Liturgia Católica
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La Imitación de Cristo
Libro tercero
Capítulo VI
De la prueba del verdadero amor.
Jesucristo:
1. Hijo, no eres aún fuerte y prudente, amador.
El Alma: 2. ¿Por qué, Señor?
Jesucristo: 3. Porque por una contradicción pequeña, faltas en lo comenzado, y
buscas la consolación ansiosamente. El constante amador está fuerte en las
tentaciones, y no cree a las persuasiones engañosas del enemigo. Como Yo le
agrado en las prosperidades, así no le descontento en las adversidades.
4. El discreto amador no considera tanto el don del amante, cuando el amor del
que da. Antes mira a la voluntad que a la merced; y todas las dádivas estima
menos que el amado. El amador noble no descansa en el don, sino en Mí, sobre todo
don. Por eso, si algunas veces no gustas de Mí o de mis Santos tan bien como
deseas: no está todo perdido. Aquel tierno y dulce afecto que sientes algunas
veces, obra, es de la presencia de la gracia, y gusto anticipado de la patria
celestial, sobre lo cual no se debe estribar mucho, porque va y viene. Pero
pelear contra las perturbaciones incidentes del ánimo, u menospreciar la
sugestión del diablo, señal es de virtud y de gran merecimiento.
5. No te turben, pues, las imaginaciones extrañas de diversas materias que te
ocurrieren. Guarda tu firme propósito y la intención recta para con Dios.
Ni tengas a engaño que de repente te arrebaten alguna vez a lo alto, y luego te
torne a las pequeñeces acostumbradas del corazón.
Porque más las sufres contra tu voluntad que las causas; y mientras te dan pena
y las contradices, mérito es y no pérdida.
6. Persuádete que el enemigo antiguo de todos modos se esfuerza para impedir tu
deseo en el bien, y apartarte de todo ejercicio devoto, como es honrar a los
Santos, la piadosa memoria de mi pasión, la útil contrición de los pecados, la
guarda del propio corazón, el firme propósito de aprovechar en la virtud.
Te trae muchos pensamientos malos para disgustarte y atemorizarte, para
desviarte de la oración y de la lección sagrada. Desagrádale mucho la humilde
confesión; y si pudiese, haría que dejases de comulgar. No le creas, ni hagas
caso de él; aunque muchas veces te arme lazos para seducirte. Cuando te trajere
pensamientos malos y torpes, atribúyelos a él, y dile: Vete de aquí, espíritu
inmundo; avergüénzate, desventurado; muy sucio eres, pues me traes tales cosas a
la imaginación. Apártate de mí, malvado, engañador; no tendrás parte ninguna en
mí; más Jesús estará conmigo como invencible capitán, y tú estarás confundido.
Más quiero morir y sufrir cualquier pena que condescender contigo. Calla y
enmudece, no te oiré ya aunque más me importunes. El Señor es mi luz y mi salud.
¿A quién temeré? Aunque se ponga contra mí un ejército, no temerá mi corazón. El
Señor es mi ayuda y mi Redentor.
7. Pelea como buen soldado; y si alguna vez cayeres por flaqueza de corazón,
procura cobrar mayores fuerzas que las primeras, confiando de mayor favor mío, y
guárdate mucho del vano contentamiento y de la soberbia. Por eso muchos están
engañados, y caen algunas veces en ceguedad casi incurable. Sírvate de aviso y
de perpetua humildad la caída de los soberbios, que locamente presumen de sí.