Liturgia Católica
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Segunda parte de la Introducción
a la vida devota
CAPÍTULO X
LA ORACIÓN DE LA MAÑANA
Además de esta
oración mental perfecta y ordenada y de las demás oraciones vocales que
has de rezar una vez al día, hay otras cinco clases de oraciones más
breves, que son como efectos y renuevos de la otra oración más completa;
de las cuales la primera es la que se hace por la mañana, como una
preparación general para todas las obras del día. Las harás de esta
manera:
1. Da gracias y adora profundamente a Dios por la merced
que te ha hecho de haberte conservado durante la noche anterior; y, si
hubieses cometido algún pecado, le pedirás perdón.
2. Considera
que el presente día se te ha dado para que, durante el mismo, puedas
ganar el día venidero de la eternidad, y haz el firme propósito de
emplearlo con esta intención.
3. Prevé qué ocupaciones, qué
tratos y qué ocasiones puedes encontrar, en este día de servir a Dios, y
qué tentaciones de ofenderle pueden sobrevenir, a causa de la ira, de la
vanidad o de cualquier otro desorden; y, con una santa resolución,
prepárate para emplear bien los recursos que se te ofrezcan de servir a
Dios y de progresar en el camino de la devoción; y, al contrario,
disponte bien para evitar, combatir o vencer lo que pueda presentarse
contrario a tu salvación y a la gloria de Dios. Y no basta hacer esta
resolución, sino que es menester preparar la manera de ejecutarla. Por
ejemplo, si preveo que tendré que tratar alguna cosa con una persona
apasionada o irascible, no solo propondré no dejarme llevar hasta el
trance de ofenderla, sino que procuraré tener preparadas palabras de
amabilidad para prevenirla, o procuraré que esté presente alguna otra
persona, que pueda contenerla. Si preveo que podré visitar un enfermo,
dispondré la hora y los consuelos pertinentes que he de darle; y así de
todas las demás cosas.
4. Hecho esto, humíllate delante de Dios y
reconoce que, por ti misma, no podrás hacer nada de lo que has resuelto,
ya sea para evitar el mal, ya sea para practicar el bien. Y, como si
tuvieses el corazón en las manos, ofrécelo, con todas tus buenas
resoluciones, a la divina Majestad y suplícale que lo tome bajo su
protección y que lo robustezca, para que salga airoso en su servicio,
con estas o semejantes palabras interiores: «Señor, he aquí este pobre y
miserable corazón que, por tu bondad, ha concebido muchos y muy buenos
deseos. Pero, ¡ay!, es demasiado débil e infeliz para realizar el bien
que desea, si no le otorgas tu celestial bendición, la cual, con este
fin, yo te pido, ¡oh Padre de bondad!, por los méritos de la pasión de
tu Hijo, a cuyo honor consagro este día y el resto de mi vida». Invoca a
Nuestra Señora, a tu Ángel de la Guarda y a los Santos, para que te
ayuden con su asistencia.
Más estos actos, si es posible, se han
de hacer breve y fervorosamente, antes de salir de la habitación, a fin
de que, con este ejercicio, quede ya rociado con las bendiciones de
Dios, todo cuanto hagas durante el día. Lo que te ruego, Filotea, es que
jamás dejes este ejercicio.
Dios te salve Santa María, refugio de los pecadores; Ruega por
nosotros.
Cristiano Católico 14-12-2012 Memoria de San Juan de la Cruz.