Liturgia Católica
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La Imitación de Cristo
Libro cuarto
Capítulo VII
Del examen de la propia conciencia y del propósito de la enmienda.
Jesucristo:
1. Sobre todas las cosas es necesario que el sacerdote de Dios llegue a
celebrar, manejar y recibir este Sacramento con grandísima humildad de corazón y
con devota reverencia, con entera fe y con piadosa intención de la honra de
Dios. Examina diligentemente tu conciencia, y según tus fuerzas límpiala
adórnala con verdadero dolor y humilde confesión, de manera que no tengas o
sepas cosa grave que te remuerda y te impida llegar libremente al Sacramento.
Ten aborrecimiento de todos tus pecados en general, y por las faltas diarias,
duélete y gime más particularmente. Y si el tiempo lo permite, confiesa a Dios
todas las miserias de tus pasiones, en lo secreto de tu corazón.
2. Llora y duélete de que aún eres tan carnal y mundano, tan poco mortificado en
las pasiones, tan lleno de movimientos de concupiscencia; Tan poco diligente en
la guarda de los sentidos exteriores, tan envuelto muchas veces en vanas
imaginaciones; Tan inclinado a las cosas exteriores, tan negligente en las
interiores; Tan fácil a la risa y a la disipación, tan duro para las lágrimas y
la compunción; Tan dispuesto a la relajación y regalos de la carne, tan perezoso
al rigor y al fervor; Tan curioso para oír novedades y ver cosas hermosas; tan
remiso en abrazar las humildes y despreciadas; Tan codicioso de poner mucho; tan
encogido en dar; tan avariento en retener; Tan inconsiderado en hablar, tan poco
detenido en callar; tan descompuesto en las costumbres, tan indiscreto en las
obras; Tan desordenado en el comer, tan sordo a las palabras de Dios. Tan presto
para holgarte, tan tardío para trabajar; Tan despierto para oír hablillas y
cuentos, y tan soñoliento para velar en oración; Tan impaciente por llegar al
fin, y tan vago en la atención; Tan negligente en el rezo, tan tibio en la Misa,
tan indevoto en la Comunión; Tan a menudo distraído, tan raras veces enteramente
recogido; Tan prontamente conmovido a la ira, tan fácil para disgustar a los
demás; Tan propenso a juzgar, tan riguroso en reprender; Tan alegre en la
prosperidad, tan abatido en la adversidad; Tan fecundo en los buenos propósitos,
y tan estéril en ponerlos por obra.
3. Después de haber confesado y llorado estos y otros defectos con dolor y gran
disgusto de tu propia fragilidad, propón firmemente de enmendar siempre tu vida,
y mejorarla de allí adelante. En seguida, abandonándote a Mí con absoluta y
entera voluntad, ofrécete a ti mismo para gloria de mi nombre en el altar de tu
corazón, como sacrificio perpetuo, encomendándome a Mí con entera fe el cuidado
de tu cuerpo y de tu alma. Para que de esta manera merezcas llegar dignamente a
ofrecer el santo sacrificio, y recibir saludablemente el Sacramento de mi
cuerpo.
4. Pues no hay ofrenda más digna, ni mayor satisfacción para borrar los pecados,
que ofrecerse a sí mismo pura y enteramente a Dios, con el sacrificio del cuerpo
de Cristo en la Misa y Comunión. Si el hombre hiciere lo que está de su parte, y
se arrepintiere verdaderamente, cuantas veces acudiere a Mí por perdón y gracia:
Vivo yo, dice el Señor, que no quiero la muerte del pecador, sino que se
convierta y viva; porque no me acordaré más de sus pecados, sino que todos les
serán perdonados.