Liturgia Católica
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La Imitación de Cristo
Libro tercero
Capítulo IX
Todas las cosas se deben referir a Dios como a último fin.
Jesucristo:
1. Hijo, yo debo ser tu supremo y último fin, se desea de verdad ser
bienaventurado. Con este propósito se purificará tu deseo, que vilmente se abate
muchas veces a sí mismo, y a las criaturas. Porque si en algo te buscas a ti
mismo, luego desfalleces, y te quedas árido. Atribúyelo, pues, todo
principalmente a Mí, que soy el que todo lo he dado. Así, considera cada cosa
como venida del Soberano Bien, y por esto todas las cosas se deben reducir a Mí
como a su origen.
2. De Mí sacan agua como de fuente viva el pequeño y el rico; y los que me
sirven de buena voluntad y libremente, recibirán gracia por gracia. Pero el que
se quiere ensalzar fuera de Mí o deleitarse en algún bien particular, no será
confirmado en el verdadero gozo, ni dilatado en su corazón, sino que estará
impedido y angustiado de muchas maneras. Por eso no te apropies a ti alguna cosa
buena, ni atribuyas a algún hombre la virtud, si no refiérelo todo a Dios, sin el
cual nada tiene el hombre. Yo lo di todo, Yo quiero que se me vuelca todo; y con
todo rigor exijo que se me den gracias por ello.
3. Esta es la verdad con que se destruye la vanagloria. Y si la gracia celestial
y la caridad verdadera entraren en el alma, no habrá envidia alguna, ni quebranto
de corazón, ni te ocupará el amor propio. La caridad divina lo vence todo, y
dilata todas las fuerzas del alma. Si bien lo entiendes, en Mí solo te has de
alegrar, y en Mí solo has de esperar; porque ninguno es bueno, sino solo Dios, el
cual es de alabar sobre todas las cosas, y debe ser bendito en todas ellas.