Liturgia Católica
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La Imitación de Cristo
Libro cuarto
Capítulo XV
Que la devoción se alcanza con la humildad y abnegación de sí mismo.
JESUCRISTO:
1. Debes buscar con diligencia la gracia de la devoción, pedirla con instancia,
esperarla con paciencia y confianza, recibirla con gratitud, guardarla con
humildad, obrar solícitamente con ella, y dejar a Dios el tiempo y el modo en
que se digne visitarte. Te debes humillar, en especial cuando sientes
interiormente poca o ninguna devoción; más no te abatas demasiado, ni te
entristezcas desordenadamente. Dios da muchas veces en un instante lo que negó
largo tiempo. También da algunas veces al fin de la oración lo que dilató desde
el principio.
2. Si siempre se nos diese la gracia sin dilación, y a medida de nuestro deseo
no podría abrazarla bien el hombre flaco. Por eso la debes esperar con segura
confianza y humilde paciencia; y cuando no te es concedida, o te fuere quitada
secretamente, echa la culpa a ti mismo y a tus pecados. Algunas veces es bien
pequeña cosa la que impide y esconde la gracia, si es que debe llamar poco y no
mucho lo que tanto bien estorba. Más si aquello poco o mucho apartares, y
perfectamente vencieres, tendrás lo que suplicaste.
3. Porque luego que te entregares a Dios de todo tu corazón, y no buscares cosa
alguna por tu propio gusto, sino que del todo te pusieres en sus manos, te
hallarás recogido y sosegado; porque nada te agrada. Cualquiera, pues, que
levantarse su intención a Dios con sencillo corazón, y se despojare de todo amor
u odio desordenado de cualquier cosa criada, estará muy bien dispuesto para
recibir la divina gracia, y se hará digno del don de la devoción. Porque el
Señor echa su bendición, donde halla los vasos vacíos. Y cuanto más
perfectamente renunciare alguno las cosas bajas, y estuviere muerto a sí mismo
por su propio desprecio, tanto más presto viene la gracia, más copiosamente
entra, y más alto levanta el corazón ya libre.
4. Entonces verá y abundará, y se maravillará, y se dilatará su corazón; por qué
la mano del Señor está con él, y él se puso enteramente en sus manos para
siempre. De esta manera será bendito el hombre que busca a Dios con todo su
corazón, y no ha recibido su alma en vano. Este, cuando recibe la santa
Comunión, merece la singular gracia de la unión divina; porque no mira a su
propia devoción y consuelo, sino sobre todo a la gloria y honra de Dios.