Liturgia Católica
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La Imitación de Cristo
LIBRO PRIMERO
CAPÍTULO 21
De la compunción del corazón.
1. Si quieres aprovechar algo, consérvate en el temor de Dios, y no quieras ser
demasiado libre; más con severidad refrena todos tus sentidos y no te entregues
a vanos contentos. Date a la compunción del corazón, y te hallarás devoro. La
compunción causa muchos bienes, que la disolución suele perder en breve.
Maravilla es que el hombre pueda alegrarse alguna vez perfectamente en esta vida,
considerando su destierro, y pensando los muchos peligros de su alma.
2. Por la liviandad del corazón y por el descuido de nuestros defectos no
sentimos los males de nuestra alma, pero muchas veces reímos sin razón, cuando
con razón deberíamos llorar. No hay verdadera libertad ni plácida alegría, sino
con el temor de Dios con buena conciencia. Bienaventurado aquel que puede
desviarse de todo estorbo de distracción, y recogerse a lo interior de la santa
compunción. Bienaventurado el que renunciare todas las cosas que pueden
mancillar o agravar su conciencia. Pelea como varón: una costumbre vence a otra
costumbre. Si tú sabes deja los hombres, ellos bien te dejarán hacer tus buenas
obras.
3. No te ocupes en cosas ajenas ni te entremetas en las causas de los mayores.
Mira siempre primero por ti, y amonéstate a ti mismo más especialmente que a
todos cuantos quieres bien. Si no eres favorecido de los hombres, no te
entristezcas por eso, si no aflígete de que no te portas con el cuidado y
circunspección que convienen a un siervo de Dios y a un devoto religioso. Muy
útil y seguro es que el hombre no tenga en esta vida muchas consolaciones,
mayormente según la carne. Pero de no tener o gustar rara vez las cosas divinas,
nosotros tenemos la culpa; porque no buscamos la compunción, ni desechamos del
todo lo vano y exterior.
4. Reconócete por indigno de la divina consolación; antes bien créete digno de
ser atribulado. Cuando el hombre tiene perfecta contrición, entonces le es grave
y amargo todo el mundo. El que es bueno halla bastante materia para dolerse y
llorar; porque ora se mire a sí mismo, ora piense en su prójimo, sabe que
ninguno vive aquí sin tribulaciones. Y cuando con más rectitud se mire, tanto
más halla por qué dolerse. Materia de justo dolor y entrañable contrición son
nuestros pecados y vicios, en que estamos tan caídos, que pocas veces podemos
contemplar las cosas celestiales.
5. Si continuamente pensases más en tu muerte que en vivir largo tiempo, no hay
duda que te enmendarías con mayor fervor. Si pensases también de todo corazón en
las penas futuras del infierno, o del purgatorio, creo que de buena gana
sufrirías cualquier trabajo y dolor, y no temerías ninguna austeridad; pero como
estas cosas o pasan al corazón, y amamos siempre el regalo, permanecemos
demasiadamente fríos y perezosos. Muchas veces por falta de espíritu se queja el
recuerdo miserable. Ruega, pues, con humildad al Señor que te dé espíritu de
contrición, y di con el profeta: Dame, Señor, a comer el pan de lágrimas, y a
beber en abundancia el agua de mis lloros.