Liturgia Católica
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Tercera parte de la Introducción
a la vida devota
CAPÍTULO XXXII
DE LOS JUEGOS PROHIBIDOS
Los juegos de los dados, de los naipes y otros semejantes, en los cuales
la ganancia depende únicamente del azar, no solo son recreaciones
peligrosas, como los bailes, sino también sencillamente y naturalmente
malas y vituperables; por esto están prohibidos por las leyes, así
civiles como eclesiásticas. Pero dirás: «¿Qué mal hay en ellos?» En
estos juegos la ganancia no es fruto de la inteligencia, sino de la
suerte, que muchas veces favorece al que no lo merece ni por su
habilidad ni por su ingenio: en esto, pues, la razón sale ofendida.
«Pero nosotros ya hemos convenido en ello», replicarás. Esto sirve para
demostrar que el que gana no hace injuria a los demás, pero de aquí no
se sigue que el pacto no esté fuera de razón, y también el juego; porque
el lucro, que ha de ser el precio de la habilidad, se convierte en el
precio de la suerte, la cual no vale nada, pues, de ninguna manera,
depende de nosotros.
Además, estos juegos llevan el nombre de recreación, y para esto se han
inventado; sin embargo, no lo son, sino más bien ocupaciones violentas.
Porque, ¿no es, acaso, ocupación, tener el espíritu oprimido y tenso por
una continua atención, y agitado por constantes inquietudes, aprensiones
y zozobras? ¿Existe una atención más triste, más sombría y más
melancólica que la de los jugadores? Por esto, durante el juego, no se
puede hablar, ni reír, ni toser, pues enseguida se encolerizan.
Finalmente, en el juego, no hay más goce que el del lucro, y ¿no es
inicuo un goce que no se puede lograr de otra manera, sino a costa de la
pérdida y del disgusto del compañero? Esta alegría es, en verdad,
infame. Por estos tres motivos están prohibidos estos juegos. El gran
rey San Luis, al enterarse de que su hermano, el conde de Anjou y Don
Gautier de Nemours estaban jugando, se levantó de la cama a pesar de que
estaba enfermo, y, con paso vacilante, se dirigió a su estancia, y cogió
las mesas, los dados y parte del dinero, y lo arrojó al mar por la
ventana mostrándose muy enojado. La santa y casta doncella Sara,
hablando a Dios de su inocencia, le dijo: «Tú sabes, ¡oh Señor!, que
nunca he tenido trato con jugadores».
Ave María Purísima
Cristiano Católico 19-12-2012 Año de la Fe
Sea Bendita la Santa e Inmaculada Purísima Concepción de
la Santísima Virgen María