Liturgia Católica
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La Imitación de Cristo
Libro tercero
Capítulo XXXI
Del desprecio de todas las criaturas para hallar al Criador.
El Alma:
1. Señor, necesaria me es aún mayor gracia, si tengo de llegar adonde nadie ni
criatura alguna me puedan embarazar. Porque mientras que alguna cosa me detiene,
no puedo volar a Ti libremente. Deseaba volar libremente el que decía: ¿Quién me
dará alas como de paloma, y volaré, y descansaré? ¿Qué cosa hay más quieta que la
pura intención? Y ¿quién más libre que el que nada desea en la tierra? Por eso
conviene levantarse sobre todo lo criado, y olvidarse totalmente de sí mismo,
elevándose, y quedando suspenso para ver que Tú, Criador de todo, no tienes
semejanza con las criaturas. Y el que no se desocupare de lo criado, no podrá
libremente entender en lo divino. Por esto, pues, se hallan pocos
contemplativos, porque son raros los que saben desasirse del todo de las
criaturas y de lo perecedero.
2. Para eso es menester gran gracia, que levante el alma y la suba sobre sí
misma. Peso si no eleva al hombre levantado en espíritu y libre de todo lo
criado, y todo unido a Dios, de poca estima es cuanto sabe y cuanto tiene. Mucho
tiempo será niño y mundano el que estima alguna cosa por grande, si no solo el
único, inmenso y eterno bien. Y lo que Dios no es, nada es, y por nada se debe
contar. Hay gran diferencia entre la sabiduría del varón iluminado y devoto, y
la ciencia del letrado y del estudioso clérigo. Mucho más noble es la doctrina
que emana de la influencia divina, que la que se alcanza con el trabajo por el
ingenio humano.
3. Se hallan muchos que desean la contemplación: pero no procuran ejercitar las
cosas que para ella se requieren. Es grande impedimento fijarse en las cosas
exteriores y sensibles, y descuidar la verdadera mortificación. No sé qué es, ni
qué espíritu nos lleva, ni qué esperamos, los que parece somos llamados
espirituales, cuando tanto trabajo y solicitud ponemos en las cosas transitorias
y viles, y con dificultad y muy tarde nos recogemos del todo a considerar
nuestro interior.
4. ¡Oh dolor! Que al momento que nos hemos recogido un poco, nos distraemos y no
escudriñamos nuestras obras con riguroso examen. Nos miramos dónde tenemos
nuestras aflicciones, ni lloramos cuán manchadas están todas nuestras cosas.
Toda carne había corrompido su camino, y por eso se siguió el gran diluvio.
Porque nuestro afecto interior estando corrompido, es necesario que la obra que
de él dimana (señal de la privación de la virtud interior) también se corrompa.
Del corazón puro procede el fruto de la buena vida.
5. Se examina cuanto hace alguno; pero no indagamos de cuánta virtud proceden
sus acciones. Se averigua si alguno es valiente, rico, hermoso, hábil o buen
escritor, buen cantor, buen artista; pero poco se habla de cuán pobre sea de
espíritu, cuán paciente y manso, cuán devoto y recogido. La naturaleza mira las
cosas exteriores del hombre; más la gracia se ocupa en las interiores. Aquella
muchas veces se engaña, y esta espera en Dios para no engañarse.