Liturgia Católica
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La Imitación de Cristo
Libro tercero
Capítulo XI
Los deseos del corazón se deben examinar y moderar.
Jesucristo:
1. Hijo, aún te conviene aprender muchas cosas que no has aprendido bien.
El Alma:
2. ¿Qué cosas son estas, Señor? Jesucristo:
3. Que pongas tu deseo totalmente en sola mi voluntad, y no seas amador de ti
mismo, sino afectuoso celador de lo que a Mí me agrada. Los deseos te encienden
muchas veces, y te impelen con vehemencia; pero considera si te mueves por mi
honra o por tu provecho. Si Yo soy la causa, bien te contentarás de cualquier
modo que Yo lo ordenaré; pero si algo tienes escondido de amor propio, con que
siempre te buscas, mira que eso es lo que mucho te impide y agrava.
4. Guárdate, pues, no confíes demasiado en el deseo que tuviste sin consultarlo
conmigo; porque puede ser que después te arrepientas, y te descontente lo que
primero te agradaba, y que por parecerte mejor lo deseaste. Porque no se puede
seguir luego cualquier deseo que aparece bueno, ni tampoco huir a la primera
vista toda afición que parece contraria. Conviene algunas veces reprimir el
ímpetu, aun en los buenos ejercicios y deseos, porque no caigas por importunidad
en distracción del alma, y porque no causes escándalo a otros con tu
indiscreción, o por la contradicción de otros te turbes luego y deslices.
5. También algunas veces conviene usar de fuerza, y contradecir varonilmente al
apetito sensitivo, y no cuidar de lo que la carne quiere o no quiere, sino andar
más solícito, para que esté sujeta al espíritu, aunque le pese. Y debe ser
castigada y obligada a sufrir la servidumbre hasta que esté pronta para todo,
aprenda a contentarse con lo poco y holgarse con lo sencillo, y no murmurar
contra lo que es amargo.