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Un retrato de
María.
Mi señora es bella. hermosa sin par.,
¡ay, tan hermosa que quien la vea una sola vez, querrá morir para volver
a verla! ¡Tan bella que, Cuándo se la ha visto, no hay corazón para amar cosa
alguna de la tierra!...
(Sta. Bernardita Soubirous.)
..... San
Epifanio, citado por Neceforo, nos ha dejado un retrato hermoso de la Virgen.
Estas pinceladas del siglo cuarto, hechas a base de tradiciones y manuscritos
que ya no existen, constituyen el único retrato de la Virgen que ha llegado
hasta nosotros.
..Según este Obispo, la Virgen no era alta, pero sí de
una estatura poco mas que mediana; su tez, algo bronceada, como la de la
Sulamita, por el sol de Su tierra, tenia el rico matiz de las doradas espigas;
su cabello era rubio; Sus ojos, vivos con pupilas de color un poco aceitunado;
cejas perfectamente arqueadas y negras; nariz aguileña, de forma acabada;
labios rosados, el corte de la cara un ovalo hermoso; sus manos y dedos eran
largos. Era la mas consumada expresión de la divina gracia en consorcio con la
belleza humana; todos los Santos Padres confiesan a porfía y unánimes esta tan
admirable hermosura de la Virgen.
..Pero el encanto de la belleza de la
Virgen no era debido al cumulo de perfecciones naturales; emanaba de otra
fuente superior. Esto lo compendio bien San Ambrosio, cuando dijo que tan
atractivo exterior no constituía sino una gasa, a través de la cual
transparentabanse todas las virtudes de su interior; y que su alma, la más
noble, la más pura que jamas existio, despues de la de Jesucristo, se revelaba
enteramente en su mirada. La hermosura natural de María era solo un lejano
reflejo de sus bellezas intelectuales e imperecederas. Entre todas las mujeres
era la más bella, porque era la mas casta y la mas santa.
.. En todos
los modales de la Virgen reinaba la más encantadora modestia; era buena,
afable, compasiva y nunca mostraba enfado alguno contra los afligidos al oír
sus prolongadas quejas. Hablaba poco, siempre al caso, y nunca mancillo sus
labios con la mentira. Su voz era dulce y penetrante; y sus palabras tenían un
no sé que de bondad y consuelo, que derramaban la paz sobre las almas. Siempre
la primera en las vigilias, la más exacta en el cumplimiento de La Ley divina,
la más humilde; en fin, la más perfecta en todas las virtudes. Ni una sola vez
se la vio airada; nunca ofendió, ni causo pena, ni reprocho a nadie. Era
enemiga de toda ostentación, sencilla en el vestir, sencilla en sus modales.
Ni por asomo le vino el deseo de exhibir su hermosura, su antiguo y noble
abolengo, ni los tesoros que enriquecían su mente y su corazón Su misma
presencia parecía santificar a cuantos la rodeaban. y su sola vista bastaba a
desterrar todo pensamiento terreno. Su cortesía no era simple formula
compuesta de palabras vanas: era expresión de la universal benevolencia que
brotaba de su alma. En fin, todo en Ella respiraba a la Madre de Misericordia.