Liturgia Católica
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Tercera parte de la Introducción a la vida devota
CAPÍTULO XXXVII
LOS DESEOS
Todos saben que se han de guardar de los deseos de cosas viciosas, porque el
deseo del mal nos hace malos. Pero digo irás, Filotea: no desees en manera
alguna las cosas peligrosas para el alma, como los bailes, los juegos y ciertos
pasatiempos; ni los honores y cargos, ni las visiones y éxtasis, porque hay
mucho peligro, vanidad y engaño. No desees las cosas demasiado lejanas, es
decir, las que no pueden conseguirse sino después de mucho tiempo, cosa en que
caen muchos, los cuales, con este proceder, cansan y disipan inútilmente sus
corazones y se ponen en peligro de grandes inquietudes. Si un joven desea mucho
obtener un cargo antes de tener la edad para ello, ¿de qué le sirve este deseo?
Si una mujer casada desea ser religiosa, ¿a qué propósito viene esto? Si deseo
comprar la finca de mi vecino antes de que él desee venderla, ¿no pierdo el
tiempo con este deseo? Si, cuando estoy enfermo, deseo predicar, celebrar la
santa Misa, visitar a los enfermos y hacer otras cosas propias de los que gozan
de salud, ¿no son estos deseos inútiles, pues no está en mi mano el realizarlos?
Entretanto, estos deseos inútiles ocupan el lugar de otros que debería tener: de
ser paciente, resignado, mortificado, obediente, amable, en medio de mis
sufrimientos, que es lo que Dios quiere que practique. Pero nosotros deseamos
cerezas frescas en otoño y racimos maduros en primavera.
No apruebo, en manera alguna, el que una persona vinculada a un cargo o
profesión, se entretenga en desear otro género de vida que el que cuadra con el
lugar que ocupa, ni ejercicios incompatibles con su actual condición, porque
esto disipa el ánimo y es causa de que se hagan con flojedad las cosas
necesarias. Si deseo la soledad de los cartujos, pierdo el tiempo, y este deseo
ocupa el lugar del que debiera tener, a saber, de desempeñar bien mi oficio
presente. No quisiera que nadie sintiese ni siquiera el deseo de tener mejor
espíritu o un criterio más recto, porque este deseo desplaza el que todos han de
tener: cultivar el espíritu propio tal cual es; ni que se deseen los medios de
servir a Dios que no poseen, sino que se empleen fielmente los que cada uno
tiene. Ahora bien, lo dicho se entiende de los deseos que distraen el corazón,
porque, en cuanto a las simples aspiraciones, no causan ningún daño, con tal que
no sean frecuentes.
No desees las cruces, sino en la medida en que hubieres soportado las que ya se
te han ofrecido, porque es un abuso desear el martirio y no tener la fuerza
necesaria para soportar una injuria. El enemigo excita en nosotros grandes
deseos de cosas remotas, que nunca ocurrirán, para distraer nuestro espíritu de
las cosas presentes, de las cuales, por pequeñas que sean, podríamos sacar mucho
provecho. Combatimos los monstruos de África con la imaginación, y, de hecho,
nos dejamos matar por las pequeñas serpientes que encontramos en nuestro camino,
por falta de atención. No desees las tentaciones, porque sería una temeridad;
antes bien ejercita tu corazón en esperarlas valerosamente y en defenderte de
ellas cuando lleguen.
La variedad de manjares, sobre todo si se toman en gran cantidad, siempre carga
el estómago, y, si este es débil, lo echan a perder: no llenes tu alma de muchos
deseos, ni mundanos, porque te estorbarían. Cuando nuestra alma se ha
purificado, al sentirse descargada de los malos humores, siente unas ansias muy
grandes de cosas espirituales, y, como si estuviese hambrienta, comienza a
desear mil maneras de devoción, de mortificación, de penitencia, de humildad, de
caridad, de oración. Es buen indicio, amada Filotea, sentir semejante apetito;
pero has de ver si puedes digerir bien todo lo que quieras comer. Entre tantos
deseos, escoge, por consejo de tu padre espiritual, los que puedas practicar y
ejecutar enseguida, y, en cuanto a estos, esfuérzate de veras en realizarlos.
Hecho esto, Dios te enviará otros, que procurarás llevar a la práctica, y, de
esta manera, no perderás el tiempo en deseos inútiles. No digo que se haya de
dejar perder ninguna clase de buenos deseos; lo que digo es que se han de
realizar ordenadamente, y los que no se pueden practicar enseguida, se han de
encerrar en algún rincón del corazón, hasta que les llegue el tiempo, y,
entretanto, hay que realizar los que ya están sazonados y maduros; y no digo
esto solamente con respecto a los deseos espirituales, sino también con respecto
a los mundanos: si no lo hacemos así, no viviremos sino con inquietud y desazón.
Ave María Purísima
Cristiano Católico 19-12-2012 Año de la Fe
Vida Devota
Sea Bendita la Santa e Inmaculada Purísima Concepción de
la Santísima Virgen María