Liturgia Católica
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La Imitación de Cristo
Libro segundo
Capítulo XI
Cuán pocos son los que aman la Cruz de Cristo.
1. Jesucristo tiene ahora muchos amadores de su reino celestial, más muy pocos
que lleven su cruz. Tiene muchos que desean la consolación, y muy pocos que
quieran la tribulación. Muchos compañeros halla para la mesa, y pocos para la
abstinencia. Todos quieren gozar con Él, más pocos quieren sufrir algo por Él.
Muchos siguen a Jesús hasta el partir del pan, más pocos hasta beber el cáliz de
la pasión. Muchos honran sus milagros, más pocos siguen el vituperio de la cruz.
Muchos aman a Jesús, cuando no hay adversidades. Muchos le alaban y bendicen en
el tiempo que reciben de Él algunas consolaciones: más si Jesús se escondiese y
los dejase un poco, luego se quejarían o desesperarían mucho.
2. Más los que aman a Jesús, por el mismo Jesús, y no por alguna propia
consolación suya, bendícenle en toda la tribulación y angustia del corazón, tan
bien como en consolación. Y aunque nunca más les quisiese dar consolación,
siempre le alabarían, y le querrían dar gracias.
3. ¡Oh! ¡Cuánto puede el amor puro de Jesús sin mezcla del propio provecho o
amor! ¿No se pueden llamar propiamente mercenarios los que siempre buscan
consolaciones? ¿No se aman a sí mismos más que a Cristo, los que de continuo
piensan en sus provechos y ganancias? ¿Dónde se hallará alguno tal, que quiera
servir a Dios de balde?
4. Pocas veces se halla ninguno tan espiritual, que esté desnudo de todas las
cosas. Pues ¿quién hallará el verdadero pobre de espíritu y desnudo de toda
criatura? Es tesoro inestimable y de lejanas tierras. Si el hombre diere su
hacienda toda, aún no es nada. Si hiciere gran penitencia, aún es poco. Aunque
tenga toda la ciencia, aún está lejos: y si tuviere gran virtud y muy ferviente
devoción, aún le falta mucho; le falta cosa que le es más necesaria. Y está,
¿cuál es? Que dejadas todas las cosas, deje a sí mismo y salga de sí del todo, y
que no le quede nada de amor propio. Y cuando ha hecho todo lo que conociere que
debe hacer, aún piense no haber hecho nada.
5. No tenga en mucho que le puedan estimar por grande, más llámese en la verdad
siervo sin provecho, como dice Jesucristo. Cuando hubiereis hecho todo lo que os
está mandado, aún decid: Siervos somos sin provecho. Y así podrás ser pobre y
desnudo de espíritu, y decir con el profeta: Porque uno solo y pobre soy.
Ninguno todavía hay más rico, ninguno más poderoso, ninguno más libre, que aquel
que sabe dejarse a sí y a toda cosa, y ponerse en él más bajo lugar.