Liturgia Católica
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Primera parte de la Introducción
a la vida devota
CAPÍTULO
XXI
CONCLUSIÓN PARA ESTA PRIMERA PURIFICACIÓN
Hecha esta promesa, está atenta y
abre los oídos de tu corazón para escuchar, en espíritu, las palabras de
tu absolución, que el mismo Salvador de tu alma, sentado en el solio de
su misericordia, pronunciará, desde lo alto de los cielos, en presencia
de todos los ángeles y santos, al mismo tiempo que, en su nombre, te
absolverá el sacerdote acá en la tierra. Entonces, toda esta asamblea de
bienaventurados, gozosos de tu felicidad, cantará el himno espiritual de
incomparable alegría, y todas darán el beso de paz y de amistad a tu
corazón, que habrá vuelto a la gracia y quedará santificado.
¡Oh Dios! Filotea, he aquí un contrato admirable, por el cual
celebras una feliz alianza con su divina Majestad, pues dándote a Él, le
ganas, y te ganas a ti misma para la vida eterna. Solo falta que tomes
la pluma en tu mano y firmes de corazón el acta de tus promesas, y que,
después, vayas al altar, donde Dios, a su vez, firmará y sellará tu
absolución y la promesa que te hará de darte su paraíso, poniéndose Él
mismo, por medio de su sacramento, como un timbre y un sagrado sello
sobre tu corazón renovado. De esta manera, bien me lo parece, ¡oh
Filotea!, tu alma quedará purificada del pecado y de todo afecto
pecaminoso.
Pero, como que estos afectos renacen
fácilmente en el alma, a causa de nuestra debilidad y de nuestra
concupiscencia, la cual puede quedar adormecida, pero no puede morir en
este mundo, te daré algunos avisos, que sí los practicas bien, te
preservarán, en el porvenir, del pecado mortal y de todos sus afectos,
para que jamás pueda este entrar en tu corazón. Y, como que los mismos
avisos sirven también para una purificación más perfecta, antes de
dártelos, quiero decir cuatro palabras acerca de esta más absoluta
pureza, a la cual quiero conducirte.
12-12-2012
Dios te salve Santa María de Guadalupe, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres, y
bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de
Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la ahora de nuestra
muerte. Amén