Liturgia Católica

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INTRODUCCIÓN A LA VIDA DEVOTA
SAN FRANCISCO DE SALES
Primera parte



Segunda parte de la Introducción a la vida devota


CAPÍTULO XIII

DE LAS ASPIRACIONES, ORACIONES, JACULATORIAS Y BUENOS PENSAMIENTOS

Nos retiramos en Dios porque aspiramos a Él, y aspiramos a Él para retirarnos en Él, de manera que la aspiración a Dios y el retiro espiritual son dos cosas que se completan mutuamente y ambas proceden y nacen de los buenos pensamientos. Levanta, pues, con frecuencia el corazón a Dios, Filotea, con breves pero ardientes suspiros de tu alma. Admira su belleza, invoca su auxilio, arrójate, en espíritu, al pie de la cruz, adora su bondad, pregúntale, con frecuencia, sobre tu salvación, ofrécele, mil veces al día, tu alma, fija tus ojos interiores en su dulzura, alárgale la mano, como un niño pequeño a su padre, para que te conduzca, ponlo sobre tu corazón, como un ramo delicioso, plántalo en tu alma, como una bandera, y mueve de mil diversas maneras tu corazón, para entrar en el amor de Dios y excitar en ti una apasionada y tierna estimación a este divino esposo.

Así se hacen las oraciones jaculatorias, que el gran San Agustín, aconseja con tanto encarecimiento a la devota dama Proba. Filotea, nuestro espíritu, entregándose al trato, a la intimidad y a la familiaridad con Dios, quedará todo él perfumado de sus perfecciones; y, ciertamente, este ejercicio no es difícil, porque puede entrelazarse con todos los quehaceres y ocupaciones, sin estorbarlas en manera alguna, porque, ya en el retiro espiritual, ya en estas aspiraciones interiores, no se hacen más que pequeñas y breves digresiones, que, no impiden, sino que ayudan mucho a lograr lo que pretendemos. El caminante que bebe un sorbo de vino, para alegrar su corazón y refrescar su boca, aunque para ello se detiene unos momentos, no interrumpe el viaje, sino que toma fuerzas para llegar más pronto y con más alientos, no deteniéndose sino para andar mejor.

Muchos han reunido varias aspiraciones vocales, que, verdaderamente, son muy útiles; pero, si quieres creerme, no te sujetes a ninguna clase de palabras, sino pronuncia, con el corazón o con los labios, las que el amor te dicte, ya que él te inspirará todas cuantas quieras. Es verdad que hay ciertas palabras que, en este punto, tienen una fuerza especial para satisfacer al corazón-, tales son las aspiraciones tan abundantemente sembradas en los salmos de David, las diversas invocaciones del nombre de Jesús y las expresiones amorosas escritas en el Cantar de los Cantares. Los cánticos espirituales también sirven para este fin, con tal que se canten con atención.

Finalmente, así como los que están enamorados con un amor puramente humano y natural, tienen siempre fijos sus pensamientos en el ser querido, su corazón lleno de afectos para con él, su boca llena de sus alabanzas y, durante su ausencia, no pierden coyuntura de manifestar su amor por cartas, y no encuentran árbol en cuya corteza no graben el nombre del ser amado; de la misma manera, los que aman a Dios no pueden dejar de pensar en Él, suspirar por Él, aspirar a Él, hablar de Él, y querrían, si posible fuese, imprimir sobre el pecho de todas las personas del mundo el santo y sagrado nombre de Jesús. Y a esto les invitan todas las cosas, y no hay criatura que no les anuncie las alabanzas de su amado, y, como dice San Agustín, sacándolo de San Antonio, todo cuanto hay en el mundo les habla un lenguaje mudo, pero muy inteligible, en alabanza de su amor; todas las cosas les inspiran buenos pensamientos, de los cuales nacen, después, muchos movimientos y aspiraciones hacia Dios. He aquí algunos ejemplos.

San Gregorio, obispo de Nacianzo, según refería él mismo a los fieles, mientras paseaba por la playa miraba cómo las olas se extendían sobre la arena y cómo dejaban conchas y caracoles marinos, hierbas pequeñas, ostras y otras parecidas menudencias, que el mar echaba, o, por mejor decir, escupía hacia fuera; después, otras olas volvían a engullir y a coger de nuevo una parte de aquello, mientras que las rocas de aquellos contornos permanecían firmes e inmóviles, por más que las aguas las azotasen fuertemente. Pues bien, acerca de esto tuvo este hermoso pensamiento, a saber, que los débiles, imitando a las conchas, a los caracoles y a las hierbas, ora se dejan llevar de la aflicción, ora de la consolación, hechos juguete de las olas y del vaivén de la fortuna, mientras que las almas fuertes permanecen firmes e inmóviles a toda clase de vientos, y estos pensamientos le hicieron repetir estas aspiraciones de David: « ¡ Oh Señor, sálvame, porque las aguas han entrado hasta mi alma! ¡ Oh Señor, líbrame del abismo de las aguas! Me he hundido hasta lo más profundo del mar y la tempestad me ha sumergido». Y es que entonces estaba afligido por la injusta usurpación que de su obispado había intentado Máximo.

San Fulgencio obispo de Ruspa, encontrándose en una asamblea general de la nobleza romana, a la que Teodorico, rey de los godos, arengaba, al ver el esplendor de tantos magnates, cada uno de los cuales asistía según su categoría, exclamó: « ¡ Oh Dios, qué hermosa debe ser la Jerusalén celestial, si acá abajo aparece tan brillante la Roma terrenal! Y, si, en este mundo, andan en medio de tantos esplendores los amadores de la vanidad, ¡qué gloria debe estar reservada, en el otro mundo, a los contempladores de la verdad!».

Se dice que San Anselmo, arzobispo de Cantorbery, cuyo nacimiento ha honrado en gran manera a nuestras montañas, era admirable en esta práctica de los buenos pensamientos. Una liebre acosada por los perros corrió a refugiarse bajo el caballo de este santo prelado, que entonces iba de viaje, como a un refugio que le sugirió el inminente peligro de muerte; y los perros, ladrando alrededor, no se atrevían a violar la inmunidad del lugar, donde su presa se había refugiado; espectáculo verdaderamente extraordinario, que causaba risa a toda la comitiva, mientras el gran Anselmo, llorando y gimiendo, decía: « i Ah!, vosotros reís, pero el pobre animal no ríe; los enemigos del alma, perseguida y extraviada por los senderos tortuosos de toda clase de vicios, la acechaban en el trance de la muerte, para arrebatarla y devorarla, y ella, llena de miedo, busca por todas partes auxilio y refugio, y, si no lo encuentra, sus enemigos se burlan y se ríen». Y, dicho esto, se alejó suspirando.

Constantino el Grande honró a San Antonio, escribiéndole, cosa que dejó admirados a los religiosos que estaban a su alrededor, a los cuales dijo: « ¿ Por qué os admiráis de que un rey escriba a un hombre? Admirad más bien que el Dios eterno haya escrito su ley a los mortales, y más aún que les haya hablado de tú a tú, en la persona de su Hijo».

San Francisco al ver a una oveja sola, en medio de un rebaño de cabras: «Mira -dijo a su compañero-, qué mansa está esta ovejita entre todas las cabras: También Nuestro Señor andaba manso y humilde entre los fariseos». Y, al ver, en otra, ocasión, a un corderito devorado por un cerdo: « i Ah, corderito-exclamó-, cómo me recuerdas al vivo la muerte de mi Salvador!»

Este gran personaje de nuestros tiempos, Francisco de Borja, cuando todavía era duque de Gandía e iba de caza, se entretenía en mil devotos pensamientos: «Me maravillaba -decía después él mismo-, de cómo los halcones vuelven a la mano, se dejan tapar los ojos y atar a la percha, y los hombres son tan rebeldes a la voz de Dios».

El gran San Basilio dice que la rosa entre las espinas sugiere esta reflexión a los hombres: «Lo más agradable de este mundo, ¡oh mortales!, anda mezclado de tristeza; nada hay que sea enteramente puro: el dolor siempre acompaña a la alegría, la viudez al matrimonio, el trabajo a la fertilidad, la ignominia a la gloria, la injuria a los honores, el tedio a las delicias y la enfermedad a la salud. La rosa-dice este personaje-, es una flor, pero me causa una gran tristeza, porque me recuerda el pecado, por el cual la tierra ha sido condenada a producir espinas».

Una alma devota, al ver un riachuelo y al contemplar en él el cielo reflejado con sus estrellas, en una noche serena, decía: « ¡ Oh, Dios mío!, estas mismas estrellas estarán bajo tus pies, cuando me hayas recibido en tus santos tabernáculos; y, así como las estrellas se reflejaban en la tierra, así también los hombres de la tierra están reflejados en el cielo, en la fuente viva de la caridad divina».

Otro, al ver la corriente de un río, exclamaba: «Mi alma jamás tendrá reposo hasta que se haya abismado en el mar de la Divinidad, que es su origen». Y San Francisco, mientras contemplaba un hermoso riachuelo, en cuya orilla se había arrodillado, para orar, fue arrebatado en éxtasis y repetía muchas veces estas palabras: «La gracia de mi Dios se desliza dulce y suavemente como este pequeño riachuelo».

Otro, al ver cómo florecían los árboles, suspiraba: « ¿ Por qué soy yo el único que no florezco en el jardín de la Iglesia?» Otro, al ver los polluelos cobijados bajo su madre: « ¡ Oh Señor! -decía-, guárdanos bajo la sombra de tus alas». Otro, al ver el girasol, preguntaba. «¿Cuándo será, mi Dios, que mi alma seguirá los atractivos de tu bondad?» Y, al contemplar los pensamientos del jardín, hermosos a la vista, pero sin perfume, decía: « ¡ Ah! así son mis pensamientos, hermosos en la forma, pero sin fruto».

He aquí, mi Filotea, cómo se sacan los buenos pensamientos y las santas inspiraciones de las cosas que se nos ofrecen, en medio de la variedad de esta vida mortal. Desgraciados los que alejan a las criaturas del Creador, para convertirlas en instrumento de pecado; bienaventurados los que se sirven de ellas para la gloria de su Creador y hacen que su vanidad redunde en honor de la verdad. «Ciertamente -dice San Gregorio Nacianzeno-, me he acostumbrado a referir todas las cosas a mi provecho espiritual». Lee el epitafio que escribió San Jerónimo acerca de Santa Paula, porque es bella cosa ver cómo todo él está lleno de santas inspiraciones y pensamientos que ella hacía en todas las ocasiones.

Pues bien, en este ejercicio del retiro espiritual y de las oraciones jaculatorias estriba la gran obra de la devoción. Este ejercicio puede suplir el defecto de todas las demás oraciones, pero su falta no puede ser reparada por ningún otro medio. Sin él, no se puede practicar bien la vida contemplativa, ni tampoco, cual conviene, la vida activa; sin él, el descanso es ociosidad, y el trabajo, estorbo. Por esta causa te recomiendo muy encarecidamente que lo abraces con todo el corazón, sin apartarte jamás de él.


Dios te salve Santa María, Reina de los ángeles; Ruega por nosotros.

Cristiano Católico 14-12-2012  Memoria de San Juan de la Cruz.