Liturgia Católica
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CAPÍTULO IV DE LA CONTEMPLACIÓN
ARTÍCULO I. -Hay dos clases de
contemplación (l)
Se pueden distinguir dos clases da contemplación, una
ordinaria y otra extraordinaria.
II. -La contemplación ordinaria es un
hábito sobrenatural por el que Dios eleva las potencias del alma a conocimientos
y luces sublimes y a grandes sentimientos y saboreos espirituales, siempre que
no encuentre en el alma pecados, pasiones, … Afectos o cuidados que impidan
las comunicaciones que nos quiere hacer (0l).
Notas
(1) Esas dos contemplaciones son
infusas y pasivas. Si el texto fuera dudoso, el contexto y el movimiento general
del pensamiento no dejarán ni la sombra de una duda. Es preciso poner mucha
atención en el vocabulario de Lallemant, que llama «contemplación ordinaria» la
oración que muchos autores llaman «extraordinaria» y reserva este último
calificativo a los grados más elevados de la oración infusa. Por consecuencia,
la contemplación que Lallemant describo en primer lugar y que llama «ordinaria»,
está calificada por el P. Maumigny y sus partidarios bajo el título de «Oración
extraordinaria)>. Para estos autores, toda contemplación en la cual uno no pueda
elevarse por sus propios esfuerzos -ayudado de la gracia común -queda declarada
«extraordinaria».
III. - Los que poseen este hábito
fácilmente oran y tienen como a su disposición la gracia del Espíritu Santo para
el ejercicio de las virtudes teologales: tanto que hacen actos de ellas cuando
quieren, después de haber levantado su corazón a Dios para obtener su ayuda que
siempre está dispuesta (2). IV-LA otra clase de contemplación más elevada está
en los arrobamientos, en los éxtasis, en las visiones y en otros efectos
extraordinarios (3).
Notas
(01) Hábito sobrenatural, disposición
permanente, del alma, tesoro viviente, de luz esplendorosa, derramada y, por
decirlo así, almacenada en el alma, tal como la hemos visto a propósito de los
dones del Espíritu Santo. Por lo, demás. Lallemant ha dicho, ya que entre la
contemplación y los dones (de sabiduría, de inteligencia y de ciencia) hay un
gran parecido: «El medio de despuntar en la oración es despuntar en estos dones,
de los que casi no difiere la contemplación más sublime». P. V, e. III, art. 1.
V.
Él cree que el acto de la
contemplación es un acto de estos hábitos sobrenaturales. Llamados dones del
Espíritu Santo, que perfeccionan la fe y las otras virtudes infusas.
A continuación, art. V III.
(2) Después de haber hablado de la
contemplación como hábito, el autor pasa a los actos de esta contemplación y nos
dice cómo los producen los contemplativos.
(3) Cuando Lallemant dice que la
«contemplación más elevada», que él Llama extraordinaria, está en los
arrobamientos, en los éxtasis, en las visiones y en otros efectos
extraordinarios (como revelaciones, levitaciones, etc.), no pretende que estos
fenómenos sean la esencia misma de "la contemplación. La esencia, es decir, la
Luz más sublime, más resplandeciente, la que más nos une a Dios, es subyacente al
éxtasis, y al arrobamiento, etc.
La contemplación infusa, ordinaria
conduce a la extraordinaria, con la que se adelanta en poco tiempo más camino
que con aquella en muchos años. Es decir, que se adquieren más virtudes y con
más rapidez. Con la meditación, el alma camina a pie y con trabajo; con la
contemplación, se eleva sin ningún esfuerzo. Así decía Santa Teresa que Dios la
introdujo en esta clase de oración, cesaron de un golpe todas las dificultades y
sentía un poderoso atractivo por los actos de todas las virtudes, que
practicaba. Con gusto extraordinario y suavidad maravillosa (1). Generalmente,
los que poseen este último don de oración oran sin enterarse, sin saber que
oran, y por esto precisamente es perfecta la oración (2). En esta oración el
alma se presenta delante de Dios. Se queda así sin preocuparse de hacer actos
diferentes y múltiples, ocupándose ya de mirar a
notas.
El autor lo explica claramente: « ... Éxtasis y arrobamientos, no expresan tanto la esencia de la contemplación como
sus accidentes, ya que un alma podrá tener a veces sin arrobamientos una Luz más
sublime, un conocimiento más claro, una operación de Dio, más excelente, que
otra con arrobamientos extraordinarios y éxtasis. La Santísima Virgen, que
gozaba de una contemplación más elevada que todos los ángeles y santos juntos,
no tenía arrobamientos. Y Nuestro Señor poseía la visión beatífica sin éxtasis».
A continuación, art. VII.
(1) Quintas moradas, cap. II. Sextas
moradas, cap. IV, fin. Vida, cap. XXI.
(2) «San Antonio el Grande, muy
experimentado en estos asuntos, decía - según refiere Casiano que la oración no
se puede llamar perfecta cuando el que ora se da cuenta, ya que si es perfecta,
arrebata tanto el espíritu que hace ninguna reflexión ni se acuerda de cosa
alguna sino de Dios con quien trata y conversa». P. Cotón, Sermones, pág… 391.
Dios sencillamente, con respeto y
amor, y algunos sentimientos piadosos que El mismo inspira, y que según la
disposición del alma o el estado de perfección y pureza a que haya llegado, lo
mismo pueden durar una hora que dos, un día o dos días: en las almas puras la
presencia de Dios se hace casi continua. Algunos dicen que en esta clase de
oración no se hacen actos. Esto en rigor no es verdadero porque siempre se hacen
algunos, aunque de una manera más elevada, más sencilla y casi imperceptible. La
suspensión completa de todo acto es una ociosidad muy peligrosa (1).
Los directores suelen cometer dos
faltas al tratar de la contemplación. Unos - poco espirituales o demasiado
tímidos--, errando enteramente esta puerta a las almas que conducen, les impiden
entrar aunque Dios las Llame.
Los otros por el contrario, queriendo
llevar indiferentemente a todo el mundo, no hablándoles más que de oración, de
simplicidad, de gracias extraordinarias, de palabras interiores, de visiones,
revelaciones y éxtasis.
Notas
(1), Suárez juzga inverosímil que no
haya una cierta renovación de ideas y sobre todo de pensamientos. Dice: «Yo creo
que solamente en este sentido puede, habitualmente, prolongase la contemplación;
pero es muy raro que un solo acto pueda durar tanto tiempo». De Orat, 11, Cap.
X, 12, 13.