Liturgia Católica
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La Imitación de Cristo
Libro tercero
Capítulo XLV
Que no se debe creer a todos; y cómo fácilmente se resbala en las
palabras.
El Alma:
1. Señor, ayúdame en la tribulación, porque es vana la seguridad del hombre.
¿Cuántas veces no hallé fidelidad donde pensé que la había? ¿Cuántas veces
también la hallé donde menos lo esperaba? Por eso es vana la esperanza en los
hombres; más la salud de los justos está en Ti, mi Dios. Bendito seas, Señor,
Dios mío, en todas las cosas que nos sucedan. Flacos, somos y mudables: presto
somos engañados, y nos mudamos.
2. ¿Qué hombre hay que se pueda guardar con tanta cautela y discreción en todo,
que alguna vez no caiga el algún engaño o perplejidad? Más el que te busca a Ti,
Señor, y te busca con sencillo corazón, no resbala tan fácilmente. Y si cayere
en alguna tribulación, de cualquier manera que estuviere en ella enlazado,
presto será librado por Ti, o consolado; porque no desamparas para siempre al
que en Ti espera. Raro es el fiel amigo que persevera en todos los trabajos de
su amigo. Tú, Señor, Tú solo eres fidelísimo en todo, y fuera de Ti no hay otro
semejante.
3. ¡Oh, cuán bien lo entendía aquella alma santa que dijo:! ¡Mi alma está
asegurada y fundada en Jesucristo! Si yo estuviese así, no me acongojaría tan
presto el temor humano, ni me moverían las palabras injuriosas. ¿Quién puede
preverlo todo? ¿Quién es capaz de precaver los males venideros? Si lo que hemos
previsto con tiempo nos daña muchas veces, ¿qué hará lo no prevenido sino
perjudicarnos gravemente? Pues, ¿por qué, miserable de mí, no me previne mejor?
¿Por qué creí de ligero a otros? Pero somos hombres, y hombres flacos y
frágiles, aunque por muchos seamos estimados y llamados ángeles. Señor, ¿a quién
creeré, a quién sino a Ti? Eres la verdad, que no puede engañar ni ser engañada.
El hombre, al contrario, es falaz, flaco y resbaladizo, especialmente en
palabras; de modo que con muy gran dificultad se debe creer lo que parece recto
a la primera vista.
4. Cuán prudentemente nos avisaste que nos guardásemos de los hombres: que los
amigos del hombre son los de su casa, y que no diésemos crédito al que nos
dijese: A Cristo míralo aquí o míralo allí. He escarmentado en mí mismo: ¡ojalá
sea para mi mayor cautela, y no para continuar con mi imprudencia! Cuidado, me
dice uno, cuidado, reserva lo que te digo. Y mientras yo lo callo, y creo que
está oculto, él no pudo callar el secreto que me confió, sino que me descubrió a
mí y a sí mismo, y se marchó. Defiéndeme, Señor, de aquestas ficciones, y de
hombres tan indiscretos, para que nunca caiga en sus manos, ni yo incurra en
semejantes cosas. Pon en mi boca las palabras verdaderas y fieles, y desvía
lejos de mí las lenguas astutas. De lo que no puedo sufrir, me debo guardar
mucho.
5. ¡Oh, cuán bueno y de cuánta paz es callar de otros, y no creerlo todo
fácilmente, ni hablarlo después con ligereza: descubrirse a pocos, buscarte
siempre a Ti, que miras al corazón, y no moverse por cualquier viento de
palabras, sino desear que todas las cosas interiores y exteriores se acaben y
perfecciones según el beneplácito de tu voluntad! ¡Cuán seguro es para conservar
la gracia celestial, huir la vana apariencia, y no codiciar las cosas visibles
que causen admiración, sino seguir con toda diligencia las cosas que dan fervor
y enmienda de vida! ¡A cuántos ha dañado la virtud descubierta y alabada antes
de tiempo! ¡Cuán provechosa fue siempre la gracia guardada en silencio en esta
vida frágil, que toda es malicia y tentación!