Liturgia Católica

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INTRODUCCIÓN A LA VIDA DEVOTA
SAN FRANCISCO DE SALES
Primera parte



Segunda parte de la Introducción a la vida devota


CAPÍTULO XXI


COMO SE HA DE COMULGAR


La noche anterior, comienza a prepararte para la Sagrada Comunión, con muchas aspiraciones y deseos amorosos, y acuéstate a la hora conveniente, para que puedas levantarte temprano. Y, sí, durante la noche te despiertas, llena enseguida tu corazón o tu boca de palabras olorosas, con las cuales sea tu alma perfumada para recibir al Esposo, el cual, en vela, mientras tú duermes, se prepara para traerte mil gracias y favores, si tú, por tu parte, estás en disposición de recibirlos. Por la mañana, levántate con gran alegría, por la bienaventuranza que esperas, y una vez confesada, ve con gran confianza, más también con gran humildad, a recibir este pan celestial, que te alimenta para la inmortalidad. Y, después que hubieres dicho estas palabras: «Señor, yo no soy digna», no muevas más la cabeza, ni los labios, ni para rezar, ni para suspirar, sino que, abriendo con suavidad la boca y levantando lo necesario la cabeza, para que el sacerdote pueda ver lo que hace, recibe, llena de fe, de esperanza y de caridad, a Aquel, en el cual, por el cual y para el cual, crees, esperas y amas. ¡Oh Filotea! Imagínate que, así como la abeja, después de haber chupado de las flores el rocío del cielo y el néctar más exquisito de la tierra, y, después de haberlo convertido en miel, lo lleva a su panal, de la misma manera, el sacerdote, después de haber tomado del altar el Salvador del mundo, verdadero Hijo de Dios, que, como rocío, desciende del cielo, y verdadero Hijo de la Virgen, que, como una flor, ha brotado de la tierra de nuestra humanidad, lo pone, como manjar de suavidad, en tu boca y en tu corazón. Una vez lo hayas recibido, mueve tu corazón a rendir homenaje a este Rey Salvador; habla con Él de tus interioridades, contémplalo dentro de ti, donde ha entrado para tu felicidad; finalmente, hazle tan buena acogida como puedas y pórtate de manera que, en todos los actos, se conozca que Dios está en ti.


Pero, cuando no puedas tener el gozo de comulgar realmente en la santa Misa, comulga, a lo menos, de corazón y en espíritu, uniéndote, con fervoroso deseo, a esta carne vivificadora de El Salvador.


Tu gran anhelo, en la comunión, ha de ser avanzar, robustecerte y consolarte en el amor de Dios, ya que por amor, debes recibir al que, solo por amor, se da a ti. No, el Salvador no puede ser considerado en una acción ni más amorosa ni más tierna que esta, en la cual podemos afirmar que se anonada y convierte en manjar, para penetrar en nuestras almas y unirse íntimamente al corazón y al cuerpo de sus fieles.


Si los mundanos te preguntan por qué comulgas con tanta frecuencia, diles que lo haces para aprender a amar a Dios, para purificarte de tus imperfecciones, para consolarte en sus aflicciones, para apoyarte en tus debilidades. Diles que son dos las clases de personas que han de comulgar con frecuencia: las perfectas, porque, estando bien dispuestas, faltarían, si no se acercasen al manantial y a la fuente de perfección, y las imperfectas, precisamente para que puedan aspirar a ella; las fuertes, para no enflaquecer, y las débiles, para robustecerse; las enfermas, para sanar, y las que gozan de salud, para no caer enfermas; y tú, como imperfecta, débil y enferma, tienes necesidad de unirte, con frecuencia, con tu perfección, con tu fuerza y con tu médico. Diles que los que no están muy atareados han de comulgar con frecuencia, porque tienen tiempo para ello, y que los que tienen mucho trabajo también, porque lo necesitan, pues los que trabajan mucho y andan cargados de penas, han de tomar manjares sólidos y frecuentes. Diles que recibes el Santísimo Sacramento para aprender a recibirlo bien, porque no se hace bien lo que no se hace con frecuencia.


Filotea, comulga mucho, tanto cuanto puedas, con el parecer de tu padre espiritual; y, créeme, las liebres de nuestras montañas, en invierno, se vuelven blancas porque no ven ni comen más que nieve; y tú, a fuerza de adorar y comer la belleza, la bondad y la pureza misma, en este divino Sacramento, llegarás a ser toda hermosa, toda buena y toda pura.


Dios te salve Santa María, reina elevada al cielo; Ruega por nosotros.

Cristiano Católico 15-12-2012