Liturgia Católica
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La Imitación de Cristo
Libro segundo
Capítulo I
De la conversión interior
1. Dice el Señor: El reino de Dios dentro de vosotros está. Conviértete a Dios
de todo corazón, y deja ese miserable mundo, y hallará tu alma reposo.
Aprende a menospreciar las cosas exteriores y darte a las interiores, y verás
que se vienen a ti el reino de Dios. Pues el reino de Dios es paz y gozo en el
Espíritu Santo, que no se da a los malos. Si preparas digna morada interiormente
a Jesucristo, vendrá a ti, y te mostrará su consolación. Toda su gloria y
hermosura está en lo interior, y allí se está complaciendo. Su continua
visitación es con el hombre interior; con él habla dulcemente, tiene agradable
consolación, mucha paz y admirable familiaridad.
2. Ea, pues, alma fiel, prepara tu corazón a este Esposo para que quiera venirse
a ti, y hablar contigo. Porque él dice así: Si alguno me ama, guardará mi
palabra, y vendremos a él, y haremos en él nuestra morada. Da, pues, lugar a
Cristo, y a todo lo demás cierra la puerta. Si a Cristo tuvieres, estarás rico,
y te bastará. Él será tu fiel procurador, y te proveerá de todo, de manera que
no tendrás necesidad de esperar en los hombres. Porque los hombres se mudan
fácilmente, y desfallecen en breve; pero Jesucristo permanece para siempre, y
está firme hasta el fin.
3. No hay que poner mucha confianza en el hombre frágil y mortal, aunque sea
útil y bien querido, ni has de tomar mucha pena si alguna vez fuere contrario o
no te atiende. Los que hoy son contigo, mañana te pueden contradecir, y al
contrario; porque muchas veces se vuelven como viento. Pon en Dios toda tu
esperanza, y sea El tu temor y tu amor. Él responderá por ti, y lo hará bien,
como mejor convenga. No tienes aquí domicilio permanente: dondequiera que
estuvieres, serás extraño y peregrino, y no tendrás nunca reposo, si no
estuvieres íntimamente unido con Cristo.
4. ¿Qué miras aquí no siendo este lugar de tu descanso? En los cielos debe ser
tu morada, y como de paso has de mirar todo lo terrestre. Todas las cosas pasan,
y tú también con ellas. Guárdate de pegarte a ellas, porque no seas preso y
perezcas. En el Altísimo pon tu pensamiento, y tu oración sin cesar sea dirigida
a Cristo.
Si no sabes contemplar las cosas altas y celestiales, descansa en la pasión de
Cristo y habita gustosamente en sus grandes llagas. Porque si te acoges
devotamente a las llagas y preciosas heridas de Jesús, gran consuelo sentirás en
la tribulación, y no harás mucho caso de los desprecios de los hombres, y
fácilmente sufrirás las palabras maldicientes.
5. Cristo fue también en el mundo despreciado de los hombres, y entre grandes
afrentas, desamparado de amigos y conocidos, y en suma necesidad.
Cristo quiso padecer y ser despreciado, y tú ¿te atreves a quejarte de alguna
cosa? Cristo tuvo adversarios y murmuradores, y tú ¿quieres tener a todos por
amigos y bienhechores? ¿Con qué se coronará tu paciencia, sin ninguna adversidad
se te ofrece? Si no quieres sufrir ninguna adversidad, ¿cómo serás amigo de
Cristo? Sufre con Cristo y por Cristo, si quieres reinar con Cristo.
6. Si una vez entrases perfectamente en lo secreto de Jesús, y gustases un poco
de su encendido amor, entonces no tendrías cuidado de tu propio provecho o daño;
antes te holgarías más de las injurias que te hiciesen; porque el amor de Jesús
hace al hombre despreciarse a sí mismo. El amante de Jesús y de la verdad, y el
hombre verdaderamente interior y libre de las aflicciones desordenadas, se puede
volver fácilmente a Dios, y levantarse sobre sí mismo en el espíritu, y
descansar gozosamente.
7. Aquel a quien gustan todas las cosas como son, no como se dicen o estiman, es
verdaderamente sabio y enseñado más de Dios que de los hombres.
El que sabe andar dentro de sí, y tener en poco las cosas exteriores, no busca
lugares, ni espera tiempos para darse a ejercicios devotos. El hombre interior
presto se recoge; porque nunca se entrega todo a las cosas exteriores. No le
estorba el trabajo exterior, ni la ocupación necesaria a tiempos; sino que así
como suceden las cosas, se acomoda a ellas. El que está interiormente bien
dispuesto y ordenado, no cuida de los hechos famosos y perversos de los hombres.
Tanto se estorba el hombre y se distrae, cuando atrae a sí las cosas de fuera.
8. Si fueses recto y puro, todo te sucedería bien y con provecho. Por eso te
descontentan y conturban muchas cosas frecuentemente, porque aún no has muerto a
ti, del todo, ni apartado de todas las cosas terrenas. Nada mancilla ni embaraza
tanto el corazón del hombre cuanto el amor desordenado de las criaturas.
Si desprecias las consolaciones de fuera, podrás contemplar las cosas
celestiales, y gozarte muchas veces dentro de ti.