La palabra deshonesta, al caer en un corazón débil, se extiende y dilata como una gota de aceite sobre la tela, y, a veces, de tal manera se apodera del corazón, que lo llena de mil pensamientos y tentaciones impuras. Porque, así como el veneno del cuerpo entra por la boca, de la misma manera el del corazón entra por el oído, y la lengua que lo produce es homicida, ya que, aunque, por casualidad, el veneno que ha escupido no produzca tal efecto, por haber encontrado los corazones de los oyentes provistos de algún contraveneno, no es, empero, por falta de malicia, si no causa la muerte. Y que nadie me diga que no piensa cosa alguna mala, porque Nuestro Señor, que conoce los corazones de los hombres, ha dicho que «de la abundancia del corazón habla la boca»; y si nosotros no pensamos mal, piensa mal el enemigo, y siempre se sirve disimuladamente de estas malas palabras para atravesar el corazón de alguno. Se dice que los que han comido de la hierba llamada angélica tienen siempre el aliento suave y agradable, y que los que tienen la honestidad y la caridad en su corazón pronuncian siempre palabras limpias, corteses y honestas.
En cuanto a las indecencias y torpezas, el Apóstol quiere que ni tan solo se nombren, y nos asegura que nada corrompe tanto las buenas costumbres como las malas conversaciones. Si las palabras deshonestas se dicen de una manera encubierta, con afectación y sutilidad, son infinitamente más venenosas, porque, cuanto más puntiagudo es un dardo, más fácilmente se clava en el cuerpo; de la misma manera, cuanto más aguda es una palabra, tanto más penetra en los corazones.
Y los hombres que creen que son graciosos, porque emplean tales palabras en las conversaciones, no saben cuál es el fin de estas. Las conversaciones han de ser como los enjambres de las abejas, reunidas para hacer la miel en suave y virtuoso consorcio, y no como un montón de avispas, que se reúnen para ir a chupar en algún estercolero. Si algún necio te dice palabras indecorosas, dale a entender que tus oídos se sienten ofendidos, ya sea retirándote, ya de alguna otra manera, según lo dicte tu prudencia.
Únicamente hay que evitar pasar de este buen humor a la mofa; pues la mofa provoca la risa con desprecio y rebajamiento del prójimo; más la gracia y el buen humor provocan la risa con una ingenua libertad, confianza y franca familiaridad, unida a la gentileza de alguna palabra. San Luis, cuando, después de comer, querían los religiosos hablarle de cosas elevadas, respondía: «Ahora no es tiempo de razonar, sino de recrearse con alguna palabra graciosa o con alguna ocurrencia: que cada uno diga honestamente lo que le plazca»; lo cual decía en obsequio de los nobles que estaban con él para gozar de su benevolencia. Pero procuremos, Filotea, pasar de tal manera el tiempo por recreación, que conservemos la eternidad por devoción.