Liturgia Católica
home
Tercera parte de la Introducción
a la vida devota
CAPÍTULO XIII
AVISOS PARA CONSERVAR LA CASTIDAD
Seas
extremadamente pronta en alejarte de todos los senderos y de todos los
incentivos de la impureza, porque este mal obra insensiblemente, Y de
comienzos muy insignificantes, va a parar a grandes catástrofes; siempre
es más fácil huir que curarse.
Los cuerpos humanos son como
los vasos de cristal, que no se pueden llevar de manera que froten los
unos con los otros, sin peligro de que se rompan, y como la fruta, que,
por entera y sazonada que esté, se avería, si toca la una con la otra.
La misma agua, por fresca que sea dentro de un vaso, no puede conservar
la frescura durante mucho tiempo, si es tocada por algún animal de la
tierra. No permitas jamás, Filotea, que nadie te toque, ni para
bromear ni para acariciarte, porque, aunque, por casualidad, se
pudiera conservar la castidad en medio de estas acciones, antes ligeras
que maliciosas, no obstante, la frescura y la flor de la castidad
reciben de ellas detrimento y pérdida; pero dejarse tocar
deshonestamente es la ruina completa de la castidad.
La
castidad brota del corazón como de un manantial, pero se refiere al
cuerpo como a su materia; por esto se pierde por todos los sentidos del
cuerpo y por los pensamientos y deseos del corazón. Es impúdico
mirar, oír, hablar, oler, tocar cosas deshonestas, cuando el
corazón se entretiene y se complace en ellas. San Pablo dice sin
ambages: «La fornicación ni siquiera se nombre entre nosotros».
Las abejas no solamente no quieren tocar las cosas podridas, sino que
huyen y aborrecen en extremo toda suerte de malos olores que de ellas
emanan. La sagrada Esposa, en el Cantar de los Cantares, tiene
las manos que destilan mirra, licor que preserva de la corrupción; sus
labios están protegidos por una cinta carmesí, símbolo del pudor en las
palabras; sus ojos son de paloma, a causa de su nitidez; sus orejas
llevan pendientes de oro, señal de pureza; su nariz está siempre entre
los cedros del Líbano, madera incorruptible. Tal ha de ser el alma
devota: casta, pura, honesta de manos, de labios, de oídos, de ojos y de
todo su cuerpo.
A este propósito, te repito las
palabras que el antiguo padre Juan Casiano refiere como salidas de
labios del gran San Basilio, el cual, hablando de sí mismo, dijo un día:
«Yo no sé lo que son las mujeres y, no obstante, no soy virgen».
Ciertamente, la castidad puede perderse de tantas maneras cuantas son
las clases de lascivias y de impurezas, las cuales, según sean grandes o
pequeñas, unas debilitan, otras hieren y otras dan muerte al instante.
Hay ciertas familiaridades y pasiones indiscretas, frívolas y sensuales,
las cuales, propiamente hablando, no violan la castidad y, no obstante,
la debilitan, la enflaquecen y empañan su hermosa blancura. Hay otras
libertades y pasiones, no sólo indiscretas, sino viciosas; no sólo
frívolas, sino deshonestas; no sólo sensuales, sino carnales, y de
éstas, la castidad sale, a lo menos, malparada y comprometida. Digo «a
lo menos», porque muere y sucumbe del todo, cuando las ligerezas y la
lascivia producen en la carne el último efecto del placer voluptuoso,
pues entonces la castidad sucumbe más indigna, y desgraciadamente que
cuando perece por la fornicación, el adulterio o el incesto, porque
estas últimas especies de vileza son tan sólo pecado, mientras que las
demás, como dice Tertuliano en su libro De pudicitia, son monstruos de
iniquidad y de pecado. Ahora bien, Casiano no cree, ni yo tampoco, que
San Basilio se refiera a un tal desorden, cuando se acusa de no ser
virgen, porque, sin duda, se refiere tan sólo a los malos y voluptuosos
pensamientos, los cuales, aunque no hubiesen maculado su cuerpo, podían,
no obstante, haber contaminado el corazón, de cuya castidad las almas
santas son en extremo celosas.
No trates, en manera alguna,
con personas impúdicas, sobre todo si, además, son desvergonzadas, como
suelen serlo casi siempre; porque así como los machos cabríos, al lamer
los almendros dulces, los convierten en amargos, así también
estas almas malolientes y estos corazones infectos no hablan con persona
alguna, del mismo o de diferente sexo, a cuyo pudor no causen algún
detrimento: tienen el veneno en los ojos y en el aliento, como
el basilisco. Al contrario, trata con personas castas y virtuosas;
piensa y lee con frecuencia las cosas sagradas, porque «la palabra de
Dios es casta» y hace castos a los que se dan a ella, por lo que David
la compara con el topacio, piedra preciosa que tiene la propiedad de
adormecer el ardor de la concupiscencia.
Procura estar
siempre cerca de Jesucristo crucificado, espiritualmente por la
meditación, y realmente por la sagrada Comunión, porque, así como los
que duermen sobre la hierba llamada agnus-castus, se hacen castos y
honestos, de la misma manera, si tu corazón descansa sobre Nuestro
Señor, que es el verdadero Cordero casto e inmaculado, verás presto tu
alma y tu corazón purificado de toda mancha y lubricidad.
Ave María Purísima
Cristiano Católico 18-12-2012 Año de la Fe
Vida Devota
Sea Bendita la Santa e Inmaculada Purísima Concepción de
la Santísima Virgen María