Liturgia Católica
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Tercera parte de la Introducción
a la vida devota
CAPÍTULO XXIV
DE LAS CONVERSACIONES Y DE LA SOLEDAD
En la devoción de los seglares, de la cual vamos tratando, el buscar
las conversaciones y el huir de ellas son dos extremos censurables. El
rehuirlas implica desdén y menosprecio del prójimo, y el buscarlas es
cosa que se resiente de ociosidad e inutilidad. Hemos de amar al prójimo
como a nosotros mismos: para demostrar que le amamos, es menester no
huir de su compañía, y, para probar que nos amamos a nosotros mismos,
hemos de permanecer con nosotros, cuando con nosotros nos encontremos.
Ahora bien, estamos con nosotros, cuando estamos solos. «Piensa en ti,
dice San Bernardo, y después en los demás». Y así, si nada te impele a
hacer una visita o a recibirla en tu casa, quédate sola contigo misma y
conversa con tu corazón; pero, si viene a ti alguna visita o algún
motivo justificado, te convida a hacerla, hazla en nombre de Dios,
Filotea; trata con el prójimo de buen grado y ponle buena cara.
Llamamos malas conversaciones a las que se tienen con mala
intención, o bien, cuando los que toman parte en ellas son viciosos,
indiscretos y disolutos; y de estos hay que huir, como las abejas huyen
de los enjambres de tábanos o abejorros. Porque, así como los que han
sido mordidos por perros rabiosos, tienen el sudor, la saliva y el
aliento peligrosos, sobre todo para los niños y para las personas de
complexión débil, de la misma manera, nadie puede tratar con estos
viciosos e incontinentes sin riesgo y peligro, sobre todo cuando se
tiene una devoción todavía tierna y delicada.
Hay
conversaciones que solo sirven para recreación, las cuales se tienen
únicamente para distraerse de las ocupaciones serias; en cuanto a estas,
así como, por una parte, no es menester entregarse a ellas, así también,
por otra, se les puede conceder el ocio destinado a la recreación.
Otras conversaciones tienen por finalidad el buen trato; tales
son las mutuas visitas y ciertas reuniones que se tienen para honrar al
prójimo. En cuanto a estas, así como no hay que ser demasiado meticuloso
en practicarlas, tampoco hay que ser desatento, despreciándolas, sino
que cada uno ha de cumplir en ello, con modestia, su deber, para evitar
así la rusticidad como la frivolidad.
Quedan ahora las
conversaciones útiles, como las que se entablan entre las personas
devotas y virtuosas. ¡Oh Filotea!, siempre te hará mucho bien tener con
frecuencia estas conversaciones. La viña plantada entre olivos produce
racimos oleosos, a los que se pega el gusto del olivo: el alma que, con
frecuencia, se encuentra entre personas de virtud, forzosamente ha de
participar de sus cualidades. Los abejorros solos no pueden hacer miel,
pero con las abejas, se ayudan mutuamente a hacerla: el conversar con
almas devotas es una gran ventaja para excitarnos mucho a la devoción.
En toda conversación, la ingenuidad, la simplicidad, la dulzura
y la modestia son siempre preferidas. Hay personas que no hacen un solo
ademán ni un solo movimiento, si no es con tanto artificio que se hacen
enojosos a todo el mundo; y, así como aquel que no quisiera andar, sino
contando los pasos, ni hablar, sino cantando, sería a todos antipático,
así los que toman un aire fingido y todo lo hacen a compás, importunan
en gran manera en la conversación, y, en esta clase de personas, siempre
hay algún aspecto de presunción. Hemos de procurar habitualmente que, en
nuestra conversación, predomine siempre una jovialidad moderada. San
Romualdo y San Antonio son muy alabados, porque a pesar de sus
austeridades tenían siempre el rostro y las palabras llenas de regocijo,
de gracia y de cortesía. Procura estar siempre alegre con los que están
alegres, y repito con el Apóstol: «Está siempre gozosa, pero en Nuestro
Señor, y que todos los hombres vean tu modestia». Para alegrarte en
Nuestro Señor, es menester que el objeto de tu gozo no solo sea lícito,
sino también honesto. Te lo digo, porque hay cosas que, no obstante ser
lícitas, no son honestas; y, para que vean tu modestia, guárdate de las
insolencias, que siempre son reprensibles: hacer caer a uno, ensuciar a
otro, pellizcar a un tercero, hacer daño a un tonto, son bromas y goces
necios e insolentes.
Empero, además de la soledad mental, a
la cual puedes retirarte siempre, en medio del bullicio de las
conversaciones, como he dicho más arriba, has de amar la soledad local y
real, no para irte al desierto como Santa- María Egipciaca, San Pablo,
San Antonio, Arsenio y otros padres solitarios, sino para estar un poco
en tu habitación, en tu jardín o en otro lugar, donde puedas, a tu
sabor, recoger tu espíritu en tu corazón, y recrear tu alma con buenas
reflexiones y santos pensamientos o con un rato de buena lectura, a
ejemplo de aquel obispo Nacianceno, que, hablando de sí mismo, dice:
«Paseaba conmigo mismo al atardecer, durante algún tiempo, por la orilla
del mar, porque tenía la costumbre de tomar esta recreación, para
distraerme y librarme un poco de los enojos de cada día», y enseguida
discurre acerca del buen pensamiento que tuvo y que he referido en otro
lugar.
Y toma también por modelo a San Ambrosio, hablando del cual,
dice San Agustín que con frecuencia, cuando entraba en su habitación
(pues tenía siempre la puerta abierta para todo el mundo), lo encontraba
leyendo, y, después de haber esperado un rato, se iba sin decirle nada
para no estorbarle, y pensando que no había de robar aquel poco tiempo
que quedaba a este gran pastor para robustecer y recrear su espíritu,
después del trasiego de tantas ocupaciones. También, un día, habiendo
contado los Apóstoles a Nuestro Señor que habían predicado y trabajado
mucho, les dijo: «Venid a la soledad y descansad un poco».
Ave María Purísima
Cristiano Católico 18-12-2012 Año de la Fe
Vida Devota
Sea Bendita la Santa e Inmaculada Purísima Concepción de
la Santísima Virgen María