Liturgia Católica
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La Imitación de Cristo
Libro tercero
Capítulo XXVII
El amor propio nos desvía mucho del bien eterno.
Jesucristo:
1. Hijo, conviene que lo des todo por el todo; y no ser nada de ti mismo. Sabe qué amor propio te daña más que ninguna cosa del mundo. Según fuere el amor y
afición que tienes a las cosas, estarás más o menos ligado a ellas. Si tu amor
fuere puro, sencillo y bien ordenado, no serás esclavo de ninguna. No codicies
lo que no te conviene tener. No quieras tener cosa que te pueda impedir y quitar
la libertad interior. Es de admirar que no te entregues a Mí de lo íntimo del
corazón, con todo lo que puedes tener o desear.
2. ¿Por qué te consumes con vana tristeza? ¿Por qué te fatigas con superfluos
cuidados? Está a mi voluntad, y no sentirás daño alguno. Si buscas esto o
aquello, y quisieres estar aquí o allí por tu provecho, y propia voluntad, nunca
tendrás quietud, ni estarás libre de cuidados; porque en todas hay alguna falta,
y en cada lugar habrá quien te ofenda.
3. Y así, no cualquier cosa alcanzada o multiplicada exteriormente aprovecha;
sino más bien la despreciada y desarraigada del corazón. No entiendas eso
solamente de las posesiones y de las riquezas; sino también de la ambición, de la
honra, y deseo de vanas alabanzas, todo lo cual pasa con el mundo. Importa poco
el lugar, si falta el fervor del espíritu; ni durará mucho la paz buscada por de
fuera, si falta el verdadero fundamento de la disposición del corazón; quiero
decir, si no estuvieses en Mí, puedes mudarte, pero no mejorarte. Porque en
llegando y agradando la ocasión, hallarás lo mismo que huías, y más. Oración
para pedir la limpieza de corazón, y la Sabiduría celestial.
El Alma:
4. Confírmame, Señor, en la gracia del Espíritu Santo. Dame esfuerzo para
fortalecerme en mi interior, y desocupar mi corazón de toda inútil solicitud y
congoja, y para que no me lleven tras sí, tan varios deseos por cualquier cosa
vil o preciosa; sino que las mire todas como pasajeras, y a mí mismo como que he
de pasar con ellas. Porque nada hay permanente debajo del sol, adonde todo es
vanidad y aflicción de espíritu. ¡Oh! ¡Cuán sabio es el que así piensa!
5. Dame, Señor, sabiduría celestial, para que aprenda a buscarte y hallarte
sobre todas las cosas, gustarte y amarte sobre todas y entender lo demás como
es, según el orden de tu sabiduría. Dame prudencia para desviarme del lisonjero,
y sufrir con paciencia el adversario. Porque esta es muy gran sabiduría, no
moverse a todo viento de palabras, ni tampoco dar oídos a la engañosa sirena,
pues así se anda con seguridad el camino del cielo.