Liturgia Católica
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La Imitación de Cristo
Libro tercero
Capítulo XXXIII
De la inconstancia del corazón, y que la intención final se ha de
dirigir a Dios.
Jesucristo:
1. Hijo, no creas a tu deseo; pues el que ahora es, presto, se te mudará en otro.
Mientras vivieres, estás sujeto a mudanzas, aunque no quieras, porque ya te
hallará alegre, ya triste, ya sosegado, ya turbado, ya devoto, ya indevoto, ya
diligente, ya perezoso; ahora pesado, ahora liviano. Más el sabio, bien instruido
en el espíritu, es superior a estas mudanzas: no mirando lo que experimenta
dentro de sí, ni de qué parte sopla el viento de la instabilidad; sino a dirigir
toda la intención de su espíritu al debido y deseado fin. Porque así podrá
permanecer siempre el mismo e ileso en tan varios casos, dirigiendo a Mí sin
cesar la mira de su sencilla intención.
2. Y cuanto más pura fuere, tanto estará más constante entre las diversas
tempestades. Pero en muchas cosas se obscurecen los ojos de la pura intención,
porque se mira fácilmente a lo que se presenta como deleitable. Así es, que rara
vez se halla quien esté enteramente libre de lunar de su propio interés. De este
modo, los judíos en otro tiempo vinieron a casa de Marta y María Magdalena en
Betania, no solo por Jesús, si también para ver a Lázaro. Débense, pues, limpiar
los ojos de la intención, para que sea sencilla y recta, y se enderece a Mí sin
detenerse en los medios.