Liturgia Católica
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La Imitación de Cristo
Libro tercero
Capítulo VIII
De la baja estimación de sí mismo ante los ojos de Dios.
El Alma:
1. ¿Hablaré a mi Señor, siendo yo polvo y ceniza? Si por más me reputaré, Tú
estás contra mí, y mis maldades dan verdadero testimonio que no puedo
contradecir. Más si me humillare y anonadare, y dejaré toda propia estimación, y
me volviere polvo como lo soy, será favorable para mí tu gracia, y tu luz se
acercará a mi corazón, y toda estimación, por poca que sea, se hundirá en el
valle de mi miseria, y perecerá para siempre. Allí me hace conocer a mí mismo
lo que soy, lo que fui y en lo que he parado; porque soy nada y no lo conocí.
Abandonado a mis fuerzas, soy nada y todo flaqueza; pero al punto que Tú me
miras, luego me hago fuerte, y me lleno de gozo nuevo. Y es cosa maravillosa, por cierto, cómo tan de repente soy levantado sobre mí, y abrazado de Ti con tanta
benignidad; siendo así que yo, según mi propio peso, siempre voy a lo bajo.
2. Esto hace tu amor gratuitamente, anticipándose y socorriéndome en tanta
multitud de necesidades, guardándome también de graves peligros, y librándome de
males verdaderamente innumerables. Porque yo me pedí amándome desordenadamente;
pero buscándote a Ti solo, y amándote puramente me hallé a mí, no menos que a Ti;
y por el amor me anonadé más profundamente. Porque Tú, oh dulcísimo Señor, haces
conmigo mucho más de lo que merezco y más de lo que me atrevo a esperar y pedir.
3. Bendito seas, Dios mío, que aunque soy indigno de todo bien, todavía tu
liberalidad e infinita bondad nunca cesa de hacer bien aun a los desagradecidos
y apartados lejos de Ti. Vuélvenos a Ti para que seamos agradecidos, humildes y
devotos; pues Tú eres nuestra salud, virtud y fortaleza.