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Tercera parte de la Introducción a la vida devota
CAPÍTULO XL
AVISO A LAS VIUDAS
San Pablo instruye a todos los prelados, en la persona de Timoteo, y le dice:
«Honra a las viudas que de verdad son viudas». Ahora bien, para que una viuda lo
sea de verdad, se requieren tres cosas:
1. Que la viuda sea viuda no solo en cuanto al cuerpo, sino en cuanto al
corazón, es decir, que esté resuelta, con un propósito inviolable, a conservarse
en el estado de una casta viudez; porque las viudas que solo lo son en espera de
volverse a casar, solamente están separadas de los hombres según los placeres
del cuerpo, pero están unidas a ellos por el deseo del corazón. Y, si la
verdadera viuda quiere ofrecer a Dios su cuerpo y su castidad con voto, añadirá
a su viudez un gran adorno y asegurará mucho su propósito; porque, al ver que,
después del voto, ya no es libre de perder su castidad sin perder el cielo,
estará tan celosa de su designio, que ni siquiera permitirá que, por un solo
momento, se detengan en su corazón los más leves pensamientos de casarse, ya que
este voto sagrado pondrá una recia barrera entre su alma y toda la clase de
proyectos contrarios a su propósito.
San Agustín aconseja muy encarecidamente este voto a la viuda cristiana, y el
antiguo y docto, Orígenes va más allá, pues exhorta a las mujeres casadas a que
se consagren y obliguen a la castidad para cuando sean viudas, en el caso en que
sus maridos mueran antes que ellas, a fin de que, en medio de los placeres
sensuales propios del matrimonio, puedan no obstante, gozar del mérito de una
casta viudez, mediante esta promesa anticipada. El voto hace que las obras que
le siguen sean más agradables a Dios, robustece el ánimo para hacerlas, y no solo da a Dios las obras que son como los frutos de nuestra buena voluntad, sino
también le consagra la misma voluntad, que es como el árbol de nuestros actos.
Por la simple castidad damos a Dios nuestro cuerpo, pero reteniendo la libertad
de someterlo nuevamente a los placeres sensuales; más por el voto de castidad,
le hacemos donación absoluta e irrevocable, sin reservarnos ninguna potestad de
desdecirnos, haciéndonos así dichosamente esclavos de Aquel, cuya servidumbre es
mejor que todas las realezas. Ahora bien, como que yo apruebo infinitamente los
consejos de estos dos grandes personajes, asimismo quisiera que las almas que,
por dicha suya, desean seguirlos, lo hiciesen con prudencia, santa y
sólidamente, después de haber medido su valor, invocado la inspiración del
cielo, y haber pedido el parecer a algún docto y devoto director, ya que, de
esta manera, todo se hará con más fruto.
2. Además de esto, es menester que esta renuncia de las segundas nupcias se haga
única y simplemente para poner con más pureza todos los afectos en Dios y unir
del todo el propio corazón con el de la divina Majestad; porque si el deseo de
dejar ricos a los hijos, o cualquiera otra pretensión mundana, es la que retiene
a la viuda en su viudez, quizá recibirá por ello alabanza, pero no delante de
Dios, pues, delante de Dios, únicamente puede ser alabado lo que se hace para
agradarle.
3. Es también necesario que la viuda, para ser verdaderamente tal, viva alejada
y privada de los goces profanos. «La viuda, que vive en medio de delicias -dice
San Pablo-, está muerta en vida». Querer ser viuda, y complacerse, no obstante,
en ser halagada, acariciada y festejada; querer tomar parte en los bailes,
danzas y festines; querer andar perfumada, adornada y acicalada, esto no es ser
viuda; esto es ser viuda en cuanto al cuerpo, pero estar muerta en cuanto al
alma. ¿ Qué más da que la enseña del templo de Adonis y del amor profano esté
confeccionada con cintas blancas, dispuestas en forma de penachos, o de gasa, a
manera de red, colocada alrededor del rostro? Con frecuencia el color negro se
presta más que el blanco a la vanidad, porque da más realce al color del rostro.
La viuda, conociendo por propia experiencia la manera como las mujeres pueden
agradar a los hombres, pone en el alma de estos, cebos más peligrosos. Luego, la
viuda que anda entre estos locos placeres está muerta en vida y no es más que un
ídolo de viudez.
« Al llegar el tiempo de la poda, la voz de la tórtola se ha oído en nuestra
tierra», dicen los Cantares. La poda de las superfluidades mundanas es necesaria
a todos los que quieren vivir piadosamente, pero de un modo especial es
necesaria a la verdadera viuda que, como una casta tórtola, todavía no ha
acabado de llorar, gemir y lamentar la muerte de su marido. Cuando Noemí,
regresó de Moab a Belén, las mujeres del lugar, que la habían conocido recién
casada, se preguntaban unas a otras: «¿No es esta Noemí»? Más ella respondía:
«No me llaméis Noemí» -que quiere decir gentil y hermosa«antes bien llamadme
Amarga, ya que el Todopoderoso ha llenado mi alma de amargura», y hablaba así
porque había muerto su marido. Tampoco la viuda devota quiere ser tenida por
bella y gentil, y se consuela con ser lo que Dios quiere que sea, es decir,
humilde y devota.
Las lámparas de aceite aromático, cuando este se apaga exhalan un olor más
suave; así las viudas cuyo matrimonio ha sido puro, exhalan más perfume de
virtud y de castidad cuando su llama, es decir, su marido, se ha extinguido por
la muerte. Amar al marido, mientras vive, es cosa muy corriente entre las
mujeres, pero amarle tanto que, después de su muerte, no se desee otro, es una
categoría de amor que solo es propio de las verdaderas viudas. Esperar en Dios
mientras se cuenta con el apoyo del marido, no es cosa tan rara; pero esperar en
Dios cuando se carece de él, es cosa muy digna de alabanza, por lo que, en la
viudez, se conocen más fácilmente las virtudes practicadas durante el
matrimonio.
La viuda que tiene hijos que necesitan de su guía y dirección, sobre todo en lo
que se refiere a su alma y a su encauzamiento en la vida, no puede, en manera
alguna, abandonarlos, pues el apóstol San Pablo dice manifiestamente «que están
sujetas a esta obligación, para pagar a sus padres y a sus madres con la misma
moneda», y también porque «si alguno no cuida de los suyos, principalmente de
los de su familia, es peor que un infiel». Más, si los hijos se encuentran en
tal estado que ya no necesitan la dirección de la madre, entonces la viuda ha de
recoger todos sus afectos y todos sus pensamientos para aplicarlos más
íntegramente a su progreso en el amor de Dios.
Si alguna fuerza mayor no obliga, en conciencia, a la verdadera viuda a ocuparse
en los negocios exteriores, como pleitos, le aconsejo que se abstenga
completamente de ellos, y que procure conducir sus asuntos de la manera más
pacífica y tranquila, aunque no le parezca la más provechosa. Porque sería
menester que los beneficios de la actividad fuesen muy grandes, para ser
comparables con el bien de una santa tranquilidad; aparte de que tales pleitos y
embrollos disipan el corazón y abren, con frecuencia, la puerta a los enemigos
de la castidad, pues, para complacer a las personas cuyo favor necesitan, no
faltan quienes se ponen en situaciones contrarias a devoción y desagradables a
Dios.
Sea la oración el continuo ejercicio de la viuda, pues no debiendo amar a nadie
fuera de Dios, solo ha de tener palabras para Dios. Y, así como el hierro
privado de la atracción del imán, por la presencia del diamante, se precipita
hacia aquel en cuanto este es removido, de la misma manera el corazón de la viuda, que no podía lanzarse del todo hacia Dios ni seguir los atractivos del
divino amor, mientras vivía su marido, después de la muerte de este ha de correr
presta tras el olor de los perfumes celestiales, como si dijera, a imitación de
la sagrada Esposa: ¡Oh, Señor!, ahora que soy toda mía, recíbeme como toda
tuya; atráeme hacia Ti, y correré al olor de tus ungüentos.
El ejercicio de las virtudes propias de la santa viuda son la perfecta modestia,
la renuncia de los honores, de las distinciones, de las reuniones, de los
títulos y otras parecidas vanidades: servir a los pobres y a los enfermos,
consolar a los afligidos, encaminar a las doncellas hacia la vida devota, y
mostrarse ante las jóvenes como un modelo de todas las virtudes. La limpieza y
la sencillez han de ser los adornos de sus vestidos; la humildad y la caridad,
el adorno de sus actos; la honestidad y la humildad, el de su conversación; la
modestia y el recato, el de sus miradas, y Jesucristo crucificado el único amor
de su corazón.
En una palabra, la verdadera viuda es en la Iglesia una violeta de marzo, que
despide una suavidad incomparable por el olor de su devoción, permanece casi
siempre escondida bajo las largas hojas de su propia abyección, y pone de
manifiesto su mortificación con su color menos brillante: se encuentra en
parajes húmedos e incultos, no quiere ser agitada por las conversaciones
mundanas, para defender mejor la frescura de su corazón contra los ardores que
los deseos de riquezas, de honores o también de amores podrían encender. «Ella
será bienaventurada -dice el santo Apóstol-, si persevera en estas
disposiciones.»
Muchas otras cosas tendría que decirte acerca de este punto; más lo habré dicho
todo, con decirte que la viuda celosa del honor de su condición, lee
reflexivamente las hermosas cartas que San Jerónimo escribió a Furia y a Salvia
y a todas aquellas otras damas que tuvieron la suerte de ser hijas espirituales
de tan gran padre, ya que nada se puede añadir a lo que les dijo, si no es esta
advertencia, a saber, que la buena viuda nunca ha de hablar ni censurar a los
que pasan a segundas, a terceras y aun a cuartas nupcias, porque en ciertos
casos, Dios así lo dispone, para su mayor gloria. Y siempre se ha de tener
presente esta doctrina de los antiguos: que ni la viudez ni la virginidad no
tienen, en el cielo, otra categoría que la señalada por la humildad.
Ave María Purísima
Cristiano Católico 19-12-2012 Año de la Fe
Vida DevotaSea Bendita la Santa e Inmaculada Purísima Concepción de la Santísima Virgen
María