Liturgia Católica
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Tercera parte de la Introducción
a la vida devota
CAPÍTULO IV
DE LA HUMILDAD EXTERIOR
«Pide
prestado -dijo Eliseo a una pobre viuda- y toma muchas jarras vacías y
llénalas de aceite». Para recibir la gracia de Dios en nuestros
corazones, es menester tenerlos vacíos de nuestra propia gloria. El
cernícalo, chillando y mirando de prisa las aves, las espanta, por una
propiedad y virtud secreta que tiene; por esto las palomas lo aprecian
más que a todas las otras aves y viven seguras cerca de él. Así, la
humildad ahuyenta a Satanás, y, por esto, todos los santos, y,
particularmente el Rey de los santos y su Madre, siempre han honrado y
amado esta digna virtud más que ninguna otra entre todas las virtudes
morales.
Dicen que es vana la gloria que el hombre se da a sí mismo, o porque
no está en nosotros, o porque está en nosotros, pero no es nuestra; o
porque está en nosotros y es nuestra, pero no merece la pena de que nos
gloriemos de ella. La nobleza del linaje, el favor de los magnates, el
aura popular, son cosas que no están en nosotros, sino en nuestros
antepasados. Algunos se muestran orgullosos y arrogantes, porque
cabalgan sobre un bravo corcel, o porque llevan un penacho de plumas en
su sombrero, o porque visten lujosamente; más, ¿quién no ve que esto es
una locura? Porque, si en estas cosas hay gloria, esta pertenece al
caballo, al ave o al sastre; y ¿qué mezquindad no supone tomar prestada
la estima a un caballo, a unas plumas o a unos adornos? Otros presumen y
se contemplan por unos bigotes muy afilados, por una barba bien cortada,
por unos cabellos ondulados, porque tienen las manos finas, porque saben
bailar, jugar y cantar; pero, ¿no supone mucha pobreza de carácter el
querer aumentar el propio valer y acrecentar la propia reputación con
cosas tan frívolas y vanas? Otros, por un poco de ciencia que poseen,
quieren ser honrados y respetados de todos, como si todos hubiesen de ir
a su escuela y tenerlos por maestros; por esto les llaman pedantes.
Otros se pavonean, al considerar su hermosura, y creen que todo el mundo
les hace la corte. Todo esto es extremadamente vano, necio e
impertinente, y la gloria, que estas cosas tan frívolas reportan, se
llama vana, estúpida, frívola.
El bien verdadero se
conoce como el verdadero bálsamo; el bálsamo se prueba echándolo al
agua; si va al fondo y queda debajo, señal es de que es más fino y de
más precio. Así, para conocer si un hombre es de verdad prudente, sabio,
generoso, noble, se ha de ver si estas virtudes tienden a la humildad, a
la modestia y a la sumisión, porque entonces son verdaderos bienes;
pero, si sobrenadan y quieren aparecer, serán bienes tanto menos
verdaderos, cuanto más aparentes. Las perlas que se forman o se crían en
medio de los vientos y del ruido de los truenos solo tienen la corteza
de perlas y están vacías de substancia; así también las virtudes y las
buenas cualidades de los hombres, forjadas y alimentadas en el orgullo,
en la soberbia y en la vanidad, no tienen sino una apariencia de bien y
carecen de substancia, de meollo y de solidez.
Los
honores, las categorías y las dignidades son -como el azafrán, que se
hace mejor y más abundante, cuanto es más pisoteado. Cuando el hombre se
contempla pierde el honor de la belleza; la hermosura, para ser
graciosa, ha de ser descuidada; la ciencia nos deshonra, cuando nos
hincha y cuando degenera en pedantería. Si somos exigentes en lo que se
refiere a las categorías, a las procedencias, a los títulos, además de
exponer nuestras cualidades al examen, a la discusión y a la
contradicción, las envilecemos y las hacemos despreciables, porque el
honor, que es una gran cosa cuando es recibido como un don, degenera
cuando es exigido, buscado o mendigado. Cuando el pavo real se hincha,
para verse, y levanta sus hermosas plumas, se eriza, y muestra por todas
partes lo que tiene de poco honroso; las flores, que plantadas en tierra
son bellas, se marchitan si son manoseadas. Y, así como aquellos que
huelen la mandrágora de lejos y como de paso, perciben mucha suavidad,
pero si la huelen de cerca y durante mucho rato, y adormecen y enferman,
así los honores comunican un dulce consuelo al que los huele a distancia
y a la ligera, sin entretenerse ni pararse en ello; pero los que se
aficionan y se recrean en ellos son en gran manera dignos de censura y
vituperio.
El deseo y el amor de la virtud comienza a
hacernos virtuosos; pero el deseo y el amor de los honores comienza a
hacernos despreciables y vituperables. Los espíritus nobles no se
entretienen en estas pequeñeces de lugares, de honores, de reverencias;
tienen otras cosas en qué ocuparse; esto es propio de espíritus
frívolos. El que puede tener perlas no se carga de conchas, y los que
aspiran a la virtud no se desviven por los honores. Claro está que todos
pueden permanecer en su categoría y mantenerse en ella, sin faltar a la
humildad; pero esto se ha de hacer con descuido y sin exigencias,
porque, así como los que vienen del Perú, además de oro y plata traen
monos y papagayos, porque son baratos y no pesan mucho en la nave;
asimismo los que aspiran a la virtud, han de mantenerse en la categoría
y en los honores que les corresponden, con tal, empero, que esto no sea
a costa de demasiados cuidados y atenciones, ni nos llene de turbaciones
o inquietudes, ni sea causa de disensiones o riñas. No hablo de aquellos
cuya dignidad es pública, ni de ciertas circunstancias particulares de
las que pueden seguirse notables consecuencias, porque, en esto, es
menester que cada uno conserve lo que le pertenece, pero con una
prudencia y discreción que esté hermanada con la caridad y la cortesía.
Ave María Purísima
Cristiano Católico 16-12-2012
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María