Liturgia Católica
Una Santa Católica Apostólica
Visible Infalible e Indefectible
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Articulo II. -El don de presencia de Dios.
Entrada en la
contemplación.
I
Cuando después que un alma ha conseguido una gran
pureza de corazón Dios viene a entrar en ella y se le manifiesta claramente por
el don de su santa presencia - que es el principio de sus dones sobrenaturales-
el alma se encuentra tan encantada en este nuevo estado que le pare que
anteriormente no había conocido ni amado a Dios. Se extraña de la ceguera y
estupidez de los hombres; condena la pereza y languidez en que generalmente
vivimos ; deplora las pérdidas que por su cobardía cree haber sufrido; piensa
que toda su vida anterior no merecía el nombre de vida y que es en ese momento
cuando realmente empieza a vivir.
II
En vano nos esforzamos en querer conseguir la
presencia de Dios, si Él mismo no nos la concede. Es un puro don de su
misericordia. Pero una vez recibido, por esta presencia y en esta presencia,
vemos a Dios y a la voluntad de Dios en todas nuestras acciones, igual que a un
mismo tiempo vemos la luz y los cuerpos que ella nos ilumina. Esta gracia es
fruto de una gran pureza de corazón y conduce al alma a una estrecha unión con
Dios. Él nos la da cuando nosotros ponemos de nuestra parte todo lo posible y
hacemos todo lo que debemos hacer.
III
Podemos tener continua oración si estamos plenamente
poseídos por Dios. Sucede a veces que una pasión, un resentimiento o una acritud
del espíritu nos posee de tal manera que nos tiene completamente distraídos
durante dos o tres días, sin que casi podamos pensar en otra cosa. No pasa hora
del día en que no sintamos este desagrado. Y aunque nos parezca que resistimos a
esta influencia, sin embargo si Dios nos deja ver el verdadero estado de nuestra
corazón, veremos que no queremos estar sin esta pasión y que secretamente la
fomentamos. Lo mismo sucede: si tuviéramos una tierna devoción a Nuestro Señor
en el Santísimo Sacramento, pensaríamos en Él mil veces durante el día. Si el
amor de Dios llenara nuestro corazón, nos acordaríamos de Él constantemente y no
nos sería difícil vivir en su presencia. Todas las cosas nos servirían para
elevarnos a Dios y hasta las menores ocasiones excitarían nuestro fervor.
Debemos persuadirnos de que Nuestro Señor y la Santísima Virgen nos miran desde
el cielo, e incluso que lo hacen con ojos corporales, la excelencia de su vista
superando la lejanía del objeto. Así debemos hacer todas nuestras acciones como
en su presencia. Es el mejor medio para llegar a la más alta presencia de Dios,
en la que siempre vivían los profetas Elías y Eliseo, y que les hacía decir: (
Vive el Señor en cuya presencia estoy ) (1 ). Presencia que es más viva y más
prenetrante que la que tenemos por la fe.
Articulo III: Ventajas de la contemplación.
I
La contemplación es la verdadera sabiduría. La que
tanto recomiendan los libros de la Sabiduría, el Eclesiástico y el Eclesiastés.
Los que se apartan de ella cometen un gran error. Cuando aportamos las
disposiciones requeridas no encierra ni el más ligero escollo (2). Es cierto que
sí puede existir el peligro de ilusión en los éxtasis y arrobos, sobre todo si
la gracia es todavía un poco débil y el alma no está todavía acostumbrada a
,estas cosas; pero en la contemplación en sí no hay ningún peligro.
II
En la primera epístola de San Pablo a los Corintios leemos que los primeros
cristianos poseían habitualmente los dones más maravillosos : el de lenguas, el
de curar enfermos, el de hacer milagros y el de discernimiento de espíritus. Y
el Santo Apóstol exhorta a los fieles al desea de estos dones sobrenaturales,
sobre todo el de profecía, que no consiste solamente en predecir las cosas
venideras, sino en entender las Escrituras y en explicarlas para instruir a los
pueblos. Sin embargo ahora cuando alguno aspira a algún grado de oración más
elevada, se le dice claramente que estos son dones extraordinarios que Dios no
da más que cuando le place y a quien quiere y que por lo tanto no se debe ni
pedirlos ni desearlos ; y así de esta forma se le cierra para siempre la puerta
de estos dones. Es un gran abuso. Si bien es cierto que nadie por sí mismo debe
mezclarse en esta clase de oración, tampoco debemos rehusarla si Dios nos la
presenta, ni hacer nada positivo que pueda impedir que Él nos introduzca en ella
cuando le plazca.
III
La meditación amansa el espíritu y sus actos son de
corta duración. En cambio los actos de la contemplación, incluso de la común,
duran horas enteras sin trabajo ni aburrimiento; en las almas más puras la
contemplación puede durar hasta varios días seguidos, aun en medio del mundo y
del agobio de los negocios. En este estado de gloria, el primer acto de la
visión beatífica de un alma santa durará eternamente sin desgana, sin cansancio,
siempre lo mismo y siempre glorioso. Lo imita en su facilidad y en su duración.
No desgasta la salud ni las fuerzas.
IV
La contemplación muestra al alma un mundo nuevo cuya
hermosura le encanta. Cuando Santa Teresa salía de la oración decía ( que venía
de un mundo incomparablemente más grande y hermoso que mil mundos como éste. San
Bernardo, cuando venía de tratar con Dios, sentía pena de tener que volver a
tratar con los hombres y temía, como un infierno, el apegarse a las criaturas. Y
el santo sacerdote Beato Juan de Ávila, al volver del altar casi no podía
soportar el trato con el mundo. El alma pura descubre en la contemplación, sin
dificultad y sin ningún esfuerzo por paste de sus potencias, verdades que la
arrebatan y retirándola de todas las operaciones de los sentidos, le hacen
disfrutar en su interior de un paraíso anticipado.
v
La contemplación lleva al alma a actos heroicos da caridad, de celo, de
penitencia y de otras virtudes, como por ejemplo el martirio. Los santos que han
recibido de Dios este don deseaban sufrir siempre diez veces más de lo que
sufrían ; y para sentir esos deseos no sentían los combates ni las dificultades
que nosotros sentimos generalmente cuando los hacemos. No encontraban en ello
más que consuelo.
VI
Por la contemplación se conocen perfectamente tanto las cosas humanas y
temporales como las sobrenaturales y eternas. Se ven aquéllas tan bajas y
despreciables que se está convencido de que el estimarlas es el mayor engaño del
mundo, y el dejar que el corazón se apegue a ellas, el mayor desorden. Se juzga
sin error del valor de las unas y de las otras y se establece la diferencia con
la misma facilidad y certeza que una persona entendida en monedas puede decir
con sólo verlas o tocarlas: aquélla es de oro; ésta, no.
VII
Cuando Dios hace que un alma, entre en La contemplación, el alma descubre en sí
misma defectos e imperfecciones que antes no veía: como el mirar mucho a una
persona guapa, encontrarse a gusto en su compañía y amarla por su hermosura.
Esta clase de miradas, estas conversiones y ternezas particulares son para Dios
como faltas de impureza y su principio es vicioso.
Articulo IV: - Que la contemplación es necesaria para la vida apostólica, en
lugar de serle opuesta.
I
La contemplación no impide el celo por las almas; al
contrario la aumenta por tres consideraciones en las hace penetrar a fondo.
Primera: todas las almas son capaces de poseer a Dios, y bajo este punto de
vista, no hay ninguna que no sea incomparablemente más hermosa que el cielo y la
tierra con toda su grandeza y su tesoros. Segunda: todas las almas pertenecen al
Hijo de Dios, que dio su vida para rescatarlas, las lava con su sangre; y siendo
su herencia y su corona no hay trabajo que no haya que emprender, no hay dolor
que no haya que sufrir por su salvación y por su adelantamiento. Tercera: es muy
doloroso el estado de un alma en pecado; cómo es de desgraciada y lo cerca que
está del infierno. Estas consideraciones hacían desear a San Pablo ser anatema
por el bien de sus hermanos, y otros muchos santos, si Dios se lo hubiese
permitido, sufrir sin pecado las penas del infierno para evitar la pérdida de un
alma. Estos eran los sentimientos de Santa Catalina de Siena, de Santa Catalina
de Bolonia y de San Alonso Rodríguez.
II
Sin la contemplación nunca se avanzará mucho en la
virtud y tampoco será uno capaz de hacer que avancen los demás. Nunca se
vencerán de todo las propias debilidades e imperfecciones estará siempre atado a
la tierra, sin la fuerza necesaria para elevarse sobre los sentimientos de
naturaleza. Jamás se podrá ofrecer a Dios un servicio perfecto. Con ella en
cambio se hará más para si mismo; y para los otros en un mes que sin ella en
diez años Produce actos excelentes, libres de la impureza de nuestro natural;
actos de amor de Dios muy elevados y que no se podrán hacer sino muy raramente
sin este don. En fin, perfecciona la fe y todas las virtudes levantándolas a su
más alto grado.
III
Cuando no se ha recibido este excelente don, es peligroso entregarse demasiado
al servicio del prójimo. No debería hacerse sino a manera de ensayo, no siendo
que estemos obligados a ello por la obediencia ,. Pero de no ser así, es mejor
tener poco empleo fuera, para que de esta forma se ocupe el espíritu en mirarse
interiormente, en purificar sin cesar los brotes de la naturaleza y en enderezar
todos sus caminos para andar siempre en la presencia de Dios.