Liturgia Católica
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La Imitación de Cristo
Libro tercero
Capítulo XL
Que ningún bien tiene el hombre suyo ni cosa alguna de qué alabarse.
El Alma:
1. Señor, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre
para que le visites? ¿Qué ha merecido el hombre para que le dieses tu gracia?
Señor, ¿de qué me puedo quejar si me desamparas? ¿Cómo justamente podré
contender contigo, si no hicieres lo que pido? Por cierto, una cosa puedo yo
pensar y decir con verdad: Nada soy, Señor, nada puedo, nada bueno tengo de mí; más en todo me hallo vacío, y camino siempre a la nada. Y si ni soy ayudado e
instruido interiormente por Ti, me vuelvo enteramente tibio y disipado.
2. Más Tú, Señor, eres siempre el mismo, y permaneces eternamente, siempre
bueno, justo y santo, haciendo todas las cosas bien, justa y santamente, y
ordenándolas con sabiduría. Pero yo, que soy más inclinado a caer que
aprovechar, no persevero siempre en un estado, y me mudo siete veces al día. Más
luego me va mejor cuando te dignas alargarme tu mano auxiliadora; porque Tú
solo, sin humano favor, me puedes socorrer y fortalecer, de manera que a Ti solo
se convierta y en Ti descanse mi corazón.
3. Por lo cual, si yo supiese bien desechar toda consolación humana, ya sea por
alcanzar devoción o por la necesidad que tengo de buscarte, porque no hay hombre
que me consuele, entonces con razón podría yo esperar en tu gracia, y alegrarme
con el don de la nueva consolación.
4. Gracias sean dadas a Ti, de quien viene todo siempre que me sucede algún
bien. Porque delante de Ti yo soy vanidad y nada, hombre mudable y flaco. ¿De
dónde, pues, me puedo gloriar, o por qué deseo ser estimado? ¿Por ventura de la
nada? Esto es vanísmo. Verdaderamente, la gloria frívola es una verdadera peste y
grandísima vanidad; porque nos aparta de la verdadera gloria, y nos despoja de
la gracia celestial. Porque contentándose un hombre a sí mismo, te descontenta a
Ti: cuando desea las alabanzas humanas, es privado de las virtudes verdaderas.
5. La verdadera gloria y alegría santa consiste en gloriarse en Ti y no en sí;
gozarse en tu nombre, y no en su propia virtud, ni deleitarse en criatura alguna,
sino por Ti. Sea alabado tu nombre, y no el mío: engrandecidas sean tus obras, y
no las mías: bendito sea tu santo nombre, y no me sea a mí atribuida parte
alguna de las alabanzas de los hombres. Tú eres mi gloria; Tú la alegría de mi
corazón. En Ti me gloriaré y ensalzaré todos los días: más de mi parte no hay
qué, sino de mis flaquezas.
6. Busquen los hombres la gloria que se dan recíprocamente: yo buscaré la gloria
que viene solamente de Dios. Porque toda la gloria humana, toda honra temporal,
toda la alteza del mundo, comparada con tu eterna gloria, es vanidad y necedad.
¡Oh verdad mía y misericordia mía, Dios mío, Trinidad bienaventurada: a Ti sola
sea alabanza, honra, virtud y gloria para siempre jamás!