Liturgia Católica
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Primera parte de la Introducción
a la vida devota
CAPÍTULO
XX
PROMESA AUTÉNTICA PARA GRABAR EN EL
ALMA LA RESOLUCIÓN DE SERVIR A DIOS Y CONCLUIR LOS ACTOS DE PENITENCIA
Yo, la que suscribe, puesta y constituida en la presencia de
Dios eterno y de toda la corte celestial, después de haber considerado
la inmensa misericordia de su divina bondad para conmigo, indignísima y
miserable criatura que ella ha sacado de la nada, conservado, sostenido,
librado de tantos peligros y enriquecido de mercedes, y, sobre todo,
después de haber considerado esta incomparable dulzura y clemencia, con
que el bondadosísimo Dios me ha soportado en mis iniquidades, tan
frecuente y tan amablemente inspirada, invitándome a la enmienda, y con
la que me ha aguardado tan pacientemente para que hiciera penitencia y
me arrepintiese hasta este año de mi vida, a pesar de todas mis
ingratitudes, deslealtades e infidelidades, con que, difiriendo mi
conversión y despreciando sus gracias le he ofendido tan
desvergonzadamente después de haber considerado que, el día de mi santo
bautismo, fui tan feliz y santamente consagrada y dedicada a Dios, por
ser hija suya, y, que, contra la profesión que entonces se hizo en mi
nombre, tantas y tantas veces, de una manera tan detestable y
desgraciada, he profanado y violado mi alma, empleándola y ocupándola
contra la divina Majestad; finalmente, volviendo ahora en mí, postrada
de corazón y espíritu ante el trono de la justicia divina, me reconozco,
acuso y confieso por legítimamente culpable y convicta del crimen de
lesa majestad divina, y culpable también de la muerte y pasión de
Jesucristo, a causa de los pecados que he cometido, por los cuales Él
murió y padeció el tormento de la cruz, por lo que soy merecedora de ser
eternamente perdida y condenada.
Más, volviéndome hacia
el trono de la misericordia infinita de este mismo Dios eterno, después
de haber detestado con todo mi corazón y con todas mis fuerzas las
iniquidades de mi vida pasada, pido y suplico humildemente gracia,
perdón y misericordia y la completa absolución de mis crímenes, en
virtud de la muerte y pasión de este mismo Señor y Redentor de mi alma,
sobre la cual apoyada, como sobre el único fundamento de mi esperanza,
confieso otra vez y renuevo la sagrada profesión de fidelidad hecha a
Dios, en el bautismo, y renuncio al demonio, al mundo y a la carne,
detesto sus perversas sugestiones, vanidades y concupiscencias, por todo
el tiempo de mi vida presente y por toda la eternidad. Y, convirtiéndome
a mi Dios, bondadoso y compasivo, deseo, propongo y resuelvo irrevocablemente, servirle y amarle, ahora y siempre, dándole, para este
fin, dedicándole y consagrándole mi espíritu con todas sus facultades,
mi alma con todas sus potencias, mi corazón con todos sus afectos, mi
cuerpo con todos sus sentidos; prometiendo no abusar jamás de ninguna
parte de mi ser contra su divina voluntad y soberana Majestad, a la cual
me sacrifico e inmolo en espíritu, para serle, en adelante, siempre
leal, obediente y fiel criatura, sin retractarme ni arrepentirme jamás
de ello. Más, ¡ay de sí, por sugestión del enemigo o por cualquier
debilidad humana, llegase a contravenir, en alguna cosa, está mi
resolución y consagración, prometo desde ahora y propongo, confiado en
la gracia del Espíritu Santo, levantarme, en cuanto me dé cuenta de
ello, y convertirme de nuevo, sin retrasos ni dilaciones!
Esta es mi voluntad, mi intención y mi resolución inviolable e
irrevocable, la cual confieso y confirmo sin reserva ni excepción, en la
misma sagrada presencia de mi Dios y a la vista de la Iglesia militante,
mi madre, que oye esta declaración en la persona del que, como ministro
de Dios, me escucha en este acto.
Que sea de tu agrado,
¡oh, mi eterno Dios, todopoderoso y todo bondad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo!, consolidar en mí esta resolución y aceptar este mi sacrificio
cordial e interior, en olor de suavidad, y así como te has complacido en
darme la inspiración y la voluntad de realizarlo, dame también la fuerza
y la gracia necesaria para llevarlo a término. ¡Oh, Dios mío!, tú eres
mi Dios, Dios de mi corazón, Dios de mi alma, Dios de mi espíritu; así
te reconozco y adoro ahora y por toda la eternidad. Viva Jesús.
12-12-2012
Dios te salve Santa María de Guadalupe, llena, eres de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres, y
bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de
Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la ahora de nuestra
muerte. Amén