Liturgia Católica
home
Cuarta parte de la Introducción a la vida devota
CAPÍTULO XII
DE LA TRISTEZA
Dice San Pablo:
«La tristeza que es según Dios, obra la penitencia para la salvación; la
tristeza del mundo obra la muerte». Luego, la tristeza puede ser buena o mala,
según sean los diversos frutos que causa en nosotros. Es cierto que son más los
frutos malos que los buenos, porque los buenos sólo son dos: misericordia y
penitencia, y los malos, en cambio, son seis: angustia, pereza, indignación,
celos, envidia e impaciencia; lo cual hace decir al Sabio: «La tristeza es la
muerte de muchos y, en ella, no hay provecho alguno», porque, por dos buenos
riachuelos que manan de la fuente de la tristeza, hay seis que son muy malos.
El enemigo se vale de la tristeza para ocasionar tentaciones a los buenos;
porque, así como procura que los malos se alegren en sus pecados, así también
procura que los buenos se entristezcan en sus buenas obras; y así como no puede
inducir al mal si no es haciéndolo agradable, de la misma manera no puede
apartar del bien si no es haciéndolo desagradable. El maligno se complace en la
tristeza y en la melancolía, porque él está triste y melancólico, y lo estará
eternamente; por lo que quiere que todos estén como él.
La tristeza
mala perturba el alma, la inquieta, infunde temores excesivos, hace perder el
gusto por la oración, adormece y agota el cerebro, priva al alma del consejo, de
la resolución, del juicio, del valor, y abate las fuerzas; en una palabra, es
como un invierno crudo que priva a la tierra de toda su belleza y acobarda a los
animales, porque quita toda suavidad al alma y la paraliza y hace impotente en
todas facultades.
Filotea, si alguna vez te acontece que te sientes atacada de
esta tristeza, practica los siguientes remedios: «Si alguno está triste -dice
Santiago-, que ore»: la oración es el más excelente remedio, porque eleva el
espíritu a Dios, que es nuestro único gozo y consuelo. Mas, al orar, hemos de
excitar afectos y pronunciar palabras, ya interiores ya exteriores, que muevan a
la confianza y al amor de Dios, como: « ¡Oh Dios de misericordia! ¡Dios mío
bondadosísimol ¡Salvador de bondad! ¡Dios de mi corazón! ¡Mi gozo, mi esperanza,
mi amado esposo, bienamado de mi alma!» y otras semejantes.
Esfuérzate en contrariar vivamente las inclinaciones de la tristeza, y, aunque
te parezca que en este estado, todo lo haces con frialdad, pena y cansancio, no
dejes, empero, de hacerlo; porque el enemigo, que pretende hacernos aflojar en
nuestras buenas obras mediante la tristeza, al ver que, a pesar de ella, no
dejamos de hacerlas, y que, haciéndolas con resistencia, tienen más valor, cesa
entonces de afligirnos.
Canta himnos espirituales, porque el maligno ha desistido, a veces, de
sus ataques, merced a este medio, como lo atestigua el espíritu que asaltaba o
se apoderaba de Saúl, cuya vehemencia cedía ante la salmodia.
Es muy buena cosa ocuparse en obras exteriores, y variarlas
cuanto sea posible, para distraer el alma del objeto triste, purificar y
enfervorizar el corazón, pues la tristeza es una pasión de suyo fría y árida.
Haz actos exteriores de fervor, aunque sea sin gusto, como abrazar el crucifijo,
estrecharlo contra el pecho, besarle las manos y los pies, levantar los ojos al
cielo, elevar la voz hacía Dios con palabras de amor y de confianza, como ésta:
«Mi amado para mí y yo para Él. Corno manojito de mirra es mi Amado para mí. Él
reposará sobre mi pecho. Mis ojos se derriten por Ti, ¡ oh Dios mío!, diciendo:
¿ Cuándo me consolarás? ¡Oh Jesús!, seas para mí Jesús; viva Jesús, y vivirá mi
alma. ¿ Quién me separará del amor de mi Dios?», y otras semejantes.
La disciplina moderada es buen remedio contra la tristeza, porque esta
voluntaria aflicción exterior impetra el consuelo interior, y el alma al sentir
los dolores de fuera, se distrae de los de dentro. La frecuencia de la Sagrada
Comunión es excelente, porque este pan celestial robustece el corazón y regocija
el espíritu.
Descubre todos los sentimientos, afectos y sugestiones que nacen de la
tristeza a tu director y a tu confesor, con humildad y fidelidad; busca el trato
de personas espirituales, y conversa con ellas, cuanto puedas, durante este
tiempo. Y, principalmente, resígnate en las manos de Dios, disponiéndote a
padecer esta enojosa tristeza con paciencia, como un justo castigo a tus vanas
alegrías, y no dudes de que Dios, después de haberte probado, te librará de este
mal.
Ave María Purísima
Cristiano Católico 20-12-2012 Año de la Fe
Vida Devota
Sea Bendita la Santa e Inmaculada Purísima Concepción de
la Santísima Virgen María