Liturgia Católica
home
La Imitación de Cristo
Libro cuarto
Capítulo II
De la bondad y caridad de Dios, que se manifiesta en este Sacramento
para con los hombres.
El Alma:
1. Señor, confiando en tu bondad y gran misericordia, vengo yo enfermo al
médico; hambriento y sediento, a la fuente de la vida; pobre, al rey del cielo;
siervo, al Señor; criatura, al Criador; desconsolado, a mi piadoso consolador. Más, ¿sé dónde a mí tanto bien, que Tú vengas a mí? ¿Quién soy yo para que te me
des a Ti mismo? ¿Cómo se atreve el pecador a comparecer delante de Ti? Y Tú,
¿cómo te dignas de venir al pecador? Tú conoces a tu siervo, y sabes que ningún
bien tiene por donde pueda merecer que Tú le hagas este beneficio. Yo te
confieso, pues, mi vileza, reconozco tu verdad, alabo tu piedad, y te doy
gracias por tu extremada caridad. Pues así lo haces conmigo, no por mis
merecimientos, sino por Ti mismo, para darme a conocer mejor tu bondad; para que
se me infunda mayor caridad, y se recomiende más la humildad. Pues así te agrada
a Ti, y así mandaste que se hiciese; también me agrada a mí que Tú lo hayas
tenido por bien. ¡Ojalá que no lo impida mi maldad!
2. ¡Oh dulcísimo y benignísimo Jesús! ¡Cuánta reverencia y gracias acompañadas
de perpetua alabanza, te son debidas por habernos dado tu sacratísimo cuerpo,
cuya dignidad ningún hombre es capaz de explicar! Más, ¿qué pensaré en esta
comunión, cuando quiero llegarme a mi Señor, a quien no puedo venerar
debidamente, y sin embargo deseo recibir con devoción? ¿Qué cosa mejor y más
saludable pensaré, si no humillarme profundamente delante de Ti, y ensalzar tu
infinita bondad sobre mí? Yo te alabo, Dios mío, y deseo que seas ensalzado para
siempre. Despréciome y me rindo a tu majestad en el abismo de mi bajeza.
3. Tú eres el Santo de los Santos, y yo la basura de los pecadores. Tú te bajas
a mí, que no soy digno de alzar los ojos para mirarte. Tú vienes a mí, Tú
quieres estar conmigo, Tú me convidas a tu mesa. Tú me quieres dar a comer el
manjar celestial, y el pan de los ángeles; que no es otra cosa por cierto, sino
Tú mismo, pan vivo que descendiste del cielo, y das vida al mundo.
4. ¡Cuánto es, pues, tu amor, cuál tu dignación! Y ¡cuántas gracias y alabanzas
te son debidas por esto! ¡Oh, cuán saludable y provechoso designio tuviste en la
institución de este Sacramento! ¡Cuán inefable tu verdad! Pues Tú hablaste, y
fue hecho el universo; y se hizo lo que Tú mandaste.
5. Admirable cosa es, digno objeto de la fe, y superior al entendimiento humano,
que Tú, Señor Dios mío, verdadero Dios y hombre, eres contenido entero debajo de
las especies de pan y vino, y sin detrimento eres comido por el que te recibe.
Tú, Señor de todo, que de nada necesitas, quisiste habitar entre nosotros por
medio de este Sacramento. Conserva mi corazón y mi cuerpo sin mancha, para que
con alegre y limpia conciencia pueda celebrar frecuentemente, y recibir para mi
eterna salvación este digno misterio, que ordenaste y estableciste
principalmente para honra tuya memoria continua.
6. Alégrate, alma mía, y da gracias a Dios por don tan excelente y consuelo tan
singular que te fue dejado en este valle de lágrimas. Porque la caridad de
Cristo nunca se disminuye, y la grandeza de su misericordia nunca mengua.
7. Por eso te debes preparar siempre con nueva devoción del alma, y pensar con
atenta consideración está gran misterio de salud. Así te debe parecer tan
grande, tan nuevo y agradable cuando celebras u oyes Misa, como si fuese el
mismo día en que Cristo, descendiendo en el vientre de la Virgen, se hizo hombre;
o aquel en que puesto en la Cruz padeció y murió por la salud de los hombres.