo sobre lo
que es la liturgia como culto de la iglesia, como
adoración del Padre en espíritu y verdad, como
celebración memorial de la obra salvífica de Cristo;
indicación de las normas directivas de una reforma
real, para perseguir finalmente -pidiendo otra vez
para ello la intervención del papa, pero con medios
mejores que entonces la meta valiente que Pío V se
había propuesto, es decir, la renovación de la
liturgia "ad pristinam normam Patrum" (bula Quo
primum, de 1570), llevando a cabo al mismo tiempo
una genuina actualización según las necesidades de
nuestros días.
La constitución sobre la liturgia expone en un
primer capítulo los "principios generales para la
reforma y fomento de la sagrada liturgia". En primer
lugar ilustra 1,a naturaleza y la importancia de la
liturgia misma. Esta se halla dentro de la
realización del proyecto salvífico de Dios para
nuestra redención y para la adoración del Padre, que
el Hijo encarnado de Dios, Jesucristo, ha actuado
sobre todo mediante el misterio pascual de su pasión
y glorificación. La iglesia debe proclamar y
actualizar esta obra salvífica precisamente en la
liturgia, en la que "opus nostrae redemptionis
exercetur" (SC 2). Para ello Cristo está siempre
presente en su iglesia, por lo cual toda celebración
litúrgica "es acción sagrada por excelencia, cuya
eficacia... no la iguala ninguna otra acción de la
iglesia" (SC 7). La acción de la iglesia no se agota
obviamente en la liturgia, aunque ésta, de todas
formas, sigue siendo cumbre y fuente (SC 10). Fin de
toda la actividad litúrgica es "aquella
participación plena, consciente y activa en las
celebraciones litúrgicas" a la que los fieles están
llamados y capacitados por el bautismo (SC 14). Para
alcanzar esta finalidad, es necesario efectuar una
reforma con fidelidad a. la "sana tradición", pero
con espíritu abierto a un "progreso legítimo" (SC
23); una reforma que siempre debe estar preparada y
acompañada por estudios profundos, por la atención
al verdadero espíritu de la liturgia y por prudencia
pastoral (ib). En este trabajo, evidentemente, es
necesario tener en cuenta el carácter comunitario
del culto cristiano (SC 26; 41s). Desde luego son
posibles eventuales cambios y adaptaciones a las
iglesias locales; la iglesia ya no impone "una
rígida uniformidad", aunque todas las decisiones
deben llevar el sello de la autoridad episcopal y de
la autoridad papal (SC 37; 32; 43ss).
A estas explicaciones de carácter general, aunque
extraordinariamente importantes, siguen las
directrices que se refieren a las diferentes partes
de la liturgia. Por lo que concierne al sacrificio
de la misa, son de suma importancia la insistencia
sobre la proclamación de la palabra de Dios también
en lengua vernácula en la misa, la concesión de la
comunión bajo las dos especies y el restablecimiento
de una genuina / "concelebración" (SC 47-58); en
cuanto a los demás sacramentos, merecen mención
especial la renovación de la liturgia bautismal y
sobre todo la restauración de un "catecumenado...
dividido en distintas etapas" (SC 64); acerca de la
liturgia de las horas hay que destacar la
acentuación de las horae cardinales (SC 89), del
carácter comunitario y de la "veritas temporis" (SC
99 y 88, 94); la recitación del salterio,
distribuida durante un ciclo más largo que el de una
semana (SC 91); la posibilidad de recitarlo en
lengua vulgar (SC 101); el reordenamiento del
sistema de lecturas (SC 92).
El capítulo relativo al año litúrgico subraya ¡a
posición central de la fiesta de pascua y del
domingo, y sobre todo la preeminencia de la liturgia
"de tempore" sobre las fiestas de santos, que han de
ser reorganizadas (SC 102-11 l). Finalmente, siguen
algunas disposiciones sobre "la música sagrada"
(1112-121) y sobre "el arte y los objetos sagrados"
(122130), así como (en apéndice) una declaración (le
disponibilidad por parte de la iglesia para
establecer, en diálogo con los "hermanos separados",
"la fijación de la fiesta de pascua en un domingo
determinado... del calendario gregoriano".
Todo lo que se ha dicho en la constitución SC es
sumamente valioso,,. Pero en ella se han querido
limitar expresamente a las directrices generales y a
las primeras realizaciones más importantes. La
auténtica reforma debía ser nuevamente tarea del
papa. Pablo VI puso rápidamente manos a la obra,
instituyendo con el motu proprio Sacram liturgiam,
de enero de 1964, el "Consilium ad exsequendam
Constitutionem de s. Liturgia" compuesto por 30-40
cardenales y obispos de toda la iglesia, la mitad
nombrados por el papa y la otra mitad designados por
las conferencias episcopales. Se puso a su
disposición casi doscientos colaboradores
(consultores y consejeros). Con un trabajo
cuidadoso, reuniones de comisiones celebradas en
diferentes lugares de Europa, más de una sesión
anual de obispos y cardenales, consultas y
experimentos prácticos, el ingente trabajo de la
reforma posconciliar se llevó a cabo en un período
de quince años. Se trata de una reforma de
proporciones desconocidas antes de ahora:
reestructuración de casi todos los ritos y
composición de los textos correspondientes en lengua
latina. Fue luego tarea de las conferencias
episcopales de las diferentes áreas lingüísticas
traducir esos libros a la propia lengua y,
eventualmente, adaptar los ritos a situaciones
diversas, naturalmente sometiendo el resultado final
a la aprobación definitiva de la Sede Apostólica.
Ahora la reforma (con la publicación del
Caeremoniale episcoporum, 1984) puede considerarse
concluida sustancialmente al más alto nivel. Todavía
queda por efectuar aquí o allá la traducción de los
textos a las diferentes lenguas vernáculas y esperar
que las iglesias particulares, sus sacerdotes y sus
fieles, asimilen y se apropien interiormente de toda
la obra. Los protagonistas y los responsables de la
reforma -concilio, papa y el consilium encargado por
él- eran perfectamente conscientes de lo
extraordinario de la tarea y de las chances que
tenía, y han hecho todo lo posible por
aprovecharlas: de aquí ha resultado una reforma de
alcance verdaderamente histórico. Salvando el núcleo
esencial establecido por Cristo y los apóstoles, han
tratado de volver a las formas originales de la
liturgia romana clásica y de tener en cuenta a la
vez la situación actual.
De esta manera ciertamente ha terminado la época de
aquella liturgia romana que era una adaptación
franco-germánica a las condiciones medievales, sin
que por ello se deba renunciar a los valores
permanentes que habían introducido esas formas
medievales. Tan ambiciosa meta se ha alcanzado
sustancialmente, aunque la obra, fruto siempre del
trabajo humano, no es perfecta al ciento por ciento.
Las intenciones del consilium encargado de la
reforma se expresaron claramente, sobre todo en las
diversas instrucciones públicas de los competentes
dicasterios romanos: Inter oecumenici, de 1964, con
las primeras disposiciones concretas; Tres abhinc
annos, de 1967, con más indicaciones concretas;
Eucharisticum mysterium, de 1967, que hace
importantes afirmaciones sobre la naturaleza
teológica de la celebración eucarística y de la
piedad eucarística en general; Liturgicae
instaurationes, de 1970, que fija sobre todo algunos
límites necesarios frente a excesos y posibles
desarrollos equivocados. Es importante la afirmación
contenida ya en la primera instrucción, Inter
oecumenici: "...Ante todo es conveniente que todos
se convenzan de que la constitución del concilio
Vat. II sobre sagrada liturgia no tiene como
finalidad cambiar sólo los ritos y los textos
litúrgicos, sino más bien suscitar en los fieles una
formación y promover una acción pastoral que tenga
como punto culminante y fuente inspiradora la
sagrada liturgia" [5]. "El esfuerzo de esta acción
pastoral centrada en la liturgia ha de tender a
hacer vivir el misterio pascua¡... (ut mysterium
paschale vivendo exprimatur)" [6]. La actualización
del misterio pascual de Cristo: he aquí la finalidad
última a la que se orientan los nuevos libros
litúrgicos y las correspondientes acciones sagradas.
Para esto sirve la reordenación del año litúrgico,
tal y como nos la ilustra el pequeño documento
Calendarium Romanum, de 1969; el nuevo Missale
Romanum, de 1969-70, y la nueva Liturgia Horarum, de
1970-71. El punto más central es la celebración del
triduo pascual con su respectiva vigilia, seguido
del "tiempo de cincuenta días", que se cierra con el
domingo de pentecostés, cuya octava se suprime; esa
celebración se prepara con el "tiempo de cuarenta
días" de ayuno, de penitencia y de preparación a los
sacramentos pascuales, con la supresión de los
domingos de septuagésima. La celebración pascual se
prolonga a lo largo del año (per annum) en 34
domingos. El comienzo del año está marcado, con el
adviento, la navidad y la epifanía, por el tiempo de
la "manifestatio Domini", o sea, por la celebración
de su venida: de la encarnación del Hijo de Dios en
la tierra y de su vuelta gloriosa. Las fiestas de
los santos deben subordinarse a las celebraciones
"de tempore"'. Una gradación inteligente y práctica
de las fiestas (solemnidad, fiesta, memorias de
diversos tipos) permite celebrar a los santos sin
grandes dificultades, máxime cuando solamente son
obligatorias las fiestas de aquellos santos que son
importantes para toda la iglesia, mientras que se
deja a las iglesias locales la celebración de
aquellos santos a los que ellas están unidas de
manera especial. En el marco de este calendario
anual, todos están invitados a participar
activamente en la celebración comunitaria del
sacrificio eucarístico y, dentro de lo posible, y
desde luego al menos como principio, también en la
celebración de la liturgia de las Horas, que ha sido
reestructurada de manera que sea viable también para
los laicos, para grupos de laicos y sobre todo para
la comunidad familiar. Estas acciones cultuales
principales contienen la mayor parte del patrimonio
tradicional de oración de la iglesia romana, de
manera que todos los fieles pueden oír, en los
domingos de los tres años (A, B y C) en que se
subdividen las lecturas, todo el NT y las partes
esenciales del AT. Un gran número de oraciones
tomadas de los antiguos sacramentarios romanos,
numerosos prefacios y, junto al canon romano, otras
plegarias eucarísticas compuestas según el espíritu
de la antigua liturgia romana y de las plegarias
eucarísticas de las iglesias orientales, ofrecen
ulteriores riquezas de la antigua tradición clásica.
La liturgia de las Horas -reducida a proporciones
practicables, sobre todo con la subdivisión del
salterio en cuatro semanas y una repartición de las
horas más razonable, de manera que, rezadas
efectivamente en el tiempo debido, puedan santificar
las horas del día está enriquecida con numerosas
lecturas breves de la Sagrada Escritura durante las
horas diurnas y con una buena subdivisión de las
lecturas bíblicas en el oficio de lectura, en
sintonía con el orden de las lecturas de la misa.
Además, en particular, las llamadas lecturas de los
padres se han elegido de manera que ofrezcan lo
mejor de los escritores espirituales de-todos los
siglos, dejando a salvo la facultad de las
conferencias episcopales de añadir también lecturas
de autores recientes de su propia área lingüística
(por ejemplo, Newman, Marmion, Schuster, Guardini,
etcétera).
De manera semejante se ha ordenado y enriquecido la
celebración de los sacramentos: de la "initiatio"
(el conjunto unitario formado por el bautismo, la
confirmación y la primera participación activa en la
eucaristía), de la penitencia, de la unción de los
enfermos, del matrimonio y del orden jerárquico (con
acentuación de los grados clásicos del diaconado,
presbiterado y episcopado). Finalmente, se han
reordenado las celebraciones que pertenecen al campo
de los sacramentales; pero que no son menos
importantes para la vida eclesial y cristiana en
general la consagración de la iglesia, los ritos de
la vida religiosa (que alcanzan su vértice en la
profesión religiosa solemne y en la consagración de
las vírgenes), así como la consagración M abad y de
la abadesa.
Con una reforma tan amplia se ha ofrecido la
posibilidad de celebrar comunitariamente la acción
salvífica pascua¡ de Cristo (muerte y resurrección
del Señor), y así hacer de ella realmente la cumbre
y la fuente de la vida cristiana en el seguimiento
del Señor y en la conformación a él. Es misión de
las iglesias locales -con la tarea en verdad difícil
de la traducción de los textos latinos oficiales a
cada una de las diferentes lenguas particulares-
celebrar y realizar todo esto de manera que
mysterium paschale vivendo exprimatur, para alabanza
de la gloria de Dios, para salvación de todos los
que creen, como testimonio de la esperanza en la
venida del Señor. Así la vida cristiana se plasmará
a partir de la liturgia, "por cuyo medio Opus
nostrae salutis exercetur, sobre todo en el divino
sacrificio de la eucaristía", de manera que "los
fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás
el misterio de Cristo" (SC 2).