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Cuarta parte de la Introducción a la vida devota
CAPÍTULO XIV
DE LAS SEQUEDADES Y ESTERILIDADES ESPIRITUALES
Muy amada Filotea, cuando sientas consolaciones te
conducirás de la manera que acabo de decirte; pero este tiempo tan agradable no
durará siempre, sino que más bien te ocurrirá que, alguna vez, de tal manera te
verás privada y desposeída del sentimiento de la devoción, que tu alma te
parecerá una tierra desierta, infructuosa y estéril, sin un solo sendero ni
camino para llegar a Dios, y sin una gota de agua de gracia que pueda regarla, a
causa de las sequedades, que, según te parecerá, la convertirán en un desierto.
¡Ah, que digna de compasión es el alma que se encuentra en este estado, sobre
todo cuando este mal es vehemente! Porque entonces, a imitación de David, se
derrite en lágrimas, día y noche, mientras que, con mil sugestiones para hacerla
desesperar, el enemigo se burla de ella y le dice: « ¡ Pobrecita! ¿Dónde está tu
Dios? ¿Por qué camino le podrás encontrar? ¿Quién podrá jamás devolverte el gozo
de su santa gracia?» ¿Qué harás, pues, Filotea, en este estado? Examina de donde
procede el mal: con frecuencia somos nosotros mismos la causa de nuestras
esterilidades y sequedades.
1. Así como una madre no quiere dar azúcar a su hijito que padece de
lombrices, así Dios nos quita los consuelos cuando, entregándonos a ellos con
vana complacencia, somos propensos a las lombrices de la vanagloria. «Bien está,
¡oh Dios mío!, que me humilles, porque, antes de que fuese humillada, te había
ofendido».
2. Cuando no tenemos cuidado de recoger las suavidades y
las delicias del amor de Dios a su debido tiempo, las aparta de nosotros, en
castigo de nuestra pereza. El israelita que no cogía el maná muy de mañana, no
podía hacerlo después de la salida del sol, porque lo encontraba derretido.
3. A veces, estarnos tendidos en un lecho de complacencias sensuales y de
consuelos perecederos, como la Esposa sagrada de los Cantares: el Esposo de
nuestras almas llama a la puerta de nuestro corazón, nos inspira que
practiquemos nuestros ejercicios espirituales; pero nosotros se los regateamos,
porque nos duele dejar los vanos pasatiempos y separarnos de aquellas vanas
complacencias. Por esto pasa de largo, y deja que nos emperecemos, y después,
cuando queremos buscarle tenemos gran trabajo para encontrarle. Bien merecido lo
tenemos, porque hemos sido tan infieles y desleales a su amor, que nos hemos
negado a su ejercicio para seguir el de las cosas del mundo. ¡Ah! ya tienes la harina de Egipto; no recibirás el maná del cielo. Las abejas
aborrecen todos los olores artificiales, y las suavidades del Espíritu Santo son
incompatibles con las delicias artificiosas de este mundo.
4. La
doblez y la afectación en las confesiones y en el trato espiritual con el
director, atraen las sequedades y la esterilidad; porque, puesto que mientes al
Espíritu Santo, no se maravilla si te niega su consuelo; no quieres ser sencilla
y simple como un niño pequeño, luego tampoco tendrás las golosinas de los niños.
5. Estás saciada de goces mundanos: no es, pues, extraño, si no hallas gusto en
las delicias espirituales. Dice el antiguo proverbio que a las palomas, cuando
están hartas, les parecen amargas las cerezas. «Has llenado de bienes -dice la
Madre de Dios- a los hambrientos y has dejado vacíos a los ricos». Los ricos de
placeres mundanos no están dispuestos para los goces espirituales.
6. ¿Has conservado bien el fruto de los consuelos recibidos?
Pues recibirás otros, porque «al que tiene se le dará más, y al que no tiene lo
que le han dado, porque lo ha perdido por su culpa, aun esto le será
arrebatado», es decir, le privarán de las gracias que le tenían preparadas. Es
muy cierto que la lluvia vivifica las plantas que están verdes; pero a las que
no lo están, les quita aun la vida que no tienen, pues enseguida las pudre.
Por estas diversas causas perdemos las devotas consolaciones y caemos en la
sequedad y esterilidad de espíritu: examinemos, pues nuestra conciencia, para
ver si descubrimos en nosotros alguno de estos defectos. Pero ten en cuenta,
Filotea, que este examen no ha de hacerse con inquietud ni excesiva curiosidad,
sino que, si después de haber considerado fielmente nuestro comportamiento en
este punto, encontramos la causa del mal, hemos de dar las gracias a Dios,
porque el mal está ya en parte curado cuando se ha descubierto su causa. Si, al
contrarío, nada ves de particular que te parezca que haya podido dar ocasión a
esta sequedad, no pierdas el tiempo en un más detenido examen, sino que, con
toda simplicidad, sin examinar ninguna otra particularidad, haz lo que te diré:
1. «Humíllate mucho delante de Dios, con el conocimiento de tu nada y de tu
miseria. ¡Ah!, ¿qué soy, pobre de mí, cuando estoy dejada a mi arbitrio? Nada
más, Dios mío, que una tierra seca, la cual agrietada por todas partes, muestra
la sed que tiene de la lluvia del cielo, y, entretanto, el viento la disipa y la
convierte en polvo».
2. Invoca a Dios, y pídele su alegría:
«Devuélveme, ¡oh Señor!, la alegría de tu salud. Padre mío, si es posible, que
pase de mí este cáliz. Huye de aquí, viento infructuoso, que secas mi alma, y
ven, agradable brisa de las consolaciones, sopla en mi jardín, y tus buenos
efectos derramarán el olor de suavidad».
3. Acude al confesor; ábrele bien tu corazón; muéstrale todos los
repliegues de tu alma; sírvete de los consejos que te dará, con gran simplicidad
y humildad, porque Dios, que gusta infinitamente de la obediencia, hace que sean
útiles los consejos que recibimos de otros, sobre todo de los directores de
almas, aunque por otra parte, estos consejos sean de poca apariencia, como hizo
provechosas a Naamán las aguas del Jordán, cuyo uso le había ordenado Elíseo,
sin ninguna apariencia de razón humana.
4. Pero, después de lo dicho,
nada hay tan provechoso en las sequedades y esterilidades como el no
ansiar ni dejarse dominar por el deseo de ser liberada. No digo que no
se puedan tener simples deseos de verse libre de ellas; lo que digo es que no
hemos de poner en ello el corazón, sino, antes bien, abandonarnos a la pura
merced de la especial providencia de Dios, a fin de que se sirva de nosotros,
según le plazca, en medio de estas espinas y de estos desiertos.
En tal estado, pues, digamos a Dios: « ¡Oh Padre!, si es posible, que pase de mí
este cáliz»; pero añadamos con valor: «mas no se haga mi voluntad sino la tuya»;
y detengámonos en esto con toda la calma que nos sea posible, ya que Dios, al
vernos en esta santa indiferencia, nos consolará con gracias y favores, así como
al ver a Abrahán resuelto a privarse de su hijo Isaac, se contentó con verle
indiferente y con aquella pura resignación, y le consoló con una visión muy
agradable y con dulcísimas bendiciones. Luego, en toda clase de aflicciones, así
corporales como espirituales, y en las distracciones y privaciones de la
devoción sensible, hemos de decir, con todo nuestro corazón y con una profunda
sumisión: «El Señor me ha dado los consuelos, el Señor me los ha quitado; sea
bendito su santo Nombre», pues, perseverando en esta humildad, nos devolverá sus
deliciosos favores, como hizo con Job, el cual se sirvió constantemente de
parecidas palabras en todas sus desolaciones.
5. Por último, Filotea,
en medio de todas nuestras inquietudes y esterilidades, no perdamos el ánimo,
sino que, esperando pacientemente la vuelta de los consuelos, sigamos siempre
nuestro camino; no dejemos, por ello, ninguno de los ejercicios de devoción,
antes bien, si es posible multipliquemos nuestras buenas obras, y, si no podemos
presentar a nuestro amado Esposo confituras tiernas, ofrezcámoselas secas, pues
le da lo mismo, con tal que el corazón que se las presente esté absolutamente
resuelto a quererle amar. Cuando la primavera es buena, las abejas fabrican más
miel y producen menos abejorros, porque, siendo favorable el buen tiempo, se
esmeran en hacer tanta cosecha entre las flores, que olvidan la cría de sus
ninfas; pero, cuando la primavera es desapacible y nublada, producen más ninfas
y no tanta miel, porque, no pudiendo salir para la cosecha, se ocupan en
poblarse y en multiplicar la raza.
Filotea, ocurre algunas veces que el alma, al verse en la hermosa primavera de
las consolaciones espirituales, se entretiene tanto en amontonarlas y en chupar
de ellas, que, en medio de la abundancia de tan suaves delicias, hace muchas
menos buenas obras, y, al contrario, en medio de las asperezas y esterilidades
espirituales, según se ve privada de los agradables sentimientos de la devoción,
multiplica mucho más las obras sólidas y abunda en la producción interior de las
verdaderas virtudes de la paciencia, humildad, propia abyección, resignación y
abnegación de su amor propio.
Es, pues, un gran abuso en muchos, particularmente en las
mujeres, creer que el servicio que hacemos a Dios sin gusto, sin ternura de
corazón y sin sentimiento, es menos agradable a la divina Majestad; al
contrario, nuestros actos son como las rosas, las cuales cuando están frescas
son más bellas, pero, en cambio, cuando están secas despiden más olor y es mayor
su fortaleza. Lo mismo ocurre en nuestro caso: aunque nuestras buenas obras,
hechas con ternura de corazón, sean más agradables a nosotros, porque no miramos
más que nuestro propio deleite, hechas con sequedad y esterilidad son más
olorosas, y tienen más valor delante de Dios. Sí, amada Filotea, en tiempo de
sequedad, nuestra voluntad nos lleva al servicio de Dios como por la fuerza, por
lo que entonces es menester que esta voluntad sea más vigorosa y constante que
en tiempo de ternura. No es gran cosa servir a un príncipe en medio de las
delicias de la corte; servirle, empero, en la dureza de la guerra, en medio de
la incertidumbre y de las persecuciones, es una verdadera señal de constancia y
de fidelidad.
La bienaventurada Ángela de Foliño dice que la oración más grata a Dios es la
que se hace por fuerza y con tedio, es decir, aquella a la cual somos llevados,
no por el gusto que en ella sentimos, ni por la propia inclinación, sino
únicamente por el deseo de agradar a Dios, de manera que nuestra voluntad vaya a
regañadientes, forzando y violentando las sequedades que a ello se oponen. Lo
mismo digo de toda clase de buenas obras, pues cuantas más contradicciones, ya
exteriores ya interiores, nos salen al paso al hacerlas, más apreciadas y más
agradables son delante de Dios. Cuanto menos hay de nuestro interés particular
en la práctica de las virtudes, tanto más resplandece en ellas la pureza del
amor: el niño besa de buen grado a su madre cuando le da azúcar, pero si la besa
después de haberle dado ajenjo o acíbar, señal es de que la ama en gran manera.
Ave María Purísima
Cristiano Católico 20-12-2012 Año de la Fe
Sea Bendita la Santa e
Inmaculada Purísima Concepción de la Santísima Virgen María