Liturgia Católica
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Segunda parte de la Introducción
a la vida devota
CAPÍTULO
IX
DE LAS SEQUEDADES QUE NOS VIENEN EN LA
MEDITACIÓN
Filotea, si te acontece que no encuentras
gusto ni consuelo en la meditación, te conjuro que no te turbes, sino
que, antes bien, abras la puerta a las oraciones vocales: quéjate de ti
misma a Nuestro Señor; confiesa tu indignidad, pídele que te ayude, besa
su imagen, si la tienes en la mano, dile estas palabras de Jacob: «No,
Señor, no te dejaré, si antes no me das tu bendición»; o las de la
Cananea: «Sí, Señor, soy un perro… pero los perros comen las migajas de
la mesa de sus dueños». Otra vez, toma un libro en la mano y léelo con
atención, hasta que tu espíritu se despierte y vuelva en sí: estimula,
alguna vez, tu corazón mediante alguna actitud o movimiento de devoción
exterior, como postrarte en tierra, juntar las manos sobre el pecho,
abrazar el crucifijo: todo ello si estás en algún lugar a solas.
Y, si después de todo esto, todavía no te sientes consolada, por
grande que sea tu sequedad, no te aflijas, sino que sigue en devota actitud,
delante de Dios. ¡Cuántos cortesanos hay, que van cien veces al año a la
cámara de su príncipe, sin ninguna esperanza de hablarle, únicamente
para ser vistos y rendirle homenaje! De esta manera, amada Filotea,
hemos de ir a la oración, pura y simplemente para cumplir con nuestro
deber y dar testimonio de nuestra fidelidad. Y, si la divina Majestad se
digna hablarnos y conversar con nosotros con sus santas inspiraciones y
consuelos interiores, esto será ciertamente, para nosotros, un gran
honor y motivo de gran gozo, pero, si no quiere hacernos esta gracia,
sino que quiere dejarnos allí, sin decirnos palabra, como si no nos
viese o no estuviésemos en su presencia, no nos hemos de retirar, sino,
que al contrario, hemos de permanecer allí, delante de esta soberana
bondad, en actitud devota y tranquila; y entonces, infaliblemente, Él se
complacerá en nuestra paciencia y tendrá en cuenta nuestra asiduidad y
perseverancia, y, otra vez, cuando volvamos a su presencia, nos hará
mercedes y conversará con nosotros con sus consolaciones, haciéndonos
ver la amenidad de la santa oración. Pero, si no lo hace, estemos,
empero, contentos, Filotea, pues harto honor es estar cerca de Él y en
su presencia.
Dios te salve Santa María, refugio de los pecadores; Ruega por
nosotros.
Cristiano Católico 14-12-2012 Memoria de San Juan de la Cruz.