Liturgia Católica

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INTRODUCCIÓN A LA VIDA DEVOTA
SAN FRANCISCO DE SALES
Primera parte



Tercera parte de la Introducción a la vida devota


CAPÍTULO II



CONTINUACIÓN DEL MISMO RAZONAMIENTO SOBRE LA ELECCIÓN DE LAS VIRTUDES


Dice muy bien San Agustín que los que comienzan a ejercitarse en la devoción cometen ciertas faltas, que, si atendemos al rigor de las leyes de la perfección, han de ser castigadas, pero que, no obstante, son loables por el buen presagio que revelan de una futura excelencia en la piedad, para la cual incluso sirven de disposición. Aquel servil y vulgar temor que engendran los excesivos escrúpulos en las almas recién salidas del camino del pecado, es una virtud recomendable en los que comienzan, y augurio seguro de una futura pureza de conciencia; pero este mismo temor sería vituperable en los que están muy adelantados, en cuyo corazón ha de reinar el amor, que, poco a poco, aleja esta clase de temor servil.


San Bernardo era, al principio, muy riguroso y muy áspero con los que se acogían a su dirección, a los cuales decía, sin preámbulos, que habían de dejar el cuerpo e ir a él solamente con el espíritu. Cuando oía sus confesiones, reprendía con una severidad extraordinaria toda suerte de faltas, por pequeñas que fuesen, y de tal manera movía a los pobres principiantes hacia la perfección, que, a fuerza de empujarlos, más bien los alejaba de ella; porque perdían el ánimo y el aliento al sentirse con tanta violencia arrastrada por una subida tan alta y tan empinada. Como ves, Filotea, era el celo ardentísimo de una perfecta pureza lo que inducía a aquel gran santo a seguir este método, y aquel celo era una gran virtud, pero virtud que no dejaba de ser reprensible. Por esto, el mismo Dios, por medio de una sagrada aparición, le corrigió, y derramó sobre su alma un espíritu dulce, suave, amable y delicado, merced al cual, fue todo otro, se acusó de haber sido tan exigente y severo, y llegó a ser tan afable y condescendiente con cada uno, que se hizo «todo» a todos para ganarlos a todos.


San Jerónimo, después de haber referido que Santa Paula, su amada hija espiritual, era, no solo excesiva, sino pertinaz en sus mortificaciones, de suerte que no quería someterse a la orden en contra que su obispo, San Epifanio, le había dado en este punto, y que, además de esto, de tal manera se dejaba dominar por la tristeza, cuando moría alguno de los suyos, que siempre estaba en peligro de muerte, añade: «Dirán que, en lugar de escribir las alabanzas de esta santa, escribo las censuras y vituperios. Pongo por testigo a Jesús, a quien ella ha servido, y al cual yo quiero servir, que no miento, ni por exceso, ni por defecto, sino que escribo ingenuamente lo que ella es, como un cristiano debe escribir de una cristiana, es decir, que escribo la historia, y no un panegírico, y que sus vicios son las virtudes de los demás». Quiere decir que las imperfecciones y los defectos de Santa Paula, serían virtudes en un alma menos perfecta, como, en efecto, hay actos que son considerados como imperfecciones en los que son perfectos, los cuales actos serían tenidos como grandes perfecciones en los que son imperfectos. Es muy buena señal, en un enfermo, la hinchazón de las piernas durante su convalecencia, porque ella revela que la naturaleza, al ser reforzada, elimina los malos humores, que en ella están de más; pero esta misma señal sería mala, en quien no estuviese enfermo, porque denotarla que la naturaleza no tiene la fuerza suficiente para hacer desaparecer y resolver los humores. Filotea, hemos de tener buen concepto de aquellos que practican las virtudes, aunque sea con imperfecciones, pues los mismos santos las practicaron, con frecuencia, de esta manera; pero, en cuanto a nosotros, hemos de tener cuidado de practicarlas, no solo con fidelidad, sino también con prudencia, y, con este objeto, hemos de observar con todo rigor la advertencia del Sabio: «no estribes en tu propia prudencia», sino en la de aquellos que Dios nos ha dado por directores.


Hay muchas cosas que se toman por virtudes y que no lo son en manera alguna. Acerca de ellas quiero decirte cuatro palabras: tales son los éxtasis, los arrobamientos, las insensibilidades, las uniones deificadas, las elevaciones, las transformaciones y otras perfecciones por el estilo, de que tratan algunos libros, los cuales ofrecen elevar al alma hasta la contemplación puramente intelectual, a la aplicación esencial del espíritu y a la vida supereminente. Pues bien, Filotea, estas perfecciones no son virtudes, sino más bien recompensas que Dios otorga por las virtudes, o, mejor aún, una muestra de los goces de la vida futura, que alguna vez se concede a los hombres, para hacerles desear su total posesión, que solo se encuentra en el cielo. Por lo mismo, no hay que aspirar a estas gracias, pues no son, en manera alguna, necesarias para servir bien y amar a Dios, lo cual ha de ser nuestro único anhelo. Además, con mucha frecuencia, son gracias que no podemos alcanzar con nuestro esfuerzo y trabajo, ya que más bien son pasiones que acciones, que podemos recibir, pero no producir en nosotros. Añado que no nos hemos de proponer otra cosa que llegar a ser personas de bien, devotas, hombres piadosos, mujeres piadosas; en esto, pues, hemos de trabajar; y si Dios quiere elevarnos a estas perfecciones angélicas, también seremos buenos ángeles; pero, entretanto, ejercitémonos sencilla, humilde y devotamente en las pequeñas virtudes, cuya adquisición ha propuesto Nuestro Señor a nuestro esfuerzo y trabajo; como la paciencia, la bondad, la mortificación del corazón, la humildad, la obediencia, la pobreza, la castidad, la amabilidad con el prójimo, el sufrir sus imperfecciones, la diligencia, el santo fervor.


Dejemos, pues, de buen grado, las sublimidades a las almas muy encumbradas: nosotros no merecemos un lugar tan alto en el servicio de Dios; dichosos seremos, si le servimos en la cocina, en la despensa, de lacayos, de mozos de cuerda, de camareros; es cosa de su incumbencia, si le parece bien llamarnos a su cámara y a su consejo privado. Sí, Filotea, porque este Rey de la gloria, no recompensa a sus servidores según la dignidad del cargo que ocupan, sino según el amor y la humildad con que los desempeñan. Saúl, mientras iba en busca de los asnos de su padre, encontró el reino de Israel; Rebeca, mientras daba de beber a los camellos de Abrahán, llegó a ser esposa de su hijo; Rut, cogiendo espigas, detrás de los segadores de Booz, y recostándose a sus pies, fue llamada a su lado y fue hecha esposa suya. Ciertamente, las pretensiones muy elevadas de cosas extraordinarias están, en gran manera, expuestas a ilusiones, engaños y falsedades, y ocurre algunas veces que los que se imaginan ser ángeles, no son ni siquiera hombres de bien, y que, en realidad, hay más grandeza en las palabras y en los términos que emplean, que en el sentimiento y en las obras. No obstante, nada hemos de despreciar ni censurar temerariamente, sino que, sin dejar de bendecir a Dios por el encumbramiento de los demás, permanezcamos humildemente en nuestro camino, más bajo, pero más seguro, menos excelente, pero más de acuerdo con nuestra insuficiencia y pequeñez, y, si perseveramos humilde y fielmente en él, Dios nos levantará a grandezas más sublimes.


Ave María Purísima

Cristiano Católico 16-12-2012