Liturgia Católica
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Segunda parte de la Introducción
a la vida devota
CAPÍTULO
VIII
ALGUNOS AVISOS ÚTILES SOBRE LA
MEDITACIÓN
Conviene, sobre todo, Fílotea, que, al
salir de la meditación, conserves las resoluciones y los propósitos que
hubieres hecho para practicarlos con diligencia durante el día. Este es
el gran fruto de la meditación, sin el cual, esta es, con frecuencia, no solo inútil sino perjudicial, porque las virtudes meditadas y no
practicadas hinchan y envalentonan el espíritu, pues nos hacen creer que
somos en realidad, lo que hemos resuelto ser, lo cual es, ciertamente,
verdad cuando las resoluciones son vivas y sólidas; pero no lo son, sino
que, al contrario, son vanas y peligrosas, cuando no se practican.
Conviene, pues, por todos los medios, esforzarse en practicarlas y
buscar las ocasiones de ello, grandes o pequeñas. Por ejemplo, si he
resuelto ganar con la dulzura a los que me han ofendido, procuraré,
durante el día, encontrarlos, para saludarlos con amabilidad, y, si no
puedo encontrarlos, hablaré bien de ellos y los encomendaré a Dios.
Al salir de esta oración afectiva, has de tener cuidado de no
sacudir tu corazón, para que no derrame el bálsamo que la oración ha
vertido en él; quiero decir que hay que guardar, por espacio de algún
tiempo, el silencio y transportar suavemente el corazón, de la oración a
las ocupaciones, conservando, todo el tiempo que sea posible, el
sentimiento y los afectos concebidos. El hombre que recibe en un
recipiente de hermosa porcelana un licor de mucho precio, para llevarlo
a su casa, anda con mucho tiento, sin mirar a los lados, sino que ora
mira enfrente, para no tropezar contra alguna piedra, ora el recipiente,
para evitar que se derrame. Lo mismo has de hacer tú, al salir de la
meditación: no te distraigas enseguida, sino mira sencillamente delante
de ti, pero, si encuentras alguno, con el cual hayas de hablar o al que
hayas de escuchar, hazlo, pues no queda otro remedio, pero de manera que
tengas siempre la mirada puesta en tu corazón, para que el licor de la
santa oración no se derrame más de lo que sea imprescindible.
También conviene que te acostumbres a saber pasar de la oración a
toda clase de acciones, que tu oficio o profesión, justa y
legítimamente, requieran, por más que parezcan muy ajenas a los afectos
que hemos concebido en la oración. Por ejemplo: un abogado ha de saber
pasar de la oración a los pleitos; un comerciante, al tráfico; la mujer
casada, a las obligaciones de su estado y a las ocupaciones del hogar,
con tanta dulzura y tranquilidad, que no, por ello, se turbe su
espíritu, pues ambas cosas son según la voluntad de Dios y en ambas hay
que pensar con espíritu de humildad y devoción.
Te ocurrirá,
alguna vez, que, inmediatamente después de la preparación, tu afecto se
sentirá en seguida movido hacia Dios. Entonces, Filotea, conviene darle
rienda suelta, sin empeñarte en querer seguir el método que te he dado;
porque, si bien, por lo regular, la consideración ha de preceder a los
afectos y a las resoluciones, cuando, empero, el Espíritu Santo te da
los afectos antes de la consideración, no has de detenerte en esta
quieras o no, pues su fin no es otro que mover los afectos. En una
palabra, siempre que se despierten en ti los afectos, debes admitirlos y
hacerles lugar, ya sea antes ya después de todas las consideraciones. Y,
aunque yo he puesto los afectos después de todas las consideraciones, lo
he hecho únicamente para distinguir bien las diferentes partes de la
oración; por otra parte, es una regla general que nunca hay que cohibir
los afectos, sino que es menester dejar que se expansionen los que se
presentan. Digo esto no solo con respecto a los demás afectos, sino
también con respecto a la acción de gracias, al ofrecimiento ya la
plegaria, que pueden hacerse entre las consideraciones, y que no se han
de contener más que los otros afectos, si bien, después, al terminar la
meditación, conviene repetirlos y continuarlos. Pero, en cuanto a las resoluciones, es menester hacerlas después de los afectos y al fin de
toda la meditación, antes de la conclusión, pues, como quiera que las
resoluciones traen a nuestra imaginación objetos concretos y de orden
familiar, nos pondrían en el peligro de distraernos, si se hiciesen en
medio de los afectos.
Entre los afectos y las resoluciones,
es bueno emplear el coloquio, y hablar ora a Dios, ora a los ángeles,
ora a las personas que aparecen en los misterios, a los
santos y a sí mismo, al propio corazón, a los pecadores, como vemos que
lo hizo David en los Salmos, y otros santos, en sus meditaciones y
oraciones.
Dios te salve Santa María, Madre de La Iglesia; Ruega por
nosotros para que seamos dignos de las Promesas de Cristo.
Cristiano Católico 14-12-2012 Memoria de San Juan de la Cruz.