Liturgia Católica
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La Imitación de Cristo
Capítulo LIX
Toda la esperanza y confianza se debe poner en solo Dios.
El Alma:
1. Señor, ¿cuál es mi confianza en esta vida? O ¿cuál mi mayor contento de
cuantos hay debajo del cielo? Por ventura, ¿ no eres Tú, mi Dios y Señor, cuyas
misericordias no tienen número? ¿Dónde me fue bien sin Ti? O ¿cuándo me pudo ir
mal estando Tu presente? Más quiero ser pobre por Ti, que rico sin Ti. Por mejor
tengo peregrinar contigo en la tierra, que poseer sin Ti el cielo. Donde Tú
estás, allí está el cielo, y donde no, el infierno y la muerte. A Ti se dirige
todo mi deseo, y por eso no cesaré de orar, gemir y clamar en pos de Ti. En fin;
yo no puedo confiar cumplidamente en alguno que me ayude oportunamente en mis
necesidades, sino en Ti solo, Dios mío. Tú eres mi esperanza y mi confianza; Tú,
mi consolador y el amigo más fiel en todo.
2. Todos buscan su interés, Tú buscas solamente mi salud y mi aprovechamiento, y
todo mi lo conviertes en bien. Aunque algunas veces me dejas en diversas
tentaciones y adversidades, todo lo ordenas para mi provecho; que sueles de mil
modos probar a tus escogidos. En esta prueba debes ser tan amado y alabado, como
si me colmases de consolaciones espirituales.
3. En Ti, pues, Señor Dios, pongo toda mi esperanza y refugio; en tus manos dejo
todas mis tribulaciones y angustias; porque fuera de Ti todo es débil e
inconstante. Porque no me aprovecharán muchos amigos, ni podrán ayudarme los
defensores poderosos, ni los consejeros discretos, darme respuesta conveniente,
ni los libros doctos consolarme, ni cosa alguna preciosa librarme, ni algún
lugar secreto y delicioso defenderme, si Tú mismo no me auxilias, ayudas,
esfuerzas, consuelas y guardas.
4. Porque todo lo que parece conducente para tener paz y felicidad, es nada si
Tú estás ausente; ni da sino una sombra de felicidad. Tú eres, pues, fin de
todos los bienes, centro de la vida, y abismo de sabiduría; y esperar en Ti,
sobre todo, es grandísima consolación para tus siervos. A Ti, Señor, levanto mis
ojos; en Ti confió, Dios mío, padre de misericordias. Bendice y santifica mi
alma con bendición celestial, para que sea morada santa tuya, y silla de tu
gloria eterna; y no haya en este templo tuyo cosa que ofenda los ojos de tu
majestad soberana. Mírame según la grandeza de tu bondad, y según la multitud de
tus misericordias, y oye la oración de este pobre siervo tuyo, desterrado lejos
en la región de la sombra de la muerte. Defiende y conserva el alma de este tu
siervecillo entre tantos peligros de la vida corruptible; y acompañándola tu
gracia, guíala por el camino de la paz, a la patria de la perpetua claridad.
Amén.